miércoles, 25 de diciembre de 2013

SOBRE LAS CARTAS DE SAN BASILIO EL GRANDE


Permitid que os informe de este libro sobre las cartas de San Basilio. Merece la pena leerlo.  Felices fiestas para todos.  

Propósito y funcionalidad en las cartas de San Basilio el Grande: Prólogo de Ángel F. Sánchez Escobar


Authored by Francisco Ortiz Aguilera

List Price: $6.50
5.5" x 8.5" (13.97 x 21.59 cm) 
Black & White on Cream paper
174 pages
ISBN-13: 978-1492298540 (CreateSpace-Assigned)
ISBN-10: 1492298549
BISAC: Biography & Autobiography / Religious
Hasta ahora se han hecho diversas clasificaciones temáticas de las más de trescientas cartas de San Basilio, a veces por el simple hecho de darle un sentido global a tan amplia producción epistolar. Aunque aceptables, estas clasificaciones se basan a menudo en fragmentos de cartas sin llegar al análisis del verdadero propósito que el santo tenía al escribirlas. También estas clasificaciones suelen realizarse desde el punto de vista del lector-investigador, perdiéndose en parte el contexto y la intencionalidad de su autor. Por ello, respetando los patrones de las clasificaciones temáticas existentes, el objetivo de Francisco Ortiz es proponer un método alternativo de análisis de las cartas de San Basilio que ayude a descifrar la verdadera intencionalidad del santo y, al mismo tiempo, nos permita acercarnos a su personalidad de una forma complementaria a la realizada por los numerosos estudiosos de sus cartas.

libro electrónico:




https://tsw.createspace.com/title/4424064

sábado, 7 de diciembre de 2013

EL ÁNGEL DEL SEÑOR SE REVELA A JOSÉ


… José, aparezco ante ti por mandato de Aquel que por siempre reina en las alturas; he recibido la misión de informarte acerca del hijo que María va a tener, y que llegará a ser una gran luz en el mundo. En él estará la vida, y su vida se convertirá en la luz de la humanidad. Vendrá primero a su propio pueblo, aunque no todos lo recibirán, pero a aquellos que lo reciban, se les revelará que son hijos de Dios…

viernes, 13 de septiembre de 2013

LOS SIGNOS DE LA VIDA RELIGIOSA



 

Las religiones evolutivas y las religiones reveladas difieren bastante en cuanto a sus métodos, pero sus móviles tienen una gran similitud. La religión no es una parte específica de la vida de las personas, sino más bien una manera de vivir. En la verdadera religión existe una incondicionada devoción hacia una realidad que se considera que tiene un valor supremo para toda la humanidad. Las características sobresalientes de todas las religiones son: una lealtad incondicional y una devoción sincera hacia los valores supremos.
El valor supremo aceptado por la persona religiosa puede ser innoble o incluso falso, pero no obstante es religioso. Si bien, una religión es auténtica en la medida exacta en la que el valor que considera supremo es en verdad una realidad cósmica y tiene una cualidad espiritual genuina.
Los signos de la respuesta humana a los impulsos religiosos incluyen las cualidades de la nobleza y la grandeza. Todo ser humano religioso sincero tiene conciencia de ser ciudadano del universo y es consciente de que está en contacto con unas fuentes de poder sobrehumano. Se siente emocionado y motivado ante la certeza de pertenecer a una noble fraternidad de orden superior de hijos de Dios. La conciencia de la propia estima personal se acrecienta porque vamos en busca de unos objetivos universales más elevados y supremos.
El yo se ha abandonado al impulso misterioso de una motivación que todo lo abarca, que nos impone una mayor autodisciplina, que reduce nuestros conflictos emocionales y hace que la vida mortal merezca ser vivida. El pesimismo de reconocer nuestras limitaciones humanas se transforma en una conciencia natural de los defectos humanos y adquirimos la determinación moral y la aspiración espiritual de alcanzar las metas más elevadas del universo. Esta intensa lucha por alcanzar unos ideales celestiales conlleva un aumento de la paciencia, la indulgencia, la fortaleza y la tolerancia.
Pero la verdadera religión es un amor vivo, una vida de servicio. El desapego de la persona religiosa hacia muchas cosas que son puramente temporales y banales no conduce nunca al aislamiento social, y no debería destruir nuestro sentido del humor. La auténtica religión no resta nada a la existencia humana, sino que añade de hecho unos nuevos significados al conjunto de la vida; genera nuevos tipos de entusiasmo, fervor y valentía. Puede incluso engendrar el espíritu de cruzada, que es más que peligroso si este no se rige por la percepción espiritual y la lealtad y consagración hacia las obligaciones sociales que el ser humano tiene.
Una de las características más asombrosa de la vida religiosa es esa paz dinámica y sublime, esa paz que sobrepasa toda comprensión humana, esa serenidad cósmica que revela la ausencia de toda duda y de toda perturbación. Esos niveles de estabilidad espiritual son inmunes a la decepción. Tales personas religiosas se parecen al apóstol Pablo, que decía: «Estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni los poderes, ni las cosas presentes, ni las cosas por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa podrá separarnos del amor de Dios.»
En la conciencia de la persona religiosa existe un sentimiento de seguridad, unido al reconocimiento de una gloria triunfante, de que ha comprendido la realidad del Supremo y de que persigue su meta.
Incluso la religión evolutiva posee esta misma lealtad y grandeza porque es una experiencia auténtica. Pero la religión revelada es excelente a la vez que auténtica. Las nuevas lealtades debidas a una visión espiritual más amplia crean nuevos niveles de amor y de devoción, de servicio y de hermandad; y toda esta perspectiva social realzada produce una mayor conciencia de la paternidad de Dios y de la fraternidad de los hombres.
La diferencia característica entre la religión evolutiva y la religión revelada consiste en una nueva calidad de sabiduría divina que se añade a la sabiduría humana puramente vivencial. Pero la misma experiencia con las religiones humanas es la que hace que desarrollemos la capacidad para recibir posteriormente y de forma creciente los dones de la sabiduría divina y de la percepción cósmica.

 

jueves, 12 de septiembre de 2013

SI COMPARTIMOS EL GOZO DEL MAESTRO...



Si queremos compartir el gozo del Maestro, tenemos que compartir su amor. Y compartir su amor significa que hemos compartido su servicio. Esta experiencia de amor no nos libera de las dificultades de este mundo; no crea un mundo nuevo, pero ciertamente hace que el viejo mundo parezca nuevo.

domingo, 12 de mayo de 2013

Y HABIENDO DICHO ESTAS COSAS...




Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo:

--Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?

Les dijo:

--No os toca a vosotros saber los tiempos o las ocasiones que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra.

Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y lo recibió una nube que lo ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas,  los cuales les dijeron:

--Galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como lo habéis visto ir al cielo. (Hechos 1,6-11)

domingo, 5 de mayo de 2013

HIJOS DE DIOS POR LA FE


 
Los seres humanos somos el orden más modesto de la creación inteligente y personal. Por encima de nosotros hay infinidad de seres celestiales. Pero el Padre nos ama de modo divino, y cada uno de nosotros puede optar por aceptar la experiencia gloriosa que nos depara ciertamente el destino. No obstante, por naturaleza, todavía no somos de orden divino, sino completamente mortales. Se nos considerará como hijos divinos en ese instante en el que tenga lugar nuestra unión con el espíritu, la theosis que enseña la doctrina ortodoxa, pero hasta ese momento en el que el alma del mortal se une finalmente con el espíritu eterno e inmortal del Padre, que mora en nuestro interior, nuestra condición es la de hijos de Dios por la fe [i].
Es algo solemne y sublime que criaturas tan humildes y materiales como nosotros seamos hijos de Dios, hijos del Altísimo por la fe. “Mirad, ¡cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios!”[ii]. “A todos los que le recibieron les dio potestad de hacerse hijos de Dios”[iii]. Aunque “aún no se ha manifestado lo serás”[iv] aún ahora “sois los hijos de Dios por la fe”[v]; “pues no habéis recibido el espíritu de esclavos para recaer en el temor, sino que habéis recibido el espíritu de la filiación, que os hace exclamar ‘Padre nuestro’”[vi]. Dijo el profeta de la antigüedad en nombre del Dios eterno: “Yo les daré lugar en mi casa, y un nombre mejor que el de hijos; yo les daré un nombre perpetuo, que nunca perecerá”[vii]. “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el espíritu de su Hijo”[viii].
Somos hijos de Dios por la fe, hijos de la gracia y de la misericordia, seres humanos pertenecientes a la familia divina. Y tenemos derecho a considerarnos hijos de Dios por las siguientes razones:
1. Somos hijos de la promesa espiritual, hijos de la fe; hemos aceptado nuestra condición de filiación. Creemos en la realidad de esa filiación y nuestra filiación con Dios se convierte por ello en eternamente real.
2. El Hijo de Dios se ha hecho uno de nosotros; es, de hecho, nuestro hermano mayor; y si en espíritu nos volvemos hermanos verdaderos del Maestro, de Cristo Jesús, entonces, en espíritu, también debemos ser hijos de ese Padre que tenemos en común con él, con el Padre Universal.
3. Somos hijos porque el espíritu (el Espíritu de la Verdad) del Hijo de Dios se ha derramado sobre nosotros, se ha dado completamente y sin restricción a toda la humanidad. Este espíritu por siempre nos atrae hacia el Hijo Divino, que es su fuente, y hacia el Padre del Paraíso, que es la fuente de ese Hijo Divino.
4. En el ejercicio de su divina libre voluntad, el Padre Universal nos ha dado nuestro ser personal. Se nos ha dotado de un cierto grado de esa libre voluntad de acción, espontánea y divina, que Dios comparte con todos aquellos que se convierten en sus hijos.
5. Dentro de nosotros mora una fracción del Padre Universal y estamos, por ello, directamente emparentados con el Padre divino de todos los hijos de Dios.
Merecidamente, como mortales, nos podemos llamar –y considerarnos– hijos de Dios. Tras nuestra despedida de este mundo, si nos dejamos llevar por la voluntad de Dios, y nuestra alma se funde con el espíritu interior, llegaremos a divinizarnos, a ser cada vez más hijos divinos del Padre del Paraíso.  

[i] 2 S 7,14; 1Cr 22,10; Sal 2,7; Is 56,5; Lc 20,36; Jn 1,12-13; 11,52; Hch 17,28-29;  Ro 8,14-17,19; 9,26; 2 Co 6,18; Gá 3,26; 4,5-7; //Ef 1,5; Fil 2,15; He 12,5-8; 1 Jn 3,1-2,10; 5,2; Ap 21,7.
[ii] 1 Jn 3,1.
[iii] Jn 1,12.
[iv] 1 Jn 3,2.
[v] Gá 3,26.
[vi] Ro 8,15.
[vii] Is 56,5.
[viii] Gá 4,6.

viernes, 3 de mayo de 2013

¿CÓMO OBRABA JESÚS?


 
Jesús siempre estaba alegre, a pesar de que a veces bebió profundamente de la copa de las tristezas humanas. Supo enfrentarse con valentía a las realidades de la existencia y, sin embargo, estaba lleno de entusiasmo por el evangelio del reino.

martes, 16 de abril de 2013

SOBRE LA CONVERSIÓN Y EL “MISTICISMO” REPENTINOS


El mundo está lleno de almas perdidas, no perdidas en el sentido teológico, sino perdidas en el sentido de rumbo, vagando confusas entre tantas doctrinas y filosofías de vida que no conducen a ninguna parte. El crecimiento religioso nos guía, por medio del conflicto, del estancamiento a la coordinación, de la inseguridad a la fe convencida, de la confusión de la conciencia cósmica a la unificación de nuestra persona, del objetivo temporal al objetivo eterno, de la esclavitud del miedo a la libertad de nuestra conciencia de la filiación con Dios.

Nuestra lealtad a los ideales supremos —el darnos cuenta de forma psíquica, emocional y espiritual de tener conciencia de Dios— es el resultado de nuestro crecimiento natural y gradual, aunque a veces se puede experimentar ante situaciones de crisis. El apóstol Pablo, por ejemplo, experimentó precisamente una conversión repentina y espectacular de este tipo aquel día memorable en el camino de Damasco. Siddharta Gautama tuvo una experiencia similar la noche en que se sentó a solas para tratar de penetrar en el misterio de la última verdad. Otras personas han tenido experiencias similares, pero hay muchos otros creyentes sinceros que han progresado en el espíritu sin esa conversión repentina.

La mayoría de los fenómenos espectaculares relacionados con las llamadas “conversiones religiosas” son de naturaleza totalmente psicológica, aunque muy de tarde en tarde, como la acontecida a Pablo, tiene un origen verdaderamente espiritual. Cuando nuestra mente se moviliza totalmente hacia el camino de la consecución espiritual, cuando las motivaciones humanas de lealtad a la idea divina son perfectas, entonces parece producirse un acercamiento de nuestro espíritu al objetivo sagrado al que se expande el superconsciente del creyente. Estas vivencias de unificación de los fenómenos intelectuales y espirituales son las que constituyen la conversión, la cual consiste en unos factores que sobrepasan los factores meramente psicológicos.

Pero la emoción por sí sola lleva a una conversión irreal; hace falta sentimiento, pero también fe verdadera. En el grado en que esta reacción psíquica sea parcial, y en la medida en que estos móviles de la lealtad humana sean incompletos, la experiencia de la conversión será una realidad intelectual, emocional y espiritual inacabada.

Si estamos dispuestos a admitir que existe una mente subconsciente en la vida intelectual, entonces, para ser coherentes, deberíamos creer en la existencia de un nivel superconsciente similar que corresponde a una actividad intelectual de orden superior, esto es, una zona de contacto inmediato con esa parte de Dios que habita en nosotros. El gran peligro de todas estas especulaciones psíquicas consiste en creer que las visiones y otras experiencias llamadas “místicas”, así como los sueños extraordinarios son comunicaciones divinas que llegan a la mente humana.

En lugar de buscar este tipo de conversión, la mejor manera de acercarse a esas áreas de contacto con el espíritu interior debería ser a través de la fe viva y de la adoración sincera, de una oración incondicional y desinteresada. En muchas ocasiones se han confundido pensamientos o ensoñaciones que nos vienen desde el inconsciente con revelaciones divinas y mandatos espirituales. Esto resulta peligroso en el terreno espiritual porque el misticismo se convierte en un modo de eludir la realidad, aunque sí es cierto que a veces ha podido ser un medio de comunicación espiritual auténtico y, en tiempos pasados, los seres divinos se han revelado a personas que conocían a Dios mediante sueños. Pero, en la mayoría de los casos, esto no es así, y el estado de conciencia visionario no debe cultivarse de ninguna manera como experiencia religiosa porque conduce a un aislamiento de nuestra verdadera experiencia con Dios

Este estado místico puede conllevar una conciencia difusa, vacía de significado y atención, que opera y contribuye conjuntamente con la pasividad del intelecto. Y todo ello hace que la conciencia gravite hacia el subconsciente, en lugar de dirigirse hacia la zona del contacto espiritual, el superconsciente. Muchos místicos han llevado su disociación mental hasta el nivel de las manifestaciones mentales anormales.

La actitud de meditación espiritual más saludable se halla en la adoración reflexiva y en la oración de acción de gracias. La comunión directa con el espíritu interior, que aconteció a Jesus en los últimos años de la vida en la carne, no debería confundirse con estas experiencias llamadas “místicas”. Los factores que contribuyen al inicio de este tipo de “comunión mística” confirman su falta de realidad. A este estado místico que parte de nuestro estado psíquico se llega por circunstancias tales como el cansancio físico, el ayuno, la disociación psíquica, las experiencias estéticas profundas, los impulsos sexuales intensos, el miedo, la ansiedad, la ira y el baile frenético. Y muchos de los elementos que parecen llevar a ese estado místico tienen su origen en la mente subconsciente y no en la superconsciente.

Por muy favorables que pudieran ser las condiciones para los fenómenos místicos, se debería comprender claramente que Jesús de Nazaret no recurrió nunca a estos métodos para comunicarse con el Padre del Paraíso. Jesús nunca tuvo alucinaciones subconscientes sino que su comunicación con el espíritu era real y genuina porque venían del superconsciente, de la zona de su contacto íntimo genuino con aquel que le envió.

viernes, 22 de marzo de 2013

NUESTRO "YO" VERDADERO


 
El Padre ha dado una parte de sí mismo para que more en nosotros, para convertirse en nuestro verdadero yo, en un yo divino e incluso eterno.

martes, 5 de marzo de 2013

EL BIEN Y EL MAL

 
El bien y el mal son simplemente unos términos que simbolizan los niveles relativos de comprensión humana del universo observable. Si eres éticamente perezoso y socialmente indiferente, puedes tener como modelo del bien las costumbres sociales ordinarias. Si eres espiritualmente indolente y moralmente estático, puedes tener como modelo del bien las prácticas y tradiciones religiosas de tus contemporáneos. Pero el alma, que sobrevive al tiempo y emerge en la eternidad, debe efectuar una elección viva y personal entre el bien y el mal, tal como estos se determinan por los verdaderos valores de las normas espirituales establecidas por el espíritu divino que el Padre, que está en los cielos, ha enviado a residir en el corazón del hombre. Este espíritu interior es la guía de la supervivencia de nuestro ser personal.

La bondad, lo mismo que la verdad, siempre es relativa y contrasta infaliblemente con el mal. La percepción de estas cualidades de bondad y de verdad es lo que permite a las almas evolutivas de hombres y mujeres efectuar esas decisiones personales que son esenciales para la supervivencia eterna.

La persona espiritualmente ciega que sigue la lógica de los dictados de la ciencia, las costumbres sociales y los dogmas religiosos se encuentra en el grave peligro de sacrificar su independencia moral y de perder su libertad espiritual. Un alma así está destinada a convertirse en un papagayo intelectual, en un autómata social y en un esclavo de la autoridad religiosa.

La bondad siempre está creciendo hacia nuevos niveles de mayor libertad para la autorrealización moral y para alcanzar el ser personal espiritual — el descubrimiento del espíritu interior y nuestra identificación con él—. Una experiencia es buena cuando eleva la apreciación de la belleza, aumenta la voluntad moral, realza el discernimiento de la verdad, engrandece la capacidad para amar y servir a nuestros semejantes, exalta los ideales espirituales y unifica los supremos motivos humanos del tiempo con los planes eternos de este espíritu interior. Todo esto conduce directamente a un mayor deseo de hacer la voluntad del Padre, fomentando así el anhelo divino de encontrar a Dios y de parecerse más a él.

A medida que ascendemos en la escala universal de desarrollo de las criaturas, encontraremos una bondad creciente y una disminución del mal, en perfecta conformidad con nuestra capacidad para experimentar la bondad y discernir la verdad. La capacidad de mantener el error o de experimentar el mal no se perderá por completo hasta que el alma humana ascendente alcance sus niveles espirituales finales.

La bondad es viva, relativa, siempre en progreso; es invariablemente una experiencia personal y está por siempre correlacionada con el discernimiento de la verdad y de la belleza. La bondad se encuentra en el reconocimiento de los valores positivos de la verdad espiritual, que deben contrastar, en la experiencia humana, con su contrapartida negativa —las sombras del mal potencial—.

Hasta que no alcancemos los niveles del Paraíso, la bondad siempre será más una búsqueda que una posesión, más una meta que una experiencia lograda. Pero cuando se tiene hambre y sed de rectitud, se experimenta una satisfacción creciente cuando se alcanza parcialmente la bondad. La presencia del bien y del mal en el mundo es, en sí misma, una prueba positiva de la existencia y de la realidad de la voluntad moral del hombre, del ser personal, que identifica así estos valores y también es capaz de escoger entre ellos.

Cada vez que nuestro ser personal se espiritualiza más, nuestra capacidad para identificar nuestro yo con los verdaderos valores espirituales se ampliará hasta conseguir la posesión perfecta de la luz de la vida. Un ser personal espiritual así perfeccionado se unifica tan completa, divina y espiritualmente con las cualidades supremas y positivas de la bondad, de la belleza y de la verdad, que no queda ninguna posibilidad de que un espíritu así lleno de rectitud pueda arrojar alguna sombra negativa de mal potencial cuando es expuesto a la luminosidad penetrante de la luz divina de la Trinidad, de nuestros soberanos infinitos. Cuando nuestra persona se espiritualiza, la bondad deja de ser parcial, contrastante y comparativa; se vuelve divinamente completa y espiritualmente plena; se acerca a la pureza y a la perfección del Ser Supremo.

La posibilidad del mal es necesaria para la elección moral, pero no así su realidad. Una sombra solo tiene una realidad relativa. El mal real no es necesario como experiencia personal. El mal potencial puede actuar como estímulo para tomar decisiones en el ámbito del progreso moral, en los niveles inferiores del desarrollo espiritual. El mal solo se vuelve una realidad de la experiencia personal cuando la mente moral lo escoge de forma deliberada.

 

domingo, 24 de febrero de 2013

CUARESMA: TIEMPO DE ORACIÓN Y MEDITACIÓN




 
La oración es la mirada sincera y anhelante que el hijo dirige a su Padre espiritual; es un proceso psicológico que consiste en intercambiar la voluntad humana por la voluntad divina.

sábado, 19 de enero de 2013

PROBLEMAS DURANTE EL CRECIMIENTO RELIGIOSO


Una vida religiosa es una vida dedicada, y una vida dedicada es una vida creativa, original y espontánea. Aquellos conflictos que ponen en marcha nuestra elección de nuevas y mejores maneras de reaccionar ante estos son los que hacen brotar nuestra nueva percepción religiosa. Esto no sucede con las maneras de reaccionar antiguas y poco válidas que teníamos. Los nuevos significados solo emergen en medio de los conflictos; y estos solo persisten cuando nos negamos a adoptar en nuestras decisiones valores elevados como consecuencia de los significados superiores que vamos adquiriendo en nuestro crecimiento religioso.

Los momentos de perplejidad religiosa son inevitables; no puede existir ningún crecimiento sin conflicto psíquico y sin agitación espiritual. La organización de un modelo filosófico de vida ocasiona una conmoción considerable en el terreno filosófico de la mente. La lealtad hacia lo elevado, lo bueno, lo verdadero y lo noble no se ejerce sin lucha. No podemos aumentar nuestra percepción espiritual y cósmica si no la acompañamos de un esfuerzo. Y el intelecto humano protesta cuando se queda sin el sustento de las energías no espirituales propia de nuestra existencia temporal. La mente indolente animal se rebela ante el esfuerzo que exige la lucha para resolver los problemas cósmicos.

Pero el gran problema de la vida religiosa consiste en la tarea de unificar los dones del alma, inherentes a nuestro ser personal mediante el predominio del AMOR. La salud, la capacidad mental y la felicidad resultan de la unificación de los sistemas físicos, de los sistemas mentales y de los sistemas espirituales. El hombre entiende mucho de salud y de juicio, pero ha comprendido realmente muy pocas cosas sobre la felicidad. La felicidad más grande está indisolublemente asociada al progreso espiritual. El crecimiento espiritual produce una alegría duradera, una paz que sobrepasa toda comprensión.

En la vida física, los sentidos comunican la existencia de las cosas; la mente descubre la realidad de los significados, pero la vivencia espiritual revela a la persona los verdaderos valores de la vida. Estos niveles elevados de vida humana se alcanzan mediante el amor supremo a Dios y el amor desinteresado al  prójimo. Si amamos a nuestros semejantes es porque hemos descubierto sus valores. Jesús amaba tanto a los hombres porque les atribuía un alto valor. Podemos descubrir mejor los valores de nuestro prójimo descubriendo sus motivaciones. Si alguien nos irrita, nos produce sentimientos de rencor; deberíamos, entonces, intentar comprender su punto de vista al igual que las razones de su comportamiento censurable. Cuando comprendemos a nuestro prójimo, nos volvemos  más tolerantes y esta tolerancia se convierte en amistad y, con el tiempo, en amor.

Debemos tratar de ver, con los ojos de la imaginación, la escena de uno de nuestros antepasados primitivos de los tiempos de las cavernas — un hombre bajo, rudo, sucio, corpulento y airado, que permanece con las piernas abiertas, alzando un palo, emanando odio y animosidad, mientras mira ferozmente delante de él. Esta imagen difícilmente representa la dignidad divina del hombre. Pero ampliemos el cuadro; delante de esta persona se encuentra agazapado un tigre con dientes de sable. Detrás del hombre hay una mujer y dos niños. Reconocemos de inmediato que esta imagen representa los principios de muchas cosas hermosas y nobles de la raza humana, pero el hombre es el mismo en las dos escenas. Solo que en la segunda escena conocemos el amplio contexto en el que esta se desarrolla. En ella, percibimos su verdadera motivación y es entonces cuando se vuelve digna de elogio porque llegamos a entenderle. Si pudiéramos acercarnos de alguna manera a las circunstancias que mueven a nuestro prójimo, le comprenderíamos mucho mejor. Si lográramos conocer a nuestros semejantes, llegaríamos a sentir amor hacia ellos.

No podemos realmente amar a nuestro prójimo con un simple acto de voluntad. El amor sólo nace de una comprensión completa de sus motivaciones y sentimientos. Amar hoy a todos los seres humanos no es tan importante como aprender cada día a amar a uno más de ellos. Si cada día o cada semana lográsemos comprender a uno más de nuestros semejantes, estaríamos entonces sin duda convirtiéndonos en seres sociables al mismo tiempo que estamos espiritualizando nuestra persona. El amor es contagioso y, cuando la devoción humana es inteligente y sabia, el amor es más contagioso que el odio. Pero solo el amor auténtico y desinteresado es verdaderamente contagioso. Si cada uno de nosotros pudiéramos convertirnos en un centro dinámico de afecto, este virus benigno del amor pronto impregnaría la corriente de emoción sentimental de la humanidad hasta tal punto que toda la civilización quedaría envuelta en el amor, y esto significaría la realización de la fraternidad entre todos los hombres.