jueves, 3 de diciembre de 2009

EL SILENCIO DEL ALMA


“Guarda silencio ante el Señor y espera en Él." (Sal 37,7)

"Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que
está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público." (Mt 6,6)

El silencio ha sido una condición indispensable para el asceta en su búsqueda de la perfección. Por silencio se entiende paz interior y la relativa quietud exterior a través de la cual se eliminan las pasiones. Este estado fue llamado en el último periodo brillante de la teología mística bizantina "hesicasmo".

El silencio estaba unido inseparablemente a la ascesis cristiana. Los esfuerzos de los primeros monjes en esta dirección adoptaron la forma de un silencio balbuceante y permanente cuando las circunstancias lo requerían. Se dice que el abba Poimen afirmó: "Quien habla por el amor de Dios actúa correctamente; y quien permanece en silencio por el amor de Dios actúa del mismo modo correctamente". (Dichos de los Padres, 721).

En cualquier caso, el elemento del silencio, si bien no predominara excesivamente en el pensamiento monástico, recibió más tarde un mayor énfasis debido a su conexión con la oración interior. Se consideró que la oración, como producto de la disposición del corazón, no necesitaba ser expresada oralmente, por cuanto que tal expresión, al producir estímulos externos, podría interrumpir la concentración sobre el objeto de la oración. De este surgió la oración interior y mental, que cristalizó en la breve oración de Jesús, repetida sin cesar.

Rodeados por el absoluto, por el silencio espiritual, los ojos espirituales de los monjes "contemplativos" se abren. Se hacen merecedores de visiones y disfrutan de experiencias espirituales difíciles de describir. Viven en un estado de iluminación continua de la visión de la luz, y de comunión con las cosas de la luz. La palabra "luz" y otros términos relacionados se encuentran en casi todas las páginas de las obras de Simeón Teólogo y de Gregorio Palamás. Esta luz es parte de Dios. Mediante una paradójica fusión de lo histórico y lo metahistórico, la experiencia de la deificación (theosis) se hace posible aquí y ahora. La luz que vieron los discípulos de Cristo en el Monte Tabor, la luz que los hesicastas ven hoy, y la calidad luminosa del mundo venidero, constituyen tres fases del mismo acontecimiento espiritual, fusionados en una realidad supratemporal. (Panayotis Christou)

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