viernes, 31 de diciembre de 2010

EN LA ORACIÓN...



Aunque las corrientes de aire sean ascendentes, el águila, a menos que extienda sus alas, no podrá volar sobre las nubes, y, así, todo hombre y mujer, al orar, extienden sus almas para tomar las vías de las corrientes espirituales que les guían hacia el Padre.

viernes, 24 de diciembre de 2010

LA NAVIDAD DEL SEÑOR

"El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos”. Son las palabras del profeta Isaías que anuncian lo que ha sucedido esta noche. Una noche diferente a las demás noches. Una noche que nos ve reunidos aquí, alrededor de un niño recién nacido. El evangelio de Lucas escribe de aquella noche: “Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño”. Son palabras que podríamos aplicar también a nuestra vida.
En efecto, también nosotros nos ocupamos de “nuestros rebaños”, de “nuestras cosas”, ya sean estas consoladoras o duras, simples o complejas, alegres o dolorosas. Ciertamente, en lo más secreto del corazón cada uno tiene quizás un problema, una angustia, una pregunta, o tal vez una oración. Esta noche, como entonces a los pastores, también a nosotros se nos aparece un ángel; se presenta delante de todos nosotros y nos dice: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor”.  
Pero nuestro camino no termina este día de Navidad. Es necesario que nuestro camino continúe todavía. La Navidad no está detrás de la esquina, no está al alcance de la mano como quisieran hacernos creer los adornos y las luces. Hablando del viaje de María y de José, el evangelio lo presenta como un camino en subida: “Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David”. Esto quiere decir que la Navidad no se da por descontado; que comprender Io que sucede esta noche no es algo que se pueda dar por descontado. Es más, existe el riesgo de desviarnos. Necesitamos salir de nuestras casas, quizá de noche, como hizo Nicodemo. Y es necesario tener un corazón atento, vigilante y dispuesto a escuchar la palabra evangélica.
No, la Navidad no se puede dar por descontado. Sobre todo para nosotros que estamos acostumbrados a exaltar la fuerza y a dar crédito solo al poder. ¿Cómo es posible creer que aquel pequeño niño nacido además en un establo sea quien salva al mundo? ¿Cómo es posible creerlo ante los graves problemas del mundo? En este niño frágil, débil e indefenso está nuestra salvación. Es lo que sucedió en Belén, ciudad de fiesta, pero no solo eso. Nosotros recordamos lo sucedido con el pesebre y nos conmovemos. Y hacemos bien, pero en aquella escena está la cruda realidad de una ciudad que no sabe acoger a dos jóvenes extranjeros. Los hombres no saben encontrarles un lugar, todo está ocupado y Jesús debe nacer fuera, en un establo. Es una historia muy antigua pero a la vez muy actual.
Pero es justo conmoverse. Claro, no por la fría indiferencia de Belén y la nuestra; es justo conmoverse por el gran amor de Dios. Él ha venido aunque nosotros no lo hayamos reconocido, como escribe Juan también en su prólogo: “Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron”. Y ni siquiera se ha marchado cuando le hemos dado un portazo. Por esto es justo conmoverse; y por esto es justo venir a ver a este niño. Verdaderamente es grande, verdaderamente es diferente.
Y por ello nos viene también a nosotros aquel deseo irreprimible de Francisco de Asís cuando, en la lejana Navidad de 1223, dijo: “Quiero ver a Jesús”. E inventó el Belén viviente. Cuenta una tradición que Francisco estrechó entre sus brazos a un pequeño recién nacido venido del cielo. La fragilidad de aquel niño tocó el corazón de Francisco y conmovió a todos los campesinos que habían acudido. Así fueron tocados en su corazón los primeros pastores de Belén. Ellos, quizás rudos y embrutecidos por el trabajo, reconocieron en aquel niño el amor del Señor que se había acercado a ellos. Si Jesús hubiera nacido en un palacio no lo habrían encontrado. Aquel niño está ahora delante de nuestros ojos para que también nosotros como Francisco de Asís, lo abracemos, lo estrechemos en nuestro corazón para que permanezca siempre con  nosotros.

****
Isaías 62, ll-12; Salmo 96; Tito 3, 4-7; Lucas 2, 15-20

miércoles, 8 de diciembre de 2010

DECIMOQUINTO PASO: SENTIR SEGURIDAD

Nos damos más cuenta de que Dios se preocupa constantemente de nuestro crecimiento espiritual. Comenzamos a sentirnos mucho más seguros del amor incondicional del Padre y a experimentar una paz interior que no alcanzamos a comprender.


Interiormente nos encontramos agotados; nuestros hombros se desploman como si estuvieran cargando un gran peso. Cuando el miedo o la culpa acechan nuestra mente no nos es posible actuar con eficacia y decisión, pero cuando nuestro interior está en armonía con el universo, poco nos puede detener: se abren senderos por los que caminar con firmeza, un ejército invisible nos apoya en la batalla, los grandes problemas se reducen, los pequeños problemas desaparecen, los fantasmas de nuestro interior huyen y nuestra mente se torna más clara a la hora de tomar decisiones.
El amor de Dios es incondicional, y siempre hemos tenido la seguridad de su amor. Como un agricultor que siembra la tierra con sus semillas, el Padre continuamente siembra nuestras poco receptivas mentes de semillas espirituales de fe y de amor, esperando que al menos algunas de ellas echen raíces. Él conoce el momento de la siembra, cuándo regar y cuándo fertilizar; siempre hace lo mejor de lo que le damos. El consuelo y la seguridad que sentimos, cada vez con más fuerzas, nos muestran que, al menos, algunas de esas semillas han empezado a germinar. Sentimos esa paz cuando ya la tenemos, pero resulta más intensa cuando nos hemos visto privado de ella, cuando en algún momento hemos creído que estaba fuera de nuestro alcance.
Existe un ritmo en la vida y en los asuntos de los seres humanos; no siempre es posible conseguir una paz duradera y profunda. Con las circunstancias, nuestras emociones nos hacen vacilar, como si sólo de vez en cuando pudiéramos sintonizar con nuestro Hacedor. Sin embargo, Dios no quiere que nos apartemos de la vida para evitar sus inevitables turbaciones y confusiones; todo lo contrario, Él desea que llevemos esa seguridad en nosotros cuando participamos activamente en ella, como si nos vistiéramos de un reluciente traje de cordura contra los conflictos de este mundo y los viésemos desde una perspectiva nueva, con una nueva serenidad.
Puede que el resultado sea incierto, pero no así los objetivos. Percibimos el mundo a través de un cristal oscuro, pero la paz infunde e invade nuestras almas de confianza. No sabemos hacia dónde nos lleva el camino, sino sólo que tenemos en nosotros el amor de Dios para darnos la mayor recompensa de los tiempos. Es posible que sintamos el polvo del camino, pero nuestro interior estará limpio.
Todo parece ir bien cuando de repente el día se oscurece y se acercan tormentas que hacen temblar la tierra como si una artillería pesada la estuviese bombardeando. De los negros nubarrones , salen cientos de rayos que abrasan la tierra. Una lluvia de granizo comienza a caer sobre nosotros. La tormenta hace de los árboles añicos; los relámpagos iluminan de vez en cuando el terrible escenario; los cristales de las ventanas explotan en mil pedazos muy cerca de nuestra familia, que casi no ha tenido tiempo de resguardarse a nuestro lado; el viento se lleva los aleros de la casa y los pilares comienzan a crujir; el revestimiento exterior y las tejas se desprenden y se los lleva el viento como plantas rodadoras. Nos abrazamos a nuestros asustados hijos y pedimos a Dios que en su voluntad los proteja, pero ni las heridas ni incluso la muerte nos estremecen, porque las circunstancias están fuera de nuestro control, en las manos de Dios, y tenemos seguridad de su amor y de su poder.
Cuando una multitud sin piedad ataca las puertas de la ciudad; cuando los dientes de miles de engranajes hacen polvo nuestros planes; cuando la virulencia del temporal en el mar inunda nuestra endeble cabaña; cuando la familia nos rechaza, los amigos nos abandonan y el enemigo se regodea de nuestros fracasos; cuando nuestras deudas nos llevan a la ruina; cuando el teléfono no trae sino noticias desagradables y todas las cosas de la tierra se tambalean, hay un lugar en el que todavía podemos estar a salvo; hay Alguien que consuela nuestras sufridas almas.
Padre, te amamos por quien eres y por lo que haces por nosotros. Necesitamos tu ayuda cuando estamos heridos, y sabemos que tú das respuesta a nuestras súplicas incluso antes de que te pidamos nada. Nos diste la vida, pero también la gracia para poder soportar su adversidad. Deseamos sentir con mayor plenitud tu presencia de espíritu. Tú respondes a las oraciones de nuestras almas y nos cuentas sin palabras los secretos de los mundos. Otros gritan pero tú susurras, bañando nuestras almas de tu luz eterna. Tú hablas el lenguaje de los corazones, extiendes los confines de lo inconmensurable hasta más allá del conocimiento humano. Tú enseñaste a volar a las gaviotas, modelaste el álamo y el sauce, y creaste la hierba y el vidrio. Por encima de todo y ante todo te adoramos, Fuente de la vida.
******    
¡Ayúdanos, Dios de nuestra salvación, por la gloria de tu nombre! (Sal 79,9)
y la esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. (Ro 5,5)
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó. Ef 2,4
y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. (Ef 3,19)
De igual modo, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que se pierda uno de estos pequeños. (Mt 18,14)
“No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió.” (Jn 5,30)
 Y la voluntad del Padre, que me envió, es que no pierda yo nada de todo lo que él me da, sino que lo resucite en el día final. (Jn 6,39)
Mas él conoce mi camino: si me prueba, saldré como el oro. (Job 23,10)
Mis pies han seguido sus pisadas; permanecí en su camino, sin apartarme de él. (Job 23,11)
Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino. (Sal 119,105)
38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, 39 ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Ro 8,38-39)
“Dios les da seguridad y confianza, pero sus ojos vigilan los caminos de ellos.” (Job 24,23)
porque tú, Señor Jehová, eres mi esperanza, seguridad mía desde mi juventud. (Sal 71,5)



domingo, 28 de noviembre de 2010

TIEMPO DE ADVIENTO: TIEMPO DE ESTAR EN VELA Y ORAR

La liturgia de este tiempo de Adviento nos invita a elevar la mirada y a abrir el corazón para acoger a quien el mundo entero espera, Jesús. En muchos está el deseo de un tiempo nuevo, de un mundo nuevo. Es el deseo de muchos países martirizados por el hambre, por la injusticia y la guerra; es el deseo de los pobres y los débiles, de los que están solos y de los abandonados. La liturgia de Adviento recoge esta gran esperanza y la dirige hacia el día del nacimiento de Jesús. En efecto, él es quien salvará al mundo de la soledad y de la tristeza, del pecado y de la muerte. Han pasado poco más de dos mil años desde aquel día que ha cambiado no sólo  la numeración del calendario, sino la misma historia del mundo. El profeta Jeremías lo predijo varios siglos antes: “Mirad que vienen días en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y  a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella sazón haré brotar para David un Germen justo” (Jr 33,14-15).

Esos días se están acercando, pero nosotros estamos tan obstinadamente replegados sobre nosotros mismos y nuestros asuntos que no nos damos cuenta de que ya están a las puertas. La misma vida que llevamos está muchas veces marcada por un estilo más bien sin compromisos o en general falto de vigor. Normalmente nos resignamos a una vida banal y sin futuro, sin esperanzas, sin sueños. La propuesta del tiempo de Adviento sacude esta forma resignada y rutinaria de vivir. De hecho, la Palabra de Dios nos pone en guardia para no dejarnos vencer por un estilo de vida egocéntrico, nos advierte para no sucumbir a los ritmos convulsos de nuestras jornadas. Son verdaderas también para nosotros las palabras del Evangelio de Lucas: “Cuidad de que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo” (Lc 21 ,35-36).

Estar en vela y orar. He aquí cómo vivir el tiempo desde hoy hasta Navidad. Sí, debemos estar despiertos. El sueño nace de la embriaguez de dar vueltas siempre alrededor de nosotros mismos y de estar bloqueados en la cerrazón de nuestra vida y de nuestros problemas. Aquí está la raíz de esa necedad y de esa pereza de la que nos habla el Evangelio. El Adviento nos invita a dilatar la mente y el corazón para abrirnos a nuevos horizontes. No se nos pide huir de nuestros días y mucho menos proyectarnos hacia metas ilusorias. Al contrario, este tiempo es oportuno para tener un sentido realista de nosotros mismos y de la vida en este mundo, para ponernos preguntas concretas sobre cómo y por quién gastamos nuestra vida. No se trata simplemente de realizar un esfuerzo de carácter psicológico o de crear algún estado de arrepentimiento superficial.

El tiempo de Dios, que irrumpe en nuestra vida, pide a cada uno un compromiso serio de vigilancia: “Cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación” (Lc 27, 28) dice Jesús. Es tiempo, por tanto, de levantarse y de orar. Nos levantamos cuando esperamos algo, o mejor, cuando esperamos a alguien. En este caso esperamos a Jesús. No debemos permanecer bloqueados en nuestro egocentrismo, en nuestros problemas, en nuestras alegrías o en nuestros dolores. La palabra de Dios nos exhorta a dirigir nuestros pensamientos y nuestro corazón hacia Quien está por llegar; Por esto también nos pide orar. La oración está estrechamente ligada a la vigilancia. Quien no espera no sabe qué significa orar,  no sabe qué significa dirigirse al Señor con todo el corazón. Las palabras de la oración se asoman a nuestros labios cuando levantamos la cabeza de nosotros mismos y de nuestro horizonte y nos dirigimos a lo alto hacia el Señor: “A ti, Señor, levanto mi alma”, nos ha hecho cantar la liturgia. En este tiempo de Adviento todos deberíamos unir nuestras voces y clamar juntos al Señor para que venga pronto en  medio de nosotros: “Ven, Señor Jesús”.

Que estos días de Adviento sean, por tanto, días de frecuentar el Evangelio, días de lectura y de reflexión, días de escucha y de oración, días de reflexión sobre la Palabra de Dios, tanto solos como juntos. Que no pase un solo día sin que la palabra de Dios descienda a nuestro corazón. Si la acogemos, nuestro corazón no se asemejará más a una gruta oscura sino que podrá, por el contrario, convertirse en el pesebre donde el Señor Jesús renace. Por esto, acojamos la bendición del apóstol: “Que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos” (1 Ts 3, 12). Es el modo apropiado para dar nuestros primeros pasos en este tiempo de Adviento.

jueves, 18 de noviembre de 2010

LA INFINITUD DE DIOS

Dios es infinito pero disminuye de alguna manera desconocida su infinitud para estar cerca de nosotros. Hay muchas citas bíblicas que nos llevan a considerar a Dios como infinito. “Él es Infinito, el cual no alcanzamos(1). Las pisadas divinas no son conocidas” (2). “Su entendimiento es infinito(3) y su grandeza es inescrutable”(4). Es tal la luz cegadora de la presencia del Padre que para sus modestas criaturas parece que “habita en la espesa oscuridad”(5). No sólo son sus pensamientos y planes inescrutables, sino que “hace cosas grandes y maravillas sin número”(6). “Dios es grande, y nosotros no le comprendemos, ni se puede seguir la huella de sus años”(7). “¿Es verdad que Dios morará sobre la tierra?(8) He aquí que el cielo y el cielo de los cielos no le pueden contener”(9). “¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!”(10)

“No hay sino un solo Dios, el Padre infinito(11), que es además un fiel Creador”(12). “El Creador divino(13) es asimismo el Concertador Universal(14), la fuente y destino de las almas(15). Es el Alma Suprema, la Mente Primordial(16) y el Espíritu Ilimitado de toda la creación”(17). “El gran Rector no comete errores (18). Él resplandece en majestad y gloria”(19). “El Dios Creador está del todo libre de temor(20) y enemistad. Él es inmortal, eterno (21), autoexistente (22), divino (23) y munificente” (24). ¡Cuán puro y bello, cuán profundo e impenetrable es el Predecesor celestial de todas las cosas!. “El Infinito es más excelente por el hecho de darse a los hombres (25). Él es el principio y el fin (26), el Padre de todo propósito bueno y perfecto”(27) . “Con Dios todas las cosas son posibles (28). El Creador eterno es la causa de las causas” (29).
A pesar de las infinitas y asombrosas manifestaciones del ser personal eterno y universal del Padre, él es incondicionalmente consciente tanto de su infinitud como de su eternidad; del mismo modo, conoce plenamente su perfección y su poder. Él es el único ser del universo, aparte de sus divinos iguales en rango, capaz de tener una apreciación de sí mismo de forma perfecta, adecuada y completa.
El gran Dios se conoce y entiende a sí mismo; es infinitamente consciente de todos sus atributos primordiales de perfección. Dios no es un accidente cósmico. El Padre Universal ve el fin desde el principio (30). Nada es nuevo para Él, y ningún acontecimiento cósmico le causa extrañeza; él habita el círculo de la eternidad (31). Sus días no tienen principio ni fin. Para Dios no hay pasado, presente o futuro; todo tiempo es presente en cualquier momento dado (32). Él es el grande y el único YO SOY (33).
El Padre Universal es, absolutamente y sin condición alguna, infinito en todos sus atributos; y este hecho, en sí mismo y por sí mismo, le impide ineludiblemente cualquier comunicación personal y directa con seres materiales y finitos, así como con otras modestas inteligencias creadas. Y todo esto necesita de las medidas que se han tomado para entablar contacto y comunicación con sus múltiples criaturas, primero, mediante Jesús, Hijo de Dios e Hijo del Hombre que, aunque perfecto en divinidad, participó de la carne y hueso de la humanidad, y se hizo uno de nosotros y con nosotros. Dios también se acerca a nosotros mediante el espíritu interior, don verdadero del mismo gran Dios, enviados para morar en nosotros, sin anuncio ni explicación.
De esta manera y de muchas otras, de forma desconocida para nosotros y que escapan completamente a la comprensión finita, el Padre del Paraíso amorosamente y por voluntad propia disminuye su rango y además modifica, diluye y atenúa su infinitud para poder acercarse a las mentes finitas de sus criaturas, de sus hijos. Así pues, el Padre Infinito, al distribuir su ser personal en una sucesión cada vez menos absoluta, es capaz de gozar de un estrecho contacto con nosotros, sus criaturas.
Todo esto lo ha hecho y lo hace en la actualidad, y continuará haciéndolo por siempre, sin restar en lo más mínimo el hecho y la realidad de su infinitud, de su eternidad y de su primacía. Y todas estas cosas son absolutamente verdad, a pesar de ser difíciles de comprender, de estar rodeadas de misterio o de la imposibilidad de que criaturas como nosotros podamos llegar a entenderlo.
Al ser el Padre Primero infinito en sus planes y eterno en sus propósitos, es intrínsecamente imposible que los seres finitos puedan alguna vez captar o comprender estos planes divinos en su plenitud. Sólo de vez en cuando, aquí y allá, puede el hombre mortal vislumbrar los propósitos del Padre según se van revelando al desarrollarse, en sus niveles consecutivos de progreso en el universo, el plan de ascensión de las criaturas. Aunque el hombre no pueda abarcar con su entendimiento lo que significa la infinitud, el Padre infinito, con toda certeza, sí comprende plenamente y abarca amorosamente toda la finitud de todos sus hijos en todo el universo.
El Padre comparte la divinidad y la eternidad con un gran número de seres espirituales, pero nos preguntamos si la infinitud y la consiguiente primacía universal es plenamente compartida por quienes no sean sus colaboradores de igual rango de la Trinidad del Paraíso. La infinitud del ser personal ha de incluir, forzosamente, la finitud existencial del ser personal; de aquí la verdad —la verdad literal— de la enseñanza que declara que “en él vivimos y nos movemos y somos”(34). Esa fracción de la Deidad pura del Padre Universal que mora en el hombre mortal es parte de la infinitud de la Primera Gran Fuente y Centro, el Padre de los Padres.
 1) Job 37,23.
(2) Sal 77,19.
(3) Job  12,13; Sal 147,5.
(4)  Sal 145,3.
 (5) Ex  20, 21; Dt 4:11; 1 R 8,12; 2 Cr 6,1.
 (6) Job 5,9; 9,10.
 (7) Job 36,26
 (8) 1 R 8,27
 (9) Dt 10,14; 1 R  8,27; 2 Cr 2,6; 6,18; Neh 9,6; Sal 148,4.
 (10) Ro 11,33
 (11) Mal 2,10; 1 Co 8,6; Ef 4,6.
  (12) 1 P 4,19
  (13) Gn  1,1-27; 2, 4-23; 5,1-2; Ex 31,17; 20,11; 2 R 19,15; 2 Cr 2,12;  Ne  9,6; Sal 124, 8; 115,15; 121,2; 134,3; 146,6; Si 1, 1-4; 33,10; Is  40,26,28; 45,12,18; 37,16; 42,5; Jer 51,15; 32,17; 10,11-12; Am 4,13; Mal 2,10; Ba  3,32-36; Mc 13,19; Jn 1, 1-3; Hch 4,24; 14,15; He 1,2; Ef 3,9; Col 1,16; 1  P  4,19; Ap 4,11; 10, 6; 14,7.
(14) Job 34; 13; Pr 16,33. 
(15)  Is 44,6; Ap 1,8,11, 17; 21,6; 22,13.
 (16) Is 40,28; 1 Co 2,16; Fil 2,5. 
 (17) Sal 104,30. 
 (18) 2  S  22,31 
 (19) 1  Cr 29, 11; Sal 45,3; Is 42:8; 35,2; Is  2, 19-21. 
 (20) Job  41,33. 
 (21) Ro 1,20; 1 Ti 1, 16-17. 
 (22) Ap 1, 8. 
 (23) 2 Peter 1,3-4. 
 (24) Sal 65, 11; 68,10; Jer  31,12,14. 
 (25) Sal 84,11; 1 Co 2,12; Ef 1,3.
 (26) Is  41,04; 44,06; 48,12; Ap 1,8,11,17; 21,06; 22,13; 02, 08.
 (27) Stg 1, 17  
 (18) Jer 32, 17; Mt 19,26; Mr 10,27;14,36; Lc 1,37; 18,27.
 (29) Gn 1, 1 y ss.
(30) Is 46, 9,10.
(31) Is 57,15; Esd 8,20.
 (32) Is 41,4; 44, 6; 48, 12; Ap 1, 8,11,17; 2, 8; 21,06; 22,13. 
 (33) Ex 3, 14. 
 (34) Hch 17,28

lunes, 8 de noviembre de 2010

DECIMOCUARTO PASO: TENER FE

   Tenemos fe en que el plan de Dios dispuesto para nosotros es el mejor que hemos podido jamás imaginar, y que nuestra mayor alegría está en hacer su voluntad. Nos sentimos libres espiritualmente para admitir que nuestro Padre está detrás de todos los actos que acometemos con fe. 
La fe es la expresión de una ley universal que se basa en nuestra dependencia incondicional al  Soberano del universo y en su capacidad para realizar su voluntad en la tierra y en nuestras vidas sin límites ni obstáculos. Pero, ¿cómo podemos conocer la voluntad de Dios si tenemos que enfrentarnos día a día con tantas decisiones que tomar? ¿Cómo podemos estar seguros de hacer su voluntad o de sentir su guía divina en nuestras almas?
En este mundo existen pocas cosas de las que podamos estar bien seguros. Cuando encontramos una bifurcación en la carretera y no tenemos más remedio que elegir sin tardar uno de los dos caminos, debemos simplemente actuar, confiando en la guía de nuestro Padre. Si hemos pedido a Dios que nos dé sabiduría en una situación en particular, una vez que llega el momento de la decisión, no podemos quedar paralizados por miedo a errar.
Cuando hacemos la voluntad de Dios de la mejor manera que sabemos, tenemos derecho a actuar con decisión y fe, incluso si hay nubes en el horizonte que nos hagan sentir confusos. La duda y la indecisión pueden tener un efecto negativo en nuestra fe y puede hacer que una decisión, que de otra manera hubiese sido acertada, fracase. Cuando nos llegue el momento de decidir, podríamos decir,  “Padre, creo que este es el camino que tú deseas que yo tome, y a no ser que me digas lo contrario, voy a seguir adelante en esa dirección”.
Se construyen grandes barcos de pesca para buscar la pesca en alta mar, no para que se queden anclados en el puerto. Dios, de igual manera, nos coloca en la tierra para que participemos en las actividades diarias de la vida, y sufre al vernos amarrados al puerto por miedo a lo que el mar de la vida nos pueda deparar, cuando es para eso para lo que estamos aquí. Él desea que zarpemos en la confianza de que nos guiará por unas rutas que Él  ha trazado con su infinita sabiduría.
            Debemos tener confianza y tomar con fe las decisiones que tenemos que tomar, de otra manera, ¿dónde estaría la fe? Y no debemos preocuparnos porque, aunque nos equivoquemos, Dios corregirá cualquier error convirtiéndolo en un bien para nosotros. Cuando caminamos conforme a la verdad, a la bondad y al amor sublime, y nos conducimos de acuerdo con la guía de Dios como mejor sabemos, Él corregirá la senda que tomemos, por muy tortuosa que esta sea. El padre conoce nuestras limitaciones, nos acepta tal como somos y adapta sus planes de perfección para que se ajusten a las circunstancias de sus hijos aquí en la tierra, permitiéndonos así ser compañeros suyos en la realización de nuestro destino eterno.
Los actos de fe están siempre en armonía con la verdad, la belleza, la bondad y el amor, y cuando nos sintamos confundidos en cuanto a la guía del Padre, esos valores siempre nos indicarán cuál es su voluntad, porque es inconcebible que Dios nos lleve hacia algo que no sea ni verdadero ni bello ni bondadoso. Muchos de los problemas cotidianos carecen de una dimensión espiritual y, con frecuencia, debemos basar nuestra elección en el sentido común unido al consejo sensato de algún buen amigo o amiga. Pero, incluso en esos momentos, no debemos nunca desatender un cierto sentido de la guía de Dios, porque, como cualquier padre, a Él le preocupan hasta las pequeñas cosas de nuestra vida diaria y quiere que vivamos una vida feliz y fructífera, y, en especial, que nuestras almas avancen. 
La fe hace que el poder de Dios actúe en nuestras tareas diarias dándole un propósito divino. La fe no es simplemente la convicción de que Dios existe, sino de que Él actúa con su poder para ayudarnos a ganar las batallas de la vida. La fe desencadena la energía con la que podemos romper cualquier barrera, ganar a cualquier enemigo, vencer cualquier adicción, conquistar cualquier discapacidad e incluso cualquier tipo de miedo. La fe crea vínculos entre nuestros corazones y el Soberano del universo y nos desvela objetivos, propósitos y metas que nos otorgan la prerrogativa de recorrer el último trecho, después de que todas las cosas de la tierra fallan estrepitosamente. 
El Padre de las luces camina al lado de nuestra cabalgadura de sueños, abriendo veredas al puro de corazón. Dios concede la paz interior a aquéllos cuya fe está anclada en la roca de su soberanía, a aquellos que entienden que Él hace bien de todas las cosas. Ya sea nuestra vida larga o corta, la fe sostiene los grandes logros humanos e impulsa nuestras almas a la vida eterna, donde todavía mayores logros aguardan a los hijos e hijas de Dios. La fe es el proceso por el que llegamos a conocer al Hacedor. La fe resuelve los misterios, abre las puertas de las prisiones, explora cavernas profundas y salva a las almas atrapadas en la desesperanza o el desconsuelo. La fe enseña de las cosas del espíritu al que se inicia en éste; su red nos trae todas las cosas buenas cuando la echamos con valentía. La fe quita la ceguera del materialismo, pero nunca nos lo muestra todo, porque el Creador infinito, en quien depositamos nuestra fe, reside en un misterio insondable.
Por medio de nuestra fe, el Padre aquieta nuestros pensamientos dispersos, conforta nuestras almas e ilumina el camino del recto vivir hacia el reino del espíritu donde Dios ha preparado nuestro hogar eterno. La fe consuela al alma atribulada del hombre moderno y serena su mente en medio de los conflictos y tensiones de nuestra existencia. La fe abre nuestras almas a Dios, cuyo amor nos envuelve, desvelando aquello que es lo más valioso de la existencia humana,
Dios reúne las migajas de la fe y las multiplica llenando cestas y cestas. Él nos toma de su mano de pequeños cuando nos abate la confusión y nos devuelve ya adultos, como santos. Dios cuida del jardín de nuestra fe con sus mejores herramientas, con ojos vigilantes y dedos amorosos. Él hace girar el mundo para que la luz del sol nutra las hojas de este jardín de fe, y empuja las nubes para regarlo. Él busca en las raíces pocos profundas, vulnerables y jóvenes de nuestra fe y aparta las asfixiantes malas yerbas, y tala las ramas que crecen sin rumbo para que podamos, a su debido tiempo, ser árboles maduros.
Más allá nos aguarda ese viaje que nunca creíamos poder realizar. Pero el objeto de la fe nos mueve a lugares cada vez más elevados, lugares que todavía visualizamos con dificultad. El peregrino caminante ve a lo lejos, entre la alta cadena de montañas, todavía envuelta en la niebla, la colina que busca, pero no le importa el reto, sus fuertes pies siguen caminando. La fuente de la fe es sólo Dios, que es también el destino, el hogar al que viajamos y a quien veremos, con incluso mayor claridad, como nuestro Padre.

******           
Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que lo seguían: --De cierto os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Mt 8,10
Él les dijo: --¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. Mt 8,26
Él le dijo: --Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad. Mc 5,34
Por medio de él recibimos la gracia y el apostolado para conducir a todas las naciones a la obediencia de la fe por amor de su nombre. Ro 1,5
Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez en la fe; no la sabiduría de este mundo ni de los poderosos de este mundo, que perecen. 1 Co 2,6
Acerquémonos, pues, con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura. Heb 10,22
Mas el justo vivirá por fe; pero si retrocede, no agradará a mi alma. Heb 10,38
Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta e imitad su fe. Heb 13,7
Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. Stg 1,6
porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. 1 Jn 5,4

viernes, 29 de octubre de 2010

EL MISTERIO DE DIOS

Es tal la infinitud de la perfección de Dios que hace de él un misterio para la eternidad. Y el más grande de todos los misterios impenetrables de Dios es el prodigio de su morada divina en la mente humana. La manera en que reside el Padre Universal con las criaturas del tiempo es el más profundo de todos los misterios del universo; la presencia divina en la mente del hombre es el misterio de los misterios.

Los cuerpos físicos de los mortales son “los templos de Dios” (1). A pesar de que el Hijo de Dios se aproxima a nosotros, sus criaturas, y “acerca hacia sí a todos los hombres” (2); aunque está a la puerta de la conciencia “y llama” (3) y se llena de dicha al entrar en todos los que abren las puertas de sus corazones; aunque sí exista esta comunión personal e íntima entre Jesús y sus criaturas, no obstante, los seres humanos tenemos algo del mismo Dios que en realidad mora en nuestro interior; de quien nuestros cuerpos son templos.

Cuando hayamos acabado aquí, cuando nuestro camino haya concluido (4) en la tierra en su forma temporal, cuando nuestro viaje de tribulación en la carne termine, cuando el polvo del que está hecho el tabernáculo mortal “vuelva a la tierra de dónde provino” (5) entonces, está revelado, el espíritu interior, “volverá a Dios que lo dio” (6). En nosotros reside una fracción de Dios, una parte integrante de la divinidad. Aún no es nuestra por derecho propio, pero está concebida y destinada para hacerse una con nosotros si sobrevivimos a la existencia mortal.

Afrontar este misterio de Dios es una constante en nosotros y se nos hace difícil comprender el despliegue creciente de la verdad de su infinita bondad, de su ilimitada misericordia, de su inigualable sabiduría y de su grandioso carácter.

El misterio divino consiste en la intrínseca diferencia que existe entre lo finito y lo infinito, entre lo temporal y lo eterno, entre la criatura espacio temporal y el Creador Universal, entre lo material y lo espiritual, entre la imperfección del hombre y la perfección de la Deidad del Paraíso. El Dios de amor universal se manifiesta, de manera indefectible, en cada una de sus criaturas según la plena capacidad de que disponemos para alcanzar a comprender espiritualmente la cualidad de la verdad, de la belleza y de la bondad divinas.

El Padre Universal nos revela toda la clemencia y la divinidad de su ser que podamos ser capaces de percibir y comprender. Dios no hace distinción de personas , ni materiales ni espirituales. La divina presencia que un hijo del universo disfruta en un momento dado está determinada solamente por su capacidad para recibir y percibir las realidades del espíritu del mundo supramaterial.

En la vivencia espiritual del ser humano, Dios no es un misterio sino una realidad. Pero cuando se intenta que las realidades del espíritu queden claras para las mentes físicas de orden material, aparece el misterio: misterios tan sutiles y tan profundos que solamente su aprehensión por la fe del mortal conocedor de Dios puede lograr el milagro filosófico del reconocimiento del Infinito de parte del finito, de la percepción del Dios eterno de parte de los mortales que habitamos en el tiempo y el espacio.

****

 1. Ro 8,9; 1 Co 6,19; 2 Co 6,16; 2 Ti 1,14; 1 Jn 4,12-15; Ap 21,3.
 2. Jer 31,3; Jn 12,32; 6,44.
 3. Ap 3,20.
 4. 2 Ti 4,7; He 12,1.
 5. Gn 2,7; 3,19; Ec 12,7; 3,20-21; Si 33,10.
 6. Ec 12,7; 3, 21.



viernes, 22 de octubre de 2010

DECIMOTERCER PASO: ADQUIRIR PERSPECTIVA

A medida que comenzamos nuestra ilimitada exploración de la creación de Dios, hemos llegado a valorar tanto los sucesos inevitables como las compensaciones que la vida nos ofrece.

Desde una perspectiva humana, muchas de las cosas que suceden en la vida nos pueden resultar injustas o trágicas: un accidente de tráfico, una carta inesperada; un mínimo giro en el caleidoscopio de la vida y todo cambia. Solo desde una amplia perspectiva espiritual, se es capaz de reconocer que Dios rige el mundo invisible que subyace y sostiene la creación física. Sin embargo, desde nuestra limitada perspectiva espiritual, los caminos de Dios pueden parecernos misteriosos por nuestra incapacidad de entender la verdadera naturaleza de los avatares de nuestra vida. No obstante, aceptaríamos éstos de mejor grado si comprendiésemos que es la mano de Dios la que hace o permite que todo suceda de la manera que sucede.

Nuestros momentos de aflicción no lo serían tanto si llegásemos a esta conclusión, y mucho menos cuando consideramos que nuestro Padre es capaz de transformar nuestro mayor dolor en nuestro mayor bien. Dios nos manda lo bueno y sólo permite aquello que nos hace daño o cuando sabe que hay algo o alguien que se interpone en el desarrollo de nuestras almas y cuando nuestro sufrimiento nos va a ayudar a construir un carácter con el temple del acero. Sí, es verdad que nuestro Padre no evita que suframos, pero soporta con nosotros, con su amorosa compañía, nuestra aflicción.

Efectivamente, Dios no desea la aflicción de sus hijos, pero sí permite que ocurran circunstancias dolorosas cuando necesitamos aprender una lección en la vida, haciendo que este dolor se transforme en un aprendizaje valioso para nuestras almas. Con su ayuda, incluso nuestras más lamentables experiencias se tornan beneficiosas porque las dota de valor espiritual y las incluye, olvidando nuestros errores, como parte del plan universal que ha diseñado para el desarrollo espiritual de la humanidad.

Algunas de las tragedias de la vida suceden a causa de circunstancias físicas que son inevitables en un planeta gobernado por leyes físicas establecidas, como en el caso de un alud que de forma repentina aplasta a un montañero. Las rocas ruedan cuesta abajo debido a la gravedad, una ley física establecida por Dios que arrastra siempre hacia abajo a cualquier objeto que esté en desequilibrio o sin apoyo. La muerte del montañero es una tragedia para él y para los que le amaban o dependían de él, pero la tragedia sería aún mayor si la causante fuese una fuerza caprichosa, a la que no se pudiese aplicar coherentemente ninguna ley. Si miramos este suceso desde otra perspectiva, el montañero, en uso de su libre voluntad, ha elegido escalar por una ruta peligrosa, porque, para poner en práctica nuestra completa, aunque relativa libertad de acción, el plan Dios ha dispuesto que estemos sin protección y en contacto con la realidad para poder crecer espiritualmente.

Otras tragedias sobrevienen como consecuencia de actos de maldad o de falta de consideración de unas personas respecto a otras. Dios permite que esto ocurra porque su respeto por la libre voluntad individual se aplica tanto al bien como al mal, y la auténtica libertad conlleva la posibilidad de equivocarse. Nuestro Padre desea que sus hijos e hijas amen y sirvan a sus semejantes voluntariamente, desde el corazón, y esto precisa de libertad para hacer lo contrario. Pero cuando aquéllos que han dedicado sus vidas a Él reciben algún daño, ya sea por causas físicas o por cualquiera otra causa, el Padre hace que las consecuencias de estos dolorosos sucesos o acciones de maldad se conviertan en un bien para ellos.

¿Quién puede concebir la majestad del Creador o adivinar su omnisciencia o su sabiduría? ¿Quién puede mejor que Él dar un propósito a nuestras vidas? ¿Qué ser de inteligencia es capaz de comprender mejor las causas y efectos que recorren edades y galaxias? El Padre de las luces vive todos los aspectos de su creación en un presente sin tiempo, sosteniendo y manteniendo la existencia de cada ser y cosa mediante la inaccesible sabiduría de su mente infinita. Ver la vida como la ve el Padre es verla en su auténtica dimensión, es descubrir su propósito en la confusa dispersión de los avatares diarios, es adquirir las fuerzas necesarias para vivir como si pudiésemos verle a Él, que es invisible.

El sol deja caer sus últimos rayos. Desde lo alto de una colina vemos cómo las calles de la ciudad se iluminan poco a poco. Muchos regresan a sus hogares en coche después de una agotadora jornada de trabajo. Tras los faros se adivinan distintas vidas, distintos problemas; algunos regresan con sus familias o con sus seres queridos, otros, a la soledad de sus hogares. Es imposible que comprendamos cómo Dios se relaciona de manera personal con cada una de estas personas, pero sabemos que lo hace. Dios vive de forma transcendente en su Paraíso, pero también en cada uno de estos corazones. Su llamada amorosa resuena como un eco por corredores solitarios, mientras su brazo sostiene al herido. Su majestuosidad estremece montañas gigantescas y sus ojos alcanzan a verlo todo. Él recorre el curso de los tiempos y nos encuentra donde quiera que estemos, y nos invita a ocupar el lugar que tiene para nosotros en su universo, un universo que se extiende de forma ilimitada. A medida que caminamos por la senda del espíritu, vamos aprendiendo más del propósito eterno de Dios, adquiriendo una perspectiva cósmica cada vez más amplia. Sentimos en nosotros el amor del Padre, y abrigamos una mayor seguridad de que su presencia está continuamente con nosotros.

*****
El Señor cumplirá su propósito en mí. Tu misericordia, Señor, es para siempre; ¡no desampares la obra de tus manos. (Sal 138,8)

Con él están el poder y la sabiduría; suyos son el que yerra y el que hace errar. (Job 12,16 )

Dios es grande, pero no desestima a nadie. Es poderosa la fuerza de su sabiduría. (Job 36,5)

Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. (Stg 3,17)

Si alguno me sirve, sígame; y donde yo esté, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre lo honrará. (Jn 12,26)

Por esta razón también oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder. (2 Ts 1,11)

Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (Ro 8,28)

Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor; (Mc 10,43)

sábado, 9 de octubre de 2010

EL NOMBRE DEL PADRE

A Dios Padre se le conoce con distintos nombres, que dependen, en gran medida, del concepto que tengamos de Él. Dios nunca se ha revelado a sí mismo aludiendo a su nombre, sino sólo a su naturaleza. Si nos consideramos hijos del Creador, resulta muy natural que terminemos por llamarle Padre (1). Pero éste es el nombre que nosotros escogemos, y que nace de nuestra propia relación personal con el Origen y Centro de todo.

El Padre Universal nunca exige forma alguna de reconocimiento arbitrario, de adoración ceremonial o de servilismo a sus seres creados. Desde nuestro corazón, hemos de reconocerle, amarle y adorarle de forma voluntaria. Nuestro Creador no desea la sumisión de nuestra libre voluntad espiritual por coacción o imposición. La ofrenda más especial que el hombre puede hacer a Dios consiste en dedicar, con todo afecto, su voluntad humana a hacer la voluntad del Padre; de hecho, la consagración de nuestra voluntad a Él es la única ofrenda de auténtico valor que el hombre puede ofrecer al Padre del Paraíso. En Dios el hombre vive, se mueve y tiene su ser (2); no hay nada que le pueda ofrecer a Dios a no ser su determinación para dejarse guiar por la voluntad del Padre, y esta decisión constituye la realidad de esa adoración auténtica que tanto satisface a la naturaleza amorosa del Padre Creador.

Una vez que en verdad seamos conscientes de Dios, después de que descubramos realmente al majestuoso Creador y comenzamos a percibir de forma vivencial la presencia interior del sumo y divino Poder, entonces, de acuerdo con nuestra capacidad y de acuerdo con la forma de Jesús de revelar a Dios, encontraremos un nombre para el Padre Universal que expresará, de manera adecuada, nuestro concepto de Él. Cada nombre que le demos representará el grado y la profundidad de su entronización en nuestros corazones.

Podemos conocer al Padre Universal como Origen Primero, como Padre del Cielo de los Cielos, como Sostenedor Infinito y Rector Divino. También se le ha designado Padre de las Luces (3), Don de Vida (4) y Todopoderoso (5).

Una vez que la Palabra vivió su existencia encarnada en nuestro mundo, conocemos a Dios muy especialmente con nombres que indican relación personal, tierno afecto y devoción paternal y le llamamos “Padre nuestro” (6). Podemos también llamarle Padre de Padres, Padre del Paraíso y Padre Espíritu.

Es lógico que en un mundo donde los seres sentimos en nuestros corazones un impulso paternal innato y emotivo, el término Padre aparezca como el nombre más elocuente y apropiado para el Dios eterno. También se le reconoce de forma más universal con el nombre de Dios (7). El nombre que se le dé tiene poca importancia; lo significativo consiste en que debemos conocerle y aspirar a ser como él. Nuestros profetas de la antigüedad en verdad le llamaban “Dios eterno” (8) y hacían referencia a él como el que “habita la eternidad”.

****

1 Sal 68,5; 89, 26; 103,13; Mt 6, 9; Lc 11, 2; Ro 1,07.

2 Hch 17,28.

3 Stg 1,17.

4 Hch 17, 25; Ro 6, 23.

5 Ex 9,16; 15,6; Nm 14,17; Dt 9,29; 2 S 22,33; 1 Cr 29,11-12; Neh 1, 10; Job 36,22; 37,23; Sal 106,8; 11,6; 147,05; 59,16; Jer 10,12; 27,5; 32,17; 51,15; Nah 1,3; Mt 28,18.

6 1 Cr 29,10; Is 63,16; 64,8; Si 51,10; Mt 6,9; Mr 14,36; Lc 11,2; Ro 1,7; Gál 1,4; 1 Ti 1,1,2; 3,11; 3,13; 2 Ti 1,1; 1,2; 2,16. En otros pasajes encontramos “mi Padre”, “Oh Padre, “vuestro Padre”, o “Padre” en lugar de “nuestro Padre”.

7 Gn 46,3; Ex 3,14.

8Gn 21,33; Sal 90,2; Is 40,28; Ro 16,26.

viernes, 1 de octubre de 2010

DUODÉCIMO PASO: PERSEVERAR EN LA BÚSQUEDA

Estamos perseverando en nuestra búsqueda, confiando en que se cumpla el tiempo fijado por Dios para nuestro despertar espiritual. Estamos buscando sabiduría para conocer cuál es la voluntad de Dios y paciencia para que se cumpla dicha voluntad en todas las cosas.

El Eclesiastés nos dice que cada cosa tiene su debido tiempo. Las manzanas no maduran tras los primeros fríos porque queramos que sea así, sino porque ha llegado su momento. Sólo raras veces, si es que alguna vez, ocurren las cosas en el momento deseado. Nuestras acciones tienen unas consecuencias que no podemos ni controlar ni predecir por los innumerables factores implicados, y, mientras esperamos el resultado final de estas acciones en nuestra vida, los fracasos y reveses nos van haciendo crecer en la fe. Es posible que tardemos en ver los resultados que esperamos o que éstos no se atengan a nuestras propias acciones. Ante esto, sólo la paciencia nos va a enseñar a hacer lo que en sí mismo es bueno y correcto. Por ejemplo, si ayudar a otra persona nos trajera una inmediata recompensa, puede que este servicio no fuera sino un acto egoísta y premeditado, inaceptable para Dios, que nos pide que sirvamos a los demás por amor, no por el deseo o la expectativa de una gratificación personal.

Dios ha fijado el tiempo perfecto para nuestro despertar espiritual y, sabiendo todas las cosas, de alguna manera teje todas las aparentes circunstancias fortuitas de la vida, nuestras actitudes y acciones como si se trataran de un singular tapiz de ricos matices y simetrías. El Padre con su poder relaciona todas las circunstancias a nuestro alrededor y nos hace crecer en el momento adecuado. Puede que deseemos muy especialmente que las cosas ocurran de la manera que queramos, pero no podemos hacer que las circunstancias y las personas, cuya relación Dios ya ha previsto, se acomoden a nuestras expectativas. No podemos ejercer ningún control sobre el momento en el que las cosas deben de ocurrir. Por mucho tiempo que pasemos con la caña de pescar echada, sólo se dará un determinado momento en el que podamos obtener el fruto deseado, y éste llega en el momento en el que aparece el pez.

No debemos intentar conseguir todo lo que queremos de forma instantánea porque la vida sencillamente no es así, y la impaciencia sólo trae frustración y acritud de carácter. La vida nos muestra día a día que a menudo tenemos que soportar, incluso por largos períodos, situaciones desagradables. La fe nos enseña lo mismo, pero además, nos enseña a comprender la necesidad de la paciencia. Antes, la impaciencia era nuestra única alternativa; ahora, sin embargo, sabemos del gran bien que recibimos cuando esperamos el tiempo que Dios ha fijado. El Padre abre nuestros ojos a su forma de obrar, y estamos de acuerdo con su debido tiempo.

La perseverancia es importante en nuestras oraciones. La respuesta para muchos de los problemas por los que oramos no es fácil, pero no debemos desanimarnos, porque, aunque tarde esa respuesta, cuando se haga realidad, será mucho mejor que la que esperábamos. Pase lo que pase, debemos resistir y nunca renunciar; debemos mantener una inquebrantable confianza en la buena voluntad y misericordia de nuestro Padre, y en su propósito de concedernos los justos deseos que brotan de nuestro corazón.

La paciencia enriquece nuestras vidas. Esperamos en la palabra de Dios y reconocemos que Él se hace cargo de todo. Comprender que nuestras vidas y caminos están seguros en las manos amorosas y todopoderosas del Padre nos llena de satisfacción y de paz interior. Hemos dejado atrás el ejercicio inútil y frustrante de querer que los acontecimientos se acomoden a nuestras expectativas personales o que las vidas de los demás se acomoden a nuestra visión de las cosas. La situación es simplemente así. Tenemos la obligación de obrar conforme a nuestro sentido de la guía de Dios, aceptando el mundo tal como es, sin caer en la perniciosa tentación de querer anticipar los irremediables efectos de nuestras acciones ni de imponer nuestros deseos sobre la libre voluntad de los demás.

La paciencia es un noble rasgo de carácter, aunque pasivo. La verdadera persistencia requiere de paciencia, pero exige además de nuestra activa reafirmación de buscar la voluntad de Dios en lo que hagamos, sin ofrecer resistencia ni dejarnos vencer. Nada, absolutamente nada, puede detener a un alma dedicada por completo a hacer la voluntad del Padre. Dejamos a un lado nuestro desánimo y seguimos adelante, confiando totalmente en que la rectitud acabará por triunfar en nosotros y en el mundo.

*******

Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas. (Lc 21, 19 )

3 Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; 4 y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; 5 y la esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. (Ro 3,25)

Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos… (Ro 8,25)

Antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias… ( 2 Co 6,4)

Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa. (Heb 6,15)

pues os es necesaria la paciencia, para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. (Heb 10,36)

el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu Ley está en medio de mi corazón». Sal 40,8

Pero yo a ti oraba, Jehová, en el tiempo de tu buena voluntad; Dios, por la abundancia de tu misericordia, por la verdad de tu salvación, escúchame. (Sal 69,13)

Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud. (Sal 143,10)

Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. (Ecl 3,1)

viernes, 17 de septiembre de 2010

EL PADRE UNIVERSAL

El Padre Universal es el Dios de toda la creación, la Primera Fuente y Centro de todas las cosas y de todos los seres. Pensad primero en Dios como creador, después como rector y por último como sostenedor infinito. La verdad sobre el Padre Universal comenzó a manifestarse a la humanidad cuando el profeta dijo: “Tú solo eres Dios(1); no hay semejante a ti (2). Tú has creado el cielo y el cielo de los cielos, con todos sus ejércitos; tú los preservas y mandas (3). Por el Hijo de Dios fue hecho el universo (4). El Creador se cubre de luz como de vestidura y extiende los cielos como una cortina” (5). Solamente el concepto del Padre Universal —un solo Dios en lugar de muchos dioses— permitió al hombre mortal comprender al Padre como creador divino y rector infinito.

No hay duda de que los innumerables planetas de nuestro universo se crearon para que con el tiempo los habitaran muy distintos tipos de criaturas inteligentes, de seres que pudieran conocer a Dios, recibir su afecto divino y amarle a su vez. El cielo de los cielos es la obra de Dios y la morada de sus diversas criaturas. “Dios creó los cielos y formó la tierra; estableció el universo y creó este mundo no en vano; para que fuese habitado lo formó” (6).

Debemos adorar al Padre Universal, al hacedor eterno y sostenedor infinito de toda la creación. Todos tenemos ante nosotros un largo, largo viaje al Paraíso, un fascinante afán, la aventura eterna de llegar a Dios Padre. La meta trascendente de los hijos del tiempo consiste en encontrar al Dios eterno, comprender su naturaleza divina y reconocer al Padre Universal. Las criaturas conocedoras de Dios debemos poseer una única aspiración suprema, un único ardiente deseo: llegar a ser, en nuestras propias esferas, como él es en su Paraíso de perfección personal y en su esfera universal de suprema rectitud. Del Padre Universal que habita la eternidad (7) surge un mandato supremo: “Sed vosotros perfectos, como yo soy perfecto” (8). Esta recomendación divina es llevada con amor y misericordia a través de los tiempos y del universo, hasta alcanzar a las modestas criaturas de la tierra.

Este dictado magnífico y universal por alcanzar con ahínco la perfección divina es la razón primera, y debe ser la más sublime aspiración, de cualquiera de las criaturas del Dios de perfección. Esta oportunidad de alcanzar la perfección divina constituye el destino último y seguro del eterno progreso espiritual de todo hombre.

Los mortales tenemos escasas esperanzas de ser perfectos en el sentido infinito, pero es enteramente posible para nosotros, los seres humanos, comenzando como lo hacemos en este planeta, alcanzar la meta celestial y divina que el Dios infinito ha dispuesto para todos los hombres y mujeres; y cuando por fin consigamos este destino, estaremos, en todo lo que constituye realización propia y consecución mental, tan pletóricos en nuestra esfera de perfección divina como Dios mismo lo está en su esfera de infinitud y eternidad. Quizás tal perfección no sea universal en el sentido material ni ilimitada en alcance intelectual ni final en vivencia espiritual, pero es final y completa en todos los aspectos finitos de la voluntad divina, del estímulo hacia la perfección del ser personal y de la conciencia de Dios.

Ese es el auténtico significado de ese mandato divino, “Sed vosotros perfectos, como yo soy perfecto”, que por siempre alienta al hombre mortal y lo atrae interiormente hacia ese afán fascinante y perdurable por alcanzar niveles cada vez más elevados de valores espirituales auténticos. Esta búsqueda sublime del Dios del universo debe constituir la aventura suprema de todos los habitantes de nuestro mundo.

CITAS BÍBLICAS
1. 2 R 19,15; Neh 9,6; Is 37,16.

2. Dt 4,35,39, 6,4; 1 S 2,02; 2 S, 22; 1 R 17,20 ; 2 R 19,19; Neh 9,6; Sal 86,10; 121,2; 134,3; Ec 36,5; Is 37,16; 44,6,8; 45,5-6,21; Mc 12,29,32; Jn 17,3; Ro 3,30; 1 Co 8,4-6; Gál 3,20; Ef 4,6; 1 Ti 2,5; Stg 2,19.
3. Gn 1, 1; 2,4; Ex 20, 11; 31,17; 2 R 19,15; 2 Cr 2,12; Neh 9,6: Sal 115,15-16; 124,8; 146,6; Is 12,18; 37,16; 40,28; 45,5; Jer 10,11-12; 32,17; 51,15-16; Hch 4,24; 14,15; Col 1,16; Ap 14,11; 6; 14,7.
4. Sal 33,6; 115,16; Is 45,18; Jn 1,1-3; He 1,2.
5. Sal 104, 2.
6. Sal 115, 16; Is 45, 1.
7. 2 Ed 8, 20; Is 57,15.
8. Gn 17,1; Lv 19, 2; Dt 18,13; 1 R 8,61; Mt 5,48; 2 Co 13,11; Stg 1,4; 1 P 1,16; 1 R 8,61.



domingo, 12 de septiembre de 2010

UNDÉCIMO PASO. CONSEGUIR UN EQUILIBRIO ENTRE LO FÍSICO Y LO ESPIRITUAL


A medida que Dios nos otorgaba poder para cambiar nuestras metas materiales por las espirituales, hemos vivido muchos conflictos, pero estamos ya consiguiendo un mejor equilibrio entre las necesidades que tenemos como seres humanos y nuestra vida espiritual.

Este paso tiene que ver con la reconciliación entre un total compromiso interior y las exigencias de la vida diaria, equilibrando lo que es bueno para nosotros con lo que es bueno para los otros. ¿Es posible vivir en este mundo y, sin embargo, como Jesús dijo, no ser de este mundo? ¿Cómo podemos obrar en el espíritu cuando somos cada momento rehenes de la carne y de la sangre? ¿Cómo podemos resistirnos a no sentir ira, lujuria, codicia y egoísmo cuando el instinto de conservación, inculcado en nosotros por ese mismo Creador, nos impulsa a reaccionar de esa manera? ¿Es compatible vivir a la manera desinteresada del Maestro y tener un sentido práctico de la vida, e incluso triunfar en ésta? Nuestros instintos sirven para perpetuar la especie y nos mantienen vivos en un mundo a menudo cruel, pero, ¿cómo podemos reconciliar estos impulsos innatos con los opuestos, es decir, con los consejos de Jesús para que demos nuestras capas, caminemos una segunda milla y salvemos nuestras vidas perdiéndolas?

A los ojos de Dios, todos tenemos unos derechos como personas, y Él no desea que nuestros semejantes ejerzan un total dominio de nuestro tiempo y de nuestras energías. El Padre nos ha creado tal como somos, y en tanto no comprometamos nuestra lealtad espiritual, Él nos apoya en esos deseos de éxito y de satisfacción tan humanos. Dios nos ha dado los apetitos físicos y los deseos, y de la misma manera que no hay nada malo con el agua a no ser que nos ahoguemos en ella, no hay ningún mal intrínseco en estos impulsos humanos.

La nueva vida se vive en el mismo mundo igual que la vieja, y los que buscan el espíritu deben adaptarse a las condiciones del vivir diario. Si descuidáramos nuestro propio bienestar, si nadie nos cuidara, moriríamos rápidamente de hambre o por las inclemencias del tiempo. Si continuamos viviendo sólo para nosotros como hicimos en la vieja vida, ¿qué diferencia hay con la vida a la que hemos renacido? Al haber renacido espiritualmente como hijos e hijas, no debemos tomar por ninguno de estos extremos, sino dejarnos guiar por el sentido común y la sensatez que Dios nos ha otorgado. Dios no nos solicita ni espera que ignoremos nuestro bienestar personal; su deseo es que subordinemos de manera desinteresada nuestros intereses a los de los demás, recordando que Él conoce nuestras necesidades personales, y confiando en Él para que nos la provea.

Nuestro Padre es bien consciente de la difícil transición por la que todos debemos pasar para adaptarnos a la nueva vida en el espíritu, y Él guiará sin percances a las almas dedicadas a su cuidado. Dios puede armonizar las necesidades de nuestros cuerpos con los deseos de nuestras almas y sólo pide nuestra cooperación para que la transición sea positiva y fructífera.

Habiendo cruzado las puertas del reino, la batalla más importante se ha ganado, pero debemos conservar nuestro sentido común y sensatez para evitar ataques por la retaguardia, por un lado, de un materialismo exacerbado, y, por otro, de un fanatismo pseudoespiritual falto de madurez. Tampoco debemos desanimarnos cuando en nuestra mente aparecen inesperados e indeseables huéspedes como la venganza, la ira o los celos. Sólo el tiempo puede borrar una huella tan profunda y perniciosamente marcada, pero ahora que el espíritu de Dios tiene su trono en nuestros corazones, podemos esperar pacientemente a que nos transforme a su semejanza. Es posible que nuestras dificultades emocionales no desaparezcan de momento, pero la ansiedad con respecto al estado de nuestras almas sólo conseguirá que la herida que cicatrizaba se vuelva a abrir.

El mundo espiritual es tan real como el físico. El mundo físico nos facilita un aprendizaje que nunca más encontraremos en nuestra vida de ascenso por las muchas moradas del universo del Padre. Las necesidades del cuerpo en cuanto a alimentos, refugio y ropa no son menos reales que las que tiene el alma de fe, esperanza y amor. Vivimos nuestros ideales en el escenario de este mundo físico que contiene un entramado de circunstancias, a menudo asociadas de forma incongruente, de personas y cosas, incluyéndonos a nosotros. Las persistentes exigencias del mundo físico hacen que pongamos a prueba nuestros propósitos espirituales, impidiendo que se conviertan en meras abstracciones o fantasías.

En este mundo, debemos saber acomodar, equilibrar y reconciliar las diversas fuerzas e intereses en disputa de la mejor manera que sepamos, y es raro que encontremos de forma inmediata la solución perfecta para estos complejos problemas. La perfección es nuestra meta, pero no se puede conseguir en este mundo. El Padre tiene todo esto en cuenta, y no debemos recriminarnos con pensamientos de fracaso porque dificultaríamos su acción en nosotros. Nuestro barco ha zarpado hacia las inexploradas aguas de nuestro camino espiritual, y el Poder que pone al universo en movimiento puede y hará por nosotros lo que es humanamente imposible hacer.

**********

No te dejes llevar de tus pasiones; domina tus deseos. (Eclo 18,30)

El odio provoca peleas, pero el amor perdona todas las faltas. (Pr 10,12)

4 Señor, Padre y Dios de mi vida, no me permitas ser altanero 5 y aparta de mí los malos deseos. (Eclo 23,5)

3 El malvado se jacta de sus propios deseos; el ambicioso maldice y desprecia al Señor. 4 Levanta insolente la nariz, y dice: “No hay Dios. No hay quien me pida cuentas.” (Sal 10,3)

Nunca hables de tomar venganza; confía en el Señor y él te dará el triunfo. (Pr 20,22)

En cambio, los que quieren hacerse ricos no resisten la prueba, y caen en la trampa de muchos deseos insensatos y perjudiciales que hunden a los hombres en la ruina… (1 Ti 6,9)

Esa bondad de Dios nos enseña a dejar la maldad y los deseos mundanos y a llevar en este mundo una vida de moderación, rectitud y devoción a Dios. (Tit 2,12)

Queridos hermanos, os ruego, como a extranjeros de paso por este mundo, que no deis lugar a los deseos humanos que luchan contra el alma. ( 1 P 2,11)

para vivir el resto de su vida conforme a la voluntad de Dios y no conforme a los deseos humanos. (1 P 4,2)

El que cumple la ley domina sus instintos; honrar al Señor lleva a la sabiduría. (Eclo 21,11)

Hermanos, habéis sido llamados a ser libres. Pero no uséis esta libertad para dar rienda suelta a vuestros instintos. Más bien servíos por amor los unos a los otros. (Gl 5,13)

porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. (1 Jn 5,4)

38 »Oísteis que fue dicho: “Ojo por ojo y diente por diente”. 39 Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; 40 al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; 41 a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos y 42 Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo niegues. (Mt 5, 38-42)

viernes, 27 de agosto de 2010

DÉCIMO PASO: ORAR

Mediante la oración, la meditación, la adoración y la comunión espiritual mejoramos nuestro contacto consciente con Dios y compartimos con Él nuestra vida interior. Cuando realizamos en Dios un compromiso de vida creamos los cimientos para la oración y comenzamos un camino en el que llegaremos a conocer al Padre celestial.

Dios, siendo Dios, puede comunicarse con nosotros de la manera que desee. Si en tan raras ocasiones durante la historia lo ha hecho de manera que se pudiesen oír sus palabras, se debe a la importancia que otorga a nuestro crecimiento en la fe. Si seguir la guía del espíritu consistiera simplemente en oír una voz o leer unas instrucciones escritas en una pizarra, ¿qué valor tendría vivir en la fe? El plan de Dios nos pide que confiemos en nuestros sentimientos más profundos cuando no veamos el camino con claridad. Superar la incertidumbre de la presencia de nuestro guía interior es un ejercicio de fe. A un padre le preocupa menos que su hijo comprenda un determinado pasaje escrito que el hecho mismo de que aprenda a leer. De igual manera, lo importante ante los ojos de Dios no es que seamos perfectamente conscientes de su respuesta a nuestra oración, sino el hecho de que sigamos adelante en nuestro intento de hacer su voluntad. En el primer caso, damos importancia a los detalles; en el segundo, a nuestra relación con Él.

Lo verdaderamente importante es que percibamos en nuestras almas la tenue y serena voz del Padre; pero para oír sus delicados tonos con nuestros torpes oídos materiales, necesitamos poner mucha atención. El alma tiene, de forma natural, esta capacidad, pero lo mismo que se necesita práctica para distinguir el canto de un pájaro en medio de los ruidos de la ciudad, también se necesita perseverancia para poder distinguir la guía de Dios en medio de los sonidos disonantes de nuestros dispersos pensamientos. El Padre tiene mucho que decirnos, y nuestro bienestar espiritual depende del tiempo que nos tomemos en escuchar.

La oración se aprende con la práctica, no en los libros. Orar es comunicarse con el Hacedor; no depende de nuestra habilidad para emplear un lenguaje florido que impresione a alguien cuya mente abarca las galaxias. El tiempo, el lugar o la forma de orar es lo de menos, sólo importa nuestra sincera disposición para escuchar la respuesta de Dios. Nos hacemos amigos de nuestro Padre al igual que lo hacemos con otras personas, pasando tiempo con Él, hablando, escuchando y compartiendo con Él cosas de nuestras vidas.

Se comparten con Dios esas cosas que día a día llevamos en la mente, porque cualquier cosa que nos preocupe le preocupará a Él también. Pero nuestras oraciones no pueden desembocar en un continuo y egoísta lamento por nuestros problemas personales; no podemos olvidarnos de las necesidades de los demás, que muchas veces sobrepasan con mucho las nuestras. Tampoco debemos pedir en nuestras oraciones que Dios nos haga la vida más fácil o que nos prefiera sobre otras personas. Para poder poner nuestras propias dificultades en su justa perspectiva, tenemos que aprender a tener una actitud de agradecimiento y de reconocimiento, sin olvidarnos de dar gracias a Dios por el bien que nos hace cada día.

La oración tiene el efecto de crear nexos entre nuestras vidas y el mundo espiritual, y nos hace capaces de afrontar los retos y las dificultades tal cuales son en realidad y no como creemos que son en nuestro mundo de sueño e irrealidad. Cuando tenemos problemas, la oración es una guía que nos permite examinar la situación exacta en la que nos encontramos, qué ha sucedido para que estemos en ese aprieto y cómo puede acabar si no tomamos alguna medida que cambie la dinámica de esa situación.

La oración no es un substituto de la acción, sino que mueve a ella. El Padre nos pone en este mundo para que participemos en la vida y fortalezcamos nuestro carácter mientras vencemos las inevitables vicisitudes con las que nos encontraremos. Esto no sería así, y se recompensaría la indolencia, si Dios concediera peticiones de cosas que están al alcance del ser humano. Dios diseñó este mundo para que tuviésemos que esforzarnos por alcanzar nuestros objetivos, y aunque le pidamos fuerzas al Padre para poder conseguirlos, nunca debemos esperar que Él haga por nosotros lo que Él ya nos ha capacitado para hacer por nosotros mismos.

Para que nuestras peticiones tengan algún efecto, hay que expresarlas con claridad y exactitud. ¿Cómo queremos exactamente que cambie la situación? A veces, tan sólo pensar en esa pregunta ya nos desvela una respuesta lógica, que hace que podamos con nuestros propios esfuerzos lograr una solución. Nuestra actitud general hacia la vida puede que sea “Padre, que se haga tu voluntad”, pero en la oración somos tan generales que ésta se disipa como el vapor de agua de una olla a presión. Al haber analizado la situación de la mejor manera que sabemos y haber llegado sinceramente a la conclusión de cuál debe ser el mejor resultado, debemos entonces pedir al Padre sin vacilar que nos ayude a llevarlo a cabo. Nuestra misma fe da por sentado que Dios resolverá nuestro problema de la mejor manera, ya sea o no del modo que tenemos previsto; pero para que la oración sea eficaz, no podemos tener una actitud tibia, vaga o indefinida, porque Dios desea que nos enfrentemos de lleno y de forma creativa a los problemas de la vida. Debemos pedir mucho para que se solucionen nuestras dificultades, y procurar de nuestra parte, con la misma intensidad, solucionarlas.

Nuestras oraciones no son ahora dubitativas, tímidas o sensibleras, sino valerosas reafirmaciones de lo que es lo correcto y lo mejor. Venimos ante Dios como ante un buen padre terrenal, le expresamos con exactitud la situación en la que nos encontramos o el problema que nos embarga, le explicamos las razones por las que pensamos que esa solución sería la mejor para nosotros y le exponemos lo que hemos hecho hasta ahora para encontrar por nosotros mismos esa solución. Si no hay nada más que podamos hacer para mejorar la situación, tenemos derecho a pedir a Dios con total confianza que nos conceda ese resultado que estamos convencidos es el mejor para nosotros.

Si parece que Dios no responde a nuestras oraciones, no es porque Él no nos haya oído, porque no le importemos o porque esté demasiado ocupado. Una oración que queda al parecer sin respuesta debería indicarnos que quizás no hayamos agotado nuestra capacidad humana para solucionar el problema que nos aflige, que, por razones que no comprendemos, sería pernicioso para nosotros conseguir lo que queremos, al menos de la forma deseada, que dar una respuesta a nuestras oraciones signifique limitar la expresión de la libre voluntad de otras personas o que su momento aún no haya llegado; pero puede que incluso, sin nosotros saberlo, la oración ya haya tenido respuesta. En todo caso, debemos siempre vivir en la certidumbre de que Dios da respuesta a todas nuestras plegarias.

La oración, la fe y la acción están espiritualmente vinculadas entre sí. La oración genera fe, la fe nos lleva a la oración y ambas nos llevan a actuar con decisión de acuerdo con la guía del Padre. Cuando actuamos bajo la guía espiritual del Padre, se nos otorga a cambio más fe y se nos alienta a seguir en la oración, a medida que experimentamos la satisfacción de la victoria en la vida espiritual.

La oración es algo real y, como antiguamente los ejércitos usaban los arietes para echar abajo las puertas de las ciudades enemigas, debemos emplearla para vencer las barreras que encontremos. La oración, unida a la fe y a la acción, hace que los problemas sin solución se desvanezcan, hace que podamos superar las dificultades y trae más plenamente el reino de Dios a nuestro atribulado planeta.

*****

Porque tú, Dios mío, revelaste al oído de tu siervo que le has de edificar casa; por eso ha hallado tu siervo motivo para orar delante de ti. (1 Cr 17,25)

Cuando ores, no seas como los hipócritas, porque ellos aman el orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. (Mt 6,5)

Y al orar no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. (Mt 6,7)

Después de despedir a la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo. (Mt 14,23)

¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? (Mt 26,53)

Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar y, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: --Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos. (Lc 11,1)

También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar… (Lc 18,1)

Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual. (Col 1,9)

Cumplidos aquellos días, salimos. Todos, con sus mujeres e hijos, nos acompañaron hasta las afueras de la ciudad, y puestos de rodillas en la playa, oramos. (Hch 21,5)

Por lo cual nos gozamos de que seamos nosotros débiles, y que vosotros estéis fuertes; y aun oramos por vuestra perfección. (2 Co 13,9)

Siempre que oramos por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo… (Col 1,3)

Por esta razón también oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder. (2 Ts 1,11)

jueves, 12 de agosto de 2010

NOVENO PASO: COMPROMETERSE

A pesar de lo que ello pueda significar para nosotros, hemos llegado a la conclusión de que la vida sólo merece la pena vivirla cuando se basa en la verdad y en la dedicación a nuestro amoroso Padre celestial. De todo corazón, entregamos cada aspecto de nuestra vida a Dios y nos comprometemos a hacer su voluntad.

El hombre primitivo se mantenía vivo en el mundo hostil que le rodeaba gracias a su instinto de protección, a su innata beligerancia, a su desconfianza y a su malicia, y esto a nosotros nos servía también, pero nuestro progreso espiritual se veía obstaculizado precisamente por esa misma falta de confianza. Sin embargo, para entrar en el reino, debemos adquirir exactamente eso, confianza.

Vivir en el espíritu conlleva ser conscientes de la comunicación entre nuestra alma y su Hacedor. Cuando prestamos atención al espíritu de Dios, nos comprometemos de forma instantánea con lo que Dios desea exactamente de nosotros, sin que nos importe el coste personal o las consecuencias que puedan originarse. Nuestro progreso en el reino se establece de forma individual y está lleno de matices. No existen fórmulas establecidas, porque resultarían engañosas e incluso contraproducentes para los que no alcanzan a comprender la acción del espíritu interior. La vida en el reino es un proceso de liberación que requiere que iniciemos de todo corazón y sin reservas un camino estrecho que exige mucho de nosotros; un camino en la seguridad de que encontraremos, en esa orilla lejana, paz, gozo y vida eterna.

Entrar en el reino nos exige que dejemos a un lado cualquier cosa, relación o actividad que se interponga entre nosotros y la vida divina. Si nuestro compromiso con Dios no es incondicional, si ponemos el más leve reparo, nuestra dedicación espiritual será incompleta, porque nosotros seguimos llevando las riendas de nuestras vidas. Si obedecemos a nuestro Padre noventa y nueve veces de cien, estaremos poniendo reparos a una obediencia que no podemos cuestionar, porque cada nueva situación demanda una nueva reflexión para ver si esta vez hemos de seguir o no la guía divina.

Aunque pudiera parecer lo contrario, hay poca diferencia espiritual entre obedecer a Dios un noventa y nueve por ciento de las veces u obedecerle un uno por ciento; la diferencia es simplemente de grado. Sólo en las vidas de las personas que han decidido de antemano hacer su voluntad sin importarles el coste personal o las posibles consecuencias puede el Padre expresarse en plenitud.

¿Y si pudiéramos vivir de esa manera tan sólo una hora? ¿Y si los problemas que nos han oprimido durante años desaparecieran de repente para nunca más volver? ¿Y si pudiéramos ver a los ángeles que caminan a nuestro lado y que nos apoyan en nuestro batallar en la vida? ¿Y si pudiéramos estar seguros de que los acontecimientos de nuestras vidas diarias forman parte de un plan superior diseñado por un Ser Omnisapiente?

¿Quién mueve todo esto? ¿Cómo podemos entrar en ese maravilloso reino desde el lugar en que nos encontramos? En la búsqueda de Dios, los ascetas se mortificaban físicamente, sumergiéndose en aguas heladas, escalando montañas y soportando las mayores privaciones y sufrimientos con la esperanza de ganar el favor de un distante y severo Dios. Intentando reducir las distracciones del mundo que Dios ha creado para que vivamos, algunos monjes permanecen durante años en un silencio estricto o pasan los días recitando oraciones establecidas hasta quedar hipnotizados por la repetición monótona del movimiento de sus lenguas.

Otros quieren inútilmente controlar los secretos del universo y llegar a un estado celestial aprendiendo más del Sostenedor Universal, intentando encontrar a Dios mediante el conocimiento. Pero ninguno de estos caminos extremos, aunque se hayan hecho con buena intención, ha llevado a las almas hasta el reino como cuando se vive en la fe en contacto directo con el mundo que Dios ha creado. Intentar ser “mejores” y encontrar a Dios por medio de la sumisión de nuestro cuerpo o la educación de nuestras mentes conduce al fracaso, porque en ambas posibilidades la persona ejerce su dominio, y la esencia de la vida en el reino es nuestra rendición a la guia de Dios. No se busca el reino para que el mundo se someta a nuestro antojo, sino, mediante la fe, para ser un instrumento al servicio de la voluntad del Padre.

Si el precio que tenemos que pagar vale el premio que obtendremos, no lo dudes; dirígete al Padre por ti mismo; háblale de lo que quieres en la vida, de tus anhelos y esperanzas, al igual que de tus problemas y miedos. Reúne valor para decirle que desde ahora en adelante quieres vivir a su manera, sin importarte el posible precio que tengas que pagar en las cosas de este mundo. Dile al Padre que confías en Él totalmente, que tu vida es suya, y que tu más íntimo deseo es obedecerle a Él incluso en los asuntos más nimios. Permanece entonces en silencio y oye su respuesta en tu alma, su bienvenida al mundo espiritual.

El Padre nos quita las manchas que empañaban nuestro yo interior y limpia nuestros corazones. Cuando Dios vive en nosotros y a través de nosotros, nos tornamos más eficientes y menos sujetos a las limitaciones normales de los humanos; como mediadores de quien rige los avatares de los mundos que circundan el espacio, nos vemos con mayor capacidad. Al obrar con Dios, Dios obra en nosotros. Entrar en este misterioso reino ilumina la oscuridad y las sombras del mundo que nos rodea; cada una de las hojas de los árboles parece estremecerse de agradecimiento por el regalo de la vida. Sentimos que partimos hacia una aventura sin límites, para aportar nuestra pequeña porción en una historia interminable de misericordia y provisión.

*****
¿Pues qué, si algunos de ellos han sido incrédulos? Su incredulidad, ¿habrá hecho nula la fidelidad de Dios? (Ro 3,3)

Entonces Josafat se inclinó rostro a tierra, y también todo Judá y los habitantes de Jerusalén se postraron ante el Señor para adorarle. (2 Cr 20,18)

“Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón.” (Proverbios 20, 27)

“Pues no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros.” (Mt 10, 20).

porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre. (Mc 3,35)

Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud. (Sal 143,10)

Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. (Mt 6,33)

“Os digo que entre los nacidos de mujeres no hay mayor profeta que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él.” (Lc 7, 28)

Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que lo seguían: --De cierto os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. (Mt 8,10)

Respondiendo Jesús, les dijo: --Tened fe en Dios. Mc 11,22

No encubrí tu justicia dentro de mi corazón; he publicado tu fidelidad y tu salvación; no oculté tu misericordia y tu verdad en la gran congregación. (Sal 40,10)

confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándolos a que permanecieran en la fe y diciéndoles: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios”. (Hch 14,22)

Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que lo aman? (Stg 2,5)