lunes, 2 de agosto de 2010

OCTAVO PASO: VIVIR UNA NUEVA VIDA

Hemos tomado la decisión de vivir una nueva vida y dejar atrás la ira, la ansiedad, la impaciencia, el orgullo y el miedo, y nos resistimos a aferrarnos de nuevo o a dar vía libre a esas reliquias de nuestro pasado. Sin más tardar, admitimos nuestras faltas y nos negamos a albergar de nuevo sentimientos de culpa.

En nuestros corazones existe un reino en el que el creyente está llamado a entrar. Es un reino de paz, gozo, amor e inconmensurable libertad. Este reino siempre ha permanecido ahí, pero pocos han depositado su confianza en él lo suficiente como para entrar, a pesar de que, desde su interior, una voz tenue y en calma nos habla en susurros del amor del Padre. Para los que viven con este propósito y se regocijan en este amor, el reino de Dios es como un río que limpia nuestras almas y nos hace completos. Este río, descrito por los profetas y confirmado por los santos, recorre su curso a través de los tiempos y del universo, de igual manera que a través de nuestros corazones.

Este reino no es sólo un estado mental sino también un lugar real. Es como si una persona enferma y sin hogar, que caminara sola sobre la nieve en una ciudad extraña, sintiendo el fuerte viento a través de su viejo abrigo, se viera de momento transportada a una isla ensortijada de olas y conchas de mar, a la isla de sus sueños, y se sentara descalza sobre la tibia arena al lado del ser amado. De hecho, nuestro Padre hace posible que sintamos continuamente en nosotros un paraíso mucho mejor —la paz personal y la felicidad que todos ansiamos— mientras nos dedicamos a nuestros quehaceres cotidianos.

Pensad cuánto más efectivo seríamos si actuáramos constantemente a partir de este reino: nuestros espíritus serían como inexpugnables ciudadelas; nuestra comunicación con los demás sería amable, creativa y alentadora; nuestras mentes estarían en paz sin dejarse nunca más perturbarse por las tensiones emocionales ni desgarrarse por objetivos y propósitos contradictorios; nuestros cuerpos serían más saludables; nuestras vidas más simples y más efectivas.

En esta nueva vida, nos hemos liberado del influjo de la culpa porque hemos pedido y experimentado el perdón por cada error que hayamos cometido en el pasado, hemos expuesto todo ante nuestro Padre y hemos conseguido la paz con nuestros semejantes. Vivimos y actuamos con la confianza de hombres y mujeres que saben por qué están aquí y por qué están haciendo lo que hacen. Las barreras nunca más nos parecen infranqueables, ni las adversidades las únicas a tener en cuenta en el escenario de nuestras vidas. Nuestros corazones se inundan del amor del Soberano del universo, que es quien dirige nuestros pasos.

Por mucho tiempo, el egoísmo había sido el motor de nuestras vidas. A medida que nuestros valores superiores se fortalecían, intentamos ser mejores, pero fracasamos porque tratábamos de mejorar usando nuestra propia fuerza de voluntad y nuestros propios medios. Este intento de cambio en nosotros mismos resultó ser frustrante, agotador y finalmente infructuoso, porque nuestro yo era incapaz de transformarse a sí mismo de la misma manera que el agua no puede transformarse por sí misma en vino. Sólo al rendirnos ante un Poder Superior cabría esperar una verdadera transformación, porque Dios disfruta haciendo por nosotros lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos. La fe abre las puertas hacia nuestro ser interior, nos nutre con verdadera fuerza espiritual y nos vincula a los cauces ascendentes del universo.

Esta nueva vida es diferente y no una variación de la que ya conocíamos; es algo completamente nuevo. Un saltador de altura se eleva sobre su pértiga tras un intenso entrenamiento, en el que ha de ejercitar su paciencia, sabiendo que la más mínima mejora en la altura le va a exigir un gran esfuerzo. La vida del reino no es así; es un entorno de paz interior, de gozo, de belleza y de acción inalcanzable mediante técnicas como el pensamiento positivo, por muy efectivas que sean. El reino de los cielos es donde siempre hemos querido vivir, y donde, mediante la fe, podemos entrar en este mismo momento. Es el lugar con el que los profetas soñaron, y que todos los que aman a Dios buscan. En el reino, el espíritu de Dios día a día nos acompaña en nuestra vida, en nuestros sentimientos de amor, en lo que conseguimos a través del poder que fluye de la Fuente del Paraíso del amor eterno.

El reino de los cielos nos eleva por encima de esas vides colgantes de nuestro pasado que han tenido a nuestras almas atadas a la tierra acusándonos de culpa y pecado. El pasado ha perdido para siempre su poder sobre nosotros, porque sabemos que el Padre ha perdonado todos nuestros malos pasos y errores. Comenzamos de nuevo, y ya nada excepto nuestros temores y dudas nos puede retener.

Esta nueva vida no nos va a impedir que cometamos errores en el futuro, pero nos va a proporcionar el modo de reducirlos y superarlos. Nuestra búsqueda de la rectitud es, mediante esta nueva vida, un alivio en lugar de un peso, porque vivimos bajo la guía de Dios y compartimos cada momento con Él. El Padre, al dirigir su río de amor hacia nuestros corazones, nos inspira una fe que elimina cualquier obstáculo a causa del egoísmo y de la duda. Vivimos en el mundo del Padre y nos reconocemos como sus hijos.

Adquirimos esta nueva fe entregándonos al poder transformador de Dios y comprometiéndonos a vivir de acuerdo con lo que sabemos que es lo verdadero, lo mejor y lo correcto. Superamos todos los obstáculos y seguimos avanzando con la confianza puesta en la voluntad de Dios a medida que se revela en nosotros. Tenemos fuerzas para tener éxito en la realización de la voluntad del Padre.

Con la ayuda de Dios nos crecemos sobre las cosas que hemos dejado atrás, nos libramos de esos perniciosos hábitos de pensamientos a los que tan dependientes éramos. Su aparente atractivo ya no lo es ahora que hemos aprendido algo mejor. En las dificultades familiares, en las insatisfacciones personales, en la angustia, el precio que hay que pagar cuando nos encontramos fuera del reino de Dios es demasiado elevado. Nuestros miedos instintivos y nuestras dudas se desvanecen, se evaporan ante los rayos de amor de nuestro Padre. Nunca más tendremos dudas del reino ni pondremos en una balanza las ventajas o inconvenientes. Nos adentramos sin reservas en un camino que siempre había estado disponible para nosotros, pero que no se nos había hecho real hasta ahora.

En todo momento esperamos en el reino del Padre, sin saber lo que nos traerá, pero sabiendo que el Padre sólo nos traerá lo bueno.

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6 Y voló hacia mí uno de los serafines, trayendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas. 7 Tocando con él sobre mi boca, dijo: —He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa y limpio tu pecado. (Is 6,7)

Cuando llega la soberbia, llega también la deshonra; pero con los humildes está la sabiduría. (Pr 11,2)

Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, el vino se derrama y los odres se pierden; pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar. (Mc 2,22)

Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. (Mt 6,33)

Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. (Lc 14,33)

Decía además: “Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra.” (Mc 4,26)

Viéndolo Jesús, se indignó y les dijo: —Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. (Mc 10,14-15)

Buscad, más bien, el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas. (Lc 12,31)

Después me mostró un río limpio, de agua de vida resplandeciente como cristal, que fluía del trono de Dios y del Cordero. (Ap 22,1)

1 comentario:

  1. Que bueno es, Dios mio, habitar en tu morada. Por tu gran misericordia, permite que lo haga perseverando hasta el final.

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