lunes, 10 de enero de 2011

CUANDO SENTIMOS MIEDO

        El miedo es el terror que nos sobrecoge cuando, indefensos, oímos los tambores del enemigo que se avecina. La razón y el sentido común son inservibles para cortar los nudos que nos atan a la espiral de dolor y destrucción que provoca el miedo. El temor debilita nuestros valores morales y paraliza nuestra voluntad, dejándonos acorralados, totalmente indefensos ante enemigos imaginarios; o puede ocasionarnos un incontrolado arrebato de pánico haciéndonos arremeter contra lo que se ponga por delante como un animal salvaje. El miedo corroe la fe, la relación de Dios con sus hijos. El miedo se adentra en nosotros de forma destructiva, inhabilitando cualquier intención buena, devorando primero al que tiene miedo. El miedo es el vacío que queda cuando el amor y la confianza se han perdido.
El poder del miedo sobre nosotros se basa en la ignorancia y se alimenta de la soledad. Pero cuando nos enfrentamos al miedo en la seguridad del amor del Padre, éste huye como una pesadilla al salir el sol de la mañana. Los miedos que nos controlaban desaparecen como si nunca hubieran existido. Las terribles imágenes que nos acechaban se convierten en personajes de historietas cómicas que se olvidan al pasar la página.
Cuando nos sentimos atrapados por el terror, aprisionados por todos lados, sólo tenemos que retirarnos a nuestro bastión interior de paz y seguridad, al reino espiritual que existe en nosotros mismos, a la región del orden y el amor, para encontrar allí consuelo y una fortaleza mayor que la de nuestros adversarios. La fe es la llave de las seguras puertas del reino y nos viene dada en nuestra disposición para confiar en el cuidado y la protección del Padre. Dentro de sus muros macizos, vivimos en la presencia y el poder del Padre sabiendo el lugar seguro que tenemos en su afecto. Una vez dentro, el Padre serena nuestras mentes y nos dice que nuestros miedos son innecesarios, que su abrazo amante nos rodea y nos guarda.
Cuando se alimenta, el miedo arrasa al alma. Pero la liberación del terror se realiza cuando caminamos en la fe, y la fe es un regalo de Dios. Para someter al miedo necesitamos sintonizar nuestras mentes con la de Dios, y mediante esta relación, la infinita reserva del amor del Padre se derrama sobre nosotros sanando todo sentimiento de pánico. 
El miedo no se conquista, usando una imagen, con un ataque frontal, porque la fuerza emocional ha demostrado que no sirve para vencerlo, incluso puede originar un aumento del miedo. El miedo se conquista cuando nos damos cuenta de la existencia de un amor todopoderoso ante el que el miedo no se sostiene. Todo, el poder de la tormenta, la virulencia del mal o las personas inhumanas, la indiferencia de lo que nos rodea, se ve reducido ante la avalancha de ayuda que nos viene desde lo alto.
El miedo es la innecesaria sensación de pánico del niño que se encuentra solo en la noche cuando sus padres están en la habitación contigua. El miedo nos hace vulnerables cuando nos sentimos débiles, arrogantes cuando nos sentimos fuertes. Ambos sentimientos surgen cuando nuestro nexo con Dios está dañado por nuestra inmadurez, indiferencia o deliberada obstinación. Pero si nos dejamos llevar por el cauce del plan de Dios, puesto que sólo él nos facilita la cura del cuerpo, de la mente, de las emociones, del alma, de la personalidad y del espíritu, esas circunstancias no deben provocarnos ningún dolor. El Padre desea librar a todos sus hijos del miedo y nos proporciona los medios para que esto sea así. 
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Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado. (Is 26,3)
En la conversión y en el reposo seréis salvos; en la quietud y en confianza estará vuestra fortaleza. (Is 30,15)
“Estad quietos y conoced que yo soy Dios”; (Sal 46,10)
De su interior correrán ríos de agua viva para alimento de muchas almas. (Jn 7,38)
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mt 11,28)
“Así que no los temáis, porque nada hay encubierto que no haya de ser descubierto; ni oculto que no haya de saberse.” (Mt 10,26”
No temáis a los que matan el cuerpo pero el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno (Mt 10,28)
Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: “Levantaos y no temáis”. (Mt 17,7)
No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos. (Lc 12,7)
“No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el Reino.” (Lc 12,32)

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