lunes, 7 de diciembre de 2009

Cómo leer la Biblia

Es la misión de todo monje urbanita leer, conocer y meditar sobre la Biblia. Pero la inmensa riqueza espiritual de la Biblia hace que se pueda leer desde distintos puntos de vista. En nuestro ensayo "Lo que nos guía", ya hemos dado algunas indicaciones de cómo la vemos. Observemos ahora algunas facetas de su lectura, tal como nos indica el fallecido Padre Alexander.

Lectura en clave cristiana

Como hemos dicho, Jesucristo es la figura central de la Biblia, situado en el vértice mismo donde culminan el Antiguo y el Nuevo Testamento. Los dos Testamentos tienen en él explicación cumplida, porque, en definitiva, uno y otro se refieren a él únicamente. Todo el Antiguo Testamento hace referencia al Nuevo. No se puede entender en plenitud el Antiguo sin la luz del Nuevo. Y si se ignora el Antiguo, no se podrá entender verdaderamente el Nuevo.

La Biblia entera, desde sus primeras páginas hasta las últimas, nos habla, de múltiples maneras y de forma variada, de Jesucristo, el Señor. Por eso, bien decía San Jerónimo "que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo". Pero, dando a la frase un sentido positivo, bien podemos decir que "conocer las Escrituras es conocer a Cristo."

La lectura de la Biblia debe tener, como norma suprema, la consideración de que la Biblia gravita sobre un tema central: Jesucristo. La Biblia se realiza a sí misma, adquiere su verdadera dimensión, sólo en Jesucristo; tiene como última razón de ser la persona de Jesucristo. Toda la Biblia ha de tener su unidad en Cristo. Esto significa que la lectura de la Biblia tiene que ser una lectura cristiana, es decir, una lectura que descubra la presencia de Cristo en todas sus partes.

Lectura en clave de salvación

La palabra de Dios nos enseña el camino de la salvación. Nos habla de nuestro origen y de nuestro destino. La Biblia contiene palabras de verdad, buena nueva de salvación, "palabra que puede salvar vuestras almas" (Sant 1:21).

La Biblia es la historia de las continuadas intervenciones de Dios en la historia del hombre para sacar al hombre de un estado de sufrimiento y de dolor, de persecución y de esclavitud, de enfermedad y de muerte, a un estado de bienestar y de alegría, de paz y de libertad, de salud y de vida.

En la historia bíblica han intervenido muchos salvadores; pero detrás de ellos, dándoles fuerzas, estaba él, el único salvador. La salvación, que se producía siempre en graves y hasta arriesgadas circunstancias políticas y sociales, era siempre generadora de esperanza. Porque esta salvación, que Dios ejerció siempre en el pasado y que seguirá ejerciendo en el futuro, es la garantía de nuestra esperanza y de nuestra fe, de nuestra salvación final: "Jesucristo no ha venido a condenar, sino a salvar" (Jn 12:47) La Biblia es la revelación y la realización del misterio de la salvación realizado en Cristo. Todo en la Biblia está ordenado y referido directa o indirectamente a este misterio salvífico.

Lectura en clave de amor

La Biblia revela que "Dios es amor" (1 Jn 4:8). Y así lo confirman todas las intervenciones de Dios en la historia humana, hechas siempre por amor. Dios elige al pueblo de Israel por puro amor (Dt 7:7-8). Las relaciones de Dios con su pueblo están descritas bajo el símbolo del matrimonio, en el que Dios es el esposo y el pueblo la esposa (Os 2:16). La época áurea de estas relaciones amorosas es la estancia en el desierto en tiempo de Moisés. La infidelidad de la esposa y la reconciliación en el amor están patéticamente narradas en Os 2:4-23. Dios está siempre con los brazos abiertos para acoger a esta infiel esposa, "su querida" (Jer 11:15), "la amada de su alma" (Jer 12,7), porque su amor es inquebrantable: "Te amo con un amor eterno" (Jer 31:3).

Al amor de Dios, el hombre debe responder con amor a Dios y al hombre, pues en esta doble respuesta está resumida toda la Ley (Mc 12:28-31; Rom 13:8). El amor a Dios debe ser radical, en plenitud. Dios no admite propinas de amor. Lo quiere todo. Hay que amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma (Dt 6:5). Y con esa misma fuerza hay que amar a los hombres (Mt 22:39).

Es más, amar al prójimo es ya amar a Dios; y sin amar al hombre, no es posible amar a Dios (1 Jn 3:14-22;4:20). Hay que amar a todos, incluso a los enemigos (Mt 5:44-48). Todo esto lo concretó Jesucristo en el mandamiento nuevo: "Amaos unos a otros como yo os he amado" (Jn 13:34). Por eso el distintivo del cristiano es el amor (Jn 13:35). Sin el amor no hay valor espiritual alguno; el amor, aparte de dar valor a todo, es el mayor de todos los bienes (1 Crón 13:1-13). La Biblia nos dice que las relaciones de unos con otros y de todos con Dios se tienen que centrar en el amor.

Por esto la Biblia debe ser el libro de meditación y lectura diaria, el libro de cabecera y de oración, el libro de texto de todos los miembros del pueblo de Dios.

La Biblia habla al alma. Para que así sea, el lector debe ponerse bajo la acción del Espíritu Santo, que actuó en otros tiempos como fuerza inspiradora de la Biblia y que sigue actuando en nuestro tiempo para darnos a conocer la plenitud de la verdad bíblica.

La lectura de la Biblia no debe quedarse en la esfera de la inteligencia, tiene que centrarse en el área del corazón. Se trata de conocer el mensaje bíblico y de encarnarlo en nuestra vida.

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