sábado, 27 de marzo de 2010

DOMINGO DE RAMOS: FIESTA DE LA ENTRADA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN JERUSALÉN

El domingo antes de la gran fiesta de la Santa Pascua y al comienzo de la Semana Santa, la Iglesia Ortodoxa celebra una de sus más gozosas fiestas del año litúrgico. El Domingo de Ramos es la conmemoración de la entrada de nuestro Señor en Jerusalén después de su glorioso milagro de resucitar a Lázaro de los muertos. Tras conocer su llegada y haber oído de aquel milagro, la gente sale al encuentro del Señor y le recibe con honores y expresiones de alabanza. En este día, nosotros también recibimos y adoramos a Cristo en ese mismo sentido, reconociéndole como nuestro Rey y Señor.

La historia bíblica del Domingo de Ramos se narra en los cuatro Evangelios (Mateo 21,1-11, Marcos 11,1-10, Lucas 19, 28-38 y Juan 12:12-18). Cinco días antes de la pascua, Jesús llega a Jerusalén desde Betania, y tras haber enviado a dos de sus discípulos para que le trajeran un pollino de asno, Jesús se sentó sobre él y entró en la ciudad.

La gente, que se había reunido en Jerusalén para la Pascua, buscaba a Jesús, por sus grandes obras, sus enseñanzas y porque había oído hablar del milagro de la resurrección de Lázaro. Cuando oyeron que él iba a entrar en la ciudad, salieron a recibirle con palmas y tendían sus mantos en el camino delante de él, aclamándole "¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el Nombre del Señor, el Rey de Israel!"

En el comienzo de su ministerio público Jesús proclamó el reino de Dios y anunció que ya se estaban dando signos de su poder (Lucas 7:18-22). Sus palabras y obras poderosas se habían realizado para el arrepentimiento como respuesta a su llamada, una llamada a un cambio interior en la mente y en el corazón que daría lugar a cambios concretos en la vida de cada uno, una llamada a seguirle y aceptar su destino mesiánico. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén es un acontecimiento mesiánico, a través del cual se declaró su autoridad divina.

El Domingo de Ramos nos llama a contemplar a nuestro rey: el Verbo de Dios hecho carne. Estamos llamados a mirarle no simplemente como el que vino a nosotros una vez montado en un pollino, sino como el que está siempre presente en su Iglesia, llegando incesantemente a nosotros en poder y gloria en cada Eucaristía, en cada oración, en los sacramentos y en cada acto de amor de bondad y de misericordia.

Jesús viene a liberarnos de todos nuestros temores e inseguridades para tomar posesión solemne de nuestras almas, y para ser entronizado en nuestro corazón. Viene no sólo para liberarnos de nuestra muerte con su muerte y resurrección, sino también para hacer que seamos capaces de alcanzar la más perfecta comunión o unión con él. Él es el Rey, que nos libera de las tinieblas del pecado y de la esclavitud de la muerte. El Domingo de Ramos nos convoca a contemplar a nuestro Rey: el vencedor de la muerte y el dador de la vida.

El Domingo de Ramos nos llama a seguir las reglas del Reino de Dios como la meta de nuestra vida cristiana. Basamos nuestra identidad en Cristo y en su reino. El Reino es Cristo: su poder indescriptible, su misericordia infinita y sus inmensos dones otorgados libremente al hombre. El reino no se encuentra en ningún punto o lugar en un futuro lejano. En las palabras de la Escritura, el Reino de Dios se ha acercado (Mateo 3:2, 4:17), está dentro de nosotros (Lucas 17:21). El reino es una realidad presente, así como una realización futura (Mateo 6:10). Teófanes el Recluso escribió las siguientes palabras acerca de la reglas internas de Cristo Rey:

"El Reino de Dios está dentro de nosotros cuando Dios reina en nosotros, cuando el alma en sus profundidades confiesa a Dios como su Maestro, y es obediente a él en todas sus facultades, entonces, Dios actúa en ella como maestro tanto en ‘el querer como el hacer, por su buena voluntad’ (Filipenses 2:13). Este reinado comienza tan pronto como estemos decididos a servir a Dios en nuestro Señor Jesucristo, por medio de la gracia del Espíritu Santo. Entonces, los cristianos ofrecen a Dios su conciencia y la libertad las cuales comprenden el contenido esencial de nuestra vida humana, y Dios acepta el sacrificio. De esta manera, se alcanza la alianza del hombre con Dios y Dios con el hombre. Y la alianza con Dios, que se rompió por la caída y sigue estando rota por nuestros pecados, se restablece”.

El reino de Dios es la vida de la Santísima Trinidad en el mundo. Es el reino de la santidad, la bondad, la verdad, la belleza, el amor, la paz y la alegría. Estas cualidades no son obras del espíritu humano. Proceden de la vida de Dios y de revelar a Dios. Cristo mismo es el reino. Él es el Dios-hombre, que trajo a Dios a la tierra (Juan 1:1,14). "Estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de él, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron" (Juan1:10-11). Fue vilipendiado y odiado.

El Domingo de Ramos nos llama a contemplar a nuestro Rey --el Siervo doliente. No podemos entender la realeza de Jesús fuera de su Pasión. Lleno de amor infinito por el Padre y el Espíritu Santo, y por la creación, en su inefable humildad, Jesús aceptó la humillación infinita de la Cruz. Llevó nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores; Fue herido por nuestras rebeliones y se hizo ofrenda por el pecado (Isaías 53). Su glorificación, que se hizo realidad por la resurrección y la ascensión, se logró a través de la Cruz.

En los momentos fugaces de la gran entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, el mundo recibió a su rey, el rey que estaba en camino a la muerte. Su pasión, sin embargo, no era un deseo morboso por el martirio, sino cumplir la misión para la que el Padre le envió.

"El Hijo y Palabra del Padre, como Él, sin principio y eterno, ha llegado hoy a la ciudad de Jerusalén, sentado sobre un pollino. Por temor, los querubines no se atreven a poner su mirada sobre él, sin embargo, los niños le honran con palmas y ramos, y místicamente cantan un himno de alabanza: "¡Hosanna en las alturas, Hosanna al Hijo de David, que ha venido a salvarnos de los errores de la humanidad."(Himno de la Luz.)

"Con el alma limpia y en espíritu llevando ramos, con fe, cantemos alabanzas a Cristo como los niños, aclamando con alta voz al Maestro: Bendito eres Tú, oh Salvador, que has venido al mundo para salvar a Adán de la antigua maldición, y en tu amor por la humanidad, has tenido el placer de ser espiritualmente el nuevo Adán. Oh Verbo, que has ordenado todas las cosas para nuestro bien, gloria a ti." (Himno del período de sesiones de laudes)

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