sábado, 3 de julio de 2010

QUINTO PASO: PERDONAR A NUESTROS SEMEJANTES


Con la ayuda de Dios perdonamos a todas las personas que nos hicieron daño alguna vez.

Imagínate la dureza de un mundo en el que no se perdonase. En los tiempos antiguos, la vida del hombre estaba dominada por la búsqueda de la venganza, y se daban desaires imaginarios que provocaban enemistades durante generaciones. El odio racial y religioso todavía representa una plaga para nuestro mundo e impulsa guerras sin sentido en las que todas las partes implicadas pierden. Ese orgullo insensato, a menudo atribuido falsamente a una causa religiosa, hace que los hombres actúen de forma completamente contraria al espíritu de la religión, en cuyo nombre se cometen atrocidades.

Es tu oportunidad ahora de romper ese amargo círculo y liberar a nuestros hermanos del peso de su culpa con el mismo perdón por el que Dios nos concedió un nuevo comienzo. El perdón es contagioso y puede curar de forma instantánea las antiguas heridas, ya enconadas, de aquellos con los que estamos distanciados. Cuando el daño que se nos ha hecho es demasiado profundo, no parece humanamente posible perdonar, pero incluso en este caso, la gracia de Dios hace posible todas las cosas. En tal caso, simplemente tenemos que perdonar hasta donde seamos capaces de hacerlo, y pedirle al Padre que siga ese proceso hasta completarlo.

Perdonar es esencial para nuestra salud espiritual. Si deseamos conocer la plenitud del perdón de Dios, debemos perdonar a todos aquellos que nos han hecho daño. Ambas acciones son inseparables, porque albergar resentimiento obstaculiza la vía por la que fluye el perdón del Padre. El perdón sincero libera la energía divina necesaria para que se suelten las amarras de nuestras almas. Es como una lluvia fresca que hace que broten flores aletargadas durante mucho tiempo en una estéril colina, que arranca espinas punzantes y que cura la enfermedad que devora nuestros resentidos corazones. El perdón rompe las cadenas que nos mantienen unidos a nuestros adversarios en un abrazo no deseado, unas cadenas de hierro forjado que nos atan a las personas que más odiamos. Incluso aunque nuestros hermanos no nos correspondan, el perdón nos libera de esa prisión emocional en la que estamos, de ese sentimiento que nos envenena, y podemos seguir por nuestro camino en paz.

Perdonar un agravio toma menos de lo que podamos imaginar; el odio y el resentimiento sólo son actitudes, no son ni sangre ni huesos. El perdón está a nuestro rápido alcance, y sólo la terquedad o el orgullo puede impedir que gocemos con prontitud de los frutos de espíritu. ¿Cómo podemos dudar de perdonar a nuestros hermanos cuando Dios nos ha tratado con tanta generosidad, y cuando toda la lógica nos dice que es mejor que lo hagamos? ¿Qué mórbido placer existe en albergar rencores que nos hacen daño y que nos roban la alegría a la que tenemos derecho por nacimiento?

Dios nos ha perdonado por amor, y en esta nueva relación tenemos que encontrar fuerzas para perdonar a los demás. Al perdonar, recuperamos a nuestros hermanos y nos recuperamos a nosotros mismos mediante la Fuente de la que procede toda rehabilitación.

Sabemos de la voluntad del Padre así como lo que tenemos que hacer. Sabemos de la venganza por sus frutos, al igual que del perdón. Debemos perdonar completamente a cada uno de nuestros hermanos, para que el resentimiento no aceche nuestros sueños esta noche, para que se nos alivie la culpa, para que podamos recuperar nuestros lazos de amistad y para que Dios vuelva a estar en comunión con nosotros. Hoy es el día que nos ha dado Dios para deshacernos de ese círculo de venganza e ira que nos debilita, y a medida que comenzamos a perdonar, su espíritu descansará dulcemente en nuestras almas.

En el perdón, el Padre revela su nombre, que es Amor. Nosotros liberamos a nuestros hermanos de su peso y, al hacerlo así, nos liberamos a nosotros mismos. Desechamos esas turbulentas y perversas actitudes para entrar en el reino celestial del Padre, donde residen todas las cosas que de verdad merecen la pena. La libertad de espíritu que experimentamos al perdonar nos conduce hasta lugares que los ojos no han visto ni oídos han oído, a todo lo que el Padre ha preparado para aquellos que le aman y se atreven a seguir su misericordioso deseo. El cielo y la tierra son tuyos, Padre misericordioso. Ayúdanos hoy a poner nuestras cosas en orden, para que podamos encontrarnos libres para poder realizar las tuyas. Danos coraje para hacer tu voluntad, hoy mismo.

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43 Oísteis que fue dicho: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”. 44 Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen 45 para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos. 46 Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? 47 Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? 48 Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Mt 5, 43-48)

“No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados.” (Lc 6,37)

Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas, (Mc 11,25)

21 Entonces se le acercó Pedro y le dijo: --Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? 22 Jesús le dijo: --No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. (Mt 18, 21-22)

1 comentario:

  1. Jesús el Cristo nos enseña a orar: Padrenuestro... perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden...

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