[Comenzamos una serie de
estudios que tratan de la verdadera naturaleza de la religión. Este texto es el
preámbulo.]
La religión, como
experiencia humana, se extiende desde el miedo instintivo que esclavizaba a los
seres primitivos hasta la sublime y admirable libertad de la fe cuando como
mortales llegamos a ser perfectamente conscientes de nuestra filiación con el
Dios eterno.
La religión es la
antecesora de una ética y una moral de orden superior que nacen del progreso de
la sociedad. Pero la religión, como tal, no es simplemente una tendencia moral,
aunque sus manifestaciones exteriores y sociales estén muy influidas por el
impulso ético y moral de la sociedad humana. La religión siempre sirve de inspiración
a la naturaleza evolutiva del hombre, pero no es la clave de dicha evolución.
La religión, la fe-convicción
de la persona, siempre puede triunfar sobre la lógica superficial y contradictoria
de la desesperación, una lógica nacida en la mente material del no creyente.
Existe realmente una voz interior verdadera y auténtica, esa «luz verdadera
que alumbra a todo hombre…” (Jn 1,9). Y esta guía espiritual es distinta de las
motivaciones éticas que surgen de nuestra conciencia humana. La sensación de la
seguridad religiosa es más que un sentimiento emotivo. La seguridad de la
religión trasciende la razón de la mente e incluso la lógica de la filosofía.
La religión es fe, confianza y seguridad.
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