lunes, 8 de noviembre de 2010

DECIMOCUARTO PASO: TENER FE

   Tenemos fe en que el plan de Dios dispuesto para nosotros es el mejor que hemos podido jamás imaginar, y que nuestra mayor alegría está en hacer su voluntad. Nos sentimos libres espiritualmente para admitir que nuestro Padre está detrás de todos los actos que acometemos con fe. 
La fe es la expresión de una ley universal que se basa en nuestra dependencia incondicional al  Soberano del universo y en su capacidad para realizar su voluntad en la tierra y en nuestras vidas sin límites ni obstáculos. Pero, ¿cómo podemos conocer la voluntad de Dios si tenemos que enfrentarnos día a día con tantas decisiones que tomar? ¿Cómo podemos estar seguros de hacer su voluntad o de sentir su guía divina en nuestras almas?
En este mundo existen pocas cosas de las que podamos estar bien seguros. Cuando encontramos una bifurcación en la carretera y no tenemos más remedio que elegir sin tardar uno de los dos caminos, debemos simplemente actuar, confiando en la guía de nuestro Padre. Si hemos pedido a Dios que nos dé sabiduría en una situación en particular, una vez que llega el momento de la decisión, no podemos quedar paralizados por miedo a errar.
Cuando hacemos la voluntad de Dios de la mejor manera que sabemos, tenemos derecho a actuar con decisión y fe, incluso si hay nubes en el horizonte que nos hagan sentir confusos. La duda y la indecisión pueden tener un efecto negativo en nuestra fe y puede hacer que una decisión, que de otra manera hubiese sido acertada, fracase. Cuando nos llegue el momento de decidir, podríamos decir,  “Padre, creo que este es el camino que tú deseas que yo tome, y a no ser que me digas lo contrario, voy a seguir adelante en esa dirección”.
Se construyen grandes barcos de pesca para buscar la pesca en alta mar, no para que se queden anclados en el puerto. Dios, de igual manera, nos coloca en la tierra para que participemos en las actividades diarias de la vida, y sufre al vernos amarrados al puerto por miedo a lo que el mar de la vida nos pueda deparar, cuando es para eso para lo que estamos aquí. Él desea que zarpemos en la confianza de que nos guiará por unas rutas que Él  ha trazado con su infinita sabiduría.
            Debemos tener confianza y tomar con fe las decisiones que tenemos que tomar, de otra manera, ¿dónde estaría la fe? Y no debemos preocuparnos porque, aunque nos equivoquemos, Dios corregirá cualquier error convirtiéndolo en un bien para nosotros. Cuando caminamos conforme a la verdad, a la bondad y al amor sublime, y nos conducimos de acuerdo con la guía de Dios como mejor sabemos, Él corregirá la senda que tomemos, por muy tortuosa que esta sea. El padre conoce nuestras limitaciones, nos acepta tal como somos y adapta sus planes de perfección para que se ajusten a las circunstancias de sus hijos aquí en la tierra, permitiéndonos así ser compañeros suyos en la realización de nuestro destino eterno.
Los actos de fe están siempre en armonía con la verdad, la belleza, la bondad y el amor, y cuando nos sintamos confundidos en cuanto a la guía del Padre, esos valores siempre nos indicarán cuál es su voluntad, porque es inconcebible que Dios nos lleve hacia algo que no sea ni verdadero ni bello ni bondadoso. Muchos de los problemas cotidianos carecen de una dimensión espiritual y, con frecuencia, debemos basar nuestra elección en el sentido común unido al consejo sensato de algún buen amigo o amiga. Pero, incluso en esos momentos, no debemos nunca desatender un cierto sentido de la guía de Dios, porque, como cualquier padre, a Él le preocupan hasta las pequeñas cosas de nuestra vida diaria y quiere que vivamos una vida feliz y fructífera, y, en especial, que nuestras almas avancen. 
La fe hace que el poder de Dios actúe en nuestras tareas diarias dándole un propósito divino. La fe no es simplemente la convicción de que Dios existe, sino de que Él actúa con su poder para ayudarnos a ganar las batallas de la vida. La fe desencadena la energía con la que podemos romper cualquier barrera, ganar a cualquier enemigo, vencer cualquier adicción, conquistar cualquier discapacidad e incluso cualquier tipo de miedo. La fe crea vínculos entre nuestros corazones y el Soberano del universo y nos desvela objetivos, propósitos y metas que nos otorgan la prerrogativa de recorrer el último trecho, después de que todas las cosas de la tierra fallan estrepitosamente. 
El Padre de las luces camina al lado de nuestra cabalgadura de sueños, abriendo veredas al puro de corazón. Dios concede la paz interior a aquéllos cuya fe está anclada en la roca de su soberanía, a aquellos que entienden que Él hace bien de todas las cosas. Ya sea nuestra vida larga o corta, la fe sostiene los grandes logros humanos e impulsa nuestras almas a la vida eterna, donde todavía mayores logros aguardan a los hijos e hijas de Dios. La fe es el proceso por el que llegamos a conocer al Hacedor. La fe resuelve los misterios, abre las puertas de las prisiones, explora cavernas profundas y salva a las almas atrapadas en la desesperanza o el desconsuelo. La fe enseña de las cosas del espíritu al que se inicia en éste; su red nos trae todas las cosas buenas cuando la echamos con valentía. La fe quita la ceguera del materialismo, pero nunca nos lo muestra todo, porque el Creador infinito, en quien depositamos nuestra fe, reside en un misterio insondable.
Por medio de nuestra fe, el Padre aquieta nuestros pensamientos dispersos, conforta nuestras almas e ilumina el camino del recto vivir hacia el reino del espíritu donde Dios ha preparado nuestro hogar eterno. La fe consuela al alma atribulada del hombre moderno y serena su mente en medio de los conflictos y tensiones de nuestra existencia. La fe abre nuestras almas a Dios, cuyo amor nos envuelve, desvelando aquello que es lo más valioso de la existencia humana,
Dios reúne las migajas de la fe y las multiplica llenando cestas y cestas. Él nos toma de su mano de pequeños cuando nos abate la confusión y nos devuelve ya adultos, como santos. Dios cuida del jardín de nuestra fe con sus mejores herramientas, con ojos vigilantes y dedos amorosos. Él hace girar el mundo para que la luz del sol nutra las hojas de este jardín de fe, y empuja las nubes para regarlo. Él busca en las raíces pocos profundas, vulnerables y jóvenes de nuestra fe y aparta las asfixiantes malas yerbas, y tala las ramas que crecen sin rumbo para que podamos, a su debido tiempo, ser árboles maduros.
Más allá nos aguarda ese viaje que nunca creíamos poder realizar. Pero el objeto de la fe nos mueve a lugares cada vez más elevados, lugares que todavía visualizamos con dificultad. El peregrino caminante ve a lo lejos, entre la alta cadena de montañas, todavía envuelta en la niebla, la colina que busca, pero no le importa el reto, sus fuertes pies siguen caminando. La fuente de la fe es sólo Dios, que es también el destino, el hogar al que viajamos y a quien veremos, con incluso mayor claridad, como nuestro Padre.

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Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que lo seguían: --De cierto os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Mt 8,10
Él les dijo: --¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. Mt 8,26
Él le dijo: --Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad. Mc 5,34
Por medio de él recibimos la gracia y el apostolado para conducir a todas las naciones a la obediencia de la fe por amor de su nombre. Ro 1,5
Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez en la fe; no la sabiduría de este mundo ni de los poderosos de este mundo, que perecen. 1 Co 2,6
Acerquémonos, pues, con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura. Heb 10,22
Mas el justo vivirá por fe; pero si retrocede, no agradará a mi alma. Heb 10,38
Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta e imitad su fe. Heb 13,7
Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. Stg 1,6
porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. 1 Jn 5,4

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