sábado, 9 de abril de 2011

“AL PASAR JESÚS”

Jesús contagiaba su alegría por donde pasaba. Irradiaba bondad y verdad. Sus discípulos no dejaron nunca de maravillarse por la dulzura de sus palabras. Se puede ser gentil con los demás, pero la dulzura que Jesús transmitía era el aroma de un alma llena de amor. Se puede ser bondadoso, pero cuando a la bondad le falta ternura no resulta atractiva, y la bondad de Jesús era tierna, amorosa y, por tanto, atractiva al que le veía pasar

Jesús en verdad comprendía el corazón del hombre, y era por ello por lo que expresaba una comprensión verdadera al mismo tiempo que mostraba una compasión sincera. Rara vez sentía lástima. Y mientras que su compasión no tenía límites, su comprensión era práctica y constructiva. Nunca fue indiferente al sufrimiento humano y era capaz de ayudar a las almas afligidas sin necesidad de que sintieran lástima de sí mismas. Jesús tenía la facultad de amar a todos con los que se encontraba. Amaba a cada hombre, a cada mujer y a cada niño. Su amistad era auténtica porque leía el corazón y la mente de los hombres. Jesus nos observaba de forma penetrante porque sentía un inmenso interés por el ser humano. Sabia comprender las necesidades humanas y darse cuenta de sus anhelos.

Jesús nunca iba con prisas. Disponía siempre de tiempo para reconfortar a quienes les veían pasar. Procuraba siempre que todo el que estaba con él se sintiera bien. Sabía oír. Nunca intentaba explorar de manera indiscreta el alma de sus seguidores. Cuando confortaba a las almas sedientas, los que sentían su misericordia no tenían la sensación de estar confesándose, sino más bien de estar conversando con él. Tenían una ilimitada confianza en él porque veían que él tenía a su vez fe en ellos. Jesús no pretendía dirigir las vidas de los que le acompañaban, sino que les hacía tener una mayor confianza en sí mismos y ser incluso más valientes. Cuando sonreía a alguien, la persona sentía una mayor capacidad para hacer frente a los problemas que pudieran afligirle.

Jesús amaba tanto a los hombres y con tanta sabiduría, que no dudaba nunca en reprenderles cuando las circunstancias lo requerían. Para ayudar a una persona, con frecuencia comenzaba por pedirle ayuda. Así suscitaba su interés y descubría lo mejor que posee la naturaleza humana. El Maestro sabía discernir la fe salvadora en la superstición de la mujer que buscaba la curación simplemente con el borde de su manto. No le importaba interrumpir un sermón o hacer esperar a una multitud mientras atendía las necesidades de una sola persona o incluso de un niño pequeño. Con Jesús sucedían grandes cosas no solamente porque la gente tenía fe en Jesús, sino también porque Jesús tenía fe en ellos. Y estas grandes cosas parecían suceder por casualidad, “al pasar”.

El ministerio en la tierra del Maestro tenía poco de premeditación. Concedía la salud y sembraba la alegría con naturalidad y gentileza mientras caminaba por la vida. Era literalmente cierto que iba de un lado a otro “haciendo el bien”. Jesús enseñó a sus seguidores y nos enseña ahora a nosotros a ayudar a los demás “al pasar”, a hacer el bien de forma desinteresada mientras atendemos a nuestras obligaciones diarias.

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