miércoles, 23 de diciembre de 2009

TIEMPO DE NAVIDAD


En su evangelio, Lucas nos lleva a una pequeña ciudad del imperio romano. Allí nace la luz del mundo, la luz para el mundo. Y escuchamos la voz del ángel a los pastores que guardaban el rebaño:

“No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.

En estas palabras se resume todo el espíritu genuino de la Navidad: Allí está, un tierno niño, nuestro Salvador, acostado en un pobre pesebre. Dios ha venido a habitar entre nosotros. Es un pequeño débil que llora como los demás niños. Pero hay algo diferente: ese niño es el Creador del cielo y de la tierra. Él nos libra de todo mal y nos da paz y felicidad: Sí, ese niño es “una gran alegría, que lo será para todo el pueblo”, como dice el ángel.

Es una profunda alegría porque ese niño ha venido a amarnos a todos por igual, y muy especialmente a los más débiles, a los más pobres y desvalidos. Pero Jesús ha llegado y está aquí para no abandonarnos nunca. Por ello tenemos que acogerlo en nuestro corazón para siempre, debemos ser ese alberge de amor que no le quisieron dar en Belén a José y Maria. Lucas lo dice “No tenían sitio en el albergue.”

Con su venida, el pequeño Jesús nos trajo la gracia salvadora, como nos dice el apóstol Pablo: “Se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres”. Es una gracia que ilumina nuestros corazones. El profeta Isaías lo proclama así: “El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos. Acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría... porque el yugo que les pesaba... has roto.”

Alejemos toda oscuridad y hagámonos luz blanca, luz alegre del portal, y sintamos en nuestro pecho al pequeño que ha venido para quedarse en nuestros corazones.

Deja,
Jesús de Nazaret,
que tu presencia,
—amorosa, tierna, transparente—
se efunda de nuevo
sobre estas tierras
sobre estos mares.

Más de dos mil años sin ti,
dos mil años de recuerdos,
de ausencias compartidas,
dos mil olas,
dos mil velas,
sobre la Tierra,
esperando tu brisa,
tu fe viva.
(+Claudio)

Pidamos durante estos días de Navidad que Jesús se haga presencia real en nuestra experiencia personal y nos sepamos enfrentar ante las tribulaciones y problemas que nos surgen cotidianamente con suprema tranquilidad, con su fe triunfante y con la inmensa emoción del niño que sabe que el Padre está en el y con él. Que nuestra fe no sea un simple consuelo sino el reflejo de nuestra tierna e indiscutible confianza en Él.

Monjes Urbanitas

No hay comentarios:

Publicar un comentario