domingo, 20 de febrero de 2011

DECIMOCTAVO PASO: COMPARTIR CON NUESTROS SEMEJANTES NUESTRAS VIVENCIAS ESPIRITUALES

Estamos más dispuestos a aceptar tanto el deber como el privilegio de compartir la buena nueva y sentimos deseos de transmitir a los demás nuestro conocimiento del amor de Dios.

Ahora que sabemos quiénes somos, debemos ayudar a nuestros semejantes para que ellos sepan también quiénes son. Ahora que vivimos en un promontorio de gracia por encima del agitado mar, podemos rescatar al náufrago y despertar al que está dormido. Pero no es suficiente con impartir instrucciones. Los que se están ahogando se resisten a ser liberados de las aguas que les son conocidas y raras veces aceptan la cuerda que les arrojamos. Primero, hay que hacerles ver el valor que tienen para Dios, porque a muchos no les falta el sentimiento de Dios, sino reconocer el hecho de considerarse sus hijos e hijas amados.

Esos que se resisten han colocado en el camino que llega hasta sus almas rocas perfectamente alineadas capaces de despedir el agua de la vida como lo haría una acera con el agua de la lluvia. El alma es receptiva y sensible pero está encerrada, apartada de la vida exterior. Si las rocas se golpean, se asientan con más firmeza todavía, pero si se tiene la paciencia suficiente, se podrá observar que existen hendiduras en el empedrado por las que el espíritu puede transmitir la vida a la agostada alma que está en el interior. Desde lo alto, el Padre envía su amor, en forma de gotas de lluvia que penetran, por las hendiduras más pequeñas, a esos desiertos del alma, revelándose a sí mismo y preparando a esos hijos que renacen para la aventura eterna.

No es posible tener encerrado al espíritu de Dios entre muros tan sombríos, porque Él con su calor y fulgor hará desaparecer la humedad. La acción del espíritu interior no se puede anular ni con la aflicción ni con el odio, porque su potente caudal se mueve a niveles más profundos que esas emociones más superficiales que atraen nuestra atención día a día. Pero, ¿cómo podemos ayudar a los que sólo saben vivir de la manera que siempre lo han hecho, inconscientes de los designios de Dios? ¿Qué llave es capaz de abrir la puerta de su destino? ¿Somos realmente maestros en tallar una bella figura en el retorcido tronco? Sin saber de qué manera ha fluido la savia para formar un tronco así, ¿podemos modelar cada gesto, cada rizo del cabello si se nos echa la noche y sólo disponemos de un cortaplumas mal afilado? ¿Quién guiará nuestras manos para que no tallemos la madera por donde tiene su base? Pero hay una voz en nuestro interior que nos guía y que sabe el justo momento en que tenemos que hablar o callar ante nuestro hermano. Nuestro espíritu habla con el suyo, y si compartimos en el amor, sus cansados ojos podrán desentrañar y recordar, como en un eco, el lugar del que le hablamos.

El lenguaje que compartimos está menos en las palabras que en nuestro caminar diario con Dios. El amor se ve con mayor claridad en los silenciosos actos de la vida diaria, incluso más que con las palabras, porque, éstas, por sí mismas, son poco convincentes si no mostramos nuestro amor en lo que hacemos; el verdadero afecto surge de nuestra manera de vivir más que de decir.

Llegará el momento adecuado de compartir con nuestro hermano lo que hemos aprendido. Nuestro tiempo en la tierra es corto y pasa demasiado rápido, así que debemos actuar en cuanto podamos, porque cada día resta uno menos. No podemos hablar con cada hermano que nos encontremos por la calle, pero cuando el espíritu interior nos guíe, no debemos vacilar. Entonces Dios puede hacer que esa pequeña chispa de vida que salta inesperadamente se transforme en una gran llama de vida ineludible que abra grandes ventanales hacia los mundos celestiales.
Padre nuestro, te damos gracias porque podemos compartir tus enseñanzas y transmitir lo que tú nos ha dado. Sabemos poco de ti, Padre celestial, pero sabemos que eres el primero en amar, y que todas las cosas buenas las hace tu espíritu. Sabemos que amas a todos tus hijos y que deseas estar en comunión con cada uno de ellos como lo estás con nosotros. Guíanos y ayúdanos a traer tu reino aquí a la tierra. Dirígenos para que podamos servir a nuestros hermanos de forma efectiva y duradera para que no te defraudemos. Ábrenos a las vías del espíritu para que lo que digamos les sea útil, tenga verdad y les irradie amor. Te amamos, Padre justo. Quédate con nosotros mientras te compartimos con aquellos que menos te conocen.

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y le he llenado del espíritu de Dios, y de sabiduría, entendimiento, conocimientos y aptitud creativa (Ex 31,3)

Y el que da semilla al que siembra y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera y aumentará los frutos de vuestra justicia, (2 Co 9,10 )

“No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto, (Lc 6,43)

Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo. (Flp 2,3

Y amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Mt 19,19)

No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros, pues el que ama al prójimo ha cumplido la Ley, (Ro 13,8)

Y yendo, predicad, diciendo: “El reino de los cielos se ha acercado”. (Mt 10,7)

Y les dijo: --Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. (Mc 16,15)

4 Mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves y la comieron… 8 Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta y cuál a treinta por uno. 9 El que tiene oídos para oír, oiga». (Mt 13, 4-9)

Pero tú has seguido bien mis enseñanzas, mi forma de vida, mis planes, mi fe, mi paciencia, mi amor y mi fortaleza para soportar (2 Ti 3,10)

— Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 35 Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. (Mc 8,35-36)

En cambio, el Espíritu da frutos de amor, alegría y paz; de paciencia, amabilidad y bondad; de fidelidad, (Gl 5,22)

miércoles, 2 de febrero de 2011

ANTE LA IMPACIENCIA Y EL ESTANCAMIENTO ESPIRITUAL

La persona impaciente se enoja porque el árbol no da frutos antes de la estación debida. El impaciente supone que Dios no está actuando lo suficientemente rápido, que nosotros sus criaturas, comprendemos los acontecimientos a nuestro alrededor mejor que el Creador en quien vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.

Aquellos que hacen las cosas antes de su debido tiempo fracasan en sus esfuerzos porque aún no se han dado las condiciones que los llevaría al éxito. Cuando actuamos en la fe, sin embargo, cooperamos con el tiempo marcado por nuestro omnisapiente Padre y nos serenamos porque renunciamos a aquellas cosas sobre las que no tenemos control. De esta manera, nos liberamos de algunas de las tan pesadas cargas terrenales, y nos encontraremos libres para entregarnos a las tareas que únicamente nos correspondan; también cesaremos de hacer planes personales para las vidas de otros puesto que debemos amar a nuestros hermanos y no presionarlos para que actúen de forma contraria a su libre voluntad.

La impaciencia evidencia una falta de sumisión a la voluntad del Padre. La persona impaciente tiene su propio plan, que parece ser superior al de Dios. Incluso más perniciosamente, en la impaciencia se intentan tomar atajos, hacer cosas a nuestra manera en lugar de a la manera de Dios. Pero todo este esfuerzo apresurado se convierte en nada porque aún no se han dado todas las circunstancias necesarias para el éxito. El tiempo marcado por el Padre es supremo, y aparte de éste nada acontece de verdadero valor. Dios provee el poder y el modelo que hacen posible el logro perdurable.

Pero mientras que la impaciencia incita a una acción descompasada, el estancamiento, el miedo a vivir, no incita a ninguna. El estancamiento conlleva el rutinario sentimiento de estar aprisionados en una forma de vida improductiva. Persistimos en este estado tan inútil y monótono por miedo a que incluso si lo intentáramos, fracasaríamos en sacar algo de nosotros mismos, y que si, por casualidad, tuviéramos éxito, la vida fuera de la rutina sería probablemente peor. La cura del estancamiento es la oración para saber la voluntad de Dios, y luego la acción enérgica, dedicada, enraizada en la confianza de que Dios manifestará su perfecta voluntad en nosotros, mediante nosotros y para con nosotros.

El agua se estanca cuando no se mueve. De igual manera el anquilosamiento espiritual sucede cuando no nos atrevemos a arriesgarnos por nuestros ideales más elevados en cuanto al plan de Dios para nuestras vidas. El estancamiento y la impaciencia son dos polos opuestos dentro de un problema común de falta de sumisión al plan del Padre. Hay momentos en los que tenemos que esperar y momentos en los que tenemos que actuar, y los que siguen el espíritu de Dios saben de la guía que les lleva a actuar en el momento adecuado. La adoración y el servicio nos une al corazón de Dios, nos proporciona la energía espiritual necesaria para tomar una acción decisiva y nos hace progresivamente más eficaces en los ámbitos de servicio a los que somos llamados.

El estancamiento espiritual proviene de nuestra negativa para buscar la verdad espiritual y a brindarles a los demás la que hemos recibido. Los que están dedicados al servicio no pueden nunca estancarse, porque el Padre los conduce por caminos de preciados retos en los que su amor pueda revelarse. Puede que aquellos hartos de las cosas de este mundo eviten el estancamiento mediante la frenética y siempre variable procesión de tareas que consideramos inútiles; sin embargo, cuando se sirve a Dios, incluso la labor más común es santa y sagrada.

El estancamiento deja notar la ausencia de retos, lo que delata, en cambio, la falta de un nexo espiritual y vivo con Dios, que continuamente nos mueve en los ámbitos superiores de servicio. Debemos pues someternos a la voluntad del Padre y hacer que sus planes sean los nuestros en cada circunstancia, confiando en su sabiduría y bondad porque fuera de Él no somos nada.

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El plan de Dios permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón, por todas las generaciones. (Sal 33,11)

¿Cuál es mi fuerza para seguir esperando? ¿Cuál es mi fin para seguir teniendo paciencia. (Job 6,11)

Yo soy Dios… que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: “Mi plan permanecerá y haré todo lo que quiero; (Is 46,10)

3 Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; 4 y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; 5 y la esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. (Ro 5,3-5)

Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. (Ro 15,4)

Y el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús… (Ro 15,5)

Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe… (Gl 5,22)

Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, obtendréis fortaleza y paciencia… (Col 1,11)

Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas. (Lc 21,19)