La religión es
tan vital que sobrevive en ausencia de aprendizaje. Vive a pesar de
contaminarse con cosmologías erróneas y falsas filosofías; sobrevive incluso a
la confusión de la metafísica. A través de todas las vicisitudes históricas de
la religión, siempre sobrevive aquello que es indispensable para el progreso y
la supervivencia humanos: la conciencia ética y el conocimiento moral.
El espíritu
interior, el Espíritu Santo, el Espíritu de la Verdad, nos ayuda a nuestra fe,
a la inteligencia del alma, a la razón espiritual, a la filosofía espiritual, a
la sabiduría de las realidades espirituales. Es una fuerza espiritual que ayuda
a que nuestra persona pueda sobrevivir a la muerte, a la disolución de nuestro
yo físico. Jesús nos proporciona el camino por el que nuestras vivencias
espirituales deben dirigirse.
El alma del
hombre se revela por medio de la fe religiosa, y demuestra la divinidad
potencial de su naturaleza en la manera en la que la persona reacciona ante
ciertas situaciones intelectuales y sociales duras y difíciles. La fe
espiritual auténtica (la verdadera conciencia moral) se revela en que:
1. Provoca el
progreso de la ética y de la moral a pesar de nuestras inherentes tendencias
animales.
2. Produce una confianza sublime en la bondad de Dios, en medio incluso de
amargas decepciones y de derrotas aplastantes.
3. Genera un valor y una confianza profundos a pesar de las adversidades
naturales y de las calamidades físicas.
4. Muestra una serenidad inexplicable y una tranquilidad continua a pesar de enfermedades
desconcertantes e incluso de sufrimientos físicos agudos.
5. Mantiene a la persona en una calma y un equilibrio misteriosos en medio de
los malos tratos y de las injusticias más flagrantes.
6. Mantiene una confianza divina en la victoria final, a pesar de las
crueldades de un destino aparentemente ciego y de la aparente indiferencia
total de las fuerzas naturales hacia el bienestar humano.
7. Insiste en creer en Dios de forma inquebrantable pesar de todas las
demostraciones contrarias de la lógica, y resiste con éxito a todos los demás
sofismas intelectuales.
8. Continúa mostrando una fe intrépida en la supervivencia del alma, sin tener
en cuenta las enseñanzas engañosas de la falsa ciencia ni las ilusiones
persuasivas de una filosofía errónea.
9. Vive y triunfa a pesar de la sobrecarga abrumadora de las civilizaciones
complejas y parciales de los tiempos modernos: industriales y desajustes
políticos.
11. Se adhiere firmemente a una creencia sublime en la unidad universal y en la
guía divina, sin tener en cuenta la presencia desconcertante del mal y del
pecado.
12. Continúa sabiamente adorando a Dios a pesar de todo y por encima de
todo. Se atreve a declarar: «Aunque él me mate, en él esperaré » (Job 13,15).
Hay además tres
fenómenos que nos indican que el hombre posee esa fuerza espiritual que brota
de su interior: primero, por la experiencia personal: la fe religiosa; segundo,
por la revelación: de índole personal; y tercero, por la asombrosa manifestación
de unas reacciones extraordinarias y poco naturales hacia el entorno material,
tal ha quedado ilustrado antes en las doce actitudes espirituales en presencia
de unas situaciones concretas y difíciles de la existencia humana real.
Esta actuación
esencial y vigorosa de la fe en el ámbito de la religión es precisamente la que
le da al hombre mortal el derecho de afirmar la posesión personal y la realidad
espiritual de este don supremo de la naturaleza humana: la experiencia
religiosa.
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