domingo, 13 de junio de 2010

TERCER PASO: ACEPTAR LA GRACIA DE DIOS

Reconocer que en ausencia del poder divino no podemos responder de forma espiritual a la vida, y nos damos cuenta de que todos los atributos espirituales son dones de Dios que no podemos ganar sino aceptar gratuitamente.

La gracia de Dios es como el viento que sopla en todas las direcciones, pero sabemos que su origen no tiene ningún secreto. Todas las cosas buenas descienden del Padre de misericordia, y hasta que no nos demos cuenta de esto, nos enfrentaremos a la vida con unos maltrechos medios de combate. No podemos alcanzar ningún objetivo espiritual con nuestras propias fuerzas humanas; sólo Dios puede hacer que nos sintamos realizados incluso más allá de nuestras limitaciones. Nos complace este vínculo con Dios, y Él encuentra en nosotros, al aceptar el espíritu divino que nos ha dado para que more en nuestro interior, a otro hijo.

La gracia de Dios es la fuente de nuestro potencial, la que despierta en nosotros dones y talentos que sobrepasan nuestra capacidad humana. Su bálsamo curativo nos hace superar las limitaciones mentales, emocionales y espirituales. Este poder que mueve montañas nos abre nuevas vías de realización en la confusa jungla de nuestras vidas.

Mediante la gracia encontramos la Fuente de la vida, mediante la gracia se nos alienta a realizar grandes logros, mediante la gracia aprendemos a amar. La gracia nos da la convicción de que una Deidad omnisapiente y omnipotente asume la responsabilidad de nuestro bienestar personal, la seguridad de aquéllos que amamos y el éxito en la labor que hagamos con fe. Dios nos posibilita que realicemos una labor inmensa y determinante cuando la investimos de confianza en su soberanía. Humanamente somos débiles, dubitativos, temerosos y dolorosamente conscientes de cuán escasa y deficiente es nuestra lastimosa reserva de valor y sabiduría, pero la gracia nos ha dado el cometido de que sigamos adelante como instrumentos de un Ser de ilimitado poder que actúa tanto en nosotros como mediante nosotros. El Padre guía nuestros pasos, e incluso aunque interpretemos de forma errónea sus instrucciones, siempre que lo hagamos en la fe, Él transforma esos errores parciales en vivencias que benefician a todos.

Esa guía espiritual es infaliblemente consistente con lo que, dentro de nosotros, siempre hemos sabido que era verdad. La verdad viva, que brota desde dentro, nos ha liberado de la servil conformidad a los patrones sociales bajo los que hemos pensado y actuado. Estamos ligados al espíritu de Dios no a las formas externas o a los ritos de la humanidad. Nuestra nueva vida es un regalo de Dios que no se compra ni con dinero humano ni se gana con nuestro sacrificio, con la autoayuda o el pensamiento positivo. Cuando obramos así, esta dedicación se convierte en fe por cuyos canales Dios derrama esa paz interior que por sí sola hace que merezca la pena vivir la vida.

La gracia está a nuestro lado en las dificultades; la gracia nos da fuerzas cuando nos sentimos débiles; la gracia nos conforta cuando estamos apesadumbrados. La gracia desciende del Maestro de Obras cuyo diseño eterno engloba todo lo que podamos ser o hacer, todas nuestras oportunidades de realización en el futuro. Dios nos ha proveído de la vida misma, y fuera de Él nos sentiríamos desconsolados, abandonados e inútiles. Dios conoce nuestros nombres y nuestros caminos, y nos guía de la mano por los senderos de la existencia humana.

Te damos gracias, Padre, por darnos la vida, por todas esas circunstancias diferentes que se dan en este entorno terrenal, y por la coherencia eterna de su diseño. Danos valor para actuar bajo tu gracia, para que nuestras vidas se beneficien y podamos beneficiar al mundo que nos rodea.

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De allí navegaron a Antioquía, donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían cumplido. (Hch 14,26)

Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados. (Hch 20,32)

Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; aunque no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. (1 Co 15,10)

La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a toda la humanidad. (Tit 2,11)

Entonces les tocó los ojos, diciendo: --Conforme a vuestra fe os sea hecho. (Mt 9,29)

Respondiendo Jesús, les dijo: --De cierto os digo que si tenéis fe y no dudáis, no solo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte le decís: “¡Quítate y arrójate al mar!”, será hecho. (Mt 21,21)

La promesa realizada mediante la fe La promesa de que sería heredero del mundo, fue dada a Abraham o a su descendencia no por la Ley sino por la justicia de la fe. (Ro 4,13)

el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis, porque vive con vosotros y estará en vosotros. (Jn 14,17)

para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús… (Ef 2,7)

Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor. (2 Co 3,18)

Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. (Jn 1,12)

1 comentario:

  1. Pocas veces se comenta de forma tan clara la capacidad terapéutica y de crecimiento personal que la acción del Espiritu Santo infunde sobre nosotros. Pero no por ello es menos cierto. Se trata de la Santa Operación que nos transforma y que permite decir al apostol: ya no soy yo quien vive... Dejemonos trabajar por el Espiritu, que Él penetre nuestros corazones rompiendo esas corazas que nos hacen insensibles a lo que nos rodea.

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