viernes, 17 de septiembre de 2010

EL PADRE UNIVERSAL

El Padre Universal es el Dios de toda la creación, la Primera Fuente y Centro de todas las cosas y de todos los seres. Pensad primero en Dios como creador, después como rector y por último como sostenedor infinito. La verdad sobre el Padre Universal comenzó a manifestarse a la humanidad cuando el profeta dijo: “Tú solo eres Dios(1); no hay semejante a ti (2). Tú has creado el cielo y el cielo de los cielos, con todos sus ejércitos; tú los preservas y mandas (3). Por el Hijo de Dios fue hecho el universo (4). El Creador se cubre de luz como de vestidura y extiende los cielos como una cortina” (5). Solamente el concepto del Padre Universal —un solo Dios en lugar de muchos dioses— permitió al hombre mortal comprender al Padre como creador divino y rector infinito.

No hay duda de que los innumerables planetas de nuestro universo se crearon para que con el tiempo los habitaran muy distintos tipos de criaturas inteligentes, de seres que pudieran conocer a Dios, recibir su afecto divino y amarle a su vez. El cielo de los cielos es la obra de Dios y la morada de sus diversas criaturas. “Dios creó los cielos y formó la tierra; estableció el universo y creó este mundo no en vano; para que fuese habitado lo formó” (6).

Debemos adorar al Padre Universal, al hacedor eterno y sostenedor infinito de toda la creación. Todos tenemos ante nosotros un largo, largo viaje al Paraíso, un fascinante afán, la aventura eterna de llegar a Dios Padre. La meta trascendente de los hijos del tiempo consiste en encontrar al Dios eterno, comprender su naturaleza divina y reconocer al Padre Universal. Las criaturas conocedoras de Dios debemos poseer una única aspiración suprema, un único ardiente deseo: llegar a ser, en nuestras propias esferas, como él es en su Paraíso de perfección personal y en su esfera universal de suprema rectitud. Del Padre Universal que habita la eternidad (7) surge un mandato supremo: “Sed vosotros perfectos, como yo soy perfecto” (8). Esta recomendación divina es llevada con amor y misericordia a través de los tiempos y del universo, hasta alcanzar a las modestas criaturas de la tierra.

Este dictado magnífico y universal por alcanzar con ahínco la perfección divina es la razón primera, y debe ser la más sublime aspiración, de cualquiera de las criaturas del Dios de perfección. Esta oportunidad de alcanzar la perfección divina constituye el destino último y seguro del eterno progreso espiritual de todo hombre.

Los mortales tenemos escasas esperanzas de ser perfectos en el sentido infinito, pero es enteramente posible para nosotros, los seres humanos, comenzando como lo hacemos en este planeta, alcanzar la meta celestial y divina que el Dios infinito ha dispuesto para todos los hombres y mujeres; y cuando por fin consigamos este destino, estaremos, en todo lo que constituye realización propia y consecución mental, tan pletóricos en nuestra esfera de perfección divina como Dios mismo lo está en su esfera de infinitud y eternidad. Quizás tal perfección no sea universal en el sentido material ni ilimitada en alcance intelectual ni final en vivencia espiritual, pero es final y completa en todos los aspectos finitos de la voluntad divina, del estímulo hacia la perfección del ser personal y de la conciencia de Dios.

Ese es el auténtico significado de ese mandato divino, “Sed vosotros perfectos, como yo soy perfecto”, que por siempre alienta al hombre mortal y lo atrae interiormente hacia ese afán fascinante y perdurable por alcanzar niveles cada vez más elevados de valores espirituales auténticos. Esta búsqueda sublime del Dios del universo debe constituir la aventura suprema de todos los habitantes de nuestro mundo.

CITAS BÍBLICAS
1. 2 R 19,15; Neh 9,6; Is 37,16.

2. Dt 4,35,39, 6,4; 1 S 2,02; 2 S, 22; 1 R 17,20 ; 2 R 19,19; Neh 9,6; Sal 86,10; 121,2; 134,3; Ec 36,5; Is 37,16; 44,6,8; 45,5-6,21; Mc 12,29,32; Jn 17,3; Ro 3,30; 1 Co 8,4-6; Gál 3,20; Ef 4,6; 1 Ti 2,5; Stg 2,19.
3. Gn 1, 1; 2,4; Ex 20, 11; 31,17; 2 R 19,15; 2 Cr 2,12; Neh 9,6: Sal 115,15-16; 124,8; 146,6; Is 12,18; 37,16; 40,28; 45,5; Jer 10,11-12; 32,17; 51,15-16; Hch 4,24; 14,15; Col 1,16; Ap 14,11; 6; 14,7.
4. Sal 33,6; 115,16; Is 45,18; Jn 1,1-3; He 1,2.
5. Sal 104, 2.
6. Sal 115, 16; Is 45, 1.
7. 2 Ed 8, 20; Is 57,15.
8. Gn 17,1; Lv 19, 2; Dt 18,13; 1 R 8,61; Mt 5,48; 2 Co 13,11; Stg 1,4; 1 P 1,16; 1 R 8,61.



domingo, 12 de septiembre de 2010

UNDÉCIMO PASO. CONSEGUIR UN EQUILIBRIO ENTRE LO FÍSICO Y LO ESPIRITUAL


A medida que Dios nos otorgaba poder para cambiar nuestras metas materiales por las espirituales, hemos vivido muchos conflictos, pero estamos ya consiguiendo un mejor equilibrio entre las necesidades que tenemos como seres humanos y nuestra vida espiritual.

Este paso tiene que ver con la reconciliación entre un total compromiso interior y las exigencias de la vida diaria, equilibrando lo que es bueno para nosotros con lo que es bueno para los otros. ¿Es posible vivir en este mundo y, sin embargo, como Jesús dijo, no ser de este mundo? ¿Cómo podemos obrar en el espíritu cuando somos cada momento rehenes de la carne y de la sangre? ¿Cómo podemos resistirnos a no sentir ira, lujuria, codicia y egoísmo cuando el instinto de conservación, inculcado en nosotros por ese mismo Creador, nos impulsa a reaccionar de esa manera? ¿Es compatible vivir a la manera desinteresada del Maestro y tener un sentido práctico de la vida, e incluso triunfar en ésta? Nuestros instintos sirven para perpetuar la especie y nos mantienen vivos en un mundo a menudo cruel, pero, ¿cómo podemos reconciliar estos impulsos innatos con los opuestos, es decir, con los consejos de Jesús para que demos nuestras capas, caminemos una segunda milla y salvemos nuestras vidas perdiéndolas?

A los ojos de Dios, todos tenemos unos derechos como personas, y Él no desea que nuestros semejantes ejerzan un total dominio de nuestro tiempo y de nuestras energías. El Padre nos ha creado tal como somos, y en tanto no comprometamos nuestra lealtad espiritual, Él nos apoya en esos deseos de éxito y de satisfacción tan humanos. Dios nos ha dado los apetitos físicos y los deseos, y de la misma manera que no hay nada malo con el agua a no ser que nos ahoguemos en ella, no hay ningún mal intrínseco en estos impulsos humanos.

La nueva vida se vive en el mismo mundo igual que la vieja, y los que buscan el espíritu deben adaptarse a las condiciones del vivir diario. Si descuidáramos nuestro propio bienestar, si nadie nos cuidara, moriríamos rápidamente de hambre o por las inclemencias del tiempo. Si continuamos viviendo sólo para nosotros como hicimos en la vieja vida, ¿qué diferencia hay con la vida a la que hemos renacido? Al haber renacido espiritualmente como hijos e hijas, no debemos tomar por ninguno de estos extremos, sino dejarnos guiar por el sentido común y la sensatez que Dios nos ha otorgado. Dios no nos solicita ni espera que ignoremos nuestro bienestar personal; su deseo es que subordinemos de manera desinteresada nuestros intereses a los de los demás, recordando que Él conoce nuestras necesidades personales, y confiando en Él para que nos la provea.

Nuestro Padre es bien consciente de la difícil transición por la que todos debemos pasar para adaptarnos a la nueva vida en el espíritu, y Él guiará sin percances a las almas dedicadas a su cuidado. Dios puede armonizar las necesidades de nuestros cuerpos con los deseos de nuestras almas y sólo pide nuestra cooperación para que la transición sea positiva y fructífera.

Habiendo cruzado las puertas del reino, la batalla más importante se ha ganado, pero debemos conservar nuestro sentido común y sensatez para evitar ataques por la retaguardia, por un lado, de un materialismo exacerbado, y, por otro, de un fanatismo pseudoespiritual falto de madurez. Tampoco debemos desanimarnos cuando en nuestra mente aparecen inesperados e indeseables huéspedes como la venganza, la ira o los celos. Sólo el tiempo puede borrar una huella tan profunda y perniciosamente marcada, pero ahora que el espíritu de Dios tiene su trono en nuestros corazones, podemos esperar pacientemente a que nos transforme a su semejanza. Es posible que nuestras dificultades emocionales no desaparezcan de momento, pero la ansiedad con respecto al estado de nuestras almas sólo conseguirá que la herida que cicatrizaba se vuelva a abrir.

El mundo espiritual es tan real como el físico. El mundo físico nos facilita un aprendizaje que nunca más encontraremos en nuestra vida de ascenso por las muchas moradas del universo del Padre. Las necesidades del cuerpo en cuanto a alimentos, refugio y ropa no son menos reales que las que tiene el alma de fe, esperanza y amor. Vivimos nuestros ideales en el escenario de este mundo físico que contiene un entramado de circunstancias, a menudo asociadas de forma incongruente, de personas y cosas, incluyéndonos a nosotros. Las persistentes exigencias del mundo físico hacen que pongamos a prueba nuestros propósitos espirituales, impidiendo que se conviertan en meras abstracciones o fantasías.

En este mundo, debemos saber acomodar, equilibrar y reconciliar las diversas fuerzas e intereses en disputa de la mejor manera que sepamos, y es raro que encontremos de forma inmediata la solución perfecta para estos complejos problemas. La perfección es nuestra meta, pero no se puede conseguir en este mundo. El Padre tiene todo esto en cuenta, y no debemos recriminarnos con pensamientos de fracaso porque dificultaríamos su acción en nosotros. Nuestro barco ha zarpado hacia las inexploradas aguas de nuestro camino espiritual, y el Poder que pone al universo en movimiento puede y hará por nosotros lo que es humanamente imposible hacer.

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No te dejes llevar de tus pasiones; domina tus deseos. (Eclo 18,30)

El odio provoca peleas, pero el amor perdona todas las faltas. (Pr 10,12)

4 Señor, Padre y Dios de mi vida, no me permitas ser altanero 5 y aparta de mí los malos deseos. (Eclo 23,5)

3 El malvado se jacta de sus propios deseos; el ambicioso maldice y desprecia al Señor. 4 Levanta insolente la nariz, y dice: “No hay Dios. No hay quien me pida cuentas.” (Sal 10,3)

Nunca hables de tomar venganza; confía en el Señor y él te dará el triunfo. (Pr 20,22)

En cambio, los que quieren hacerse ricos no resisten la prueba, y caen en la trampa de muchos deseos insensatos y perjudiciales que hunden a los hombres en la ruina… (1 Ti 6,9)

Esa bondad de Dios nos enseña a dejar la maldad y los deseos mundanos y a llevar en este mundo una vida de moderación, rectitud y devoción a Dios. (Tit 2,12)

Queridos hermanos, os ruego, como a extranjeros de paso por este mundo, que no deis lugar a los deseos humanos que luchan contra el alma. ( 1 P 2,11)

para vivir el resto de su vida conforme a la voluntad de Dios y no conforme a los deseos humanos. (1 P 4,2)

El que cumple la ley domina sus instintos; honrar al Señor lleva a la sabiduría. (Eclo 21,11)

Hermanos, habéis sido llamados a ser libres. Pero no uséis esta libertad para dar rienda suelta a vuestros instintos. Más bien servíos por amor los unos a los otros. (Gl 5,13)

porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. (1 Jn 5,4)

38 »Oísteis que fue dicho: “Ojo por ojo y diente por diente”. 39 Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; 40 al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; 41 a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos y 42 Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo niegues. (Mt 5, 38-42)