viernes, 22 de octubre de 2010

DECIMOTERCER PASO: ADQUIRIR PERSPECTIVA

A medida que comenzamos nuestra ilimitada exploración de la creación de Dios, hemos llegado a valorar tanto los sucesos inevitables como las compensaciones que la vida nos ofrece.

Desde una perspectiva humana, muchas de las cosas que suceden en la vida nos pueden resultar injustas o trágicas: un accidente de tráfico, una carta inesperada; un mínimo giro en el caleidoscopio de la vida y todo cambia. Solo desde una amplia perspectiva espiritual, se es capaz de reconocer que Dios rige el mundo invisible que subyace y sostiene la creación física. Sin embargo, desde nuestra limitada perspectiva espiritual, los caminos de Dios pueden parecernos misteriosos por nuestra incapacidad de entender la verdadera naturaleza de los avatares de nuestra vida. No obstante, aceptaríamos éstos de mejor grado si comprendiésemos que es la mano de Dios la que hace o permite que todo suceda de la manera que sucede.

Nuestros momentos de aflicción no lo serían tanto si llegásemos a esta conclusión, y mucho menos cuando consideramos que nuestro Padre es capaz de transformar nuestro mayor dolor en nuestro mayor bien. Dios nos manda lo bueno y sólo permite aquello que nos hace daño o cuando sabe que hay algo o alguien que se interpone en el desarrollo de nuestras almas y cuando nuestro sufrimiento nos va a ayudar a construir un carácter con el temple del acero. Sí, es verdad que nuestro Padre no evita que suframos, pero soporta con nosotros, con su amorosa compañía, nuestra aflicción.

Efectivamente, Dios no desea la aflicción de sus hijos, pero sí permite que ocurran circunstancias dolorosas cuando necesitamos aprender una lección en la vida, haciendo que este dolor se transforme en un aprendizaje valioso para nuestras almas. Con su ayuda, incluso nuestras más lamentables experiencias se tornan beneficiosas porque las dota de valor espiritual y las incluye, olvidando nuestros errores, como parte del plan universal que ha diseñado para el desarrollo espiritual de la humanidad.

Algunas de las tragedias de la vida suceden a causa de circunstancias físicas que son inevitables en un planeta gobernado por leyes físicas establecidas, como en el caso de un alud que de forma repentina aplasta a un montañero. Las rocas ruedan cuesta abajo debido a la gravedad, una ley física establecida por Dios que arrastra siempre hacia abajo a cualquier objeto que esté en desequilibrio o sin apoyo. La muerte del montañero es una tragedia para él y para los que le amaban o dependían de él, pero la tragedia sería aún mayor si la causante fuese una fuerza caprichosa, a la que no se pudiese aplicar coherentemente ninguna ley. Si miramos este suceso desde otra perspectiva, el montañero, en uso de su libre voluntad, ha elegido escalar por una ruta peligrosa, porque, para poner en práctica nuestra completa, aunque relativa libertad de acción, el plan Dios ha dispuesto que estemos sin protección y en contacto con la realidad para poder crecer espiritualmente.

Otras tragedias sobrevienen como consecuencia de actos de maldad o de falta de consideración de unas personas respecto a otras. Dios permite que esto ocurra porque su respeto por la libre voluntad individual se aplica tanto al bien como al mal, y la auténtica libertad conlleva la posibilidad de equivocarse. Nuestro Padre desea que sus hijos e hijas amen y sirvan a sus semejantes voluntariamente, desde el corazón, y esto precisa de libertad para hacer lo contrario. Pero cuando aquéllos que han dedicado sus vidas a Él reciben algún daño, ya sea por causas físicas o por cualquiera otra causa, el Padre hace que las consecuencias de estos dolorosos sucesos o acciones de maldad se conviertan en un bien para ellos.

¿Quién puede concebir la majestad del Creador o adivinar su omnisciencia o su sabiduría? ¿Quién puede mejor que Él dar un propósito a nuestras vidas? ¿Qué ser de inteligencia es capaz de comprender mejor las causas y efectos que recorren edades y galaxias? El Padre de las luces vive todos los aspectos de su creación en un presente sin tiempo, sosteniendo y manteniendo la existencia de cada ser y cosa mediante la inaccesible sabiduría de su mente infinita. Ver la vida como la ve el Padre es verla en su auténtica dimensión, es descubrir su propósito en la confusa dispersión de los avatares diarios, es adquirir las fuerzas necesarias para vivir como si pudiésemos verle a Él, que es invisible.

El sol deja caer sus últimos rayos. Desde lo alto de una colina vemos cómo las calles de la ciudad se iluminan poco a poco. Muchos regresan a sus hogares en coche después de una agotadora jornada de trabajo. Tras los faros se adivinan distintas vidas, distintos problemas; algunos regresan con sus familias o con sus seres queridos, otros, a la soledad de sus hogares. Es imposible que comprendamos cómo Dios se relaciona de manera personal con cada una de estas personas, pero sabemos que lo hace. Dios vive de forma transcendente en su Paraíso, pero también en cada uno de estos corazones. Su llamada amorosa resuena como un eco por corredores solitarios, mientras su brazo sostiene al herido. Su majestuosidad estremece montañas gigantescas y sus ojos alcanzan a verlo todo. Él recorre el curso de los tiempos y nos encuentra donde quiera que estemos, y nos invita a ocupar el lugar que tiene para nosotros en su universo, un universo que se extiende de forma ilimitada. A medida que caminamos por la senda del espíritu, vamos aprendiendo más del propósito eterno de Dios, adquiriendo una perspectiva cósmica cada vez más amplia. Sentimos en nosotros el amor del Padre, y abrigamos una mayor seguridad de que su presencia está continuamente con nosotros.

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El Señor cumplirá su propósito en mí. Tu misericordia, Señor, es para siempre; ¡no desampares la obra de tus manos. (Sal 138,8)

Con él están el poder y la sabiduría; suyos son el que yerra y el que hace errar. (Job 12,16 )

Dios es grande, pero no desestima a nadie. Es poderosa la fuerza de su sabiduría. (Job 36,5)

Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. (Stg 3,17)

Si alguno me sirve, sígame; y donde yo esté, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre lo honrará. (Jn 12,26)

Por esta razón también oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder. (2 Ts 1,11)

Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (Ro 8,28)

Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor; (Mc 10,43)

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