sábado, 9 de junio de 2012

LA NATURALEZA POSITIVA DE LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS


 Sin duda, Jesús enseñaría a sus apóstoles acerca de la naturaleza positiva del evangelio del reino y les diría que buscasen en las Escrituras verdades eternas y bellas que alimentasen su espíritu. Y hay pasajes que nos llevan a esto:

“Crea en mi oh Dios un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí”. (Sal 51,10)
“El Señor es mi pastor; nada me faltará.”  (Sal 23)
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.  (Mc 12, 29-31)
Porque yo soy el SEÑOR tu Dios, que sostiene tu diestra, que te dice: ``No temas, yo te ayudaré. (Is 41,13)
No alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.  (Is 2,3)

Jesús usaría lo mejor de las Escrituras hebreas para instruir a sus discípulos y para guiarlos en las enseñanzas del nuevo evangelio del reino. Otras religiones habían sugerido la idea de que Dios estaba cerca del hombre, pero Jesús equiparó la preocupación de Dios por el hombre al afán de un padre amoroso por el bienestar de sus hijos que dependen de él, y luego convirtió esta enseñanza en la piedra angular de su religión. Y así la doctrina de la paternidad de Dios hizo imperativa la práctica de la fraternidad de los hombres. La adoración de Dios y el servicio del hombre se convirtieron en la suma y la sustancia de su religión. Jesús escogió lo mejor de la religión judía y lo transfirió al digno marco de las nuevas enseñanzas del evangelio del reino.

Jesús introdujo el espíritu de la acción positiva en las doctrinas pasivas de la religión judía en lugar de una obediencia negativa a las exigencias ceremoniales. La religión de Jesús no consistía simplemente en creer, sino en hacer realmente las cosas que exigía el evangelio. No enseñó que la esencia de su religión consistiera en el servicio social, sino más bien que el servicio social era uno de los efectos seguros de la posesión del espíritu de la verdadera religión.

Jesús no dudó en apropiarse de la mejor mitad de un pasaje de las Escrituras, rechazando la parte menos instructiva. Su gran exhortación “Ama a tu prójimo como a ti mismo” la extrajo del pasaje de las Escrituras que dice “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo; mas amarás a tu prójimo como a ti mismo: Yo Jehová” (Lv 19,18). Jesús tomó la parte positiva de esa aseveración y rechazó la parte negativa. Incluso llegó a oponerse a la no resistencia negativa o puramente pasiva. Dijo “A quien te abofetee la mejilla derecha, ofrécele también la otra (Mt 5, 39). Esto es, si un enemigo te golpea en una mejilla, no te quedes mudo y pasivo, sino que adopta una actitud positiva y ofrécele la otra; es decir, haz activamente todo lo posible por sacar del mal camino a tu hermano equivocado, y llevarlo hacia los mejores senderos de una vida recta. Jesús pedía a sus seguidores que reaccionaran de una manera positiva y dinámica en todas las situaciones de la vida. El hecho de ofrecer la otra mejilla, o cualquier otro acto semejante, exige iniciativa y requiere una expresión vigorosa, activa y valiente de parte del creyente.

Jesús no defendía la práctica de someterse negativamente a los ultrajes de aquellos que intentan engañar adrede a los que practican la no resistencia ante el mal, sino más bien que sus seguidores fueran sabios y despiertos en sus reacciones rápidas y positivas a favor del bien y en contra del mal, a fin de que pudieran vencer eficazmente el mal por medio del bien. No olvidéis que el verdadero bien es invariablemente más poderoso que el mal más nocivo. El Maestro enseñó una norma positiva de rectitud: “ —Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará” (Lc 9, 24). Él mismo vivió de esta manera, en el sentido de que “anduvo haciendo el bien” (Hch 10, 38). Este aspecto del evangelio estuvo bien ilustrado en las numerosas parábolas que más adelante contó a sus seguidores. Nunca exhortó a sus discípulos a que soportaran pacientemente sus obligaciones, sino más bien a que vivieran con energía y entusiasmo la totalidad de sus responsabilidades humanas y de sus privilegios divinos en el reino de Dios.

Cuando Jesús enseñó a sus apóstoles que si alguien les quitaba injustamente el abrigo, ofrecieran su otro vestido, no se refería literalmente a un segundo abrigo, sino más bien a la idea de hacer algo positivo para salvar al malhechor, en lugar de seguir el antiguo consejo de pagar con la misma moneda — “ojo por ojo” y así sucesivamente. Jesús aborrecía la idea de las represalias y la de convertirse en un simple sufridor pasivo o en una víctima de la injusticia. En esta ocasión, les enseñaría las tres maneras de luchar contra el mal y de oponerse a él:

Devolver el mal por el mal: método positivo pero injusto.
Soportar el mal sin quejarse ni resistirse: método puramente negativo.
Devolver el bien por el mal, afirmar la voluntad para hacerse dueño de la situación, vencer al mal con el bien: método positivo y justo.


Jesús también dijo a los apóstoles  “a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos” (Mt 5, 41). Los judíos habían oído hablar de un Dios que estaba dispuesto a perdonar a los pecadores arrepentidos y a intentar olvidar sus transgresiones, pero hasta que vino Jesús, los hombres nunca habían oído hablar de un Dios que fuera en busca de las ovejas perdidas, que tomara la iniciativa de buscar a los pecadores, y que se regocijara cuando los encontraba dispuestos a regresar a la casa del Padre. Jesús extendió esta nota positiva de la religión incluso a sus oraciones. Y convirtió la regla de oro negativa en una exhortación positiva de equidad humana.

En todas sus enseñanzas, Jesús siempre evitaba los detalles que distrajeran la atención. Esquivaba el lenguaje florido y eludía las simples imágenes poéticas de los juegos de palabras. Habitualmente introducía grandes significados en expresiones sencillas. Jesús modificaba, con fines ilustrativos, el significado ordinario de muchos términos tales como sal, levadura, pesca y niños pequeños. Empleaba la antítesis de una manera muy eficaz, comparando lo pequeño con lo infinito, y así sucesivamente. Sus descripciones eran sorprendentes, como por ejemplo “Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guía al ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mt 15,14). Pero la fuerza más grande de sus enseñanzas se encontraba en su naturalidad. Jesús trajo la filosofía de la religión desde el cielo a la tierra. Describió las necesidades elementales del alma desde una visión nueva y más profunda y desde la efusión de su afecto.


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