Dicen que hace dos mil
años un niño, anunciado por los ángeles, les nació a unos humildes judíos que
tenían su hogar en Nazaret. Dicen que el padre murió siendo él todavía muy
joven, y que con sus manos trabajó en las colinas y orillas de Galilea para mantener
a su madre y hermanos. Viajó después durante algún tiempo mientras compartía el
amor de Dios y, mientras pasaba, difundía la buena nueva a cientos de personas.
Dicen que pasó por pruebas en todos los aspectos de la vida y, en compañía de
Dios, venció tentaciones, dificultades y crisis con su fe y su firme devoción.
A pesar de sufrir tantas adversidades, fue fiel a su visión superior del
propósito de Dios, un propósito que había conocido antes de que los mundos
fueran.
Cuando su tiempo llegó,
dicen que eligió a unos apóstoles que dejaron sus casas y familias para
compartir su vida, para caminar por los caminos polvorientos de Palestina y
llamar a su gente al servicio de Dios. Dicen que cuando miraba a los hombres
éstos eran capaces de ver su misma alma e incluso un destello del corazón de
Dios. Dicen que era un hombre entre hombres; rudos pescadores de Galilea le
llamaron Maestro. Dicen que curaba a los enfermos, devolvía la vista a los
ciegos, perdonaba los pecados y resucitaba a los muertos; que daba a beber de
una abundante fuente de agua viva, que daba fuerza al débil, consuelo al
desconsolado, aliento al abatido, comprensión a todas las criaturas, todo lo
que él sabía que las personas necesitaban; que depositaba, en el lugar más
profundo del corazón de los hombres, los rayos sanadores del amor de Dios y
hacía completos a aquellos cuyas vidas estaban destrozadas. Dicen que la gente
común se alegraba cuando le oía y anhelaba su presencia, incluso bajaron a un
paralítico por un tejado sólo para que estuviese cerca de él y hasta una mujer
de la vida bañó de lágrimas sus pies.
Dijo que sólo Dios era
bueno, y dijo a aquellos que sanó que su fe les había hecho completos. Enseñó
la amistad sencilla con Dios y el servicio a los hombres; instruyó sobre el
reino celestial, sobre la rectitud, la paz de Dios y la vida eterna. Los sumos
sacerdotes fueron conscientes del peligro de que el hombre podía tener comunión
directamente con el Dios del cielo sin necesidad de intermediarios y, entonces,
¿qué necesidad había de sacerdotes y rituales? Incapaces de hacer callar su
fuerte voz, forzaron al débil gobernador romano a matar al que, habiendo
salvado a otros, se negó a salvarse a sí mismo.
Dicen que al tercer día la roca que bloqueaba la entrada del sepulcro rodó y resucitó, y durante cuarenta días se apareció a aquellos que compartieron su amor. En Pentecostés subió a los cielos, pero envió a su espíritu a los que amaban la verdad y se les fortaleció el alma e hizo nuevas todas las cosas. Sus seguidores no se intimidaron y difundieron la historia de su vida por todo el mundo romano, muriendo con honra por aquel que a quien llamaban el Cristo.
Este hombre, del que se
han escrito más libros que de cualquier otra persona, existió en inconcebible
majestad mucho antes de que los mundos fueran y vino a la tierra para revelar
el amor de su Padre. Su vida fue el misterio del hombre en Dios y de Dios en el
hombre, un misterio que permanecerá para siempre. Una vez que le conocemos de
verdad, nuestras vidas cambian, porque en él reside todo lo que podemos ser si
queremos vivir la vida de la fe. El secreto de nuestra vida espiritual reside
en todo lo que podemos conocer de Dios. Él es el punto de apoyo de nuestra fe.
Aparte de él, todo lo que creemos que sabemos no es sino una mera abstracción.
Con él, somos como ramas de una vid verdadera; sin él no somos nada. Él conoce
nuestros caminos y sus propósitos. Él nos da de su propia vida y entra en
nuestra mente para hacerla más limpia y fuerte.
Ayúdanos a amarte, Señor
misericordioso. Ayúdanos a comprender tus palabras de bondad y de vida. Vive
renovado en nosotros, porque sabemos que todo lo bueno viene de ti, y que sin
ti estamos indefensos. Cuando nuestras vidas son tan complicadas que no sabemos
qué pedir, transforma nuestros deseos sinceros y trae paz y sabiduría a
nuestras confusas mentes. Dependemos de ti para hacer que nuestra vida merezca
la pena y que honre tu nombre. Aparta de nosotros cualquier sombra de mal y de
oscuridad; renuévanos para poder entregarnos por completo al servicio de tu
reino. Anhelamos día a día tu compañía, anhelamos disfrutar del brillo de tu
sonrisa.
Prometiste preparar allá
un lugar en las alturas para aquellos que desearan hacer tu voluntad;
prepáranos uno aquí también para que tu presencia siempre inunde nuestros
corazones y nuestras vidas.