martes, 4 de enero de 2011

DECIMOSEXTO PASO: PROFUNDIZAR EN LA COMUNIÓN CON NUESTROS SEMEJANTES

Estamos compartiendo nuestra vida espiritual más plenamente con los demás y nos sentimos más unidos a ellos en la amistad. Cada vez más apreciamos y respetamos a los demás, cada vez más  confiamos en ellos y contamos con ellos.
La confianza ha de crecer si queremos que florezca la amistad; una confianza que sólo brota cuando vamos poco a poco descubriendo nuestro yo interior a los demás. Nunca podrán saber los demás quiénes somos realmente ni lo que de verdad nos preocupa si no nos abrimos a ellos.  Algunos de nosotros guarda su yo interior en una cámara acorazada, hermética e impenetrable, para que ni nuestra soledad ni el miedo que sentimos por dentro sean perceptibles. Nuestro yo parece refugiarse en la oscuridad de su refugio incapaz de encontrar una salida a la luz.
            El fingimiento, con sus lóbregas paredes, crece cuando nos encerramos en nosotros mismos. Son las palabras amigas las únicas que nos pueden ayudar a escapar de la oscuridad y hacernos volver a la realidad, a la salud de nuestro ser. Es la sonrisa amiga la que nos hace distanciarnos de nuestras flaquezas, de nuestros errores. Si nos escondemos ante aquellos que nos aman, no viviremos sino una mentira y correremos el riesgo de perder la salud, la cordura y la felicidad. Confiar en los amigos y compartir con ellos nuestros sentimientos más íntimos nos va a aliviar el peso que sentimos en nuestras almas y que nos ha llevado casi al derrumbe de nuestro ser. Sólo oír sus palabras, su trato de comprensión, hace que no nos sintamos tan solos, que nuestro fingimiento termine y que nos abramos a ellos consolados.
El cariño que sin condiciones sienten por nosotros va a hacer que sean directos en sus consejos porque lo que buscan es nuestro bienestar. Nada de lo que hagamos podrá hacer desaparecer ese amor que nos profesan. ¿Es que vamos a  renunciar a confiar en nuestros amigos? ¿Es que vamos a enfrentarnos solos al terror de la noche cuando sólo desnudar nuestras almas podrá hacernos sentir menos avergonzados y recoger los frutos que la vida nos promete? ¿Es que vamos a permitir que la falta de sinceridad impida la curación de nuestro yo? Nuestros amigos ven desde fuera nuestros corazones como si estuvieran entre viejos barrotes oxidados, y a menudo se preguntan por qué nos ocultamos tras éstos. Cuando comenzamos a confiar en ellos y les mostramos aquello que más odiamos de nosotros mismos, nuestros secretos más íntimos adquieren una nueva perspectiva, una nueva morada. Es posible que con las viejas piedras de nuestro jardín podamos construir un sendero hasta el jardín de nuestros amigos para que las flores del nuestro puedan recibir de su preciada agua. 
Los amigos nos apoyan cuando desconocemos el camino a seguir, cuando en nuestro cielo quedan restos de sueños rotos. Cuando nos amanece demasiado pronto o no llega nunca la tarde, cuando vemos avecinarse las garras de un águila al nido donde tenemos a nuestros pequeños, y no queremos huir, la presencia de un amigo disminuye nuestro miedo como disminuye la fresca lluvia la sequedad de la tierra. Tenemos cerca a nuestros amigos en momentos de adversidad. Ellos nos salvan de la soledad, nos abrazan con su amor, comparten nuestra alegría y nos fortalecen en la batalla que hemos de luchar día a día. Nos sentimos más seguros y fuertes cuando están cerca, porque si el enemigo llega a romper los muros de nuestra fortaleza, estarán con nosotros en la lucha, codo con codo.
El aislamiento es doloroso; no importa lo cerca que estemos de Dios. El aislamiento que se refugia en unas relaciones superficiales, se torna más real. Sin amigos, incluso en una habitación llena de gente, nos encontraremos sin esperanza, indefensos y abatidos. Se sirve con otros en el reino del Padre;  nunca es el reino una vivencia solitaria. Encontramos las tan necesarias fuerzas en el hecho de saber que nuestros amigos se preocupan por nosotros y que nunca traicionarán nuestra confianza. Juntos compartimos el camino de la vida y trabajamos para conseguir las metas que nos vamos trazando.
Los estrechos desfiladeros de nuestras mentes están poblados de rocas deslizantes, sueltas por los temblores que las sacuden desde las profundidades. Comienza a salir polvo como si las rocas estuvieran a punto de ocasionar un gran alud; un polvo de muerte oscurece el cielo a nuestro alrededor. Pero se abre, de momento, una gran grieta entre las rocas, ¿hemos encontrado una salida? Esta entrada en la roca nos lleva a mayor profundidad. Cada vez sentimos más terror, pero no hay vuelta atrás, tenemos que seguir caminando en medio de una extraña oscuridad. Nos duelen las rodillas de los golpes que damos al caminar a tientas por la gruta. Escuchamos de repente el tenue deslizarse del agua y comenzamos a caminar en esa dirección. Nos acercamos. El agua suena cada vez con más fuerzas; ya comenzamos a sentir algunas gotas en las mejillas. Con el agua ya cubriéndonos hasta el pecho, nos dejamos llevar por la débil corriente hacia una tenue luz que divisamos.
Cansados, con el agua ya cubriéndonos por completo, nos sumergimos sin saber lo que nos espera y comenzamos a dirigirnos hacia esa luz. Casi inconsciente por los golpes que nos damos con las rocas del túnel y sin aire ya en los pulmones, nos acurrucamos en forma fetal, la corriente nos arrastra cada vez más. De momento, nos damos cuenta de que se ha formado una cascada que cae a un lago de aguas cristalinas, un lago rodeado de montañas desconocidas cubiertas de vegetación. Ante nosotros, hay un camino excavado en la piedra que nos lleva hasta un verde valle. No sabemos dónde estamos, pero seguimos caminando hasta que por fin, ante nuestros ojos se divisa, en un campo bañado por el sol, la ciudad de nuestros sueños, rodeada con muros de cristal y un gran foso de protección. Aquel es nuestro hogar. Un puente levadizo sujeto por relucientes cadenas baja para que entremos, libres ya de todo temor.
El Maestro mandó a sus seguidores de dos en dos para que no se sintieran desalentados por la soledad. Sus mejores amigos estaban entre aquellos que amaban a Dios, entre aquellos que estaban dedicados a cumplir con unos propósitos que venían de lo alto, de más allá de las nubes y a buscar sus sueños sin importarles el riesgo. De dos en dos somos más fuertes, como dos al cuadrado, somos más capaces de soportar la dureza de la vida. De dos en dos hacemos la voluntad del Padre y encontramos su hogar tras las lejanas zarzas de los campos. Nos necesitamos los unos a los otros, porque Él vive no solamente en nuestros corazones, sino en la mirada de nuestro hermano. La amistad en la tierra revela a Dios y la vida en los mundos celestiales.
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En todo tiempo ama el amigo y es como un hermano en tiempo de angustia. (Pr 17,17)
18 Como el que enloquecido arroja llamas, saetas y muerte, 19 tal es el hombre que engaña a su amigo y luego dice: «¡Solo ha sido una broma!». (Pr 26,18-19)     
Los aceites y perfumes alegran el corazón, y el cordial consejo del amigo, al hombre. (Pr 27,9)
No dejes a tu amigo ni al amigo de tu padre, ni vayas a la casa de tu hermano en el día de tu aflicción: mejor es un vecino cerca que un hermano lejos. (Pr 27,10)
Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham, mi amigo. (Is 41,8)
--No puede el hombre recibir nada a menos que le sea dado del cielo. 28 Vosotros mismos me sois testigos de que dije: “Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él”. 29 El que tiene a la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo, el que está a su lado y lo oye, se goza grandemente de la voz del esposo. Por eso, mi gozo está completo. 30 Es necesario que él crezca, y que yo disminuya. (Jn 3,27-30)
Dicho esto, agregó: --Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo. (Jn 11,11)

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