lunes, 7 de diciembre de 2009

Sacramento del Orden Sacerdotal

Con este sacramento la misión confiada por Cristo a sus apóstoles sigue ejerciéndose en la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Es, por tanto, un sacramento de ministerio público y está instituido para anunciar la Palabra de Dios y para hacerse cargo de la Eucaristía y la oración.

El presbítero es un mediador entre el Señor y los hombres, trasmitiendo a éstos sus enseñanzas. Pérez Vaquero explica que la relación existente entre la Eucaristía y los demás sacramentos se hace mayor cuando nos referimos al Orden Sacerdotal, ya que es indudable que la misma institución de la Eucaristía por Jesus en la última cena engendra la institución del sacramento del Orden, de manera que, siendo correlativos, no puede entenderse uno al margen del otro. Son dos sacramentos unidos hasta el fin del mundo. Pérez Vaquero continúa:

Así, el sacerdote puede celebrar y presidir la Eucaristía porque ha recibido de Cristo —a través del sacramento del Orden instituido en la Última Cena con los Doce— la capacidad para ello. Por eso, el ministro ordenado —que al igual que los Doce ha sido enviado por Cristo— recibe de la Iglesia, a quien sirve, la misión de realizar, custodiar y distribuir la Eucaristía actuando personalmente en nombre y representación de Jesucristo

Además, este sacramento conlleva que el ordenado realice un compromiso de entrega de su vida a la comunidad y a Cristo. La invocación del Espíritu Santo acompaña a su ordenación para que pueda guiar a los sacerdotes en su importante tarea de dirigir a la comunidad eclesiástica en la búsqueda de Dios. La unción del Espíritu Santo marca a los sacerdotes con un carácter especial y quedan identificados con Cristo Sacerdote de tal manera que actuan como sus representantes.

Los sacerdotes han sentido la llamada de Cristo en su corazón a seguirle, como los demás fieles. Sus ideales consisten en imitar a Cristo a lo que han consagrado su corazón y optan por la vida en obediencia, castidad, si no está casado como en la Iglesia Ortodoxa, y pobreza, al igual que Jesucristo. El sacerdote tiene la fuerza de Espíritu Santo para resistir la tentación y elegir siempre el camino del Señor. San Juan Crisóstomo dice sobre la pureza del sacerdote:

Porque el sacerdocio se ejercita en la tierra, pero tiene la clase de las cosas celestiales, y con razón. Porque no ha sido algún hombre, ni ángel, ni arcángel, ni alguna otra potestad creada, sino el mismo Paráclito el que ha instituido este ministerio. Y el que nos ha persuadido, a que permaneciendo aun en la carne, concibiésemos en el ánimo el ministerio de los ángeles. De aquí resulta, que el sacerdote debe ser tan puro, como si estuviera en los mismos cielos entre aquellas potestades.

Como comenta Crisóstomo, el sacerdote disfruta del honor de la Gracia del Espíritu que le guía, además de en la pureza, en la administración de las cosas celestiales. Esa potestad no se la concedió Dios ni a ángeles ni a arcángeles:

Porque si alguno considerase atentamente lo que en sí es, el que un hombre envuelto aún en la carne y en la sangre, pueda acercarse a aquella feliz e inmortal naturaleza; se vería bien entonces, cuán grande es el honor que ha hecho a los sacerdotes la gracia del Espíritu Santo. Por medio, pues, de éstos se ejercen estas cosas y otras también nada inferiores, y que tocan a nuestra dignidad y a nuestra salud. Los que habitan en la tierra, y hacen en ella su mansión, tienen el encargo de administrar las cosas celestiales y han recibido una potestad que no concedió Dios a los ángeles ni a los arcángeles. Porque no fue a estos a quienes se dijo: “Lo que atareis sobre la tierra, quedará también atado en el cielo, y lo que desatareis, quedará desatado.” Los que dominan en la tierra tienen también la potestad de atar, pero solamente los cuerpos. Mas la atadura de que hablamos, toca a la misma alma y penetra los cielos, y las cosas que hicieren acá en la tierra los sacerdotes, las ratifica Dios allá en el cielo, y el Señor confirma la sentencia de sus siervos. (“Seis sermones sobre el sacerdocio”: “Vida Sacerdotal”)

Nos dice también Crisóstomo que el sacerdote engendra la vida venidera. En primer lugar compara el sacerdocio judío con el cristiano, enfatizando su misión de este último de curar las inmundicias del alma:

Los sacerdotes de los judíos tenían potestad de curar la lepra del cuerpo, mejor diré, no de librar, sino de aprobar solamente a los que estaban libres de ella. Y tú no ignoras con qué empeño era apetecido entonces el estado sacerdotal. En cambio nuestros sacerdotes han recibido la potestad de curar, no la lepra del cuerpo, sino la inmundicia del alma. No de aprobar la que está limpia, sino de limpiarla enteramente.

Y en segundo lugar comparando la potestad que les otorgó Dios en comparación con las que concedió a los padres naturales:

No solamente por lo que toca a castigar sino también para beneficiar, dio Dios mayor potestad a los sacerdotes que a los padres naturales. Y hay entre unos y otros tan gran diferencia como la que hay entre la vida presente y la venidera. Porque aquéllos nos engendran para ésta, y éstos para aquélla. Aquéllos no pueden librar a sus hijos de la muerte corporal, ni defenderlos de una enfermedad que los asalte. Pero estos han sanado muchas veces nuestra alma enferma y vecina a perderse, haciendo a unos la pena más llevadera y preservando a otros desde el principio para que no cayesen. (“Seis sermones sobre el sacerdocio”: “Vida Sacerdotal”)

Pero como nos dice Crisóstomo, la Gracia sacerdotal conlleva una responsabilidad:

Pero si el que toma sobre sí este cuidado necesita tener una gran prudencia, y aun más que ésta, una gracia muy grande de Dios. Rectitud de costumbres, pureza de vida, y mayor virtud que la que puede hallarse en un hombre, ¿me negarás el perdón, porque no he querido sin consejo, y temerariamente, perderme? Porque si uno, conduciendo una nave mercantil, bien pertrechada de remeros y colmada de inmensas riquezas, y haciéndome sentar junto al timón, me mandase doblar el Mar Egeo o Tirreno, yo, al oír la primera palabra, rehusaría semejante comisión. Y si alguno me preguntase, por qué, le respondería, que por no echar a pique el navío. (“Seis sermones sobre el sacerdocio”: “Vida Sacerdotal”)

Hay tres grados de ordenaciones diácono, presbítero y obispo, que se reflejan en el rito de forma general con la imposición de manos del obispo sobre la cabeza del ordenado al igual que por la oración consagratoria que pide a Dios la efusión del Espíritu Santo y de sus dones apropiados al ministerio para el que es ordenado. Nos centraremos en la ordenación de presbítero, que se realiza en el seno de la Iglesia ortodoxa. Ésta suele tener las siguientes partes: presentación del ordenando, petición de la ordenación, imposición de manos y ordenación, letanía, vestición, homilía, salmo 50/51, y oración de despedida del nuevo presbítero.

La presentación de candidato ante el obispo, que es quien tiene la potestad de ordenar, se realiza en el contexto de la Divina Liturgia, tras la lectura del Evangelio. Tras la presentación, el ordenando se inclina ante el obispo y éste lo bendice. Al incorporarse, un diácono lo toma de la mano derecha y gira con él en torno al Altar tres veces. En cada vuelta, el que va a ser ordenado besa los cuatro costados del Altar. Tras la tercera vuelta, arrodillado, apoya sus manos cruzadas sobre el Altar e inclina su cabeza, apoyando la frente sobre sus manos. El obispo se levanta, deja la mitra, coloca su omoforio (o estola episcopal) sobre el ordenando, lo bendice tres veces con el signo de la cruz e impone sus manos sobre la cabeza invocando la Gracia divina del Santísimo Espíritu:
O. La gracia divina que cura todas las enfermedades y suple nuestras deficiencias, ordena presbítero al piadoso diácono__________ (N) Roguemos para que descienda sobre él la gracia del Santísimo Espíritu.

Además, el obispo pide a Dios en voz baja que el nuevo presbítero reciba esta gracia con fe profunda y conciencia pura:

O. Dios Santo, que no tienes principio ni fin, que eres más anciano que toda la creación; que has honrado con el nombre de servidores a los que has juzgado dignos de servir en este grado de la Jerarquía a tu Palabra de Verdad. Tú mismo, Soberano Señor del universo, haz que tu siervo aquí presente, que quisiste fuese ordenado por mí, reciba esta gracia de tu Espíritu Santo con fe profunda y conciencia pura; que sea perfecto, que te agrade en todos sus actos, que proceda siempre de acuerdo a este gran honor del sacerdocio, que le es concedido por el poder de tu Sabiduría eterna.

Tras ello hay una letanía en la que al terminar el obispo pide de otra vez por el nuevo sacerdote y su ministerio:

O. Señor, llena de los dones de tu Santo Espíritu a tu siervo_______(N) aquí presente, que te has dignado ordenar presbítero, para que merezca estar siempre puro ante tu Altar, que te ofrezca dones y sacrificios espirituales, que renueve a tu pueblo con el baño de un nuevo nacimiento, de modo que encuentre así a tu Hijo Unigénito, nuestro gran Dios y Salvador, Jesucristo, en el día de su segunda venida, y reciba de tu inmensa bondad la recompensa por haber cumplido bien con su ministerio.

Posteriormente viene la vestición, en la que el obispo quita al nuevo presbítero el orarión (o estola diaconal) y lo reviste del epitrakelion (o estola sacerdotal), al igual que lo reviste del felonio (o casulla), de los epimanikias (o manguitos o sobremangas) y del ceñidor (o fajín), mostrándolos al pueblo y diciendo tres veces cada vez “¡Axios!” (o “es digno”). Una vez revestido, el obispo y después el clero y los familiares y amigos presentes, dan el beso de paz al nuevo presbítero diciendo. Tras ello hay una homilía en la que el obispo explica al pueblo y al nuevo ordenado el valor y significado del sacerdocio. Más adelante, en el momento de la partición del pan sagrado, el nuevo sacerdote, con la partícula “reino” en la mano, lee el salmo 50/51.

El sacerdote realiza entrega encomiable al servicio de la comunidad Dios, sin importarle la dificultad de tal decisión. Es un gesto de generosidad y, al mismo tiempo, de humildad y de valentía, que demuestra una gran capacidad para el sacrificio y una gran fortaleza, que, como hemos comentado, procede del Espíritu. Éste le da grandeza s su ministerio y que le da fuerzas ante las grandes tempestades. Así se expresa de nuevo San Juan Crisóstomo:

Pues si donde la pérdida se extiende tan solamente a las riquezas, y el peligro a la muerte corporal, ninguno puede acusar a los que usan de la mayor cautela. Cuando a los que naufragan, les espera no caer en este mar sino en un abismo de fuego, y les aguarda una muerte, no la que separa el alma del cuerpo, sino la que envía la una juntamente con el otro a una pena eterna. Te enojarías conmigo, y me aborrecerías, porque precipitadamente no me había arrojado a tan grande ruina; no así, te ruego, y suplico. Conozco bien este ánimo débil, y enfermo, conozco la grandeza de aquel ministerio, y la dificultad grande que encierra en sí este negocio. Son, pues, en mucho mayor número las olas que combaten con tempestades el ánimo del sacerdote que los vientos que inquietan el mar. (“Seis sermones sobre el sacerdocio”: “Vida Sacerdotal”)

El fin sin par del sacerdote es la Palabra, llenarla de contenido en sí mismo y en los demás, guiándoles hacia la vida eterna, Su meta no es solo eclesiástica sino también evangelizadora para convocar y reunir al Pueblo de Dios y humanizadora, en el mismo sentido que lo es el matrimonio y su consecuencia la familia, que civiliza la humanidad en los valores e ideales del amor y la comprensión del otro . +Esteban

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