sábado, 19 de diciembre de 2009

BREVE SEMBLANZA DE LA VIDA DE SAN BASILIO


En el siglo IV, en la provincia de la Capadocia, en Asia Menor, surgieron tres grandes hombres, muy unidos entre sí tanto por lazos de sangre como de amistad, que lograron una obra de capital importancia para su tiempo y para toda la historia del cristianismo. Se trata de los tres grandes Padres de la Capadocia: Basilio el Grande, Gregorio de Nacianzo y Gregorio de Nisa, hermano menor de Basilio. Estos tres Padres se convirtieron en defensores de la teología de Nicea y contribuyeron a la formulación de la doctrina de la Trinidad. Huerta señala con razón que, dentro de la gran unidad espiritual, que existía entre ellos, hay diferencias profundas de carácter y personalidad. Mientras que Basilio fue fundamentalmente un hombre de acción y pastor de almas; Gregorio de Nacianzo, maestro de oratoria y poeta; y Gregorio de Nisa, pensador y místico.

Se han hecho cientos de semblanzas de San Basilio (329-379) tanto por la singularidad y fuerza de su carácter como por el gran atractivo de su personalidad. Sin embargo, la profundidad de dicha personalidad hace que cualquier semblanza que hagamos de ella puede parecer incompleta. Esto no desdice de la luz que cada cual puede aportar al conocimiento del genuino Basilio. Quasten (II) hace hincapié en el hecho de que de los tres Padres de la Capadocia, solamente se ha distinguido a uno con el sobrenombre de Grande: a Basilio. Para este investigador “justifican la concesión de este título sus extraordinarias cualidades como estadista y organizador eclesiástico, como exponente egregio de la doctrina cristiana y como un segundo Atanasio en la defensa de la ortodoxia, como Padre del monaquismo oriental y reformador de la liturgia” (224).

Este gran Padre griego, llamado “faro de piedad” y “luminaria de la Iglesia”, nació en torno al 329 en Cesarea, capital de Capadocia (la actual Kayseri, en Turquía). Para situar al santo en su contexto histórico-religioso, si tomamos como centro el año de su nacimiento, nos damos cuenta de que nació un año antes de que Atanasio fuese consagrado obispo de Alejandría, diez años antes de la muerte de Eusebio de Cesarea (340), obispo de Cesarea de Palestina, cuatro años después del Concilio de Nicea y un año mas tarde de que Constantino hiciera volver a Arrio de su exilio en Illia (328). Durante su vida, Basilio defendería la fe de Nicea en contra de los seguidores de Arrio, que murió en Constantinopla en el año 336, cuando Basilio era todavía un niño. Campenhausen se expresa así respecto a la Iglesia en la que crece Basilio:

La Iglesia en la que crece se ve a la sazón reconocida y favorecida por el Estado, y las distintas corrientes políticas, sociales y espirituales del “mundo” están en camino de adquirir derecho de ciudadanía. La Iglesia es uno de los factores más importantes en la vida pública. Sus obispos ocupan, por muchos motivos, situaciones brillantes, tienen prestigio, riqueza y disponen de las más amplias posibilidades de acción. Es una época en que hay propensión a pasar al cristianismo por inclinación cultural y hasta por observadores lúcidos, cristianos o paganos, con quejas o con burlas, condenan ese estado de cosas. Todavía no está resuelto el problema del fundamento religioso del Imperio, suscitado por la lucha arriana. (108)


Pero además del momento religioso en el que vivió, que se vería reflejado en muchos de los temas de sus cartas y en su reflexión personal, es indudable que el contexto familiar en el que nació y se crió modelaría su personalidad, su actitud ante la vida y sus valores. Su familia, que disfrutaba de una gran fortuna, tenía un gran arraigo cristiano y de santidad. A ella acudiría para defenderse de las acusaciones de heterodoxia. Los abuelos de Basilio habían sufrido la persecución de Diocleciano que tuvo lugar a comienzos del siglo IV, y durante siete años se habían tenido que refugiar en los bosques salvajes de Ponto, donde la familia tenía posesiones.

Su abuela se llamaba Macrina, que fue canonizada como santa. Su padre fue un hombre rico y un famoso profesor de retórica. Su madre, Emelia, conocida por su belleza, también sería canonizada. De los nueve hermanos que tenía —cuatro hermanos y cinco hermanas—tres varones y tres mujeres fueron santos. El hermano que no lo fue se hizo abogado y consiguió ser un eminente juez (“Monasticism in the East: Basil and Gregory”). De sus hermanas, conocemos a Santa Macrina la Joven, la mayor de los hermanos, que fundó el monasterio de Annesis, cerca del río Iris (en el Ponto), cerca de donde Basilio fundaría el suyo. Su madre se iría con ella al quedar viuda. De sus hermanos santos conocemos al Padre Capadocio, San Gregorio de Nisa, y a San Pedro de Sebaste, el menor de todos, que fue educado por su hermana Macrina. Su mejor amigo fue San Gregorio Nacianceno.

Basilio era todavía joven cuando su padre murió y la familia se mudó a las tierras de su abuela Macrina en Annesi en Ponto, a las orillas del río Iris. En su carta 204 (6), fechada en el año 375 y dirigida a los ciudadanos de Neocesarea, en Ponto, hace referencia a su abuela Macrina, con quien pasó largas temporadas y cuyo ejemplo no olvidaría:

Qué clara evidencia puede haber de mi fe que haber sido criado por una abuela, bendita mujer, nacida de entre vosotros. Quiero hablar de la famosísima Macrina, que nos enseñó las palabras del Santo Gregorio; las cuales en la memoria ha conservado hasta su día; las que ella misma apreciaba y de las que se servía para educar y formar en las doctrinas de la piedad al pequeño que yo era entonces.

Según se desprende, su abuela Macrina era discípula de San Gregorio Taumaturgo, también de Neocesarea, obispo de dicha ciudad y discípulo de Orígenes. San Gregorio había difundido el cristianismo en esta antigua región de la Capadocia, que había sido hitita y posteriormente persa. José María Blázquez Martínez comenta:

Esta región, en el momento de la vida de Basilio y de su amigo Gregorio, estaba ya totalmente helenizada y cristianizada. La calzada que unía Constantinopla, capital del Imperio romano oriental, y Antioquía, capital de la provincia romana de Siria, atravesaba la región Capadocia. Fue cristianizada a mediados del siglo III por obra de Gregorio el Taumaturgo, discípulo de Orígenes, y nacido en este país, en Neocesarea. (2)

Nos cuenta Campenhausen que “Basilio recibió una educación cristiana de a cuerdo con el espíritu de Nicea, aunque también fue instruido en las altas disciplinas características del espíritu” (110). Este investigador dice que “en lo más íntimo de su ser, Basilio era un asceta y un teólogo” (109). Y tiene razón, como se vislumbra en sus cartas; pero tras su ascetismo y su reflexión teológica hay también un hombre real, un hombre bueno, un hombre de acción, un hombre no ajeno a las tempestades ideológicas y vivenciales con las que tendría que lidiar.

Su padre deseaba que estudiara todo el ciclo de las ciencias clásicas y filosóficas. Y como su familia tenía una gran fortuna, con vastos dominios en tres provincias, incluida el Ponto, aquello no sería un problema. A la edad de quince años se le mandó a estudiar a Cesarea de Capadocia, entonces una “metrópolis de las letras”, y en la que llegó a admirar fervientemente al obispo local Dianius. Después fue a Constantinopla, en ese tiempo “distinguida por sus maestros de filosofía y retórica” (McSorley). En Constantinopla, Basilio fue alumno de Libanio de Antioquía, que se encontraba en aquella ciudad durante esos años. Basilio escribió muchas cartas a su amigo y antiguo profesor Libanio (Blázquez, 9-10). Éste en su carta 336, dirigida a Basilio, tras haberle mandado a él a un joven capadocio para seguir estudios, le dice: “Tú crees que te he olvidado. Yo tenía un gran respeto por ti en tu juventud.”

Basilio iría posteriormente a Atenas, donde pasó unos años de gran trascendencia para su vida. En esta ciudad, considerada todavía como la patria de la elocuencia, encontró a su mejor amigo, Gregorio de Nacianzo, hijo del obispo de la misma ciudad, y en realidad su primer biógrafo, y al que sería emperador Juliano. Gregorio y Basilio ya se habían conocido en Cesarea de Capadocia, donde entablaron una gran amistad que duraría, a pesar de diversos avatares, toda su vida. Blázquez Martínez alude a la importancia que tenía para ellos que sus familias les mandasen a estudiar a Atenas:

Fue importante para la formación cultural de ambos capadocios, el hecho de que sus familias respectivas los enviaran a ampliar estudios a Atenas, ciudad que en esos momentos era aún pagana, al igual que las enseñanzas que impartían sus escuelas. En Atenas ambos estudiantes cristianos se encontraron con Juliano, el futuro emperador, pariente a su vez del emperador Constancio. Gregorio Nacianceno había estado antes en Alejandría. La presencia de Basilio y de Gregorio Nacianceno en las escuelas de Atenas y de Alejandría para recibir la mejor educación indica que ambas familias tenían una economía holgada y eran posiblemente terratenientes y criadores de caballos, y que estaban interesados en proporcionar a sus hijos la mejor educación posible, en las escuelas más prestigiosas de Oriente, como la de Libanio en Antioquía. (2)

Blázquez se refiere a algunos puntos de la biografía de ambos y su formación retórica, que también influiría en Gregorio de Nisa.

Los dos amigos habían frecuentado en sus años mozos las escuelas de Capadocia, y Basilio la de Constantinopla. Según una noticia no muy segura, Basilio había oído lecciones del célebre retórico Libanio, amigo de Juliano, que también fue amigo del mejor orador cristiano de toda la Antigüedad, Juan Crisóstomo. Los dos capadocios recibieron buena educación retórica, y Basilio filosófica en Atenas. La educación retórica también influyó en los tres capadocios […] y de ella quedan huellas en sus escritos y en sus pensamientos. (2)

Basilio y Gregorio Nacianceno permanecerían en Atenas entre los años 354-357. Al parecer Basilio había estado en la ciudad ya el año 353.

En su Oratio 43 (14), leída en el funeral de su amigo, a cuyo entierro no había podido asistir, Gregorio dice que Atenas fue una ciudad de oro para él porque allí había llegado a conocer mejor a Basilio:

Atenas, que ha sido para mí, como para cualquiera en mi caso, una ciudad verdaderamente de oro, y la patrona de todo lo que es bueno. Porque me llevó a conocer a Basilio mucho mejor, aunque antes no era un desconocido para mí; y en mi búsqueda de las letras, alcancé la felicidad; y de otra manera la misma experiencia de Saúl, (1 Samuel 9:3) que, buscando las asnas de su padre, se encuentra un reino, y casualmente consiguió algo de mayor importancia que lo que estaba buscando.

En Atenas ambos amigos compartieron sus ilusiones, su amistad y sobre todo su gran interés por el estudio. Evocando esta gran amistad y estima, Gregorio dice también en su panegírico:

En aquel entonces, no sólo yo sentía una auténtica veneración hacia mi gran Basilio por la seriedad de sus costumbres y por la naturaleza y sabiduría de sus discursos, sino que animaba también a otros, que aún no le conocían, a hacer otro tanto […] Nos guiaba la misma ansia de saber. Y esta era nuestra competición: no quién sería el primero, sino quién ayudaría al otro a serlo. Parecía que tuviésemos una sola alma en dos cuerpos” (Oratio 43,16-20).

Son palabras, que de alguna manera, describen el autorretrato de esta relación de afecto y compañerismo. Gregorio también recuerda que Basilio sobresalía por su capacidad de aprender y por la amplitud de su interés, y que así llegó a la cúspide del saber de su tiempo. Decía también que era un hombre que se distinguía por su mente brillante y por la seriedad de su carácter y que se relacionaba solo con los estudiantes más destacados. Era muy trabajador y conocedor de la retórica, de la gramática, de la filosofía, de la geometría y de la medicina. McSorley nombra dos de los profesores de Basilio en Atenas: Prohaeresius, posiblemente cristiano, e Himerius, pagano.

Precisamente en Atenas, todavía en sus veinte años, al término de sus brillantes estudios, comenzó a sentir gran insatisfacción y a la vez una fuerte atracción por una vida entregada al evangelio. Basilio no deseaba los éxitos del mundo y se dio cuenta de que había perdido el tiempo en cosas banales. Él mismo confiesa, en su carta 223 (2-3), que ese buen día vio la luz del evangelio y lloró. En dicha carta, descubrimos al hombre que llora, que quiere enmendar su vida, que incansablemente busca la perfección del evangelio, y la caridad: dar lo que tiene a los pobres. Como nos cuenta, Campenhausen, “parece que Basilio dudó entre la carrera de retórico y su auténtico ideal cristiano vivido en el sentido más riguroso. ‘Nave pesadamente cargada de cultura’” (111). Además, aunque valoraba la filosofía antigua como elemento de educación y formación, Basilio defendía la prioridad de la fe sobre los argumentos filosóficos.

Tras dejar Atenas volvió a Cesarea, ciudad que, según nos cuenta Gregorio, le recibió con alegría “como un fundador y segundo patrón”, y, como el mismo Basilio nos dice, rechazó la petición de los ciudadanos de Neocesarea —los mismos que con posterioridad le acusarían de poco ortodoxo— que deseaban que se encargara de la educación de los jóvenes de la ciudad (carta 210). Parece, de todas formas, que fue profesor de Retórica. Gregorio confirma que del éxito como estudiante y como profesor distinguido, “lo que permanece es su perfección espiritual.” Nos dice McSorley que su hermano Gregorio de Nisa, en su vida de Macrina, da a entender que el éxito de Basilio como estudiante universitario y como profesor dejó rastros de sofisticación y autosuficiencia en el alma del joven hombre.

Afortunadamente, nos sigue contando McSorley, allí entró en contacto de nuevo con Dianius, Obispo de Cesarea, a quien admiraba de muchacho, y quien parece que le bautizó y ordenó Lector. Basilio también estuvo bajo la influencia de su excepcional hermana Macrina, que había fundado una comunidad religiosa en las propiedades familiares de Annesi.

Posiblemente en el año 358, un año después de regresar de sus estudios en Atenas, la vida de Basilio cambiaria radicalmente tras conocer a Eustacio, que después sería nombrado Obispo de Sebaste. Era un hombre asceta y carismático, que influiría en su decisión de tomar la vida ascética. Eustacio ya había introducido la vida ermitaña en Asia Menor. Basilio y su amigo Gregorio se adhirieron a este movimiento monacal, que en su patria se había extendido a amplios círculos bajo la dirección de dicho obispo.

Eustacio, que defendía un ascetismo extremo, ya se había ganado a la hermana y a la madre de San Basilio y, después, al propio Basilio, que se hizo un ferviente seguidor suyo. Llevado del afán por conocer mejor las experiencias monacales, Basilio realizó un viaje por Oriente y Egipto, que relata en su carta 223. Quería conocer más de cerca la vida de los hombres que se habían entregado a la vida ascética. Con viva admiración, visitó a muchos ascetas en Alejandría y en el resto de Egipto, en Palestina, en Coele-Siria y en Mesopotamia. Quería “hallar entre los hermanos a alguien que hubiera escogido este mismo camino de la vida, con el fin de franquear juntos el oleaje de esta vida.” Finalmente, como esa luz que le llega del evangelio, creyó “haber hallado una ayuda para [su] salvación.”

Decidió, pues, entregarse a la vida de anacoreta, y en el 358, se retiró a Annesis, sobre el río Iris, pero en la orilla opuesta de la comunidad de su hermana y funda un monasterio, el primero existente en Asia Menor. En su carta 14, ya mencionada, enviada a su amigo Gregorio para convencerlo, describe la belleza del lugar: “Es una montaña alta, cubierta de espeso bosque y regada al norte por límpidas y frescas aguas.” Como nos afirma en Moralia (80,1), una colección de 8 reglas o instrucciones basadas en el Nuevo Testamento, Basilio se dejó atraer por Jesucristo, y solamente tuvo ojos y oídos para él. En sus cartas 2 y 22, nos cuenta que en su vida monástica se dedicó a la oración, a la meditación de las Sagradas Escrituras y de los escritos de los Padres de la Iglesia y al ejercicio de la caridad, siguiendo a su hermana Macrina. Gregorio de Nacianzo le visitó finalmente y entre ambos prepararon la Philocalia, una antología de las obras de Orígenes. Nunca logró, sin embargo, que se quedase permanentemente.

Pronto se agruparon en torno a él un número de discípulos entre los que se encontraban su hermano Pedro, organizó la vida de los religiosos y enunció su Regla, que desprenden gran bondad y belleza. Esta regla se ha conservado a través de los siglos y gobierna hoy en día la vida de los monjes de la Iglesia Oriental. Basilio, sin embargo, solamente practicó la vida monástica durante cinco años. Como indica Besse, la prudencia y la sabiduría son sus características más destacadas de esta Regla que incita a la pobreza, a la obediencia, a la renunciación y a la auto-abnegación. En el año 360, Basilio acompaña al mencionado Eustacio a Constantinopla, donde se mantienen coloquios sobre el dogma. Es un momento, como nos dice Campenhausen, en el que la política antinicena de los emperadores alcanza el paroxismo” (115)

En el año 364, Eusebio de Cesárea, metropolitano de Cesarea, le convenció para que se ordenase diácono y sacerdote y entró en esta ciudad, al servicio de la Iglesia. Gregorio Nacianceno se refiere a la labor de Basilio con Eusebio como una persona obediente, buen consejero, y un útil ayudante (Oratio 43, 33). Pero como narra Campenhausen, surgieron pronto roces entre ambos y Basilio volvió a Ponto: “El orgulloso y noble campesino no resultó probablemente un subordinado cómodo; también es posible que su celo ascético le hiciera sospechoso. Pronto se produjeron incompatibilidades entre el sacerdote y el obispo, y Basilio, para evitar toda disensión dentro de la comunidad, volvió sin vacilar a su retiro” (115)

Pero este alejamiento duró poco tiempo, ya que el mismo Eusebio buscó la reconciliación y Basilio regresó a Cesárea, donde pronto adquirió una gran popularidad entre las gentes de Cesarea. Allí creó una verdadera red de instituciones benéficas (refugios, asilos, hospitales y barracas para enfermos contagiosos). Se entregó a su ministerio episcopal con una fidelidad incomparable, convirtiéndose, como afirma en Moralia (80, 11-20), en “apóstol y ministro de Cristo, dispensador de los misterios de Dios, heraldo del reino, modelo y regla de piedad, ojo del cuerpo de la Iglesia, pastor de las ovejas de Cristo, médico piadoso, padre y nodriza, cooperador de Dios, agricultor de Dios, constructor del templo de Dios.”

Además Basilio animaba a la comunidad laica a no ser cristianos pasivos sino que los exhortaba a la caridad con sus predicaciones, de gran erudición. En el año 370, al morir Eusebio, Basilio fue elevado a la sede arzobispal de Cesarea de Filipo, asumiendo solo toda la responsabilidad en los asuntos de la Iglesia (Campenhausen, 115-116). Esto sucedió realmente mediante el esfuerzo conjunto de Eusebio, Obispo de de Samosata y de Gregorio Nacianceno. A esta época se remonta también la tierna amistad entre Eusebio y Basilio, atestiguada por las numerosas cartas que Basilio le escribió.

Durante años, hasta el 372, Basilio creyó en Eustacio y le defendía, pero comenzó a criticarle al darse cuenta de que Eustacio era una persona muy inconsistente y lo mismo defendía la fe de Nicea como la criticaba oscilando entre el arrianismo y semiarrianismo, adhiriéndose además a todo tipo de fórmulas heréticas y contradictorias. Eustacio, desde su posición, también orquestó una campaña de calumnias de falta de ortodoxia contra su viejo amigo Basilio, que se abstuvo de responder por un cierto tiempo hasta que lo hace en esta carta 223, que analizaremos. Temía que su silencio se confundiera con la aceptación de su culpabilidad. En el 385 un sínodo en Melitene lo depuso de su cargo. Y puesto en la tesitura de mencionar los nombres de aquéllos que se movían entre la herejía y la estricta ortodoxia nicena, Basilio nombra a Eustacio de Sebaste, en Armenia Menor, junto con Apolinar de Laodicea en Siria, y Paulino en Antioquía.

Con Basilio, la ortodoxia de Nicea empezó a ganar terreno contra el arrianismo, y no tuvo miedo a enfrentarse con el emperador Valente, que le quería arrancar una confesión adhiriéndose a la causa arriana bajo la amenaza del exilio o de la confiscación de sus bienes. Gregorio de Nacianzo, en el oration citado, nos cuenta la valentía de Basilio en este enfrentamiento,

¿Qué me vas a poder quitar si no tengo ni casas ni bienes, pues todo lo repartí entre los pobres? ¿Acaso me vas a atormentar? Es tan débil mi salud que no resistiré un día de tormentos sin morir y no podrás seguir atormentándome. ¿Qué me vas a desterrar? A cualquier sitio a donde me destierres, allá estará Dios, y donde esté Dios, allí es mi patria, y allí me sentiré contento. [ …]

y la airada respuesta del emperador: “es que no tienes miedo a mi autoridad” (49). Finalmente, el emperador, admirado por su actitud resolvió finalmente no intervenir en los asuntos eclesiásticos de Cesarea. Vemos también en los últimos años de vida de Basilio: su enfermedad

Quasten (II) nos dice que la preocupación final del santo fue la unidad de la Iglesia, y lo que le hizo buscar el patronato de Atanasio. Al morir Atanasio, Basilio quedaría como único paladín, luchador sin denuedo, de la ortodoxia en Oriente. Basilio falleció el 1 de enero de 379, a la edad de sólo cincuenta años. Unos 4 años antes, en el 375, en su carta (198), dirigida a Eusebio, Obispo de Samosata, le habla de su dolorosa enfermedad y de su pesimismo hacia la vida, quizás producto de esta misma, y de las batallas que estaba teniendo que entablar en el mundo eclesial. San Gregorio Nacianceno dice en su panegírico: “Basilio santo, nació entre santos. Basilio pobre, vivió pobre entre los pobres. Basilio hijo de mártires, sufrió como un mártir. Basilio predicó siempre con sus labios, y con sus buenos ejemplos y seguirá predicando siempre con sus escritos admirables”. Campenhausen nos da una semblanza general del santo, que achaca a la coyuntura político-eclesial su no haberse entregado totalmente a la espiritualidad:

La verdadera grandeza de Basilio se hace inteligible cuando se le sitúa en el marco de las luchas de su tiempo y el papel exacto que en ellas representó. Como político de la Iglesia, no iguala la vehemencia en el ataque de Atanasio; como teólogo, no alcanza la armonía ni la universalidad de su hermano menor, Gregorio de Nisa; como monje, no posee el refinamiento espiritual de muchos místicos más tardíos. Pero no hay que ver en estas lagunas una incapacidad natural ni una endeblez de carácter. Nada de eso. Fue su sinceridad y dedicación al deber del momento, la necesaria adaptación a las dificultades de la coyuntura, lo que le obligó a una táctica móvil en los asuntos políticos; fueron las contingencias externas las que le impidieron desarrollar en paz sus ricas aptitudes y entregarse, como deseaba, a sus inclinaciones espirituales. (124)

Con su lucha, inteligencia y perspicacia para los asuntos eclesiales, Basilio crearía las bases para que el emperador Teodosio, dos años después de su muerte, convocase el segundo concilio ecuménico, celebrado en Constantinopla, que abrió las puertas a la fe de Nicea. En el cuarto concilio ecuménico, celebrado en Calcedonia (451), se rindió homenaje al santo con estas palabras: “El gran Basilio, el ministro de la gracia quien expuso la verdad al mundo entero indudablemente fue uno de los más elocuentes oradores entre los mejores que la Iglesia haya tenido; sus escritos le han colocado en lugar de privilegio entre sus doctores.” (“San Basilio el Grande”; Quasten II)

Francisco Ortiz Aguilera (+Esteban)

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