viernes, 24 de febrero de 2012

VERDAD Y FE

No se puede definir la verdad con palabras; hay que vivirla. Vivir la verdad no es conocer. El conocimiento hace alusión a cosas observadas, pero la verdad trasciende los niveles puramente materiales al vincularse a la sabiduría y está íntimamente relacionada con la experiencia humana e incluso con las realidades espirituales. El conocimiento tiene su origen en la ciencia; la sabiduría, en la verdadera filosofía; la verdad, en la experiencia religiosa de la vida espiritual. El conocimiento tiene que ver con hechos; la sabiduría, con relaciones; y la verdad, con los valores de la realidad. 

Los seres humanos tienden a cristalizar la ciencia, a formular la filosofía y a dogmatizar la verdad, porque tienen una falta de actitud para adaptarse a las luchas progresivas de la vida y sienten un gran miedo a lo desconocido. La humanidad es lenta para introducir cambios en nuestros hábitos de pensamiento y en nuestros modos de vida.

La verdad revelada, la verdad que se descubre de forma personal, es el gozo supremo del alma humana; es una creación conjunta de nuestra mente y de nuestro espíritu interior. La salvación eterna de esta alma que conoce la verdad y ama la belleza está asegurada por nuestra sed de bondad que nos lleva a una sola meta: hacer la voluntad del Padre, encontrar a Dios y hacernos como él. Nunca hay conflicto entre el conocimiento verdadero y la verdad. Puede existir conflicto entre el conocimiento y  nuestras creencias humanas cuando se llenan de prejuicios, se deforman por el miedo y se dejan dominar por el temor de tener que enfrentarse a los nuevos hechos que nos vienen de los hallazgos materiales o del progreso espiritual.

Pero sin el ejercicio de la fe, el hombre nunca podrá poseer la verdad. Esto es así porque los pensamientos, la sabiduría, la ética y los ideales del hombre nunca se podrán elevar por encima de su fe, de su esperanza sublime. Y toda fe verdadera se basa en una reflexión profunda, en una autocrítica sincera y en una conciencia moral intransigente. La fe es la inspiración de la imaginación creativa impregnada del espíritu.

La fe actúa para liberar la acción de la chispa divina, esa presencia inmortal que mora en nosotros y constituye nuestro camino hacia la supervivencia eterna. El alma humana de todo hombre y mujer (su ser personal) sobrevive a la muerte física al vincular su identidad con esta chispa interior de divinidad, que es inmortal, y que actúa progresivamente para perpetuar el ser personal humano. Ese camino eterno de progresión espiritual sólo termina cuando alcanzamos la fuente personal de toda existencia, Dios, el Padre Universal.

La vida humana continúa —sobrevive— porque tiene un cometido: encontrar a Dios. El alma del hombre, activada por la fe, no puede detenerse hasta haber alcanzado tal destino divino, pero una vez que lo ha alcanzado su camino no se detiene, ya no puede tener fin porque se ha vuelto como Dios: su camino continúa en la eternidad.

El desarrollo espiritual es una experiencia continua en la que elegimos crecientemente y de forma voluntaria la verdad, que se acompaña de una disminución proporcional de la posibilidad del mal. Cuando elegimos la verdad como fin y logramos la plena capacidad para apreciar la verdad, emerge  en nosotros la posibilidad de actuar en la perfección en la belleza y en la santidad, y de ahí la rectitud, que impide para la eternidad la posibilidad de que surja ni siquiera en potencia el concepto del mal. El alma que conoce a Dios de este modo, cuando obra en un nivel tan elevado de la bondad divina, no alberga sombra alguna de mal que le lleve a la duda.

La presencia del espíritu interior en la mente del hombre constituye la promesa de la revelación y la garantía de la fe en una existencia en eterno progreso divino para esas almas que anhelan identificarse con esa parte espiritual e inmortal del Padre de todos.

La fe alimenta y mantiene el alma en medio de la confusión del mundo, mientras que la oración genuina unifica nuestra inspiración y los impulsos de la fe de un alma que trata de responder a los  ideales espirituales que brotan de la presencia interior divina a la que está unida.

 

domingo, 5 de febrero de 2012

ANHELAR A DIOS


Para ascender al Reino de Dios no se trata de que el hombre sea consciente de Dios sino más bien que  lo anhele.