viernes, 29 de abril de 2011

VIGÉSIMO PASO: AMAR A JESÚS

Estamos empezando a conocer y a amar a Jesús y, en su amistad, nuestras vidas encuentran propósito y razón de ser.

Dicen que hace dos mil años un niño, anunciado por los ángeles, les nació a unos humildes judíos que tenían su hogar en Nazaret. Dicen que el padre murió siendo él todavía muy joven, y que con sus manos trabajó en las colinas y orillas de Galilea para mantener a su madre y hermanos. Viajó después durante algún tiempo y conoció el mundo romano mientras compartía el amor de Dios y, mientras pasaba, difundía la buena nueva a cientos de personas. Dicen que pasó por pruebas en todos los aspectos de la vida y, en compañía de Dios, venció tentaciones, dificultades y crisis con su fe y su firme devoción. A pesar de sufrir tantas adversidades, fue fiel a su visión superior del propósito de Dios, un propósito que había conocido antes de que los mundos fueran.

Cuando su tiempo llegó, dicen que eligió a unos apóstoles que dejaron sus casas y familias para compartir su vida, para caminar por los caminos polvorientos de Palestina y llamar a su gente al servicio de Dios. Dicen que cuando miraba a los hombres éstos eran capaces de ver su misma alma e incluso un destello del corazón de Dios. Dicen que era un hombre entre hombres; rudos pescadores de Galilea le llamaron Maestro. Dicen que curaba a los enfermos, devolvía la vista a los ciegos, perdonaba los pecados y resucitaba a los muertos; que daba a beber de una abundante fuente de agua viva, que daba fuerza al débil, consuelo al desconsolado, aliento al abatido, comprensión a todas las criaturas, todo lo que él sabía que las personas necesitaban; que depositaba, en el lugar más profundo del corazón de los hombres, los rayos sanadores del amor de Dios y hacía completos a aquellos cuyas vidas estaban destrozadas. Dicen que la gente común se alegraba cuando le oía y anhelaba su presencia, incluso bajaron a un paralítico por un tejado sólo para que estuviese cerca de él y hasta una mujer de la vida bañó de lágrimas sus pies.

Dijo que sólo Dios era bueno, y dijo a aquellos que sanó que su fe les había hecho completos. Enseñó la amistad sencilla con Dios y el servicio a los hombres; instruyó sobre el reino celestial, sobre la rectitud, la paz de Dios y la vida eterna. Los sumos sacerdotes fueron conscientes del peligro de que el hombre podía tener comunión directamente con el Dios del cielo sin necesidad de intermediarios y, entonces, ¿qué necesidad había de sacerdotes y rituales? Incapaces de hacer callar su fuerte voz, forzaron al débil gobernador romano a matar al que, habiendo salvado a otros, se negó a salvarse a sí mismo.

Dicen que al tercer día la roca que bloqueaba la entrada del sepulcro rodó y resucitó, y durante cuarenta días se apareció a aquellos que compartieron su amor. En Pentecostés subió a los cielos, pero envió su espíritu a los que amaban la verdad y se les fortaleció el alma e hizo nuevas todas las cosas. Sus seguidores no se intimidaron y difundieron la historia de su vida por todo el mundo romano, muriendo con honra por aquel a quien llamaban el Cristo.

Este hombre, del que se han escrito más libros que de cualquier otra persona, existió en inconcebible majestad mucho antes de que los mundos fueran y vino a la tierra para revelar el amor de su Padre. Su vida fue el misterio del hombre en Dios y de Dios en el hombre, un misterio que permanecerá para siempre. Una vez que le conocemos de verdad, nuestras vidas cambian, porque en él reside todo lo que podemos ser si queremos vivir la vida de la fe. El secreto de nuestra vida espiritual reside en todo lo que podemos conocer de Dios. Él es el punto de apoyo de nuestra fe. Aparte de él, todo lo que creemos que sabemos no es sino una mera abstracción. Con él, somos como ramas de una vid verdadera; sin él no somos nada. Él conoce nuestros caminos y sus propósitos. Él nos da de su propia vida y entra en nuestra mente para hacerla más limpia y fuerte.

Ayúdanos a amarte, Señor misericordioso. Ayúdanos a comprender tus palabras de bondad y de vida. Vive renovado en nosotros, porque sabemos que todo lo bueno viene de ti, y que sin ti estamos indefensos. Cuando nuestras vidas son tan complicadas que no sabemos qué pedir, transforma nuestros deseos sinceros y trae paz y sabiduría a nuestras confusas mentes. Dependemos de ti para hacer que nuestra vida merezca la pena y que honre tu nombre. Aparta de nosotros cualquier sombra de mal y de oscuridad; renuévanos para poder entregarnos por completo al servicio de tu reino. Anhelamos día a día tu compañía, anhelamos disfrutar del brillo de tu sonrisa. Prometiste preparar un lugar allá en las alturas para aquellos que desearan hacer tu voluntad; prepáranos uno aquí dentro de nosotros también para que tu presencia siempre inunde nuestros corazones y nuestras vidas.

domingo, 24 de abril de 2011

"YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA... "

Yo soy el pan de la vida.
Yo soy el agua viva.
Yo soy la luz del mundo.
Yo soy el deseo de todos los tiempos.
Yo soy la puerta abierta a la salvación eterna.
Yo soy la realidad de la vida sin fin.
Yo soy el buen pastor.
Yo soy el sendero de la perfección infinita.
Yo soy la resurrección y la vida.
Yo soy el secreto de la supervivencia eterna.
Yo soy el camino, la verdad y la vida.
Yo soy el Padre Infinito de mis hijos finitos.
Yo soy la verdadera vid; vosotros sois los sarmientos.
Yo soy la esperanza de todos los que conocen la verdad viva.
Yo soy el puente vivo que lleva desde la tierra al cielo.
Yo soy el nexo vivo entre el tiempo y la eternidad.


¡Feliz Pascua de Resurrección!

sábado, 23 de abril de 2011

LECCIONES DESDE LA CRUZ

La cruz de Jesús representa la medida total de la devoción suprema del verdadero pastor hacia aquellos miembros apartados de su rebaño.

La cruz muestra para siempre que la actitud de Jesús hacia los pecadores no era ni una condena ni una remisión, sino más bien una salvación amorosa y eterna.

El verdadero valor de la cruz consiste en el hecho de que fue la expresión suprema y final del amor de Jesús, la revelación culminante de su misericordia.

Jesús convirtió la cruz en un símbolo eterno del triunfo del amor sobre el odio y de la victoria de la verdad sobre el mal, cuando oró: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»

La cruz hace un llamamiento supremo a lo mejor que hay en el hombre, porque nos revela a aquél que estuvo dispuesto a entregar su vida al servicio de toda la humanidad. 

La cruz es el símbolo superior del servicio sagrado, la consagración de nuestra vida en beneficio de nuestros semejantes.

La cruz representa la devoción y la entrega y la gracia de la salvación voluntaria a aquellos que están dispuestos a recibirla.

La muerte en la cruz sirvió para estimular en el hombre la comprensión del amor eterno del Padre y de la misericordia sin fin de su hijo, y para difundir estas verdades universales a la humanidad entera.

viernes, 22 de abril de 2011

EL PERDÓN DE JESÚS

Las únicas palabras de Jesús mientras lo clavaban en la cruz fueron: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.” No podría haber intercedido con tanto amor y misericordia a favor de sus verdugos, si estos pensamientos de devoción afectuosa no hubieran sido el motivo principal de toda su vida de servicio desinteresado a toda la humanidad. 

sábado, 16 de abril de 2011

DOMINGO DE RAMOS: LA ENTRADA DE JESÚS EN JERUSALÉN


La Semana Santa se abre con la memoria de la entrada en Jerusalén. El viaje de Jesús, iniciado en Galilea, está por concluir. Según narra el evangelio de Mateo, la última etapa es Betfagé, en el Monte de los Olivos. Jesús se detiene y envía por delante a dos discípulos para que le consigan una cabalga-dura. Quiere entrar en Jerusalén como nunca antes lo había hecho. El Mesías, que hasta ese momento se había mantenido oculto, toma posesión de la ciudad santa y del templo, revelando así su misión de verdadero y nuevo pastor de Israel, aunque esto --lo sabe muy bien-- lo llevará a la muerte. No entra sobre un carro, como el jefe de un ejército, aunque use la montura de los soberanos de la antigüedad: un pollino (Gn 49,ll). El asno no significa pobreza o una menor dignidad, en todo caso lo contrario. Jesús conoce cuanto está escrito en el libro del profeta Zacarías'. “¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén! Que viene a ti tu rey: justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en una cría de asno (9, 9).

Jesús entra en Jerusalén como rey. La gente parece intuirlo y extiende los mantos a lo largo del camino, como era costumbre en Oriente al paso del soberano. Incluso las ramas de olivo, tomadas de los campos y esparcidas a lo largo del camino de Jesús, hacen de alfombra. El grito de “Hosanna” (en hebreo significa “sálvanos”) expresa la necesidad de salvación y de ayuda que sentía la gente. Por fin llegaba el Salvador. Jesús entra en Jerusalén, y en nuestras ciudades de hoy, como el único que puede hacemos salir de la esclavitud para hacernos partícipes de una vida más humana y solidaria. Su rostro no es el de un poderoso o un fuerte, sino el de un hombre manso y humilde. Bastan seis días para aclararlo todo: el rostro de Jesús será el de un crucificado, el de un vencido. Es la paradoja del Domingo de Ramos, que nos hace vivir juntos el triunfo y la pasión de Jesús. De hecho, con la narración del Evangelio de la pasión a continuación de la entrada en Jerusalén, la liturgia quiere como acortar el tiempo y mostrar en seguida el verdadero rostro de este rey. La única corona que se le pondrá sobre la cabeza en las próximas horas será de espinas, el cetro será una caña y el uniforme un manto de púrpura a modo de burla. Qué verdaderas son las palabras de Pablo: “Siendo de condición divina, no codició el ser igual a Dios sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo” (Flp 2,6-l).

Esas ramas de olivo que hoy son signo de fiesta, en el huerto donde se retiraba a orar, le verán sudar sangre por la angustia de la muerte. Jesús no huye; toma su cruz y llega con ella hasta el Gólgota, donde es crucificado. Aquella muerte que a los ojos de la mayoría pareció una derrota fue en realidad una victoria: era la lógica conclusión de una vida gastada por el Señor. Verdaderamente solo Dios podía vivir y morir de aquel modo, es decir, olvidándose de sí mismo para darse totalmente a los demás. Una bella tradición quiere que cada uno se lleve a casa el ramo de olivo bendecido, tras haber cantado junto a los niños de los judíos “Bendito el que viene en el nombre del Señor.” Es el recuerdo del día de la entrada de Jesús en Jerusalén. Ese ramo es el signo de la paz, pero debe recordarnos también la necesidad que Jesús tiene de nuestra compañía. Precisamente bajo aquellos olivos centenarios de Getsemaní, Jesús, dominado por la angustia de la muerte, quiso que los suyos permaneciesen junto a él. Qué amargas son las palabras que dirige a Pedro: “¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?”(Mt 26,40). Que el ramo de olivo sea un signo de nuestro compromiso de estar junto al Señor sobre todo en estos días. Es una hermosa manera de consolar a un hombre que va a morir por todos.

sábado, 9 de abril de 2011

“AL PASAR JESÚS”

Jesús contagiaba su alegría por donde pasaba. Irradiaba bondad y verdad. Sus discípulos no dejaron nunca de maravillarse por la dulzura de sus palabras. Se puede ser gentil con los demás, pero la dulzura que Jesús transmitía era el aroma de un alma llena de amor. Se puede ser bondadoso, pero cuando a la bondad le falta ternura no resulta atractiva, y la bondad de Jesús era tierna, amorosa y, por tanto, atractiva al que le veía pasar

Jesús en verdad comprendía el corazón del hombre, y era por ello por lo que expresaba una comprensión verdadera al mismo tiempo que mostraba una compasión sincera. Rara vez sentía lástima. Y mientras que su compasión no tenía límites, su comprensión era práctica y constructiva. Nunca fue indiferente al sufrimiento humano y era capaz de ayudar a las almas afligidas sin necesidad de que sintieran lástima de sí mismas. Jesús tenía la facultad de amar a todos con los que se encontraba. Amaba a cada hombre, a cada mujer y a cada niño. Su amistad era auténtica porque leía el corazón y la mente de los hombres. Jesus nos observaba de forma penetrante porque sentía un inmenso interés por el ser humano. Sabia comprender las necesidades humanas y darse cuenta de sus anhelos.

Jesús nunca iba con prisas. Disponía siempre de tiempo para reconfortar a quienes les veían pasar. Procuraba siempre que todo el que estaba con él se sintiera bien. Sabía oír. Nunca intentaba explorar de manera indiscreta el alma de sus seguidores. Cuando confortaba a las almas sedientas, los que sentían su misericordia no tenían la sensación de estar confesándose, sino más bien de estar conversando con él. Tenían una ilimitada confianza en él porque veían que él tenía a su vez fe en ellos. Jesús no pretendía dirigir las vidas de los que le acompañaban, sino que les hacía tener una mayor confianza en sí mismos y ser incluso más valientes. Cuando sonreía a alguien, la persona sentía una mayor capacidad para hacer frente a los problemas que pudieran afligirle.

Jesús amaba tanto a los hombres y con tanta sabiduría, que no dudaba nunca en reprenderles cuando las circunstancias lo requerían. Para ayudar a una persona, con frecuencia comenzaba por pedirle ayuda. Así suscitaba su interés y descubría lo mejor que posee la naturaleza humana. El Maestro sabía discernir la fe salvadora en la superstición de la mujer que buscaba la curación simplemente con el borde de su manto. No le importaba interrumpir un sermón o hacer esperar a una multitud mientras atendía las necesidades de una sola persona o incluso de un niño pequeño. Con Jesús sucedían grandes cosas no solamente porque la gente tenía fe en Jesús, sino también porque Jesús tenía fe en ellos. Y estas grandes cosas parecían suceder por casualidad, “al pasar”.

El ministerio en la tierra del Maestro tenía poco de premeditación. Concedía la salud y sembraba la alegría con naturalidad y gentileza mientras caminaba por la vida. Era literalmente cierto que iba de un lado a otro “haciendo el bien”. Jesús enseñó a sus seguidores y nos enseña ahora a nosotros a ayudar a los demás “al pasar”, a hacer el bien de forma desinteresada mientras atendemos a nuestras obligaciones diarias.