jueves, 1 de septiembre de 2011

LA MISERICORDIA DIVINA

        
La misericordia es sencillamente la justicia atenuada por esa sabiduría que nace de la perfección del conocimiento y del pleno reconocimiento de la debilidad natural y de los impedimentos ambientales de las criaturas finitas. “Nuestro Dios es compasivo, clemente, lento para la ira y pleno en misericordia (1)”. Por tanto “todo aquel que invocare al Señor, será salvo” (2), “el cual será amplio en perdonar” (3). “La misericordia del Señor dura desde la eternidad hasta la eternidad” (4); sí, “es eterna su misericordia” (5). “Yo soy el Señor, que ejerzo misericordia, juicio y rectitud en la tierra, porque en estas cosas me complazco” (6). “No aflijo voluntariamente ni entristezco a los hijos de los hombres” (7), porque yo soy “Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (8).
Dios es bondadoso en esencia, compasivo por naturaleza y misericordioso en perpetuidad, y nunca es necesario influir en el Padre para suscitar su benevolencia. La necesidad de la criatura es en sí misma totalmente suficiente para asegurar el fluir pleno de su tierna misericordia y de su gracia salvadora. Puesto que Dios conoce todo acerca de sus hijos, le resulta fácil perdonar. Y cuanto mejor entienda el hombre a su prójimo, tanto más fácil le resultará perdonarlo e incluso amarlo.
Solamente mediante el discernimiento de su sabiduría infinita puede el Dios de rectitud proveer, al mismo tiempo y en cualquier situación que se presente en el universo, justicia y misericordia. El Padre celestial no se debate en actitudes opuestas hacia sus hijos del universo; Dios nunca experimenta antagonismos en su actitud. Dios, con su omnisciencia, pone en acción su libre voluntad y elige, de forma indefectible, la conducta universal que satisface de forma perfecta, simultánea y por igual las exigencias de todos sus atributos divinos y de las cualidades infinitas de su naturaleza eterna.
La misericordia es el resultado natural e inevitable de la bondad y del amor. Por su naturaleza bondadosa, el Padre amoroso jamás negaría el sabio ministerio de su misericordia a miembro alguno de cualquier grupo de sus hijos del universo. Juntas la justicia eterna y la misericordia divina constituyen lo que se denominaría ecuanimidad en la experiencia humana.
La misericordia divina representa de por sí un modo equitativo de realizar el ajuste entre los niveles universales de perfección e imperfección. La misericordia es la justicia de la Supremacía adaptada a las situaciones de lo finito en evolución, es la rectitud de la eternidad modificada para atender a los hijos del tiempo en sus más sublimes intereses y en su bienestar en el universo. La misericordia no contraviene a la justicia, sino que es más bien una benévola interpretación de las exigencias de la justicia suprema al aplicarse con equidad a todos los seres ya sean espirituales o mortales. La misericordia es la justicia que parte de la Trinidad del Paraíso en visitación, sabia y amorosa, a las múltiples inteligencias de las creaciones del tiempo y del espacio, y se origina en la sabiduría divina, y se determina en la mente omnisapiente y en la voluntad libre y soberana del Padre Universal.
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  1) Sal 86,15; 145,8. 
  2) Sal 50,15; Jl 2; 32; Zac 13,9; Hch 2,21; Ro  10,13. 
  3) Is 55,7.  
  4) Sal  103, 17; 100, 05; Is  54:8.  
  5) 1 Cr 16, 34,41; 2  Cr 5, 13; 2  Cr 7, 3,6; Sal  107, 1; 118,1,4; 136,1,26.
  6) Jer 9,24. 
  7) Lm 3,33. 
  8) 2 Co 1,3. 


 

¿CÓMO VIVIÓ JESÚS?

Vivió en medio de la tensión y de la tempestad, pero nunca vaciló. Sus enemigos le tendieron trampas contínuamente, pero nunca lograron hacerle caer. Los sabios y los eruditos intentaron ponerle obstáculos, pero no tropezó.