martes, 1 de junio de 2010

Paso 1: Reconocer nuestras necesidades espirituales

Reconocemos el vacío espiritual en el que se encuentran nuestras vidas y admitimos nuestra impotencia para corregir, por nosotros mismos, nuestros defectos personales.

Nuestra propia búsqueda nos demuestra que no es suficiente con nosotros mismos. Nuestra alma tiene una sed que nada puede saciar, porque es la sed de saberse incompleta cuando está apartada de Dios. La vida, en su diversidad y múltiples obligaciones, nos ofrece una distracción continua, pero a veces la tragedia nos deja solos frente a las más profundas necesidades de nuestras almas, empujándonos a buscar la ayuda de algo superior.

La vanidad, las ambiciones, las posesiones, las sensaciones y las filosofías de vida que pueblan nuestras mentes parecen querer convencernos de que es todo lo que necesitamos, pero no nos dejan sino un mal sabor de boca. Dentro de nosotros hay algo que nos hace saber lo que necesitamos, a Quién necesitamos, porque cuando esta multitud de cosas empieza a desvanecerse, nuestro yo interior alza su voz para preguntarnos si eso era todo, y nos encontramos solos en la noche haciéndonos esa misma pregunta. A menudo nos sentimos atraídos por las riquezas y el reconocimiento del mundo, pero ¿para qué sirven? Pretender vanamente ganar la respetabilidad de nuestro yo público enmascara un pozo sin fondo de temores obsesivos y de deseos rotos, que apenas podemos esconder tras nuestro cuidado aspecto.

En el dolor, en la desgracia, en la angustia o en la adversidad, nuestras propias deficiencias nos impulsan a buscar la fortaleza más allá de nosotros mismos. Pero, ¿cómo es que no evitamos ese sufrimiento?, ¿por qué no nos hacemos de provisiones antes de que llegue el crudo invierno y el hielo haga que no encontremos ni sustento ni refugio?, ¿por qué no llenamos de víveres nuestras despensas ahora que los necesitamos?

¿Quién no ha sido prisionero de su propio temperamento? ¿Quién no se ha sentido forzado o atrapado u obligado a andar caminos no deseados empujado por oscuros deseos y miedos hasta llegar a sentir odio de sí mismo? Cuando caminamos mal, comenzamos a cruzar frenéticos túneles cuyas paredes se desmoronan a nuestro paso, pero son pocos los que buscan ayuda hasta que no se han convencido de que son incapaces de pilotar la nave de su propia vida. Con demasiada frecuencia nuestra nave naufraga y queda atrapada en el frío hielo, haciendo que nuestros sueños también se hundan entumecidos por las frías aguas.

Es natural que queramos que todos nuestros sueños y anhelos personales se hagan realidad, pero eso no es posible. En la confusión de múltiples almirantes y de tácticas diferentes no se puede ganar la batalla. Es mejor que haya Uno sólo al mando de todo, Alguien que nos conozca cómo somos mejor que nosotros mismos, y en cuyo destino encontremos nuestro mayor bien. Pero mientras que nuestras metas personales prevalezcan sobre lo demás y creamos que nos bastamos con nosotros mismos, no sentiremos ese impulso de buscar la voluntad de Dios. La vida nos tiene que enseñar esas lecciones que nos negamos a aprender.

El camino espiritual comienza con nuestro afán por comprender esta vida y el lugar que ocupamos en ella. Dios anhela que le conozcamos, pero no interviene de forma espontánea; tenemos que estar primero cansados de nuestro vacío. Si las circunstancias que nos rodean nos facilitan demasiado las cosas, quizás solamente la tragedia puede hacer zarandearnos para que nos sintamos incómodos con ellas y podamos por fin reconocer que somos incapaces, por nosotros mismos, de entender el mundo.

Respondió Job a Dios y dijo: 2 “Yo reconozco que todo lo puedes y que no hay pensamiento que te sea oculto. 3 ¿Quién es el que, falto de entendimiento, oscurece el consejo?”. Así hablaba yo, y nada entendía; eran cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. 4 “Escucha, te ruego, y hablaré. Te preguntaré y tú me enseñarás. 5 De oídas te conocía, mas ahora mis ojos te ven. 6 Por eso me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza”. (Job 42, 1-5)

¨Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.¨ (Rom 8, 28)

1 comentario:

  1. Señor, tu sabes que me has seducido y yo me he dejado seducir. Pero mi fragilidad me distrae de tus atenciones y en ocasiones me alejo de ti. Como hijo pródigo, acógeme en el regreso con la bondad que tan solo tu sabes ofrecer y que con el sienta reforzada mi fe.

    ResponderEliminar