domingo, 6 de junio de 2010

Segundo Paso: Creer en Dios

Comenzamos a creer en Dios y a sentir que Él, como Padre espiritual y Amigo amoroso, mora en nosotros.

Sin Dios, que está en los cielos, ni la tierra ni todo lo que habita en ella tendría significado alguno, ¿dónde está para que podamos creer? ¿Dónde estás, Padre, todos estos años sin saber de ti, tantos años de búsqueda sin poderte encontrar? ¿Es que estaba nuestro corazón demasiado aferrado a lo superficial y no te buscamos lo suficiente? ¿Es que esperaste a que nuestras dudas disminuyeran, hasta que nuestros pensamientos egoístas se sosegaran y nos mostraran ese lugar que siempre habías ocupado?

Una vez que hemos creído en ti y en tu amor, te hemos encontrado en nuestros corazones. Te paseas sobre las nubes; conoces nuestros caminos y sus porqués, y anhelas conversar con nosotros, tus hijos. Sentimos tu presencia a nuestro lado cuando caminamos por sendas montañosas, aunque sabemos que sólo en el silencio de nuestras almas podemos verdaderamente encontrarte.

Quizás le hayamos conocido de repente, como el rayo que golpea al olmo que crece solitario al viento de una colina; o quizás de manera paulatina, como esa niebla que se escapa tranquila de un lago de montaña. Dios habló a Pablo en la luz y la ceguera, a otros de forma sencilla, como la última hoja de otoño ante las primeras nieves. Dios está presente en el aire que respiramos y en cada uno de esos rayos que vemos en las noches estrelladas, pero hasta que no lo encontremos en nuestras almas, tienen poco significado estas señales que observamos en la naturaleza.

El Dios de los universos vive en una gloria incognoscible, pero tiene su segundo hogar en el humilde corazón de los hombres. Hasta que no le conozcamos, el Padre mora en la oscuridad de nuestra propia inconsciencia, silencioso como un ligero batir de alas de palomas en el horizonte. Pero, tened en cuenta, que en nuestra misma sombra, detrás de nuestra puerta, lejos de los ruidos de la vida, su presencia siempre estará presente para aquellos que la buscan en cualquier momento y en cualquier lugar. Con la mente serena y atenta, sentimos su espíritu obrar siempre en el amor. Sus brazos nos confortan en el temor de la noche, y sus labios acarician nuestras mejillas con un beso al amanecer. Su amor, como una melodía, queda flotando con los primeros rayos de la mañana, alentándonos ante el nuevo día.

Creer en Dios abre canales de fe por los que fluyen una energía universal que sana nuestras emociones, que hace renacer nuestras esperanzas y que alienta nuestras almas. Un poder que viene de lo alto infunde nuestras vidas; un poder, que apenas percibíamos antes, se derrama abundantemente sobre nosotros. La vida adquiere un nuevo color, una nueva textura, más brillante y con mayor significado a medida que, en las cosas más comunes, comienzan a revelarse los signos de su propósito eterno. Los sucesos que percibíamos desordenados y productos del azar nos muestran la intercesión armoniosa y amorosa de la mano del Padre. Estamos aprendiendo a seguir nuestros impulsos espirituales y a disfrutar haciendo lo que es correcto, porque a medida que lo hacemos, la verdad se revela y vemos el rostro de Dios.

En nuestros corazones, creemos cada vez con mayor convicción que Dios tiene un propósito para nosotros, una gran tarea, un singular protagonismo en el escenario universal, que dará aliento a nuestros cansados corazones como parte del inmenso universo que nos rodea. Anhelamos estar a su servicio, oír y prestar atención a las indicaciones del Director Supremo. Conocemos demasiado bien nuestras torpezas y nuestro adormecimiento, pero también conocemos a Alguien Todopoderoso cuya grandeza absorbe nuestras carencias. Oh Creador, haz que seamos más sensibles a tu guía generosa.

27 Luego dijo a Tomás: --Pon aquí tu dedo y mira mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. 28 Entonces Tomás respondió y le dijo: --¡Señor mío y Dios mío! 29 Jesús le dijo: --Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron. (Jn 20, 27-28)

No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. (1 Jn 2,15)

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él. (1 Jn 3,1)

En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. (1 Jn 4,13)



2 comentarios:

  1. Con ansia busco al Señor en el silencio y la solitud y El se deja encontrar. Su santa operación me transforma el interior. Regreso a las ocupaciones diarias pero ya nada es igual. ¿Laico entre laicos? me pregunto. El mundo no me reconoce porque Le pertezco. Continuo contento porque ahora me siento vivo, pero la tristeza me invade viendo dejar atras mis iguales. GVICBCN

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  2. Gracias por seguirnos.

    Que el Señor le llene de bendiciones y guíe para un mayor progreso espiritual.

    Monjes urbanitas

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