domingo, 19 de junio de 2011

ENSEÑANZAS QUE NOS ENRIQUECEN: LA MORAL, LA VIRTUD Y EL SER PERSONAL

La inteligencia por sí sola no puede explicar la naturaleza moral. La moralidad, la virtud, es inmanente al ser personal humano. La intuición moral, la cognición del deber, es un componente de la dote de la mente humana y está vinculada con otros elementos inalienables de la naturaleza humana: la curiosidad científica y la percepción espiritual. La mentalidad del hombre trasciende en mucho la de los animales con los que está emparentado, pero es su naturaleza moral y religiosa la que le distingue del mundo animal.

La respuesta selectiva de un animal se limita al nivel motor de la conducta. La supuesta percepción de los animales más elevados está en un nivel motor y generalmente aparece tan sólo después de la experiencia motora de la prueba y el error. El hombre es capaz de ejercer una percepción científica, moral y espiritual con anterioridad a cualquier exploración o experimentación.
Tan sólo un ser personal puede reconocer lo que hace antes de hacerlo; tan sólo los seres personales poseen el conocimiento previo a la experiencia. Un ser personal puede observar antes de saltar y puede por tanto aprender de la observación al igual que de la acción de saltar. Un animal no personal generalmente aprende sólo saltando.
Como resultado de la experiencia, un animal puede examinar las diferentes formas de conseguir una meta y de optar por un enfoque basado en la experiencia acumulada. Pero un ser personal también puede examinar la meta misma y juzgar su importancia, su valor. La inteligencia por sí sola puede discernir la mejor manera de conseguir fines indiscriminados, pero un ser moral posee la percepción que le permite discernir entre los fines al igual que entre los medios. Y un ser moral, al optar por la virtud, es sin embargo inteligente. Él sabe lo que hace, por qué lo hace, adónde va y cómo va a llegar a allí.
Cuando el hombre no consigue discernir los objetivos de sus luchas terrenales, se encuentra obrando en el nivel animal de la existencia. No ha conseguido aprovechar sus ventajas superiores de esa perspicacia material, discernimiento moral y  percepción espiritual que son parte integral de su dote de mente cósmica como ser personal.
La virtud es rectitud: conformidad con el cosmos. Nombrar las virtudes no quiere decir definirlas, pero vivirlas es conocerlas. La virtud no es mero conocimiento ni siquiera sabiduría sino más bien la realidad de la vivencia progresiva de poder lograr niveles ascendentes de alcance cósmico. En la vida diaria del hombre mortal, la virtud se realiza como la elección uniforme del bien sobre el mal, y dicha capacidad de elección es prueba de la posesión de una naturaleza moral.
La elección del hombre entre el bien y el mal está influida, no solamente por la conciencia de su naturaleza moral, sino también por influencias como la ignorancia, la inmadurez y la ilusión. El sentido de la proporción también tiene parte en el ejercicio de la virtud porque el mal puede producirse cuando se elige lo  menor en lugar de lo mayor como resultado de la distorsión o del engaño. El arte de la valoración relativa o de la evaluación comparativa entra en la práctica de las virtudes del ámbito moral.
La naturaleza moral del hombre sería impotente sin el arte de la evaluación, del discernimiento englobado en su capacidad de estudiar los contenidos de las cosas. Del mismo modo, la elección moral sería inútil sin la percepción cósmica que produce la conciencia de los valores espirituales. Desde el punto de vista de la inteligencia, el hombre asciende al nivel de un ser moral porque está dotado de la cualidad del ser personal.
La moralidad nunca se puede promover ni por la ley ni por la fuerza. Es un asunto de libre elección personal que debe diseminarse mediante el contagio por contacto de las personas moralmente atrayentes con aquellas que reaccionan con menos moralidad, pero que también tienen en cierta medida el deseo de hacer la voluntad del Padre.
Las acciones morales constituyen aquellas actuaciones humanas que se caracterizan por la inteligencia más elevada, se dirigen mediante un discernimiento selectivo en la elección de los fines superiores al igual que en la elección de los medios morales para conseguir esos fines. Esta conducta obra en la virtud. La virtud suprema, por tanto, es elegir de todo corazón hacer la voluntad del Padre en los cielos. 

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