viernes, 4 de diciembre de 2009

DIÁLOGO CON EL ESPÍRITU INTERIOR: POEMAS MÍSTICOS


I

Abriga mi finitud con tu infinitud divina,
efunde sobre mí el recuerdo de tu eternidad pasada y futura,
que yo te daré mi poesía, el recuerdo siempre presente,
la finitud más infinita de mi vida.

Hoy he sentido la soledad milenaria de tu presencia
enredándose en mi pensamiento,
haciéndose una con la mía.


II

Cuando pienso en TI,
se me llena el alma de gloria,
y me hago, en tu voluntad,
espíritu risueño de golondrinas de mar.


III

Te siento en lo más profundo de mí,
en esa playa que se me ha hecho grande en el corazón,
para dejarte juguetear con la arena
y dejarme arrullar con tus olas amigas.

Así, cobijado en la brisa perenne de tu sonrisa,
me deleito en la emoción de tu divino afecto.


IV

Mi alma se bambolea con tu brisa
y se hace aire para ser una contigo
en tu fragancia marina.

Hoy siento tu voz y tu atardecer
en el mar soñado de diciembre.


V

En el maremágnum de mi espíritu de hombre,
te busco en tu calma soleada,
para dejarme acariciar
por las caracolas de tu sonrisa.


VI

Amanece tranquilo tras muchos días de nubarrones.

Con los ojos cerrados me dejo abrazar por tu luz
hecha llovizna fresca.


VII

Resplandéceme en esta hora baja.
Vivifica las orillas de mi alma
para que siga engrandeciéndose en ti.

Hazme tuyo en el espíritu de colores
que invade este claro amanecer de febrero.

Sopla en mí el aire templado,
acariciante de los melocotoneros en flor.


VIII

Cierro los ojos.

Levanto mis brazos al cielo buscándote en la distancia interior
—mente y corazón, corazón y mente—.

Mi respiración se hace una con la tuya infinita,
y ambos recorremos un inmenso mar interior
en la interminable aventura de conocernos.


IX

Lloviznea en el mar de enero
—de nuevo la lluvia me habla de ti—.

Algunas gaviotas se han posado sobre una duna marina,
aguantando como pueden la marea.

Otras vuelan altas; se bambolean con la brisa fría del amanecer,
inconscientes al invierno y a los nubarrones.

Así deseo encontrarme yo para dejarme guiar por ti
sobre estos pinos perennes, q
ue miran a la inmensa playa de tu silencio.

—La brisa se ha encaprichado con mis oídos—.


X

Resucita conmigo.

Elévame sobre el viento frío.

Llévame hasta las riveras soleadas,
hasta los miles de lagos de agua dulce
de la Nueva Jerusalén.


XI

Llueve esta mañana extraña de paz y desasosiego.
No he abierto el paraguas para dejarme empapar de ti
—alma y cuerpo, cuerpo y alma—.

Te llamo a cada gota que rebota suave sobre el asfalto
y creo sentirte en el fragor tempranero de coches y vendedores ambulantes.

Abro el paraguas, como los demás transeúntes.
Recojo mi palabra y me dejo invadir de los ruidos
que cruzan la lluvia ajenos a ti.

Me dispongo a lo mío.
Ojalá que mis alumnos vieran en mi mirada
un poco de la tuya.


XII

Abrigando tu imagen en la caída de la noche,
deseando el sentir unísono contigo, e
n este mar urbano de luces ruidosamente blancas.

Una inmensa luna ha surgido de los edificios.
Camino despacio, dejándome llevar de tu siempre sonrisa amiga…

He perdido el último autobús nocturno.
Volveré a casa caminando,
recreándome en tu pensamiento,
en el invisible sosiego de tus sentidos.


XIII

Que el sol bajo, madrugador,
se abra sobre mis ojos, mi nariz, mi boca, mis oídos de hombre,
y que el viento fresco —que se resiste a la primavera—
me limpie de angustias, ansiedades,
batallas perdidas, ensoñaciones rotas…

Es que anhelo acurrucarme en tu luz melosa,
en tu perfume de dunas eternas,
en tu aroma de pinos jóvenes,
en el ronroneo de olas de tu silencio.

Es que quiero la tierna paz
de tu pensamiento amigo.


XIV

Si no me conocieras,
si no deseara yo conocerte tanto,
el mundo se hundiría en mi interior,
la luna grande blanca se saldría de su órbita,
el viento huracanado de levante barrería las dunas,
desgajaría los pinos,
y mi alma, mi pobre alma,
se quedaría helada, sola.


XV

Aquel día mi alma se estremeció,
mi pequeño cuerpo se desperezó de la noche,
y me quedé embelesado mirando el tintineo azul y verde
de aquel mar infantil.

Ese día sentí tu llegada a mi mente.
Allí te hiciste soplo de estrella
y te quedaste anclado en mí,
y yo quedé anclado en ti,
finitud e infinitud unidas
en un mismo corazón.


XVI
Es tan pobre el lenguaje humano,
que pronto se me agotarán las palabras,
se me gastarán las imágenes.

Entonces, reposaré en tu silencio,
en tu silencio vivo.


XVII

Hoy no puedo pensar en ti.
Mi mente pinta escenarios oscuros q
ue nunca llegan —el sol se desdibuja
en el azul increíblemente claro del cielo—.

Mientras camino,
me balanceo en el perfume de los azahares urbanos
—que todavía conviven con las naranjas viejas—
para encontrarte.


XVIII

Cuando te pienso y te siento, mis palabras
—de verso y verdad—,
despliegan sus alas,
y se lanzan a volar como llevadas de un viento invisible.

Surcan los árboles más altos,
alcanzan el techo imposible de las águilas,
y se dejan abrazar por los ángeles.

Y hechas oración pura del alma,
aventureras jóvenes del tiempo y el espacio,
se dirigen a su lugar ansiado de destino,
a la absoluta belleza y bondad del que te envió.

—Hoy llueve primavera sobre la ciudad. —


XIX
—Tanto, tanto dolor…—

Hazme llegar todo el dolor del mundo
—como sé que tú lo sientes—,
embárgame del sufrimiento, del hambre, de la pobreza,
repárteme contigo en el frío, en la enfermedad,
en la incomprensión.

Déjame llorar de impotencia, de desolación,
de pesar ante los mares secos de la aflicción,
ante los montes helados del desamparo.

Pero luego dame —dales— tu quietud, tu guía,
el despertar de tu tierna sonrisa de Padre,
en un nuevo credo, cristalino, abierto a la dulzura,
a la esperanza, al lago fiel que sortea su camino entre montañas...


XX

A medida que mi alma y mi mente se engrandecen en tu divinidad,
tú, espíritu puro, te adentras en mi humanidad,
y ambos renacemos en filiación con Dios y con el hombre.

Mariposa y crisálida —crisálida y mariposa—
fundidas en un mismo sueño de eternidad.


XXI

Como las incansables gaviotas
que siguen a los barcos de pesca, a
sí te sobrevuelo yo, buscando,
siempre buscando tu callado aliento.


XXII

Cuando despierte en las lejanas arenas blancas de la eternidad,
recógeme de las alas del ángel que me lleva y abrázame.
Efunde sobre mí, alma y mente hechas ya tuyas y mías para siempre.

Así, compartiendo una brizna de tu divinidad,
veremos juntos las lunas más brillantes,
los amaneceres más esplendorosos,
los ocasos más dulces.

Y seré el arrullo de tu voz,
la brisa fresca de tu sonrisa,
el claro mar de tu mirada.

Si no despierto, no te olvides de entregar una copia de estas palabras al Padre
y déjame dormir en su misericordia.

Pero recuérdame, recuérdame,
cada vez que la noche se haga lluvia sobre mi ciudad.


Final

De madrugada, apurando las últimas líneas de este diario,
me abstraigo de la noche para acercarme más a ti,
Espíritu Interior, y vivir
y permanecer en ti como tú vives y permaneces en mí.

Y respiro una oración siempre nueva de fe,
de agradecimiento, por estar ahí, p
or mostrarme el camino a la Verdad, por abrir mis sentidos a la Belleza,
por hacerme permeable a la Bondad.

Mis párpados se cierran y a medida que los paisajes evocativos
se hacen translúcidos,
mis letras se asientan bajo la almohada
y se transforman en palomas blancas mensajeras buscando la aurora.


Ángel F. Sánchez Escobar (+Claudio)

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