jueves, 12 de abril de 2012

REFLEXIONES EN EL CAMINO A EMAÚS


--¡Qué poco perspicaces sois y que mente más tarda tenéis para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su gloria?  Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les fue explicando lo que decían de él todas las Escrituras. (Lc 24, 25-27) 

El Nuevo Testamento no dice nada de lo que Jesús explicó a estos dos discípulos respecto a lo que decían de él las Escrituras. ¿De qué les hablaría? Quizás… del día señalado de la salvación de los judíos y gentiles, de que todas las gentes de la tierra serían benditas, de que él escucharía el lamento de los necesitados y salvaría el alma de los pobres que lo buscaran, de que todas las naciones lo llamarían bendito, de que vendría un libertador que sería como la sombra de una gran roca en una tierra agostada, de que alimentaría al rebaño como un verdadero pastor y que reuniría a las ovejas en sus brazos llevándolas tiernamente en su seno, que abriría los ojos de los ciegos espirituales y sacaría a los presos de la desesperación a la plena luz y libertad, que todos los que estuviesen en las tinieblas verían la gran luz de la salvación eterna, que sanaría a los que tuviesen el corazón destrozado, que proclamaría la libertad a los cautivos del pecado y abriría la prisión a los que estuviesen esclavizados por el miedo y encadenados por el mal, que consolaría a los afligidos y les otorgaría la alegría de la salvación en lugar de la pena y la tristeza, que él sería el deseo de todas las naciones y la alegría perdurable de los que buscan la rectitud, que este Hijo de la verdad y de la rectitud se elevaría sobre el mundo con una luz sanadora y un poder salvador e incluso que salvaría a su pueblo de sus pecados, que buscaría y salvaría realmente a los que estuviesen perdidos, que no destruiría a los débiles sino que daría la salvación a todos los que tuviesen hambre y sed de justicia, que los que creyesen en él tendrían vida eterna, que derramaría su espíritu sobre todo el género humano, y que este Espíritu de la Verdad sería en cada creyente una fuente de agua viva que brotase para la vida eterna. Quizás también les dijera: ¿No habéis comprendido la grandeza del evangelio del reino que este hombre os entregó? ¿No percibís la grandeza de la salvación que os ha llegado?…

…Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado.  Se dijeron uno a otro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 30-32)

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