Sin duda, Jesús enseñaría a sus apóstoles
acerca de la naturaleza positiva del evangelio del reino y les diría que
buscasen en las Escrituras verdades eternas y bellas que alimentasen su
espíritu. Y hay pasajes que nos llevan a esto:
“Crea en mi oh Dios un
corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí”. (Sal 51,10)
“El Señor es mi pastor;
nada me faltará.” (Sal 23)
“Amarás a tu prójimo como
a ti mismo”. (Mc 12, 29-31)
Porque yo soy el SEÑOR tu
Dios, que sostiene tu diestra, que te dice: ``No temas, yo te ayudaré. (Is 41,13)
No alzará espada nación
contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra. (Is 2,3)
Jesús usaría lo mejor de las Escrituras
hebreas para instruir a sus discípulos y para guiarlos en las enseñanzas del
nuevo evangelio del reino. Otras religiones habían sugerido la idea de que Dios
estaba cerca del hombre, pero Jesús equiparó la preocupación de Dios por el
hombre al afán de un padre amoroso por el bienestar de sus hijos que dependen
de él, y luego convirtió esta enseñanza en la piedra angular de su religión. Y
así la doctrina de la paternidad de Dios hizo imperativa la práctica de la
fraternidad de los hombres. La adoración de Dios y el servicio del hombre se
convirtieron en la suma y la sustancia de su religión. Jesús escogió lo mejor
de la religión judía y lo transfirió al digno marco de las nuevas enseñanzas
del evangelio del reino.
Jesús introdujo el espíritu de la acción
positiva en las doctrinas pasivas de la religión judía en lugar de una
obediencia negativa a las exigencias ceremoniales. La religión de Jesús no
consistía simplemente en creer, sino en hacer realmente las
cosas que exigía el evangelio. No enseñó que la esencia de su religión
consistiera en el servicio social, sino más bien que el servicio social era uno
de los efectos seguros de la posesión del espíritu de la verdadera religión.
Jesús no dudó en apropiarse de la mejor
mitad de un pasaje de las Escrituras, rechazando la parte menos instructiva. Su
gran exhortación “Ama a tu prójimo como a ti mismo” la extrajo del pasaje de
las Escrituras que dice “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu
pueblo; mas amarás a tu prójimo como a ti mismo: Yo Jehová” (Lv 19,18). Jesús tomó
la parte positiva de esa aseveración y rechazó la parte negativa. Incluso llegó
a oponerse a la no resistencia negativa o puramente pasiva. Dijo “A quien te
abofetee la mejilla derecha, ofrécele también la otra (Mt 5, 39). Esto es, si
un enemigo te golpea en una mejilla, no te quedes mudo y pasivo, sino que
adopta una actitud positiva y ofrécele la otra; es decir, haz activamente todo
lo posible por sacar del mal camino a tu hermano equivocado, y llevarlo hacia
los mejores senderos de una vida recta. Jesús pedía a sus seguidores que
reaccionaran de una manera positiva y dinámica en todas las situaciones de la
vida. El hecho de ofrecer la otra mejilla, o cualquier otro acto semejante,
exige iniciativa y requiere una expresión vigorosa, activa y valiente de parte
del creyente.
Jesús no defendía la práctica de
someterse negativamente a los ultrajes de aquellos que intentan engañar adrede
a los que practican la no resistencia ante el mal, sino más bien que sus
seguidores fueran sabios y despiertos en sus reacciones rápidas y positivas a
favor del bien y en contra del mal, a fin de que pudieran vencer eficazmente el
mal por medio del bien. No olvidéis que el verdadero bien es invariablemente
más poderoso que el mal más nocivo. El Maestro enseñó una norma positiva de
rectitud: “ —Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo,
lleve su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la
perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará” (Lc 9, 24). Él
mismo vivió de esta manera, en el sentido de que “anduvo haciendo el bien” (Hch
10, 38). Este aspecto del evangelio estuvo bien ilustrado en las numerosas
parábolas que más adelante contó a sus seguidores. Nunca exhortó a sus
discípulos a que soportaran pacientemente sus obligaciones, sino más bien a que
vivieran con energía y entusiasmo la totalidad de sus responsabilidades humanas
y de sus privilegios divinos en el reino de Dios.
Cuando Jesús enseñó a sus apóstoles que
si alguien les quitaba injustamente el abrigo, ofrecieran su otro vestido, no
se refería literalmente a un segundo abrigo, sino más bien a la idea de hacer
algo positivo para salvar al malhechor, en lugar de seguir el antiguo
consejo de pagar con la misma moneda — “ojo por ojo” y así sucesivamente. Jesús
aborrecía la idea de las represalias y la de convertirse en un simple sufridor
pasivo o en una víctima de la injusticia. En esta ocasión, les enseñaría las tres
maneras de luchar contra el mal y de oponerse a él:
Devolver el mal por el mal: método positivo pero injusto.
Soportar el mal sin quejarse ni resistirse: método puramente negativo.
Devolver el bien por el mal, afirmar la voluntad para hacerse dueño de la situación, vencer al mal con el bien: método positivo y justo.
Jesús también dijo a los apóstoles “a cualquiera que te obligue a llevar carga
por una milla, ve con él dos” (Mt 5, 41). Los judíos habían oído hablar de un
Dios que estaba dispuesto a perdonar a los pecadores arrepentidos y a intentar
olvidar sus transgresiones, pero hasta que vino Jesús, los hombres nunca habían
oído hablar de un Dios que fuera en busca de las ovejas perdidas, que tomara la
iniciativa de buscar a los pecadores, y que se regocijara cuando los encontraba
dispuestos a regresar a la casa del Padre. Jesús extendió esta nota positiva de
la religión incluso a sus oraciones. Y convirtió la regla de oro negativa en
una exhortación positiva de equidad humana.
En todas sus enseñanzas, Jesús siempre evitaba
los detalles que distrajeran la atención. Esquivaba el lenguaje florido y
eludía las simples imágenes poéticas de los juegos de palabras. Habitualmente
introducía grandes significados en expresiones sencillas. Jesús modificaba, con
fines ilustrativos, el significado ordinario de muchos términos tales como sal,
levadura, pesca y niños pequeños. Empleaba la antítesis de una manera muy eficaz,
comparando lo pequeño con lo infinito, y así sucesivamente. Sus descripciones
eran sorprendentes, como por ejemplo “Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y
si el ciego guía al ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mt 15,14). Pero la fuerza
más grande de sus enseñanzas se encontraba en su naturalidad. Jesús trajo la
filosofía de la religión desde el cielo a la tierra. Describió las necesidades
elementales del alma desde una visión nueva y más profunda y desde la efusión
de su afecto.