viernes, 27 de mayo de 2011

SÚPLICA AL PADRE DEL PARAÍSO

Derrama grándemente el espíritu de tu misericordia en nuestros corazones. Guíanos con tu propia mano, paso a paso, por el incierto laberinto de la vida...

martes, 17 de mayo de 2011

LA PERFECCIÓN ETERNA DEL PADRE


Nuestros antiguos profetas entendieron la naturaleza eterna, sin principio ni fin, la naturaleza circular del Padre Universal. Dios está real y eternamente presente en su universo. Él habita el momento presente con toda su absoluta majestad y eterna grandeza. “El Padre tiene vida en sí mismo (1), y esta vida es vida eterna” (2). Desde la eternidad de los tiempos, es el Padre quien “da vida a todo” (3). Hay infinita perfección en la integridad divina. “Yo soy el Señor; yo no cambio” (4).

Nuestro conocimiento del universo no sólo nos desvela que él es el Padre de las luces (5), sino que también en su forma de dirigir el mundo, “no hay mudanza ni sombra de variación” (6). Él “anuncia lo por venir desde el principio” (7). Él dice: “Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (8) “conforme al propósito eterno que hice en mi Hijo” (9). Así pues los planes y los propósitos de la Primera Fuente son como él mismo: eternos, perfectos y por siempre invariables (10).

Los mandatos del Padre son completamente definitivos y plenamente perfectos. “Todo lo que Dios hace, será perpetuo; sobre aquello no se añadirá; ni de ello se disminuirá” (11). El Padre Universal no se arrepiente (12) de sus propósitos primigenios de sabiduría y perfección. Sus planes son firmes, su consejo inmutable y sus acciones, al mismo tiempo, divinas e infalibles (13). “Mil años delante de sus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche” (14). La perfección de la divinidad y la magnitud de la eternidad estarán, para siempre, fuera del pleno alcance de la mente circunscrita del hombre mortal.

Según la actitud cambiante y la mente variable de los seres inteligentes de su creación, el modo de proceder del Dios inmutable, en el cumplimiento de su propósito eterno, quizás parezca variar; esto es, quizás varíe aparente y superficialmente, pero el propósito inmutable, el plan perpetuo del Dios eterno continúa estando vigente bajo la superficie y tras cualquier forma de manifestación externa.

En nuestro mundo, la perfección necesariamente ha de ser un término relativo, pero en el Paraíso, morada del Padre, la perfección ha de ser pura e incluso absoluta. Al manifestarse la Trinidad varía la forma de expresión de la perfección divina pero no se atenúa.

La perfección primordial de Dios no radica en su supuesta rectitud, sino en la inherente perfección de la bondad de su naturaleza divina. Él es final, completo y perfecto. Nada falta en la belleza y perfección de su recto carácter. Y todo el proyecto trazado para la humanidad está basado en el propósito divino de elevar a todas las criaturas de voluntad hacia su elevado destino, hacia la vivencia de compartir la perfección del Padre del Paraíso. Dios no es egocéntrico ni autosuficiente; nunca cesa de darse como gracia a las criaturas conscientes de sí mismas de nuestro inmenso universo.

Al ser Dios perfecto de una forma eterna e infinita, no puede personalmente conocer en sí la vivencia de la imperfección; no obstante, sí comparte con su Hijo la conciencia que él posee de toda la vivencia de imperfección de todas sus criaturas. Este rasgo personal y liberador del Dios de perfección cubre con su sombra el corazón y encauza hacía sí la naturaleza de todos los que han alcanzado discernimiento moral. De esta manera, al igual que mediante la proximidad de la presencia divina, el Padre Universal en realidad participa en la vivencia con la inmadurez e imperfección en el desarrollo espiritual de cualquier ser moral. Si bien, las limitaciones humanas, el mal en potencia, no forman parte de la naturaleza divina.

1Jn 5,26
2 Dn 12,2; 1; Mc 10,17,30; Mt 19,16,29; 25,46; Jn 2,25; 3,15,16,36; 4,14,36; 5, 13,20; 24,39; 6,27,40,47; 54,68; 8,51,52; 10,28; 11,25,26; 11,25,26; 12,25,50; 17,2,3; Lc 10,25; 18,18,30; Hch 13,46,48; Ro 2,7; 5,21; 6,22,23; Gál, 6,8; Tit 1,2; 3,7; 1 Ti 1,16; 6,12,19; 1 Jn 1,2; Jud 1,21; Ap 22,5.
3 Hch 17,25.
4 Mal 3,6.
5 Stg 1,17.
6 Stg 1,17.
7 Is 46,10.
8 Is 46,10.
9 Ef 3,11.
10 Is 25, 1; Mal 3, 6.
11Ec 3,14.
12 Nm 23, 19; 1 S 15,29; Sal 110,4; Jer 4,28; Zac 8,14; Ez 24,14; He 7,2.1. 
13 Sal 33, 11; Jer 32,18,19; He 6, 17.
14 Sal 90,42; P 3,8.

miércoles, 11 de mayo de 2011

BIENAVENTURADOS LOS MANSOS Y LOS LIMPIOS DE CORAZON



«Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».