sábado, 12 de diciembre de 2009

Ven Soplo Divino

Ven, Luz verdadera.

Ven, vida eterna.

Ven, misterio escondido.

Ven, Tesoro sin nombre.

Ven, realidad inefable.

Ven, persona que excede a la inteligencia humana.

Ven, exultación perenne.

Ven, Luz que nunca declina.

Ven, verdadera esperanza de la salvación de todos.

Ven, resurrección de los muertos.

Ven, poderoso, que todo haces, cambias y fijas con una sola orden.

Ven, Tú que eres completamente inesperado, intangible, impalpable.

Ven, Tú que siempre permaneces inmóvil, Tú que habitas sobre los cielos, aunque a veces también te trasladas por completo y vienes a nosotros que yacemos en las profundidades.

Ven, nombre deseadísimo y celebérrimo, de quien nos es imposible conocer qué es, quién es, o cómo es.

Ven, eterna alegría.

Ven, corona incorruptible.

Ven, púrpura de gran Dios y Emperador nuestro.

Ven, cíngulo brillante como el cristal y de joyas adornado.

Ven, refugio inaccesible.

Ven, púrpura real y diestra de la augusta majestad.

Ven, Tú a quien deseó y desea mi alma miserable.

Ven, Sol, al sólo; pues estoy sólo, como ves.

Ven, tú que me separaste y quisiste que estuviera sólo en la tierra.

Ven, tú que pusiste en mí el deseo, que me hace desear a Tí, a quien no se puede aspirar.

Ven, soplo y vida mía.

Ven, consuelo de mi despreciable alma.

Ven, alegría, gloria y mi delicia continua. Te doy gracias cuando te haces un espíritu conmigo, sin confusión, sin cambio ni conversión, porque estando Tú, Dios, por encima de todas las cosas, me has hecho todo para todos.

Alimento indescriptible, que de ningún modo puedes ser consumido, Tú te derramas incesantemente en los labios de mi alma, y brotas abundantemente en la fuente de mi corazón. Con tu vestido fulgurante quemas a los demonios.

Lávame con el baño de las continuas y santas lágrimas que derraman en tu presencia los que te reciben.

Te doy gracias porque me has dado un día sin ocaso, y un sol que no se pone: Tú, que no tienes lugar dónde esconderte y que llenas con tu gloria el universo; que nunca te has escondido de nadie, mientras que nosotros siempre nos hemos escondido de Tí, porque no queremos llegar hasta Tí.

¿Dónde te podrías esconder, si no tienes lugar alguno para descansar? O, ¿por qué habrías de esconderte si nadie puede enfrentarse a Tí?

Ahora, por tanto, bondadoso Señor, pon tu tienda en mí y habita en mí; no me abandones hasta la muerte y no te separes de mí, tu siervo, para que te encuentre a la hora de la muerte y después de la muerte, y así pueda reinar contigo, Dios, que reinas sobre todo.

Permanece en mí, Señor, y no me dejes sólo, para que cuando vengan mis enemigos, que continuamente quieren devorar mi alma, te encuentren a Tí dentro de ella. De este modo, huirán completamente, y no podrán vencerme, porque verán que resides en la morada de mi alma humilde y que eres más fuerte que ellos.

Verdaderamente, te has acordado de mí, Señor, cuando estaba en el mundo, y me llamaste sin que me diera cuenta, y me sacaste del mundo, y me pusiste delante de la faz de tu gloria.

De este modo, establecido en mi interior, siempre inmóvil, custódiame por tu inhabitación en mí, para que diariamente te mire, y así, estando muerto, viviré, y al poseerte, siendo pobre, seré siempre rico.

De este modo, seré más rico que muchos reyes, y comiéndote y bebiéndote y revistiéndome de Tí, disfrutaré de estos bienes con delicias inenarrables.

Porque Tú eres completamente bueno, y completamente rico, y en Tí se halla todo gozo, y a Tí corresponde la gloria, santa y consustancial Trinidad, a quien, en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, honran, reconocen, adoran y dan culto todos los fieles, ahora y siempre y por los siglos sin fin.

Amén.

[San Simeón el Nuevo Teólogo]

No hay comentarios:

Publicar un comentario