martes, 5 de marzo de 2013

EL BIEN Y EL MAL

 
El bien y el mal son simplemente unos términos que simbolizan los niveles relativos de comprensión humana del universo observable. Si eres éticamente perezoso y socialmente indiferente, puedes tener como modelo del bien las costumbres sociales ordinarias. Si eres espiritualmente indolente y moralmente estático, puedes tener como modelo del bien las prácticas y tradiciones religiosas de tus contemporáneos. Pero el alma, que sobrevive al tiempo y emerge en la eternidad, debe efectuar una elección viva y personal entre el bien y el mal, tal como estos se determinan por los verdaderos valores de las normas espirituales establecidas por el espíritu divino que el Padre, que está en los cielos, ha enviado a residir en el corazón del hombre. Este espíritu interior es la guía de la supervivencia de nuestro ser personal.

La bondad, lo mismo que la verdad, siempre es relativa y contrasta infaliblemente con el mal. La percepción de estas cualidades de bondad y de verdad es lo que permite a las almas evolutivas de hombres y mujeres efectuar esas decisiones personales que son esenciales para la supervivencia eterna.

La persona espiritualmente ciega que sigue la lógica de los dictados de la ciencia, las costumbres sociales y los dogmas religiosos se encuentra en el grave peligro de sacrificar su independencia moral y de perder su libertad espiritual. Un alma así está destinada a convertirse en un papagayo intelectual, en un autómata social y en un esclavo de la autoridad religiosa.

La bondad siempre está creciendo hacia nuevos niveles de mayor libertad para la autorrealización moral y para alcanzar el ser personal espiritual — el descubrimiento del espíritu interior y nuestra identificación con él—. Una experiencia es buena cuando eleva la apreciación de la belleza, aumenta la voluntad moral, realza el discernimiento de la verdad, engrandece la capacidad para amar y servir a nuestros semejantes, exalta los ideales espirituales y unifica los supremos motivos humanos del tiempo con los planes eternos de este espíritu interior. Todo esto conduce directamente a un mayor deseo de hacer la voluntad del Padre, fomentando así el anhelo divino de encontrar a Dios y de parecerse más a él.

A medida que ascendemos en la escala universal de desarrollo de las criaturas, encontraremos una bondad creciente y una disminución del mal, en perfecta conformidad con nuestra capacidad para experimentar la bondad y discernir la verdad. La capacidad de mantener el error o de experimentar el mal no se perderá por completo hasta que el alma humana ascendente alcance sus niveles espirituales finales.

La bondad es viva, relativa, siempre en progreso; es invariablemente una experiencia personal y está por siempre correlacionada con el discernimiento de la verdad y de la belleza. La bondad se encuentra en el reconocimiento de los valores positivos de la verdad espiritual, que deben contrastar, en la experiencia humana, con su contrapartida negativa —las sombras del mal potencial—.

Hasta que no alcancemos los niveles del Paraíso, la bondad siempre será más una búsqueda que una posesión, más una meta que una experiencia lograda. Pero cuando se tiene hambre y sed de rectitud, se experimenta una satisfacción creciente cuando se alcanza parcialmente la bondad. La presencia del bien y del mal en el mundo es, en sí misma, una prueba positiva de la existencia y de la realidad de la voluntad moral del hombre, del ser personal, que identifica así estos valores y también es capaz de escoger entre ellos.

Cada vez que nuestro ser personal se espiritualiza más, nuestra capacidad para identificar nuestro yo con los verdaderos valores espirituales se ampliará hasta conseguir la posesión perfecta de la luz de la vida. Un ser personal espiritual así perfeccionado se unifica tan completa, divina y espiritualmente con las cualidades supremas y positivas de la bondad, de la belleza y de la verdad, que no queda ninguna posibilidad de que un espíritu así lleno de rectitud pueda arrojar alguna sombra negativa de mal potencial cuando es expuesto a la luminosidad penetrante de la luz divina de la Trinidad, de nuestros soberanos infinitos. Cuando nuestra persona se espiritualiza, la bondad deja de ser parcial, contrastante y comparativa; se vuelve divinamente completa y espiritualmente plena; se acerca a la pureza y a la perfección del Ser Supremo.

La posibilidad del mal es necesaria para la elección moral, pero no así su realidad. Una sombra solo tiene una realidad relativa. El mal real no es necesario como experiencia personal. El mal potencial puede actuar como estímulo para tomar decisiones en el ámbito del progreso moral, en los niveles inferiores del desarrollo espiritual. El mal solo se vuelve una realidad de la experiencia personal cuando la mente moral lo escoge de forma deliberada.

 

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