viernes, 21 de mayo de 2010

PENTECOSTÉS: "EL NUEVO MAESTRO"

Existe mucha confusión en relación a Pentecostés. Lo sucedido este día, en el que el Espíritu de Verdad –el nuevo Maestro-- se hizo presente, se ha llenado de un sentimentalismo exagerado. La misión principal de este espíritu, originado en el Padre y el Hijo, consiste en enseñar a los hombres la verdad sobre el amor del Padre y la misericordia del Hijo, rasgos divinos que el hombre es capaz de comprender por encima de otros rasgos. El Espíritu de Verdad nos revela ante todo la naturaleza espiritual del Padre y el carácter moral del Hijo. Jesús, en la carne, reveló Dios a los hombres; el Espíritu de Verdad, en el corazón, revela Jesús a los hombres. Cuando el hombre muestra los “frutos del espíritu” en su vida, lo que hace es reflejar los mismos atributos que el Maestro manifestó en su vida terrenal. Cuando Jesús estuvo en la tierra, vivió su vida como una persona: Jesús de Nazaret. Desde Pentecostés, el Espíritu, el nuevo Maestro, vive en la experiencia de todo creyente guiándole en la verdad antes expresada.

Durante el trascurso de la vida humana hay muchas cosas difíciles de comprender, difíciles de reconciliar con la idea de vivimos en un mundo en el que prevalecen la verdad y la rectitud. Todo lo contrario, parece que con frecuencia dominan el insulto, las mentiras, la deshonestidad y la falta de rectitud --el pecado. Y nos preguntamos si es cierto que la fe triunfa sobre el mal, sobre el pecado y sobre la iniquidad. La respuesta es afirmativa. La vida y la muerte de Jesús son la prueba eterna de que la bondad y la fe del ser humano que se deja llevar por el espíritu triunfan. Se mofaron de Jesús en la cruz diciendo: “A otros salvó; sálvese a sí mismo, si este es el Cristo, el escogido de Dios.” El día de la crucifixión se tiñó de oscuridad, pero la mañana de la resurrección fue gloriosamente luminosa; el día de Pentecostés fue aun más radiante y lleno de júbilo. Hay religiones que se centran en la desesperanza y pesimismo y predican la liberación de las cargas de la vida para alcanzar el reposo eterno. Son religiones que se instauran en el temor y en terrores ancestrales. Pero la religión de Jesús es diferente; es un nuevo evangelio de fe que ha de proclamarse a la humanidad en su lucha diaria. Es una religión que se funda en la fe, la esperanza y el amor.

La vida mortal golpeó a Jesús con dureza, crueldad y amargura; pero supo enfrentarse a la desesperación con fe, coraje y con la inamovible determinación de hacer la voluntad del Padre. Jesús aceptó el desafío de la vida en su realidad más terrible, y la venció —incluso en la muerte. No utilizó la religión para librarse de la vida. La religión de Jesús no busca escapar de esta vida para disfrutar de la felicidad que aguarda en la otra existencia. La religión de Jesús proporciona la felicidad y la paz de otra existencia espiritual para elevar y ennoblecer la vida que los hombres viven ahora en la carne.

Si la religión es el opio del pueblo, ésta no es la religión de Jesús. En la cruz, él se negó a beber el vinagre que lo adormecería, y su espíritu, derramado sobre toda carne, eleva al hombre hacia las alturas y le impulsa a seguir adelante, la fuerza más poderosa que existe en este mundo; el creyente que conoce esta verdad aprende a enfrentarse a los vaivenes de la vida terrenal y progresa en el espíritu.

El día de Pentecostés la religión de Jesús se hizo universal rompiendo todas las limitaciones tanto nacionales como raciales. Es para siempre verdad que “donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.”. En ese día, el Espíritu de Verdad se convirtió en el don personal del Maestro para todos los seres humanos. Se derramó con el propósito de asistir a los creyentes en su predicación, pero se confundió la experiencia de recibir el Espíritu de Verdad, con una parte del nuevo evangelio que inconscientemente estaban formulando.

No paséis por alto el hecho de que el Espíritu de Verdad se efundió sobre todo creyente sincero, no vino solamente a los apóstoles. Todos los hombres y mujeres que estaban congregados en el aposento alto recibieron al nuevo maestro; como también lo recibieron todos los seres de corazón honesto en todo el mundo. Este nuevo maestro se otorgó a la humanidad, y todas las almas lo recibieron según su amor a la verdad y su capacidad de captar y comprender las realidades espirituales. Por fin, la religión verdadera se liberaba de la custodia de sacerdotes y castas sagradas, y encontraba su manifestación real en el alma de cada hombre y mujer.

La religión de Jesús nos da las bases para que la civilización humana alcance un alto nivel porque proclama su condición sagrada y le incita a alcanzar su más elevado grado espiritual. La llegada del Espíritu de Verdad posibilitó una religión que no es ni radical ni conservadora ni antigua ni nueva. Si la vida terrenal de Jesús es una referencia para nosotros en el tiempo, la efusión del Espíritu de Verdad nos ofrece la expansión eterna y el crecimiento sin fin de la religión que él vivió y del evangelio que él proclamó. El Espíritu guía a toda verdad; es el maestro de una religión en expansión y en constante crecimiento, de progreso sin fin y de desarrollo divino. Este nuevo maestro se revela por siempre al creyente que busca la verdad, algo que el Hijo del Hombre exhibía ya de forma divina en su persona y su naturaleza.

Lo sucedido el día de Pentecostés con la llegada del “nuevo maestro”, y la recepción de la predicación de los apóstoles por parte de hombres de distintas razas y naciones, reunidos en Jerusalén, demuestran la universalidad de la religión de Jesús.

5 Vivían entonces en Jerusalén judíos piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. 6 Al oír este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. 7 Estaban atónitos y admirados, diciendo: --Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? 8 ¿Cómo, pues, los oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? 9 Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y Asia, 10 Frigia y Panfilia, Egipto y las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, 11 cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. (Hch 2, 5-11)

El evangelio del reino no debía identificarse específicamente con ninguna raza, cultura o idioma. Pentecostés significaba el gran esfuerzo del espíritu por liberar la religión de Jesús de las cadenas judaicas que había heredado, porque a pesar de la efusión del Espíritu sobre toda carne, los apóstoles al principio trataron de imponer los requisitos del judaísmo a sus conversos. Incluso Pablo tuvo problemas con sus hermanos de Jerusalén al negarse a someter a los gentiles a algunas prácticas judías. Ninguna religión revelada puede difundirse a todo el mundo si comete el serio error de dejarse imbuir de alguna cultura nacional o asociarse con prácticas raciales, sociales o económicas ya establecidas.

La efusión del Espíritu de Verdad aconteció independientemente de toda forma, ceremonia, lugar sagrado y conducta especial por parte de los que recibieron la plenitud de su manifestación.

Cuando llegó el día de Pentecostés estaban todos unánimes juntos. 2 De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban; 3 y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. 4 Todos fueron llenos del Espíritu Santo… (Hch 2, 1-4)

Cuando el espíritu descendió sobre los que se encontraban en el aposento alto, los seguidores de Jesús estaban sentados allí; quizás tras haber orado en silencio. El espíritu descendió tanto en el campo como en la ciudad. No fue necesario que los apóstoles se retiraran a un lugar aislado y que pasaran años de meditación solitaria para recibir el espíritu. Pentecostés para siempre disocia la idea de que la experiencia espiritual necesite de un medio ambiente particularmente favorable.

Pentecostés, con su don espiritual, se concibió para liberar por siempre la religión del Maestro de lo material y para ofrecer a los maestros de la nueva religión armas espirituales, para conquistar al mundo con una capacidad infalible para perdonar, con una incomparable buena voluntad y con abundante amor. Estos maestros están equipados para vencer el mal con el bien, para vencer el odio con el amor y para destruir el temor con una fe viva y valiente en la verdad. Jesús ya había enseñado a sus seguidores que su religión no era nunca pasiva; sus apóstoles debían tomar siempre una posición activa y positiva en sus obras de misericordia y en sus manifestaciones de amor. Ya no consideraban estos creyentes a Yahvé como “el Señor de las huestes”. Ahora consideraban a la Deidad eterna como “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Al menos hicieron ese avance, aunque en cierta medida no supieron captar con plenitud la verdad de que Dios es también el Padre espiritual de cada uno de nosotros.

Pentecostés dotó al hombre mortal con el poder para perdonar las ofensas personales, para mantenerse con dulzura en medio de las injusticias más graves, para permanecer inamovible frente al peligro más tremendo y para desafiar los males del odio y de la ira con actos firmes de amor y paciencia. La tierra ha pasado por la destrucción de tremendas guerras a través de su historia. Todos los que se vieron involucrados en estas grandes contiendas fueron derrotados. Tan sólo uno salió vencedor de estas luchas amargas: Jesús de Nazaret y su evangelio que enseña a vencer el mal con el bien. El secreto de una mejor civilización está encerrado en las enseñanzas del Maestro acerca de la buena voluntad del amor y la confianza mutua.

Hasta Pentecostés, la religión tan sólo había revelado al hombre que buscaba a Dios; a partir de Pentecostés, el hombre está aún buscando a Dios, pero sobre el mundo hay un nuevo escenario: Dios que también busca al hombre y envía su espíritu para que more en él cuando lo haya encontrado.

Antes de las enseñanzas de Jesús que culminaron en Pentecostés, las mujeres prácticamente no tenían posición espiritual alguna en los dogmas de las religiones más antiguas. Después de Pentecostés, en la hermandad del reino, la mujer se encontró ante Dios en igualdad de condiciones que el hombre. Entre todos los que recibieron la visitación especial del Espíritu había muchas discípulas, que recibieron este don en igual medida con los creyentes varones. El hombre ya no puede presumir de monopolizar el ministerio del servicio religioso. El fariseo podrá seguir agradeciendo a Dios el no haber nacido “ni mujer, ni leproso, ni gentil”, pero entre los seguidores de Jesús la mujer ha sido emancipada para siempre de toda discriminación religiosa basada en el sexo. Pentecostés obliteró toda discriminación religiosa fundada en la distinción racial, las diferencias culturales, las castas sociales, o los prejuicios en cuanto al sexo. No es de extrañar que estos creyentes de la nueva religión clamaran a gritos: “Allí donde se encuentra el espíritu del Señor, se encuentra la libertad”.

Antes de Pentecostés los apóstoles habían renunciado a mucho por Jesús. Habían sacrificado sus hogares, familias, amigos, bienes mundanos y posición. En Pentecostés se entregaron a Dios, y el Padre y el Hijo respondieron entregándose a ellos —enviando su espíritu para que morara en el hombre. Esta experiencia de perder el yo y encontrar el espíritu no fue una experiencia emocional; fue un acto de entrega de sabiduría y consagración sin límites.

Pentecostés significó la llamada a la unidad espiritual entre los creyentes del evangelio. Cuando el espíritu descendió sobre los discípulos en Jerusalén, lo mismo sucedió en Filadelfia, en Alejandría y en todos los demás lugares donde vivían creyentes sinceros. Fue literalmente cierto que “había un solo corazón y una sola alma en la multitud de los creyentes”. La religión de Jesús es la influencia unificadora más poderosa que el mundo haya conocido jamás.

Pentecostés disminuye la supremacía de personas, grupos, naciones y razas, que tanto aumenta las tensiones y provoca guerras fratricidas. La humanidad tan sólo puede unificarse mediante el espíritu, y el Espíritu de Verdad en su universalidad afecta a todos de forma uniforme.

La llegada del Espíritu de Verdad purifica el corazón humano y conduce al que lo recibe a formular un propósito de vida de dedicación exclusiva a hacer la voluntad de Dios y promover el bienestar de los hombres. El espíritu material del egoísmo se neutraliza en este nuevo otorgamiento espiritual de altruismo. Pentecostés, entonces y ahora, significa que el Jesús de la historia se ha tornado en el Hijo divino de la experiencia viva. La felicidad de este espíritu derramado, cuando se experimenta conscientemente en la vida humana, es tónico para la salud, estímulo para la mente y energía infalible para el alma.

La oración no atrajo al espíritu en el día de Pentecostés, pero determinó en mucho la capacidad de receptividad que caracterizó a cada creyente. La oración no convence al corazón divino de la generosidad de su don, pero muy a menudo traza canales más amplios y profundos por los que pueden correr los dones divinos al corazón y al alma de los que, de este modo, recuerdan mantener ininterrumpida la comunión con su Hacedor mediante la oración sincera y la adoración verdadera.

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