jueves, 1 de abril de 2010

Triduo Pascual: Sábado Santo, la sepultura de Jesús

Una persona buena y justa no secundó la decisión de matar a Jesús; de esta negativa nace un gesto de piedad hacia aquel muerto. Es José de Arimatea. Otro José llega al final de la vida de Jesús, lo baja de la cruz y lo envuelve en una sábana, depositándolo en un sepulcro nuevo. A él se unen también las mujeres que habían seguido a Jesús. Ante el sepulcro, ante el dolor de este mundo, ante la muerte, ante el sueño de los discípulos, ante el sufrimiento, queda sólo la fe en las palabras de Jesús que se ha abandonado al Padre. Escribe Lucas: “Era el día de la Preparación y apuntaba el sábado “. Quizá no eran sólo las luces de una ciudad que se despertaba sino también las de una nueva hora, de un nuevo día para aquel hombre y para el mundo. Ante la plaga de dolor, quien no se suma a la decisión de matar y de oprimir al hombre no está llamado sólo a llorar, sino también a creer, a orar y a tener esperanza en una hora diferente. La tradición de la Iglesia -basándose en los pasajes de la Escritura que hablan de la bajada a los infiernos por parte de Jesús- sostiene que este día Jesús descendió a los “infiernos”, el lugar donde habitan los muertos, para tomarlos consigo y llevarlos al Paraíso, comenzando por Adán y Eva. Es el icono de la Pascua, venerado en la tradición ortodoxa. Es a partir de aquí que comienza la resurrección. Y todavía hoy Jesús continúa descendiendo a los “infiernos” de este mundo para arrancar de las manos de la muerte a todos los que han sufrido la violencia del mal y conducirlos al cielo. También a ellos les dice: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

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