miércoles, 21 de julio de 2010

SÉPTIMO PASO: ACEPTAR EL PERDÓN DE DIOS

Aceptamos plenamente el perdón de Dios y con ello el fin de todas nuestras malas acciones y faltas.

Una vez que hemos afrontado nuestros errores y malas acciones, los hemos confesado a Dios y a alguien de confianza, hemos perdonado a todos los que nos hicieron mal, hemos pedido perdón a los que nosotros hicimos mal y, de la mejor manera que supimos, hemos reparado los errores cometidos en el pasado, ahora tenemos derecho a experimentar plenamente el perdón de Dios y a ocupar, con confianza, nuestro lugar en la familia universal del Padre.

Ahora sigue un acto de fe crucial: debemos poner en manos de nuestro Padre todas estas cosas para que Él las haga desaparecer incluso de nuestra memoria. Hemos tratado con los errores cometidos en el pasado de la mejor manera que supimos y tenemos derecho a sentirnos libres de su gran peso. Debemos ahora evitar pensar de nuevo en estos errores, olvidándolos y dejándolos atrás, y continuar adelante hacia el futuro que Dios nos tiene preparado. A medida que Dios cura nuestras heridas, los malos recuerdos se convierten en algo tan irreal como cuando nos despertamos de una pesadilla. Hemos mostrado misericordia hacia aquellos que nos hicieron mal y no nos podemos imaginar que nuestro Padre vaya a ser menos misericordioso con nosotros. El Padre nos comprende desde el principio y sabe cómo llegamos a cometer los errores; Él contempla las debilidades humanas con los ojos de un padre misericordioso. El Padre perdona nuestros errores incluso antes de que se lo pidamos, porque su perdón no se condiciona por lo que hicimos sino que existe como algo natural en su amor de padre. Dios nos ha perdonado ya, a pesar de que este perdón no está disponible ante nosotros hasta que nosotros hayamos perdonado, hayamos pedido perdón y realizado las enmiendas.

Aceptar el perdón de Dios nos exigió que le expusiéramos todos los pormenores de los errores cometidos. Por tanto, pensar de nuevo en éstos sólo nos arrastraría hacia un círculo de culpabilidad y de recriminación de uno mismo, hacia un círculo degenerativo y de fracaso personal. Todo ha terminado. Dios nos ha perdonado. Hay un nuevo horizonte tras las montañas.

Este paso hacia el perdón nos libera de las garras del pasado para que podamos continuar liberados con nuestra nueva vida en el espíritu. Nuestras enmiendas no fueron actos de contrición, como si un Dios severo nos hiciera pasar por un ritual de penitencia, pero tuvimos que realizarlas porque resultaron ser la respuesta correcta, apropiada y responsable a la situación que habíamos creado. El Padre sólo quiere que nuestra humildad nos haga libres. Los errores cometidos, que no podemos enmendar, se alejan en la penumbra del olvido a medida que el perdón diluye y destruye cualquier vestigio que todavía pueda tener algún poder sobre nosotros en el presente.

Nos estamos deshaciendo de cualquier vínculo de comportamiento destructivo y estamos aprendiendo en mayor profundidad a hacer la voluntad del Padre. Encontramos al Padre en la renovada sonrisa del amigo que estaba en la distancia y por el que sentimos el afecto que resulta de estar en sintonía con el universo, con el que siempre ha sido nuestro universo. Encontramos paz en relación a todo lo sucedido, incluso a nuestras equivocadas acciones, y confiamos en que Dios haga el bien de cada uno de estos desafortunados episodios de nuestra vida. Hemos experimentado la verdad y nunca podemos volvernos atrás y volver a pecar. Podemos ahora vivir nuestras vidas con entusiasmo y energía.

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Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. (Col 3,12)

… ya que habéis gustado la bondad del Señor. (1 P 2,3)

Deje el impío su camino y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. (Is 55,7)

Bueno y recto es el Señor; por tanto, él enseñará a los pecadores el camino. (Sal 25,8)

“Yo, yo soy quien borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados.” ( Is 43,25)

Al oír esto Jesús, les dijo: --Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores. (Mc 2,17)

y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. (Ef 2,16)

“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” (Is 1,18)

1 comentario:

  1. Convertios y creed en el Evangelio. Como discipulos en camino, las aguas del Jordan nos libran de cualquier suciedad y renovados, nuestros pies nos conducen hacia Dios.

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