domingo, 20 de diciembre de 2009

THEOSIS, ¿FUSIÓN DEL SER HUMANO CON DIOS?

De acuerdo con la ortodoxia oriental y los Padres de la Iglesia, existen dos ideas principales que definen el complejo concepto de la theosis o la deificación en términos de la salvación del hombre/mujer: por un lado, que Dios, en un acto de su infinito amor inmutable, sale de sí mismo y se otorga al ser humano, habita en éste, y trata de unirse con él, y, por otro, que al ser humano se le da el mandato de ser la perfecta imagen del Padre, literalmente, ser Dios.

La deificación, la restauración del ser humano como verdadero hijo de Dios, se produce por medio de la gracia de Dios o las energías no creadas a través de su Espíritu y en Cristo. En contraste con la Iglesia de Occidente, Dios no es sólo esencia, sino también energía. Si Dios fuera sólo esencia, el ser humano no podría unirse o comunicarse con Él. En el proceso de deificación, tanto nuestra alma —que reside en la mente de acuerdo a Macario el Grande (Homilía 15,20) y que es también morada del Espíritu interior— como nuestro cuerpo experimentan una transformación (Ireneo, Libro V, capítulo 6, 1). Es el ser humano completo el que se glorifica en Cristo a medida que adquiere la gracia del Espíritu Santo.

Para los Padres de la Iglesia, la encarnación de Jesús es la clave para la salvación y la deificación. El Logos de Dios, habiendo tomado un cuerpo humano, hace partícipe a la humanidad de la naturaleza divina. Palamas dice que en el proceso de deificación hay una unión hipostática de la naturaleza humana con el Logos encarnado de Dios.

Pero, ¿hay una transformación ontológica del alma y, por tanto, de toda la persona a medida que se deifica? ¿Existe una participación real del ser humano en la interrelación divina, una fusión real con el Espíritu, en el que el cuerpo se hace incorruptible incluso en la tierra y una glorificación o es simplemente un desarrollo moral, una comunicación de los atributos divinos para el perfeccionamiento de los seres humanos, una visión de Dios cuando la persona se aproxima al conocimiento de la Verdad?

Lo que sí parece ser cierto es que esta unión debe ser personal o pre-personal, no una unión impersonal. Las energías no creadas, vienen directamente de Dios y son de origen personal porque Él es una persona divina —así como Dios Hijo y Dios Espíritu— y fuente y centro de todo ser personal. Y es mediante estas energías increadas por las que el hombre/mujer es capaz de divinizarse y adquirir una alma/persona transformada en su unión con el Espíritu de Dios. Para Palamas la unión entre el ser humano y las energías divinas es enhypostatic, es decir, personal: no puede existir nada fuera de la hipóstasis divina.

Uno se pregunta si el Espíritu de Dios, la Presencia Divina, como Florovski la llama, que mora en el ser humano es el Dios Espíritu (también llamado Espíritu Santo y Tercera Persona de la Trinidad Infinita). La mayoría de los Padres de la Iglesia deben de haber tenido dificultades para contemplar la unión del alma con esta Tercera Persona, ya que esta Persona Divina es absoluta y de similar esencia a la del Padre. Una unión con este Ser infinito estaría cerca del panteísmo, y el ser humano perdería su identidad personal e individual.

Quizás el gran problema de los Padres fuera considerar a este espíritu pre-personal de Dios como la Tercera Persona de la Trinidad en lugar de una parte de Dios, aun no personal. Siendo así todo hombre o mujer puede formar parte de la vía de la energía personal (energías increadas) que provienen del Padre y van a Él por la acción del espíritu de Dios, que mora en el ser humano. Esta parte se personalizaría a medida que el alma se deifica y se fusiona con ellas, convirtiéndose así en un nuevo ser transformado sin perder su identidad personal, ni ser absorbido en la esencia de Dios. La Biblia menciona muchas veces al Espíritu de Dios, sin hacer referencia a la Tercera Persona de la Trinidad, que es un desarrollo teológico posterior. Este Espíritu, según san Pablo, es el mismo que resucitó a Cristo de entre los muertos (Romanos 8,11).

¿Pero cuándo comienza y termina este proceso de transformación? ¿Cuándo comienza la parte pre-personal de Dios a ser personal y a fusionarse con el ser humano? Creo que la deificación es un proceso continuo eterno que puede empezar en este mundo y, muy excepcionalmente, se puede acelerar también en este mundo, como en el caso de Jesús o Juan el Bautista, que según Palamas no habrían muerto si no hubiera sido a causa del martirio (Homilía 40).

En este sentido, el Hieromonje Damasceno dice que "La transformación espiritual, la eterna unión con Dios —la deificación o la theosis— es el propósito final de nuestra vida”. “Pero la deificación —continúa diciendo— no es una condición estática: se trata de un crecimiento que nunca termina, un proceso, una ascenso hacia Dios. Nosotros no alcanzamos el final en esta vida, ni siquiera en la vida futura ("El Camino de Transformación Espiritual ").

Damasceno también cita las palabras de San Simeón el Nuevo Teólogo, de quien se cree que logró lo que podría llamarse el mayor grado posible de unión con Dios en esta vida: "A lo largo de los siglos nuestro progreso espiritual será interminable, porque el cese de este crecimiento hacia el final sin final sería nada más que un aferrarse a lo inalcanzable". Así, nuestra unión con Dios es una transformación continua en la semejanza de El, que es la semejanza de Cristo. También debemos recordar a Enoc y a Elias, cuya dedicación a Dios hizo que no conociesen la muerte física, como dicen las Escrituras y la tradición ortodoxa lo confirma:

Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes que fuera traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios. (Hebreos 11,5)

Aconteció que mientras ellos iban caminando y hablando, un carro de fuego, con caballos de fuego, los apartó a los dos, y Elías subió al cielo en un torbellino. (II Reyes 2, 11)

Es plausible pensar que ambos profetas podrían haber alcanzado la deificación en la tierra. Por otra parte, podemos ver que el fuego mencionado en el Libro de los Reyes sobre Elías se refleja en el trabajo de Simeón, en el que compara nuestra alma con una lámpara encendida por el fuego divino: "Dios es fuego y se llama así en las inspiradas Escrituras. El alma de cada uno de nosotros es una lámpara; ahora bien, una lámpara estaría en total oscuridad aunque estuviese llena de aceite, llevase tea o cualquier otra materia combustible hasta que no recibiese fuego para encenderse.” (Discursos éticos, 339).

Quizás sea la luz la imagen que debamos retener en nuestros todavía ojos terrenales para poder comprender este misterio de la gracia de Dios que se nos otorga y de nuestra eterna deificación y ascensión hacia el Padre. Simeón, este gran maestro de la experiencia humana de la theosis, describe esta luz mística como sigue:

Mediante la gracia he recibido la gracia, por hacer el bien he recibido su bondad, mediante el fuego se me ha correspondido con fuego, mediante la llama con la llama. Al ascender se me concedió ascender todavía más, al final del ascenso se me dio la luz y mediante la luz una luz aún más clara. En medio de ella un sol brillaba intensamente y de él surgió un brillante rayo que llenó todas las cosas. El objeto de mi pensamiento se mantuvo más allá de la comprensión, y en este estado permanecí mientras que lloraba dulcemente y me maravillaba de lo inefable. (Discursos éticos, 205)

Simeón también dice que “el ser humano que es interiormente iluminado por la luz del Espíritu Santo no puede soportar la visión de él, sino que cae de bruces en el suelo y grita con mucho miedo y asombro, porque ha visto y vivido algo que está más allá de la naturaleza, del pensamiento o de todo concepto”. ¿Cómo podemos experimentar algo más allá de la naturaleza y no ser totalmente transformados por ella? El santo starets (o guía espiritual) de Rusia del siglo XVIII, San Serafín de Sarov, también se refiere a esta luz: "La gracia del Espíritu Santo es la luz que ilumina al hombre. Las Sagradas Escrituras hablan de ella.” (“Conversación con Nicolás Motovilov”). También oímos al santo decir:

Entonces el padre Serafín me tomó muy firmemente por los hombros y me dijo: “Hijo mío, ambos estamos en este momento en el Espíritu de Dios. ¿Por qué no me miras?” “No puedo mirar, Padre,” le respondí, “porque sus ojos centellean como un rayo. Su cara se ha vuelto más brillante que el sol y me dañan los ojos el mirarle.” “No tengas miedo”, me dijo. “En este momento, tú mismo has llegado a ser tan brillante como yo. Tú mismo te encuentras ahora en la plenitud del Espíritu de Dios, de lo contrario no serías capaz de verme como me estas viendo ahora mismo.” (“Conversación con Nicolás Motovilov”).

San Serafín también apunta a una salvación cósmica de la humanidad: "Aprende a ser pacífico y miles alrededor de ti encontrarán la salvación". Igualmente dice: "La oración, el ayuno, las obras de misericordia, todo esto es muy bueno, pero representa sólo el medio, no el final de la vida cristiana. El verdadero fin es la adquisición del Espíritu Santo". De hecho, el proceso de deificación, en el que el Espíritu de Dios mora en el alma del ser humano y misteriosamente se une con él, le conduce desde la oración continua al hesicasmo (un descanso consciente en Dios). Esto es lo que Isaac el Sirio, Obispo de Nínive, en el siglo VII, escribe:

Cuando el Espíritu establece su morada en el hombre, éste ya no puede dejar de orar, el Espíritu no cesa de orar en él. Si duerme o está despierto, la oración no se separa de su alma. Mientras come, mientras bebe, mientras que está en la cama o en el trabajo, mientras que se sumerge en el sueño, el perfume de la oración espontánea exhala de su alma. A partir de ese momento, no solo vive la oración en determinados periodos de tiempo sino en todo momento. (Tratados)

Una oración perfumada, incesante, fluye naturalmente de nuestra alma cuando ésta respira su unión con el espíritu de Dios, y rinde culto al Padre en el cielo. La deificación debe ser el objetivo de todos los seres humanos en un cosmos en espiritualización. En este proceso, me atrevo a decir, que el alma no espiritualizada sería como si nunca hubiera existido, no sería una realidad ya que la única realidad sería una espiritual, tal vez podría entrar en un estado panteísta.

Ángel Sánchez Escobar (+Claudio) y Francisco Ortiz Aguilera (+Esteban)

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