sábado, 10 de julio de 2010

SEXTO PASO: PEDIR PERDÓN A QUIEN HEMOS HECHO DAÑO

Sin tener en cuenta el precio emocional o material que tenemos que pagar, pedimos perdón a todas las personas que hemos hecho daño y hacemos todo lo posible para restituirles por completo, excepto en aquellos casos en los que podemos ocasionar algún daño mayor.

Sólo raras veces resulta suficiente con admitir ante un amigo cercano o un consejero o incluso ante el mismo Dios, que hemos hecho daño a alguien, y quedarnos ahí. Casi siempre, debemos acercarnos a la persona a la que hicimos daño, reconocerlo y decirle cuánto lo sentimos e intentar arreglar la situación. A no ser que la rectifiquemos en la medida que podamos, nos engañaremos a nosotros mismos imaginando que nuestro arrepentimiento es verdadero.

Pedir el perdón de Dios y quedarnos ahí es ignorar las consecuencias reales de nuestras reprobables acciones —robo de dinero, injuria malintencionada contra la reputación de otra persona o cualquiera que sea el daño que hicimos. Este mundo material es un continuo sin ruptura con el mundo espiritual; por tanto, nuestras acciones deben validar la condición espiritual que aspiramos tener. Nuestra andadura espiritual no es sincera si desatendemos o evitamos nuestras obligaciones terrenales con respecto a los hermanos a quienes hicimos daño.

A medida que lo ocurrido se aleja en el tiempo y en la memoria, más difícil nos puede resultar expresar nuestro pesar, aunque no por ello tengamos menos necesidad de hacerlo. Pedir perdón es un acto de humildad, un reconocimiento de que fuimos débiles, falibles, malintencionados o desconsiderados. Pedir perdón hace que nuestra conciencia se despeje ante Dios, quita el obstáculo del camino hacia la paz interior que buscamos y restablece nuestra relación con la persona a la que hicimos mal.

No podemos controlar el hecho de que la persona a la que hicimos daño quiera o no aceptar nuestras disculpas. Dios no nos pide que supliquemos para que se acepten, sólo que sinceramente pidamos perdón e intentemos tener un propósito de enmienda. A partir de ahí, no podemos hacer nada más.

Al realizar las enmiendas, debemos retribuir con creces a la persona que hicimos daño. Por ejemplo, si privamos a alguien de un dinero que le pertenecía, debemos devolvérselo con intereses, y si nos resulta imposible devolverle el dinero enseguida, debemos realizarlo con pagos regulares, no basados en nuestra conveniencia, sino en lo que tengamos disponible, sólo reteniendo lo necesario para mantenernos a nosotros mismos y completar toda la devolución.

En algunas situaciones, sin embargo, pedir disculpas y realizar las enmiendas puede empeorar la situación. Un esposo o esposa que confiesa su infidelidad puede que provoque en la memoria de su cónyuge unas imágenes que hagan más difíciles salvar el matrimonio. Por otro lado, si se ha cometido algún delito grave, es aconsejable asesorarse jurídicamente antes de realizar la enmienda. Con la ayuda de Dios, sin embargo, podemos afrontar todo el mal ocasionado de una manera justa y apropiada, sabiendo que nos producirá un gran bien y una mayor libertad espiritual, a pesar de las consecuencias terrenales que puedan acompañar a estas desafortunadas acciones.

El esfuerzo espiritual requerido para realizar la restitución nunca deja de producir recompensas inmediatas. Al quitarnos de encima los viejos temores, al afrontar de forma total y al acabar por repudiar y olvidar los errores de nuestro pasado, comenzamos a sentir desde lo alto una libertad desconocida hasta ese momento. Los grilletes que nos encarcelaban a los pecados cometidos pierden su fuerza y nos encontramos libres tanto espiritual como emocionalmente, confiando en lo que el futuro nos pueda deparar. Los errores que habíamos cometido cesan de ser una amenaza porque ya no competen a nuestro genuino yo, sino a lo que éramos. Dios nos transforma, haciendo que dejemos a un lado nuestro pasado y que continuemos con valentía con nuestras nuevas vidas en el reino.

Al reparar el daño que hicimos, hemos demostrado nuestra dedicación al reino. Hacer esto nos ha costado un dinero que apenas teníamos o ha resquebrajado el barniz superficial de nuestra ficticia reputación, pero también nos hace ver lo profundo de nuestra dedicación a la nueva vida a la que Dios nos ha llamado y nuestra determinación para no dejar que nada se interponga entre nosotros y el Padre espiritual. La vida en el reino no tiene precio material. El Maestro preguntó, “¿Qué recompensa dará el hombre por su alma?” Al enmendar el daño causado, somos guiados por una Ley superior y universal, y en el proceso experimentamos una relación más profunda con Dios, que hace todas las cosas nuevas.

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18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros’ ”. 20 Entonces se levantó y fue a su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó. 21 El hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. 22 Pero el padre dijo a sus siervos: “Sacad el mejor vestido y vestidle; y poned un anillo en su dedo y calzado en sus pies. 23 Traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta, 24 porque este mi hijo muerto era y ha revivido; se había perdido y es hallado”. Y comenzaron a regocijarse. (Lc 15,21)

1 Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. 2 Y sucedió que un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, 3 procuraba ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. 4 Y, corriendo delante, se subió a un sicómoro para verlo, porque había de pasar por allí. 5 Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba lo vio, y le dijo: --Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que me hospede en tu casa. 6 Entonces él descendió aprisa y lo recibió gozoso. 7 Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a hospedarse en casa de un hombre pecador. 8 Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: --Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguien, se lo devuelvo cuadruplicado. 9 Jesús le dijo: --Hoy ha venido la salvación a esta casa, por cuanto él también es hijo de Abraham, 10 porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.

1 comentario:

  1. Creo que ante todo debemos ejercitar la transparencia,... ante Dios, ante los hombres, ante nosotros mismos. Y pedir misericordia si el ejercicio resulta demasiado duro.

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