miércoles, 2 de febrero de 2011

ANTE LA IMPACIENCIA Y EL ESTANCAMIENTO ESPIRITUAL

La persona impaciente se enoja porque el árbol no da frutos antes de la estación debida. El impaciente supone que Dios no está actuando lo suficientemente rápido, que nosotros sus criaturas, comprendemos los acontecimientos a nuestro alrededor mejor que el Creador en quien vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.

Aquellos que hacen las cosas antes de su debido tiempo fracasan en sus esfuerzos porque aún no se han dado las condiciones que los llevaría al éxito. Cuando actuamos en la fe, sin embargo, cooperamos con el tiempo marcado por nuestro omnisapiente Padre y nos serenamos porque renunciamos a aquellas cosas sobre las que no tenemos control. De esta manera, nos liberamos de algunas de las tan pesadas cargas terrenales, y nos encontraremos libres para entregarnos a las tareas que únicamente nos correspondan; también cesaremos de hacer planes personales para las vidas de otros puesto que debemos amar a nuestros hermanos y no presionarlos para que actúen de forma contraria a su libre voluntad.

La impaciencia evidencia una falta de sumisión a la voluntad del Padre. La persona impaciente tiene su propio plan, que parece ser superior al de Dios. Incluso más perniciosamente, en la impaciencia se intentan tomar atajos, hacer cosas a nuestra manera en lugar de a la manera de Dios. Pero todo este esfuerzo apresurado se convierte en nada porque aún no se han dado todas las circunstancias necesarias para el éxito. El tiempo marcado por el Padre es supremo, y aparte de éste nada acontece de verdadero valor. Dios provee el poder y el modelo que hacen posible el logro perdurable.

Pero mientras que la impaciencia incita a una acción descompasada, el estancamiento, el miedo a vivir, no incita a ninguna. El estancamiento conlleva el rutinario sentimiento de estar aprisionados en una forma de vida improductiva. Persistimos en este estado tan inútil y monótono por miedo a que incluso si lo intentáramos, fracasaríamos en sacar algo de nosotros mismos, y que si, por casualidad, tuviéramos éxito, la vida fuera de la rutina sería probablemente peor. La cura del estancamiento es la oración para saber la voluntad de Dios, y luego la acción enérgica, dedicada, enraizada en la confianza de que Dios manifestará su perfecta voluntad en nosotros, mediante nosotros y para con nosotros.

El agua se estanca cuando no se mueve. De igual manera el anquilosamiento espiritual sucede cuando no nos atrevemos a arriesgarnos por nuestros ideales más elevados en cuanto al plan de Dios para nuestras vidas. El estancamiento y la impaciencia son dos polos opuestos dentro de un problema común de falta de sumisión al plan del Padre. Hay momentos en los que tenemos que esperar y momentos en los que tenemos que actuar, y los que siguen el espíritu de Dios saben de la guía que les lleva a actuar en el momento adecuado. La adoración y el servicio nos une al corazón de Dios, nos proporciona la energía espiritual necesaria para tomar una acción decisiva y nos hace progresivamente más eficaces en los ámbitos de servicio a los que somos llamados.

El estancamiento espiritual proviene de nuestra negativa para buscar la verdad espiritual y a brindarles a los demás la que hemos recibido. Los que están dedicados al servicio no pueden nunca estancarse, porque el Padre los conduce por caminos de preciados retos en los que su amor pueda revelarse. Puede que aquellos hartos de las cosas de este mundo eviten el estancamiento mediante la frenética y siempre variable procesión de tareas que consideramos inútiles; sin embargo, cuando se sirve a Dios, incluso la labor más común es santa y sagrada.

El estancamiento deja notar la ausencia de retos, lo que delata, en cambio, la falta de un nexo espiritual y vivo con Dios, que continuamente nos mueve en los ámbitos superiores de servicio. Debemos pues someternos a la voluntad del Padre y hacer que sus planes sean los nuestros en cada circunstancia, confiando en su sabiduría y bondad porque fuera de Él no somos nada.

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El plan de Dios permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón, por todas las generaciones. (Sal 33,11)

¿Cuál es mi fuerza para seguir esperando? ¿Cuál es mi fin para seguir teniendo paciencia. (Job 6,11)

Yo soy Dios… que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: “Mi plan permanecerá y haré todo lo que quiero; (Is 46,10)

3 Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; 4 y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; 5 y la esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. (Ro 5,3-5)

Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. (Ro 15,4)

Y el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús… (Ro 15,5)

Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe… (Gl 5,22)

Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, obtendréis fortaleza y paciencia… (Col 1,11)

Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas. (Lc 21,19)

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