jueves, 7 de enero de 2010

EL IDEAL ASCÉTICO Y LOS PADRES DE LA IGLESIA


Ciñéndose a las enseñanzas de las Escrituras, muchos Padres de la Iglesia intentaron ardientemente seguir el mandato de Dios: "Sed perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mt. 5.48).” En un espíritu de oración, de lucha contra las cosas del mundo y de abnegación los Padres se embarcaron en una aventura eterna por la búsqueda de Dios y de la perfección y, como “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Gn.1.27)”, con la esperanza de experimentar el hecho místico de la deificación. Fue una gran aventura a lo largo de todas sus vidas.

Aunque se dieron cuenta de que nunca podrían ser perfectos en un sentido absoluto, sí comprendieron que era del todo posible para los hombres alcanzar la meta suprema y divina que el Dios infinito ha establecido para todos los seres humanos mediante el modelo de Jesús como la encarnación de sí mismo. Así, comenzaron a ser imitadores de Cristo.

Los Padres lucharon ascéticamente para acercarse a la perfección divina, para lograr una especie de auto-realización mística, en su propia esfera temporal y finita tal como Dios lo era en su esfera de la eternidad y de la infinitud. Sin embargo, estimaron que su aspiración a la perfección y a la deificación era una realidad sobrenatural, que quedaba para siempre misteriosamente oculta. Y la suya era una aspiración mística, un fuerte deseo de comunión con esta realidad oculta.

Muchos padres tenían la certeza de que Dios sólo podía ser demostrado a través de su experiencia mediante la guía del Espíritu Santo. Se dieron cuenta de que sólo en los ámbitos de la experiencia humana y mediante la práctica de la conciencia de la presencia de Dios podían ellos alcanzar el estado de misticismo, de la visión de Dios. Pero dado que muchos se convirtieron en ermitaños continuaron su búsqueda de la perfección aislándose de la sociedad.

Es cierto que la dedicación a la meditación y la contemplación favorece la experiencia mística, pero también lo hace la entrega total y de todo corazón al ministerio desinteresado del prójimo. La verdadera espiritualidad no debe rechazar la experiencia de una vida religiosa en el campo abierto de la sociedad humana.

La verdadera religión no debe excluir la acción. Esto se ve en las primeras comunidades cristianas las cuales se esforzaron por la perfección en la imitación de Cristo luchando por el ideal ascético. Incluso los Padres Apostólicos y muchos pre-Padres de Nicea no tuvieron que retirarse del mundo para vivir su ideal ascético. Se quedaron en la sociedad, y muchos de ellos se enfrentaron al martirio; otros, sin embargo, huyeron a zonas aisladas por miedo a las persecuciones. Pero cuando Constantino institucionalizó el cristianismo como la religión oficial del Estado, muchos buscaron la soledad y la dureza del desierto en busca del auto-martirio y la auto-negación extrema como una nueva forma de llegar a la perfección.

Los medios de los Padres para la realización del ideal cristiano eran la oración, la abnegación en el combate constante entre el espíritu y la carne, el trabajo, el sufrimiento y la virtud. Estos medios también participaban de otras prácticas ascéticas como la pobreza, el celibato, la obediencia a un líder espiritual, el desprendimiento de la familia y otras como el ayuno o el silencio. El objetivo de estas y muchas otras prácticas ascéticas era una relación más intensa con Dios, algún tipo de iluminación personal o el servicio de Dios, no sólo a través de la oración, meditación y la vida interior en un claustro o ermita, sino también a través de las buenas obras tales como la enseñanza o la enfermería. De gran importancia fue también la batalla espiritual contra los malos espíritus.

Para los Padres el ascetismo no era un fin en sí mismo; su renuncia al mundo era una forma de eliminar todos los obstáculos para poder amar a Dios y alcanzar la perfección cristiana. Jesús como Dios encarnado en la tierra era el modelo a seguir e imitar. Así que lógicamente ellos muy a menudo se referían a sí mismos como "imitadores de Cristo" y para ellos la palabra “cristianismo” era equivalente a una forma ascética de vida, una filosofía de vida. Fue a través de la práctica de la ascesis, de una renuncia completa de la vida del mundo,por lo que la vida monástica buscaba su objetivo esencial de unión con Dios. El ascetismo cristiano no fue una batalla contra el cuerpo, sino por él. La persona completa se arrepiente —cuerpo y alma— buscando la pureza de mente y alma.

Como imitadores de Cristo, nosotros también podemos hacer un viaje espiritual al interior de nuestros corazones. Podemos iniciar en nuestra finitud un camino de perfección y alcanzar la senda infinita de la deificación. Es cierto que cualquier esfuerzo para alcanzar la perfección divina en la tierra no es final en nuestra experiencia, sin embargo, puede ser, en efecto final y completa sobre los aspectos finitos de la perfección de la motivación de la persona, de la divinidad de la voluntad y de la conciencia de Dios. La oración, la oración silenciosa del corazón, y un ministerio de amor pueden ser instrumentos de divinización para el monje de hoy.  + Claudio y +Esteban

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