lunes, 31 de diciembre de 2012

¡FELIZ AÑO NUEVO!




 
En el reino del Padre, tenemos que llegar a ser nuevas criaturas; las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas.
(2 Co 5,17)

miércoles, 19 de diciembre de 2012

JESÚS: LA PALABRA VIVA


El mundo necesita regresar a las enseñanzas originales de Jesús. No podemos seguir aferrados a una religión acerca de Jesús, sino que necesitamos vivirlas tal como él las vivió y dejar atrás las enseñanzas cristalizadas de hoy en día.

¡Qué despertar experimentaría la humanidad si pudiera volver hacia atrás y viese al Jesús niño, al Maestro que nos traería el mensaje de vida eterna. Nada puede conmover tanto el espíritu como la visión de estas cosas.

Las palabras de los credos no pueden inspirar el alma de los hombres como lo hace la experiencia de conocer la presencia de Dios. Pero la fe expectante mantendrá siempre abierta la puerta de la esperanza del alma del hombre, para dejar entrar las realidades espirituales eternas y los valores divinos del mundo por venir.

Te damos gracias, Padre Celestial, porque te hiciste carne como el hombre mortal para que nosotros pudiésemos llegar a ser semejantes a ti.   

miércoles, 12 de diciembre de 2012

LA MISIÓN DE JESÚS



“El espíritu de Dios nuestro Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos, a proclamar a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad.” Is 61,1

domingo, 11 de noviembre de 2012

LOS VALORES SUPREMOS: CONCEPTOS


La religión no es un modo de conseguir una paz mental estática y feliz; es un impulso destinado a llevar al alma a realizar un servicio dinámico. Es una llamada a la totalidad del yo para servir y amar con lealtad a Dios y a nuestros semejantes. La religión nos lleva a utilizar todos y cada uno de nuestros valores para conseguir la meta suprema: la recompensa eterna. La lealtad religiosa hace que nuestra consagración sea completa al mismo tiempo que magnífica y sublime. Y esa lealtad adquiere un nivel social valioso al mismo tiempo que nos hace crecer espiritualmente.

Para una persona religiosa, la palabra Dios es un símbolo que significa el acercamiento a la realidad suprema y el reconocimiento del valor divino. Lo que nos agrada o desagrada no determinan el bien ni el mal; los valores morales no tienen su origen en la satisfacción de nuestros deseos ni en nuestras frustraciones.

Cuando meditemos sobre los valores, debemos distinguir entre lo que es un valor y lo que tiene un valor. Debemos percibir la relación que existe entre acciones gratificantes en el ámbito religioso y su integración significativa  y creciente en los niveles más elevados de la experiencia humana. 

Nuestra experiencia añade significado al valor; es la conciencia que nos lleva a apreciar los valores. Un yo egoísta llevado por la mera gratificación personal puede llevar a una verdadera desvalorización de los significados; es un disfrute sin sentido que linda con el mal relativo. Los valores son vivenciales cuando las realidades son significativas y cuando nuestra mente los reconoce y aprecia como tal.

Los valores nunca pueden ser estáticos; la realidad significa cambio, crecimiento. Un cambio sin crecimiento, sin expansión de los significados y sin exaltación de los valores, no tiene ninguna validez: es un mal potencial. Cuanto mejor se adapten nuestros significados a niveles cósmicos más significado poseerán nuestras experiencias. Los valores no son ilusiones conceptuales; son reales, pero siempre dependen del hecho de nuestra propia relación con ellos. Los valores son siempre tanto actuales como potenciales: no representan lo que era, sino lo que es y lo que será.

La asociación de los valores actuales con los potenciales lleva al crecimiento, a la realización vivencial de los valores. Pero el crecimiento no es simplemente progresar. El progreso siempre es significativo, pero no tiene prácticamente ningún valor en ausencia de crecimiento. El valor supremo de la vida humana consiste en el crecimiento de los valores, en el progreso en los significados y en la realización de la correlación entre estos dos tipos de  experiencia. Una experiencia así equivale a tener conciencia de Dios. Un ser humano así, aunque no es sobrenatural está en el camino de lograrlo: su  alma inmortal está evolucionando.

El hombre no puede causar el crecimiento, pero puede aportar las condiciones favorables. El crecimiento siempre es inconsciente, ya sea físico, intelectual o espiritual. El amor no se puede comprar ni crear; debe crecer. La evolución es el mecanismo universal que nos hace crecer.  Ni el crecimiento social ni el moral se puede conseguir mediante una legislación. El hombre puede fabricar una máquina, pero su valor real debe provenir de la cultura humana y de su apreciación personal. La única contribución que el hombre puede hacer al crecimiento es movilizar todas las capacidades de su ser personal: su fe viva.

 

jueves, 8 de noviembre de 2012

DUEÑOS TRIUNFANTES DE NOSOTROS MISMOS


Si somos hijos de la fe viva, ya no seremos nunca más esclavos de nuestro yo, sino los dueños triunfantes de nosotros mismos, los hijos liberados de Dios.

lunes, 22 de octubre de 2012

CRECIMIENTO RELIGIOSO


 Aunque la religión nos hace crecer en significados y valores, cuando damos a nuestras apreciaciones puramente personales niveles absolutos, el resultado siempre es malo. El niño evalúa su experiencia de acuerdo a lo que pueda obtener de placer. Cuando crecemos, nuestra madurez es proporcional a la sustitución del placer personal por significados superiores, e incluso por la lealtad a los conceptos más elevados de las diversas situaciones de la vida y de las relaciones cósmicas.

Algunas personas están demasiado ocupadas para crecer y se encuentran por tanto en un grave peligro de inmovilismo espiritual. Se deben tomar acciones para que los significados puedan enaltecerse en cada edad, en las distintas culturas y en cada etapa pasajera de la civilización. Los prejuicios y la ignorancia son los principales inhibidores del crecimiento.

Tenemos que ayudar al niño a que tenga la posibilidad de desarrollar su propia experiencia religiosa; no le podemos imponer nuestra experiencia ya hecha de adultos. Hemos de recordar que el desarrollo personal, año tras año, a través de un régimen de enseñanza establecido, no significa necesariamente progreso intelectual y mucho menos crecimiento espiritual. La ampliación del vocabulario no quiere decir desarrollo del carácter. El crecimiento no está indicado realmente por los simples resultados, sino más bien por el progreso. El verdadero desarrollo educativo se evidencia por el realce de los ideales, la apreciación creciente y los nuevos significados de los valores y una lealtad mayor a los valores supremos.

A los niños solo les impresiona de manera permanente la lealtad de los adultos; sus normas, e incluso su ejemplo, no les influye de manera perdurable. Las personas leales son personas que crecen, y el crecimiento es una realidad que inspira. Tenemos que vivir, crecer lealmente hoy; mañana será otro día. La única manera que tiene una crisálida de convertirse en mariposa consiste en vivir fielmente, cada instante, como crisálida. 

El terreno fundamental para el crecimiento religioso presupone una vida progresiva de autorrealización, la coordinación de las tendencias naturales, el ejercicio de la curiosidad y el placer de las aventuras razonables, el experimentar sentimientos de satisfacción, el funcionamiento del miedo para estimular la atención y la conciencia, la atracción de lo maravilloso, y una conciencia normal de nuestra pequeñez, la humildad. El crecimiento también está basado en el descubrimiento del yo, acompañado de autocrítica — de conciencia— pues la conciencia es realmente la crítica de uno mismo por nuestra propia escala de valores, los ideales personales.

La salud física, el temperamento heredado y el entorno social influyen notablemente sobre la experiencia religiosa. Pero estas condiciones temporales no impiden el progreso espiritual interior de un alma dedicada a hacer la voluntad del Padre que está en los cielos. En todos los seres humanos existen ciertos impulsos innatos hacia el crecimiento y la autorrealización, que obran si no están específicamente reprimidos. La técnica segura para fomentar conseguir el potencial del crecimiento espiritual consiste en mantener una actitud de entrega sincera a los valores supremos.

La religión no se puede dar, recibir, prestar, aprender o perder. Es una experiencia personal que crece en proporción a la búsqueda creciente de los valores finales. El crecimiento cósmico acompaña pues a la acumulación de los significados y a la constante elevación de los valores. Pero la nobleza misma siempre es un crecimiento inconsciente.

Una manera religiosa de pensar y de actuar contribuye al crecimiento espiritual. Los hábitos que favorecen el crecimiento religioso engloban: el cultivo de la sensibilidad a los valores divinos, el reconocimiento de la vida religiosa de los demás, la meditación reflexiva sobre los significados cósmicos, la solución de los problemas utilizando la adoración, compartir nuestra vida espiritual con nuestros semejantes, evitar el egoísmo, negarnos a abusar de la misericordia divina, y vivir como si se estuviera en presencia de Dios. Los factores del crecimiento religioso pueden ser intencionales, pero el crecimiento mismo es invariablemente inconsciente.

Sin embargo, la naturaleza inconsciente del crecimiento religioso no significa que se trate de una actividad que se desarrolla en el ámbito supuestamente subconsciente del intelecto humano; significa más bien que las actividades creativas tienen lugar en los niveles supraconscientes de la mente mortal. La experiencia de comprender la realidad de que el crecimiento religioso es inconsciente, es la única prueba positiva de la existencia activa de la supraconciencia. 

sábado, 20 de octubre de 2012

EL IDEALISMO ESPIRITUAL


La inteligencia podrá controlar la dinámica de la civilización, la sabiduría podrá dirigirla, pero el idealismo espiritual es la fuerza  que realmente eleva y hace avanzar a la cultura humana para que logre metas superiores.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

EL CRECIMIENTO ESPIRITUAL


El desarrollo espiritual depende, por un lado, de que tengamos una relación viva con nuestro Padre Universal y, por otro, de nuestro crecimiento continuo en los frutos del espíritu a medida que servimos a nuestros semejantes. El progreso espiritual se basa en el reconocimiento intelectual de nuestra pobreza espiritual unido a la conciencia personal de la sed de perfección, el deseo de conocer a Dios y de parecerse a él, nuestro propósito sincero de hacer la voluntad del Padre que está en los cielos.

El crecimiento espiritual es, en primer lugar, un despertar a las necesidades, luego un discernimiento de los significados y, finalmente, un descubrimiento de los valores espirituales. La prueba del verdadero desarrollo espiritual de la persona se manifiesta en su motivación al amor, al servicio desinteresado y a la adoración sincera a los ideales de perfección de la divinidad. Todas estas vivencias constituyen la realidad de la religión, en contraste con las simples creencias teológicas.

La religión puede progresar hasta ese nivel en el que nuestras vivencias se convierten en un modo inteligente e iluminado de acercarnos espiritualmente al universo. Esa religión  glorificada tiene su acción en tres niveles distintos de la persona humana: el material, el mental y el espiritual –en nuestra alma y en nuestra relación con el espíritu interior–.  

La espiritualidad muestra nuestra proximidad a Dios y la medida de nuestro servicio al  prójimo. La espiritualidad realza nuestra aptitud para descubrir la belleza en las cosas, para reconocer la verdad en los significados y para descubrir la bondad en los valores. El desarrollo espiritual está determinado por nuestra capacidad para llevarlo a cabo y   hace que eliminemos los elementos egoístas del amor.

El verdadero estado espiritual representa la medida en la que nos hemos aproximado a Dios, la armonización con nuestro espíritu interior. Conseguir una espiritualidad plena equivale a alcanzar el máximo de realidad, el máximo de semejanza con Dios. La vida eterna es la búsqueda interminable de los valores infinitos.

La meta de la autorrealización humana debería ser espiritual, no material. Las únicas realidades por las que vale la pena luchar son divinas, espirituales y eternas. El hombre tiene derecho al disfrute de los placeres físicos y a la satisfacción de los afectos humanos; se beneficia de las relaciones humanas y de las instituciones temporales. Pero éstas no son los cimientos eternos sobre los que ha de construir su persona inmortal que deberá trascender el espacio, vencer el tiempo y alcanzar el destino eterno de la perfección divina y del servicio final.

Jesús describió la profunda seguridad del mortal que conoce a Dios cuando dijo: “No temáis a los que matan el cuerpo pero el alma no pueden matar”. Así podemos decir confiadamente: "El Señor es mi ayudador; no temeré”.  Las seguridades temporales son vulnerables, pero las certezas espirituales son inquebrantables. Cuando las mareas de la adversidad, el egoísmo, la crueldad, el odio, la maldad y los celos humanos sacuden el alma de los mortales, podéis tener la seguridad de que existe un bastión interior, la ciudadela del espíritu, que es absolutamente inexpugnable; al menos esto es cierto para todo ser humano que ha confiado la custodia de su alma al espíritu interior del Dios eterno.

Después de este logro espiritual, conseguido por medio de un crecimiento progresivo,  se produce una nueva orientación de nuestra persona al igual que el desarrollo de una nueva escala de valores. Estas personas nacidas del espíritu tienen renovadas motivaciones en la vida que les hace guardar la tranquilidad mientras perecen sus aspiraciones más queridas y se derrumban sus esperanzas más profundas; saben positivamente que estas experiencias negativas no son más que crisis que destruyen sus creaciones temporales y preludian la edificación de realidades más nobles y duraderas y de un nivel nuevo y más sublime de espiritualidad.

 

viernes, 31 de agosto de 2012

CÓMO ACTUABA JESÚS


 Jesús sembraba la alegría por dondequiera que iba. Estaba lleno de bondad y verdad. Sus seguidores nunca dejaban de maravillarse de las dulces palabras que brotaban de su boca. Podemos cultivar la gentileza, pero la dulzura es el aroma de la amistad que emana de un alma saturada de amor.

sábado, 9 de junio de 2012

LA NATURALEZA POSITIVA DE LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS


 Sin duda, Jesús enseñaría a sus apóstoles acerca de la naturaleza positiva del evangelio del reino y les diría que buscasen en las Escrituras verdades eternas y bellas que alimentasen su espíritu. Y hay pasajes que nos llevan a esto:

“Crea en mi oh Dios un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí”. (Sal 51,10)
“El Señor es mi pastor; nada me faltará.”  (Sal 23)
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.  (Mc 12, 29-31)
Porque yo soy el SEÑOR tu Dios, que sostiene tu diestra, que te dice: ``No temas, yo te ayudaré. (Is 41,13)
No alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.  (Is 2,3)

Jesús usaría lo mejor de las Escrituras hebreas para instruir a sus discípulos y para guiarlos en las enseñanzas del nuevo evangelio del reino. Otras religiones habían sugerido la idea de que Dios estaba cerca del hombre, pero Jesús equiparó la preocupación de Dios por el hombre al afán de un padre amoroso por el bienestar de sus hijos que dependen de él, y luego convirtió esta enseñanza en la piedra angular de su religión. Y así la doctrina de la paternidad de Dios hizo imperativa la práctica de la fraternidad de los hombres. La adoración de Dios y el servicio del hombre se convirtieron en la suma y la sustancia de su religión. Jesús escogió lo mejor de la religión judía y lo transfirió al digno marco de las nuevas enseñanzas del evangelio del reino.

Jesús introdujo el espíritu de la acción positiva en las doctrinas pasivas de la religión judía en lugar de una obediencia negativa a las exigencias ceremoniales. La religión de Jesús no consistía simplemente en creer, sino en hacer realmente las cosas que exigía el evangelio. No enseñó que la esencia de su religión consistiera en el servicio social, sino más bien que el servicio social era uno de los efectos seguros de la posesión del espíritu de la verdadera religión.

Jesús no dudó en apropiarse de la mejor mitad de un pasaje de las Escrituras, rechazando la parte menos instructiva. Su gran exhortación “Ama a tu prójimo como a ti mismo” la extrajo del pasaje de las Escrituras que dice “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo; mas amarás a tu prójimo como a ti mismo: Yo Jehová” (Lv 19,18). Jesús tomó la parte positiva de esa aseveración y rechazó la parte negativa. Incluso llegó a oponerse a la no resistencia negativa o puramente pasiva. Dijo “A quien te abofetee la mejilla derecha, ofrécele también la otra (Mt 5, 39). Esto es, si un enemigo te golpea en una mejilla, no te quedes mudo y pasivo, sino que adopta una actitud positiva y ofrécele la otra; es decir, haz activamente todo lo posible por sacar del mal camino a tu hermano equivocado, y llevarlo hacia los mejores senderos de una vida recta. Jesús pedía a sus seguidores que reaccionaran de una manera positiva y dinámica en todas las situaciones de la vida. El hecho de ofrecer la otra mejilla, o cualquier otro acto semejante, exige iniciativa y requiere una expresión vigorosa, activa y valiente de parte del creyente.

Jesús no defendía la práctica de someterse negativamente a los ultrajes de aquellos que intentan engañar adrede a los que practican la no resistencia ante el mal, sino más bien que sus seguidores fueran sabios y despiertos en sus reacciones rápidas y positivas a favor del bien y en contra del mal, a fin de que pudieran vencer eficazmente el mal por medio del bien. No olvidéis que el verdadero bien es invariablemente más poderoso que el mal más nocivo. El Maestro enseñó una norma positiva de rectitud: “ —Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará” (Lc 9, 24). Él mismo vivió de esta manera, en el sentido de que “anduvo haciendo el bien” (Hch 10, 38). Este aspecto del evangelio estuvo bien ilustrado en las numerosas parábolas que más adelante contó a sus seguidores. Nunca exhortó a sus discípulos a que soportaran pacientemente sus obligaciones, sino más bien a que vivieran con energía y entusiasmo la totalidad de sus responsabilidades humanas y de sus privilegios divinos en el reino de Dios.

Cuando Jesús enseñó a sus apóstoles que si alguien les quitaba injustamente el abrigo, ofrecieran su otro vestido, no se refería literalmente a un segundo abrigo, sino más bien a la idea de hacer algo positivo para salvar al malhechor, en lugar de seguir el antiguo consejo de pagar con la misma moneda — “ojo por ojo” y así sucesivamente. Jesús aborrecía la idea de las represalias y la de convertirse en un simple sufridor pasivo o en una víctima de la injusticia. En esta ocasión, les enseñaría las tres maneras de luchar contra el mal y de oponerse a él:

Devolver el mal por el mal: método positivo pero injusto.
Soportar el mal sin quejarse ni resistirse: método puramente negativo.
Devolver el bien por el mal, afirmar la voluntad para hacerse dueño de la situación, vencer al mal con el bien: método positivo y justo.


Jesús también dijo a los apóstoles  “a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos” (Mt 5, 41). Los judíos habían oído hablar de un Dios que estaba dispuesto a perdonar a los pecadores arrepentidos y a intentar olvidar sus transgresiones, pero hasta que vino Jesús, los hombres nunca habían oído hablar de un Dios que fuera en busca de las ovejas perdidas, que tomara la iniciativa de buscar a los pecadores, y que se regocijara cuando los encontraba dispuestos a regresar a la casa del Padre. Jesús extendió esta nota positiva de la religión incluso a sus oraciones. Y convirtió la regla de oro negativa en una exhortación positiva de equidad humana.

En todas sus enseñanzas, Jesús siempre evitaba los detalles que distrajeran la atención. Esquivaba el lenguaje florido y eludía las simples imágenes poéticas de los juegos de palabras. Habitualmente introducía grandes significados en expresiones sencillas. Jesús modificaba, con fines ilustrativos, el significado ordinario de muchos términos tales como sal, levadura, pesca y niños pequeños. Empleaba la antítesis de una manera muy eficaz, comparando lo pequeño con lo infinito, y así sucesivamente. Sus descripciones eran sorprendentes, como por ejemplo “Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guía al ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mt 15,14). Pero la fuerza más grande de sus enseñanzas se encontraba en su naturalidad. Jesús trajo la filosofía de la religión desde el cielo a la tierra. Describió las necesidades elementales del alma desde una visión nueva y más profunda y desde la efusión de su afecto.


domingo, 20 de mayo de 2012

¿CÓMO SERÍA EL ÚLTIMO ADIOS DE JESÚS?


Aunando información de diferentes fuentes 

Subiría muy temprano en la mañana al Monte Olivete con sus once apóstoles, que estarían quizás algo desconcertados y silenciosos. Desde allí divisarían Jerusalén y, debajo de ellos, Getsemaní. Jesús se prepararía ahora para decir su último adiós a los apóstoles antes de despedirse de su estancia en la tierra. Mientras estaba allí de pie delante de ellos, los apóstoles se arrodillarían en círculo alrededor de él, como tantas veces, y el Maestro les diría:
…Os he pedido que permanezcáis en Jerusalén hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. Ahora estoy a punto de despedirme de vosotros; estoy a punto de ascender hacia mi Padre, y pronto, muy pronto, enviaré al Espíritu de la Verdad a este mundo donde he residido; cuando haya venido, empezaréis la nueva proclamación del evangelio del reino, primero en Jerusalén y luego hasta los lugares más alejados del mundo.
Amad a vuestro prójimo con el amor con que yo os he amado, y servid a vuestros semejantes como yo os he servido. Mediante los frutos espirituales de vuestra vida, impulsad a las almas a creer en la verdad de que el hombre es hijo de Dios, y de que todos los hombres son hermanos. Recordad todo lo que os he enseñado y la vida que he vivido entre vosotros. Mi amor os cubrirá con su sombra, mi espíritu residirá con vosotros y mi paz permanecerá en vosotros. Adiós. Y aconteció que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado arriba al cielo.

domingo, 29 de abril de 2012

EL BUEN PASTOR


»Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas…  Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; a esas también debo atraer y oirán mi voz, y habrá un rebaño y un pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida para volverla a tomar” (Jn 10, 11-17)

jueves, 12 de abril de 2012

REFLEXIONES EN EL CAMINO A EMAÚS


--¡Qué poco perspicaces sois y que mente más tarda tenéis para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su gloria?  Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les fue explicando lo que decían de él todas las Escrituras. (Lc 24, 25-27) 

El Nuevo Testamento no dice nada de lo que Jesús explicó a estos dos discípulos respecto a lo que decían de él las Escrituras. ¿De qué les hablaría? Quizás… del día señalado de la salvación de los judíos y gentiles, de que todas las gentes de la tierra serían benditas, de que él escucharía el lamento de los necesitados y salvaría el alma de los pobres que lo buscaran, de que todas las naciones lo llamarían bendito, de que vendría un libertador que sería como la sombra de una gran roca en una tierra agostada, de que alimentaría al rebaño como un verdadero pastor y que reuniría a las ovejas en sus brazos llevándolas tiernamente en su seno, que abriría los ojos de los ciegos espirituales y sacaría a los presos de la desesperación a la plena luz y libertad, que todos los que estuviesen en las tinieblas verían la gran luz de la salvación eterna, que sanaría a los que tuviesen el corazón destrozado, que proclamaría la libertad a los cautivos del pecado y abriría la prisión a los que estuviesen esclavizados por el miedo y encadenados por el mal, que consolaría a los afligidos y les otorgaría la alegría de la salvación en lugar de la pena y la tristeza, que él sería el deseo de todas las naciones y la alegría perdurable de los que buscan la rectitud, que este Hijo de la verdad y de la rectitud se elevaría sobre el mundo con una luz sanadora y un poder salvador e incluso que salvaría a su pueblo de sus pecados, que buscaría y salvaría realmente a los que estuviesen perdidos, que no destruiría a los débiles sino que daría la salvación a todos los que tuviesen hambre y sed de justicia, que los que creyesen en él tendrían vida eterna, que derramaría su espíritu sobre todo el género humano, y que este Espíritu de la Verdad sería en cada creyente una fuente de agua viva que brotase para la vida eterna. Quizás también les dijera: ¿No habéis comprendido la grandeza del evangelio del reino que este hombre os entregó? ¿No percibís la grandeza de la salvación que os ha llegado?…

…Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado.  Se dijeron uno a otro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 30-32)

viernes, 6 de abril de 2012

EL VERDADERO VALOR DE LA CRUZ

 El verdadero valor de la cruz consiste en el hecho de que fue la expresión suprema y final del amor de Jesús, la culminación de la revelación de su misericordia.

jueves, 5 de abril de 2012

YO SOY LA VID VERDADERA Y MI PADRE EL LABRADOR


Yo soy la vid verdadera y mi Padre, el labrador; todo sarmiento que no da fruto, lo arranca y el que da fruto lo poda, para que dé más. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he dicho; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no está unido a la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, da fruto abundante, pero sin mí nada podéis hacer. Al que no está unido a mí, se le arrojará, como al sarmiento seco, que lo recogen, los echan al fuego y arde. Si estáis en mí y mis enseñanzas permanecen en vosotros, pedid cuanto queráis y se os concederá. Mi Padre es glorificado si dais mucho fruto y sois mis discípulos.

lunes, 26 de marzo de 2012

HACIA DONDE DIOS TE LLEVA...

La bondad de Dios nos lleva al arrepentimiento; la beneficencia de Dios, al servicio; la misericordia de Dios, a la salvación; mientras que el amor de Dios nos lleva a la adoración consciente y sin reservas.

sábado, 17 de marzo de 2012

LA CERTEZA DE LA EXPERIENCIA ESPIRITUAL

El hecho de que el Padre Universal exista por si mismo conlleva también el hecho de que no necesita explicación. El Padre además vive en nosotros, pero no podemos estar seguros de Dios a menos que lo conozcamos. La única vivencia que asegura su paternidad es sentirnos hijos suyos. Vivimos en un universo cambiante y, por lo tanto, no puede ser una creación final ni absoluta. El universo es finito y por tanto no es equivalente a Dios; uno es la causa y el otro el efecto. La causa es absoluta, infinita, eterna e invariable; el efecto es espacio-temporal y trascendental, pero siempre cambiante, siempre en crecimiento.

En el universo Dios es el único hecho que se causa a sí mismo. Él es el secreto del orden, del plan y del propósito de toda la creación de seres y cosas. Nuestro cambiante universo está a su vez regulado y estabilizado por unas leyes absolutamente invariables, reflejos de un Dios invariable. El hecho de Dios, la ley divina, no cambia; la verdad de Dios, su relación con el universo, es una revelación relativa que siempre se adapta a un universo en constante evolución.

Intentar inventar una religión sin Dios es como cosechar frutos sin árboles o tener hijos sin padres. No puede haber efectos sin causas; sólo el YO SOY carece de causa. El hecho de la experiencia religiosa implica un Dios, y este Dios de la experiencia personal debe ser una persona, un ser personal. No podemos orar a una fórmula química, suplicar a una ecuación matemática, adorar a una hipótesis, confiar en un postulado, comulgar con un proceso, servir a una abstracción o mantener una amistad con una ley.

Es verdad que muchas características aparentemente religiosas pueden tener su origen en raíces no religiosas. Un hombre puede, por ejemplo, negar a Dios intelectualmente y, sin embargo, ser moralmente bueno, leal, filial, honrado e incluso idealista. El hombre puede injertar rasgos puramente humanistas a su naturaleza espiritual, y querer demostrar que puede haber religión sin Dios, pero una experiencia así carece de valores de supervivencia, de conocimiento de Dios y de camino de ascenso a Dios. En una experiencia humana de este tipo sólo se producen frutos sociales, no espirituales. El injerto determina la naturaleza del fruto, a pesar de que el alimento vivo se extraiga de las raíces de nuestra dote divina originaria tanto mental como espiritual.

La marca distintiva intelectual de la religión es la certeza; su característica filosófica es la coherencia; sus frutos sociales son el amor y el servicio. La persona que conoce a Dios no es alguien que no vea las dificultades o que no piense en los obstáculos que se alzan en el camino para encontrar a Dios en el laberinto de las supersticiones, de las tradiciones y de las tendencias materialistas de los tiempos modernos. Ha hallado todos estos impedimentos, pero ha triunfado sobre ellos, los ha superado mediante la fe viva, y ha logrado llegar a las tierras elevadas de la experiencia espiritual. Pero es cierto que hay muchas personas que, aunque interiormente están seguras de Dios, temen afirmar estos sentimientos de certeza debido a la cantidad y la habilidad de aquellos que acumulan objeciones y exageran las dificultades del hecho de creer en Dios. No se necesita una gran profundidad intelectual para encontrar errores, hacer preguntas o poner objeciones, pero sí hace falta una mente brillante para dar respuesta a esas cuestiones y resolver esas dificultades; la certeza de la fe es el mejor método para tratar todas esas opiniones superficiales.

Si la ciencia, la filosofía o la sociología se atreven a volverse dogmáticas en su enfrentamiento con los profetas de la verdadera religión, entonces los hombres que conocen a Dios deberían replicar a ese dogmatismo injustificado con el dogmatismo más clarividente de la certeza de la experiencia espiritual personal: “Sé lo que he experimentado porque soy un hijo del YO SOY”. Si la experiencia personal de una persona que tiene fe se pone en duda por un dogma, entonces ese hijo que ha vivenciado al Padre y que ha nacido de la fe, puede contestar con este dogma indiscutible: la declaración de su filiación real con el Padre Universal.

Sólo una realidad indefinible y absoluta puede ser coherentemente dogmática. Y esto no sucede con los que pretenden ser dogmáticos. No tienen en cuenta la verdad universal ni el amor infinito; les falta coherencia. 

Si se pone en duda la certitud de la fe porque no se puede demostrar, entonces aquel que experimenta el espíritu puede recurrir también a poner en tela de juicio los retos dogmáticos de los hechos de la ciencia y de las creencias de la filosofía razonando de que estos hechos tampoco están demostrados, ya que se trata igualmente de vivencias que tienen lugar en la conciencia del científico o del filósofo.

Dios es la más ineludible de todas las presencias, el más real de todos los hechos, la más viva de todas las verdades, el más afectuoso de todos los amigos y el más divino de todos los valores; de Dios tenemos derecho a estar más seguros que de cualquier otra experiencia universal.

sábado, 3 de marzo de 2012

EL MÁS GRANDE CONOCIMIENTO


De todos los conocimientos que los seres humanos podemos albergar, el de mayor valor consiste en conocer la vida religiosa de Jesús y cómo él la vivió.

viernes, 24 de febrero de 2012

VERDAD Y FE

No se puede definir la verdad con palabras; hay que vivirla. Vivir la verdad no es conocer. El conocimiento hace alusión a cosas observadas, pero la verdad trasciende los niveles puramente materiales al vincularse a la sabiduría y está íntimamente relacionada con la experiencia humana e incluso con las realidades espirituales. El conocimiento tiene su origen en la ciencia; la sabiduría, en la verdadera filosofía; la verdad, en la experiencia religiosa de la vida espiritual. El conocimiento tiene que ver con hechos; la sabiduría, con relaciones; y la verdad, con los valores de la realidad. 

Los seres humanos tienden a cristalizar la ciencia, a formular la filosofía y a dogmatizar la verdad, porque tienen una falta de actitud para adaptarse a las luchas progresivas de la vida y sienten un gran miedo a lo desconocido. La humanidad es lenta para introducir cambios en nuestros hábitos de pensamiento y en nuestros modos de vida.

La verdad revelada, la verdad que se descubre de forma personal, es el gozo supremo del alma humana; es una creación conjunta de nuestra mente y de nuestro espíritu interior. La salvación eterna de esta alma que conoce la verdad y ama la belleza está asegurada por nuestra sed de bondad que nos lleva a una sola meta: hacer la voluntad del Padre, encontrar a Dios y hacernos como él. Nunca hay conflicto entre el conocimiento verdadero y la verdad. Puede existir conflicto entre el conocimiento y  nuestras creencias humanas cuando se llenan de prejuicios, se deforman por el miedo y se dejan dominar por el temor de tener que enfrentarse a los nuevos hechos que nos vienen de los hallazgos materiales o del progreso espiritual.

Pero sin el ejercicio de la fe, el hombre nunca podrá poseer la verdad. Esto es así porque los pensamientos, la sabiduría, la ética y los ideales del hombre nunca se podrán elevar por encima de su fe, de su esperanza sublime. Y toda fe verdadera se basa en una reflexión profunda, en una autocrítica sincera y en una conciencia moral intransigente. La fe es la inspiración de la imaginación creativa impregnada del espíritu.

La fe actúa para liberar la acción de la chispa divina, esa presencia inmortal que mora en nosotros y constituye nuestro camino hacia la supervivencia eterna. El alma humana de todo hombre y mujer (su ser personal) sobrevive a la muerte física al vincular su identidad con esta chispa interior de divinidad, que es inmortal, y que actúa progresivamente para perpetuar el ser personal humano. Ese camino eterno de progresión espiritual sólo termina cuando alcanzamos la fuente personal de toda existencia, Dios, el Padre Universal.

La vida humana continúa —sobrevive— porque tiene un cometido: encontrar a Dios. El alma del hombre, activada por la fe, no puede detenerse hasta haber alcanzado tal destino divino, pero una vez que lo ha alcanzado su camino no se detiene, ya no puede tener fin porque se ha vuelto como Dios: su camino continúa en la eternidad.

El desarrollo espiritual es una experiencia continua en la que elegimos crecientemente y de forma voluntaria la verdad, que se acompaña de una disminución proporcional de la posibilidad del mal. Cuando elegimos la verdad como fin y logramos la plena capacidad para apreciar la verdad, emerge  en nosotros la posibilidad de actuar en la perfección en la belleza y en la santidad, y de ahí la rectitud, que impide para la eternidad la posibilidad de que surja ni siquiera en potencia el concepto del mal. El alma que conoce a Dios de este modo, cuando obra en un nivel tan elevado de la bondad divina, no alberga sombra alguna de mal que le lleve a la duda.

La presencia del espíritu interior en la mente del hombre constituye la promesa de la revelación y la garantía de la fe en una existencia en eterno progreso divino para esas almas que anhelan identificarse con esa parte espiritual e inmortal del Padre de todos.

La fe alimenta y mantiene el alma en medio de la confusión del mundo, mientras que la oración genuina unifica nuestra inspiración y los impulsos de la fe de un alma que trata de responder a los  ideales espirituales que brotan de la presencia interior divina a la que está unida.

 

domingo, 5 de febrero de 2012

ANHELAR A DIOS


Para ascender al Reino de Dios no se trata de que el hombre sea consciente de Dios sino más bien que  lo anhele.   

lunes, 23 de enero de 2012

DIOS ES ACCESIBLE...

Para todos y cada uno de nosotros, Dios es accesible, el Padre es alcanzable, el camino está abierto...

viernes, 13 de enero de 2012

LA PERCEPCIÓN DE LA CONCIENCIA HUMANA

Los seres humanos, en los que mora una fracción de Dios, poseemos una facultad innata para reconocer y comprender la realidad material, la realidad mental y la realidad espiritual. Como criaturas de voluntad estamos, por tanto, equipados para percibir la acción, la ley y el amor de Dios. Aparte de estas tres prerrogativas inalienables de la conciencia humana, toda experiencia humana es en realidad subjetiva excepto que la comprensión intuitiva de lo que es válido asegura la unificación de estas tres respuestas a la realidad del universo, resultantes del reconocimiento cósmico.
La persona que percibe a Dios es capaz de sentir el valor unificador de estas tres cualidades cósmicas en la evolución del alma que sobrevive: la empresa suprema del hombre en el tabernáculo físico en el que la mente moral colabora con el espíritu divino interior para cocrear al alma inmortal. Desde sus más tempranos comienzos el alma es real; tiene cualidades cósmicas de supervivencia.
Si el hombre mortal no logra sobrevivir a la muerte natural, los verdaderos valores espirituales de su experiencia humana tendrían que sobrevivir como parte de la vivencia continuada del espíritu interior que lo habita. Estas cualidades persistentes del ser personal estarían privadas de identidad, pero no de los valores vivenciales que habrían acumulados durante su vida mortal en la carne. Parecería lógico asumir que nuestra identidad sobreviviría al  sobrevivir el alma.
La conciencia que tiene el ser humano de sí mismo conlleva el reconocimiento de la realidad de los yo distintos del yo consciente y conlleva con posterioridad una mutua conciencia de sí mismos; que el yo sea conocido tal como él conoce (1). Esto se ilustra en una forma puramente humana en la vida social del hombre. Pero se puede estar tan absolutamente seguro de la realidad de otro ser como se puede estar de la realidad de la presencia de Dios que vive dentro de nosotros (2). La conciencia social no es inalienable como la conciencia de Dios; es un desarrollo cultural y depende del conocimiento, de los símbolos y de las contribuciones y de las dotes constitutivas del hombre: la ciencia, la moralidad y la religión. Esos dones cósmicos, socializados, constituyen la civilización.
Las civilizaciones no son estables, porque no son cósmicas; no son innatas a los seres de una raza. Deben nutrirse con la contribución combinada de los factores constitutivos del hombre: la ciencia, la moralidad y la religión. Las civilizaciones aparecen y desaparecen, pero la ciencia, la moralidad y la religión siempre sobreviven a la destrucción.
Jesús no sólo reveló Dios al hombre (3), sino que también hizo una nueva revelación del hombre para sí mismo y para los otros hombres. En la vida de Jesús nosotros vemos lo mejor del hombre. El hombre se vuelve así tan hermosamente real por lo mucho que había de Dios en la vida de Jesús, y la cognición (reconocimiento) de Dios es inalienable y constitutiva de todos los hombres.
Aparte del instinto paterno, la falta de egoísmo no es totalmente natural; no se ama a las demás personas de forma natural ni se les sirve socialmente. Se requiere la luz de la razón, la moralidad y el impulso de la religión, esto es el conocimiento de Dios, para generar un orden social altruista y sin egoísmo. La conciencia del propio ser personal del hombre, la conciencia de sí mismo, depende también de forma directa del mismo hecho de la conciencia innata de los otros, esta facultad innata para reconocer y captar la realidad de otros seres personales, desde el ámbito humano hasta el divino.
Una conciencia social sin egoísmos debe ser, en el fondo, una conciencia religiosa, si ha de ser objetiva; si no lo es, es una abstracción filosófica meramente subjetiva y por tanto carente de amor. Sólo un ser que conoce a Dios puede amar a otra persona como se ama a sí mismo.
La conciencia de sí mismo es en esencia una conciencia comunal: Dios y el hombre, Padre e hijo, Creador y criatura. En la conciencia que tiene el ser humano de sí mismo existen cuatro formas de cognición de la realidad del universo que laten de forma inherente:
1. La búsqueda del conocimiento, la lógica de la ciencia
2. La búsqueda de los valores morales, el sentido del deber
3. La búsqueda de los valores espirituales, la vivencia religiosa
4. La búsqueda de los valores del ser personal, la facultad de reconocer la realidad de Dios como ser personal y de comprender al mismo tiempo nuestra relación fraternal con los demás seres personales
Llegamos a tener conciencia del hombre como nuestro hermano creatural porque ya tenemos conciencia de Dios como nuestro Padre Creador. La paternidad es la relación que nos lleva racionalmente al reconocimiento de la hermandad. La paternidad se vuelve, o puede volverse, una realidad universal para todas las criaturas morales porque el Padre mismo nos ha otorgado el ser personal y nos atrae hacia él porque él es un ser personal y la fuente de todo lo personal. Adoramos a Dios, primero, porque él es, luego, porque él está en nosotros y, por último, porque nosotros estamos en él.
¿Es acaso extraño que la mente cósmica dotada por Dios al ser humano reconozca tener conciencia de su propia fuente, de la mente infinita del Espíritu Infinito y, al mismo tiempo, tenga conciencia de la realidad física del inmenso universo, de la realidad espiritual del Hijo Eterno y de la realidad de la persona del Padre Universal?

(1) 1 Co 13,12.

(2) Job 32,8,18; Is 63,11; Ez 37,14; Mat 10,20; Lc 17,21; Jn 17,21,23; 1 Co 3,16,17; 6,19; 2 Co 6,16; Ro 8,9,11; 1 Jn 3,24; 4,12,15; Gál 2,20; Ap. 21,3. 

(3) Mt 6,1,4,6; 11,25-27; Mc 11,25-26; Lc 6,35-36; 10,22; Jn 1,18; 3,31-34; 4,21-24; 6,45-46; 10,36-38; 14,6-11,20; 15,15; 16,25; 17,8,25-26.


jueves, 5 de enero de 2012

EPIFANÍA DEL SEÑOR


Dios ha manifestado su salvación en todo el mundo.

La misericordiosa providencia de Dios, que ya había decidido venir en los últimos tiempos en ayuda del mundo que perecía, determinó de antemano la salvación de todos los pueblos en Cristo.

De estos pueblos se trataba en la descendencia innumerable que fue en otro tiempo prometida al santo patriarca Abrahán, descendencia que no sería engendrada por una semilla de carne, sino por la fecundidad de la fe, descendencia comparada a la multitud de las estrellas, para quien de este modo el padre de todas las naciones esperara una posteridad no terrestre, sino celeste.

Así pues, que todos los pueblos vengan a incorporarse a la familia de los patriarcas, y que los hijos de la promesa reciban la bendición de la descendencia de Abrahán, a la cual renuncian los hijos según la carne. Que todas las naciones, en la persona de los tres Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea conocido, no ya sólo en Judea, sino también en el mundo entero, para que por doquier sea grande su nombre en Israel.

Instruidos en estos misterios de la gracia divina, queridos míos, celebremos con gozo espiritual el día que es de nuestras primicias y aquél en que comenzó la salvación de los paganos. Demos gracias al Dios misericordioso quien, según palabras del Apóstol, nos ha hecho capaz de compartir la herencia del pueblo santo en la luz; él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido. Porque, como profetizó Isaías, el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierra de sombras, y una luz les brilló. También a propósito de ellos dice el propio Isaías al Señor: Naciones que no te conocían te invocarán, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti.

Abrahán vio este día, y se llenó de alegría, cuando supo que sus hijos según la fe serían benditos en su descendencia, a saber, en Cristo, y él se vio a sí mismo, por su fe, como futuro padre de todos los pueblos, dando gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete.

También David anunciaba este día en los salmos cuando decía: Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre; y también: El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia.

Esto se ha realizado, lo sabemos, en el hecho de que tres magos, llamados de su lejano país, fueron conducidos por una estrella para conocer y adorar al Rey del cielo y de la tierra. La docilidad de los magos a esta estrella nos indica el modo de nuestra obediencia, para que, en la medida de nuestras posibilidades, seamos servidores de esa gracia que llama a todos los hombres a Cristo.

Animados por este celo, debéis aplicaros, queridos míos, a seros útiles los unos a los otros, a fin de que brilléis como hijos de la luz en el reino de Dios, al cual se llega gracias a la fe recta y a las buenas obras; por nuestro Señor Jesucristo que, con Dios Padre y el Espíritu Santo, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.   (San León Magno, Sermón 3)