sábado, 6 de febrero de 2010

ANTE LOS FRACASOS DE LA VIDA

Cuando nos sonríe el éxito es natural que nos sintamos bien y sonriamos a la vida; sin embargo, cuando nuestros sueños se derrumban, nos hundimos en el desaliento, y nos preguntamos qué nos está pasando. Pero no debemos culparnos por los fracasos que escapan de nuestro control por circunstancias que nos son ajenas, ni por aquéllos que nacen de nuestra falta de predisposición natural en la tarea a la que dedicamos nuestros esfuerzos ni tampoco por la intromisión de personas desconsideradas y egoístas. El verdadero criterio que debe guiarnos al valorar el resultado de estos esfuerzos es nuestra fe y el saber que hemos seguido la guía del Espíritu.

Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conocías mi senda. (Sal 142,3)

Según los valores del mundo, la vida de Jesús terminó en fracaso, con sus apóstoles diseminados y él mismo crucificado por sus enemigos, pero, ante el Padre y ante él mismo, sí había logrado triunfar sobre el mundo y fue glorificado. Antes de su muerte en la cruz, conociendo su destino, dice:

En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo. (Jn 16, 32-33)

Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío y os lo hará saber. (Jn 16, 7, 14)

Igualmente, tras resucitar, se le concede toda potestad en el cielo:

Jesús se acercó y les habló diciendo: —Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra… Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo…”. (Mt 28, 18-20)

Tenemos que juzgar nuestros éxitos desde una perspectiva espiritual, desde la perspectiva de la fe, y del esfuerzo sincero que hayamos realizado al desear que se cumplan nuestros objetivos.

Muchas veces la derrota nos hace subestimarnos, pero debemos saber que nuestra capacidad humana está muy por encima de lo que nosotros mismos creemos. Nos olvidamos de que tenemos de nuestro lado al Espíritu y a multitud de ángeles:

pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo. (Hch 1,8)

pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. (Sal 91,11)

¡Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra obedeciendo a la voz de su precepto! (Sal 103,20)

Y cuando unimos nuestros proyectos al poder de Dios todas las cosas son posibles –todas-- porque no se le puede poner límites a Dios.

No podemos quedarnos en el sentimiento de derrota porque nuestra voluntad se puede paralizar. La falta de éxito puede llegar a ser una bendición para nosotros porque puede dar lugar a que nos reexaminemos y nos percatemos de cosas que deberíamos corregir. También deberíamos de ser conscientes de que no hay nada anormal en el fracaso de nuestros planes y seguir luchando por ellos. Las murallas de una fortaleza no ceden al primer ataque, sino que son capaces de resistir numerosos embates. Y siempre que nos quede aliento debemos enfrentarnos antes las dificultades de la vida, porque todas las cosas ayudan para bien a aquéllos que aman a Dios y están dedicados a hacer su voluntad.

Desde la perspectiva de Dios, el hundimiento de nuestros planes de vida y los negros nubarrones del fracaso no hacen sino ofrecernos una oportunidad para crecer en espíritu y en sabiduría. A veces la semilla que se planta necesita morir, al igual que lo pueden hacer algunas de nuestras esperanzas más preciadas para poder renacer y dar nuevos frutos de vida. Podemos también tener así la oportunidad de crecer espiritualmente y de conocer realidades más nobles, sublimes y perdurables.

Y cuando sentimos la seguridad de que nuestros objetivos y los medios de los que disponemos para alcanzarlos son aceptables para Dios, no debemos permitir que nada nos desvíe de éstos. Hemos de rechazar cualquier sentimiento de fracaso e insistir en nuestros planes sin permitir que nada nos desaliente. Nuestra fe será capaz de ayudarnos a enfrentarnos a los terribles momentos de las limitaciones humanas con la seguridad de que aunque nosotros no podamos, vive en nosotros Alguien que sí puede.

… porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. (1 Jn 5,4)

Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. ( 1 Co 15,57)

en quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él. (Ef 3,12)

Tenemos que sobreponernos y crecernos ante la desilusión, animarnos ante la aparente derrota y tener una fe invencible frente a los retos de lo inexplicable. Juntos con Dios nada es imposible

La gloria de su bosque y de su campo fértil consumirá por completo, en cuerpo y alma, y vendrá a ser como abanderado en derrota. (Is 10,18)

Con el corazón en el Padre, tenemos que transformar la tensión en estabilidad y certitud, aceptar los retos sin lamentarnos, enfrentarnos a las dificultades e incertidumbres sin temor, perseverando y manteniendo nuestro aplomo si no triunfamos. Así, nuestras decepciones más terribles se transformarán en nuestras mayores bendiciones.

Este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y lo bendijo. (Heb 7,1)

La seguridad en lo temporal es vulnerable, pero la certeza espiritual es inalterable. Lo que eres hoy no es tan importante como lo que llegas a ser día a día y en la eternidad. Cuando las fuertes mareas de la adversidad humana golpeen nuestras almas debemos descansar en la seguridad permanente de que dentro de nosotros existe una fortaleza absolutamente inexpugnable: el bastión del Espíritu de Dios.

El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. (1 Co 15,47)

pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro y a la mañana vendrá la alegría. (Sal 30,5)

“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.” (Mt 7,7)

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