jueves, 12 de agosto de 2010

NOVENO PASO: COMPROMETERSE

A pesar de lo que ello pueda significar para nosotros, hemos llegado a la conclusión de que la vida sólo merece la pena vivirla cuando se basa en la verdad y en la dedicación a nuestro amoroso Padre celestial. De todo corazón, entregamos cada aspecto de nuestra vida a Dios y nos comprometemos a hacer su voluntad.

El hombre primitivo se mantenía vivo en el mundo hostil que le rodeaba gracias a su instinto de protección, a su innata beligerancia, a su desconfianza y a su malicia, y esto a nosotros nos servía también, pero nuestro progreso espiritual se veía obstaculizado precisamente por esa misma falta de confianza. Sin embargo, para entrar en el reino, debemos adquirir exactamente eso, confianza.

Vivir en el espíritu conlleva ser conscientes de la comunicación entre nuestra alma y su Hacedor. Cuando prestamos atención al espíritu de Dios, nos comprometemos de forma instantánea con lo que Dios desea exactamente de nosotros, sin que nos importe el coste personal o las consecuencias que puedan originarse. Nuestro progreso en el reino se establece de forma individual y está lleno de matices. No existen fórmulas establecidas, porque resultarían engañosas e incluso contraproducentes para los que no alcanzan a comprender la acción del espíritu interior. La vida en el reino es un proceso de liberación que requiere que iniciemos de todo corazón y sin reservas un camino estrecho que exige mucho de nosotros; un camino en la seguridad de que encontraremos, en esa orilla lejana, paz, gozo y vida eterna.

Entrar en el reino nos exige que dejemos a un lado cualquier cosa, relación o actividad que se interponga entre nosotros y la vida divina. Si nuestro compromiso con Dios no es incondicional, si ponemos el más leve reparo, nuestra dedicación espiritual será incompleta, porque nosotros seguimos llevando las riendas de nuestras vidas. Si obedecemos a nuestro Padre noventa y nueve veces de cien, estaremos poniendo reparos a una obediencia que no podemos cuestionar, porque cada nueva situación demanda una nueva reflexión para ver si esta vez hemos de seguir o no la guía divina.

Aunque pudiera parecer lo contrario, hay poca diferencia espiritual entre obedecer a Dios un noventa y nueve por ciento de las veces u obedecerle un uno por ciento; la diferencia es simplemente de grado. Sólo en las vidas de las personas que han decidido de antemano hacer su voluntad sin importarles el coste personal o las posibles consecuencias puede el Padre expresarse en plenitud.

¿Y si pudiéramos vivir de esa manera tan sólo una hora? ¿Y si los problemas que nos han oprimido durante años desaparecieran de repente para nunca más volver? ¿Y si pudiéramos ver a los ángeles que caminan a nuestro lado y que nos apoyan en nuestro batallar en la vida? ¿Y si pudiéramos estar seguros de que los acontecimientos de nuestras vidas diarias forman parte de un plan superior diseñado por un Ser Omnisapiente?

¿Quién mueve todo esto? ¿Cómo podemos entrar en ese maravilloso reino desde el lugar en que nos encontramos? En la búsqueda de Dios, los ascetas se mortificaban físicamente, sumergiéndose en aguas heladas, escalando montañas y soportando las mayores privaciones y sufrimientos con la esperanza de ganar el favor de un distante y severo Dios. Intentando reducir las distracciones del mundo que Dios ha creado para que vivamos, algunos monjes permanecen durante años en un silencio estricto o pasan los días recitando oraciones establecidas hasta quedar hipnotizados por la repetición monótona del movimiento de sus lenguas.

Otros quieren inútilmente controlar los secretos del universo y llegar a un estado celestial aprendiendo más del Sostenedor Universal, intentando encontrar a Dios mediante el conocimiento. Pero ninguno de estos caminos extremos, aunque se hayan hecho con buena intención, ha llevado a las almas hasta el reino como cuando se vive en la fe en contacto directo con el mundo que Dios ha creado. Intentar ser “mejores” y encontrar a Dios por medio de la sumisión de nuestro cuerpo o la educación de nuestras mentes conduce al fracaso, porque en ambas posibilidades la persona ejerce su dominio, y la esencia de la vida en el reino es nuestra rendición a la guia de Dios. No se busca el reino para que el mundo se someta a nuestro antojo, sino, mediante la fe, para ser un instrumento al servicio de la voluntad del Padre.

Si el precio que tenemos que pagar vale el premio que obtendremos, no lo dudes; dirígete al Padre por ti mismo; háblale de lo que quieres en la vida, de tus anhelos y esperanzas, al igual que de tus problemas y miedos. Reúne valor para decirle que desde ahora en adelante quieres vivir a su manera, sin importarte el posible precio que tengas que pagar en las cosas de este mundo. Dile al Padre que confías en Él totalmente, que tu vida es suya, y que tu más íntimo deseo es obedecerle a Él incluso en los asuntos más nimios. Permanece entonces en silencio y oye su respuesta en tu alma, su bienvenida al mundo espiritual.

El Padre nos quita las manchas que empañaban nuestro yo interior y limpia nuestros corazones. Cuando Dios vive en nosotros y a través de nosotros, nos tornamos más eficientes y menos sujetos a las limitaciones normales de los humanos; como mediadores de quien rige los avatares de los mundos que circundan el espacio, nos vemos con mayor capacidad. Al obrar con Dios, Dios obra en nosotros. Entrar en este misterioso reino ilumina la oscuridad y las sombras del mundo que nos rodea; cada una de las hojas de los árboles parece estremecerse de agradecimiento por el regalo de la vida. Sentimos que partimos hacia una aventura sin límites, para aportar nuestra pequeña porción en una historia interminable de misericordia y provisión.

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¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? Su incredulidad, ¿habrá hecho nula la fidelidad de Dios? (Ro 3,3)

Entonces Josafat se inclinó rostro a tierra, y también todo Judá y los habitantes de Jerusalén se postraron ante el Señor para adorarle. (2 Cr 20,18)

“Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón.” (Proverbios 20, 27)

“Pues no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.” (Mt 10, 20).

porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre. (Mc 3,35)

Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud. (Sal 143,10)

Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. (Mt 6,33)

“Os digo que entre los nacidos de mujeres no hay mayor profeta que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él.” (Lc 7, 28)

Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que lo seguían: --De cierto os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. (Mt 8,10)

Respondiendo Jesús, les dijo: --Tened fe en Dios. Mc 11,22

No encubrí tu justicia dentro de mi corazón; he publicado tu fidelidad y tu salvación; no oculté tu misericordia y tu verdad en la gran congregación. (Sal 40,10)

confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándolos a que permanecieran en la fe y diciéndoles: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”. (Hch 14,22)

Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que lo aman? (Stg 2,5)

3 comentarios:

  1. Gracias por sus aportaciones... alimento que viene siempre de DIOS...

    Me llamo Carmen, y les invito a recoger un sencillo regalo en mi blog

    concienciaprimordial.blogspot.com

    Paz en el Señor, Hermanos.

    Carmen.

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  2. Muchas gracias por tus palabras, hermana Carmen. Nuestro agradecimiento también a ti por ese precioso blog que rebosa espiritualidad.
    Monjes urbanitas

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  3. En tus manos Señor encomiendo mi espiritu.
    Tu, Dios fiel, nos has redimido.

    Ahora Señor, deja que vuestro sirviente parta en paz, tal y como le habias prometido...

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