viernes, 13 de septiembre de 2013

LOS SIGNOS DE LA VIDA RELIGIOSA



 

Las religiones evolutivas y las religiones reveladas difieren bastante en cuanto a sus métodos, pero sus móviles tienen una gran similitud. La religión no es una parte específica de la vida de las personas, sino más bien una manera de vivir. En la verdadera religión existe una incondicionada devoción hacia una realidad que se considera que tiene un valor supremo para toda la humanidad. Las características sobresalientes de todas las religiones son: una lealtad incondicional y una devoción sincera hacia los valores supremos.
El valor supremo aceptado por la persona religiosa puede ser innoble o incluso falso, pero no obstante es religioso. Si bien, una religión es auténtica en la medida exacta en la que el valor que considera supremo es en verdad una realidad cósmica y tiene una cualidad espiritual genuina.
Los signos de la respuesta humana a los impulsos religiosos incluyen las cualidades de la nobleza y la grandeza. Todo ser humano religioso sincero tiene conciencia de ser ciudadano del universo y es consciente de que está en contacto con unas fuentes de poder sobrehumano. Se siente emocionado y motivado ante la certeza de pertenecer a una noble fraternidad de orden superior de hijos de Dios. La conciencia de la propia estima personal se acrecienta porque vamos en busca de unos objetivos universales más elevados y supremos.
El yo se ha abandonado al impulso misterioso de una motivación que todo lo abarca, que nos impone una mayor autodisciplina, que reduce nuestros conflictos emocionales y hace que la vida mortal merezca ser vivida. El pesimismo de reconocer nuestras limitaciones humanas se transforma en una conciencia natural de los defectos humanos y adquirimos la determinación moral y la aspiración espiritual de alcanzar las metas más elevadas del universo. Esta intensa lucha por alcanzar unos ideales celestiales conlleva un aumento de la paciencia, la indulgencia, la fortaleza y la tolerancia.
Pero la verdadera religión es un amor vivo, una vida de servicio. El desapego de la persona religiosa hacia muchas cosas que son puramente temporales y banales no conduce nunca al aislamiento social, y no debería destruir nuestro sentido del humor. La auténtica religión no resta nada a la existencia humana, sino que añade de hecho unos nuevos significados al conjunto de la vida; genera nuevos tipos de entusiasmo, fervor y valentía. Puede incluso engendrar el espíritu de cruzada, que es más que peligroso si este no se rige por la percepción espiritual y la lealtad y consagración hacia las obligaciones sociales que el ser humano tiene.
Una de las características más asombrosa de la vida religiosa es esa paz dinámica y sublime, esa paz que sobrepasa toda comprensión humana, esa serenidad cósmica que revela la ausencia de toda duda y de toda perturbación. Esos niveles de estabilidad espiritual son inmunes a la decepción. Tales personas religiosas se parecen al apóstol Pablo, que decía: «Estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni los poderes, ni las cosas presentes, ni las cosas por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa podrá separarnos del amor de Dios.»
En la conciencia de la persona religiosa existe un sentimiento de seguridad, unido al reconocimiento de una gloria triunfante, de que ha comprendido la realidad del Supremo y de que persigue su meta.
Incluso la religión evolutiva posee esta misma lealtad y grandeza porque es una experiencia auténtica. Pero la religión revelada es excelente a la vez que auténtica. Las nuevas lealtades debidas a una visión espiritual más amplia crean nuevos niveles de amor y de devoción, de servicio y de hermandad; y toda esta perspectiva social realzada produce una mayor conciencia de la paternidad de Dios y de la fraternidad de los hombres.
La diferencia característica entre la religión evolutiva y la religión revelada consiste en una nueva calidad de sabiduría divina que se añade a la sabiduría humana puramente vivencial. Pero la misma experiencia con las religiones humanas es la que hace que desarrollemos la capacidad para recibir posteriormente y de forma creciente los dones de la sabiduría divina y de la percepción cósmica.

 

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