domingo, 28 de noviembre de 2010

TIEMPO DE ADVIENTO: TIEMPO DE ESTAR EN VELA Y ORAR

La liturgia de este tiempo de Adviento nos invita a elevar la mirada y a abrir el corazón para acoger a quien el mundo entero espera, Jesús. En muchos está el deseo de un tiempo nuevo, de un mundo nuevo. Es el deseo de muchos países martirizados por el hambre, por la injusticia y la guerra; es el deseo de los pobres y los débiles, de los que están solos y de los abandonados. La liturgia de Adviento recoge esta gran esperanza y la dirige hacia el día del nacimiento de Jesús. En efecto, él es quien salvará al mundo de la soledad y de la tristeza, del pecado y de la muerte. Han pasado poco más de dos mil años desde aquel día que ha cambiado no sólo  la numeración del calendario, sino la misma historia del mundo. El profeta Jeremías lo predijo varios siglos antes: “Mirad que vienen días en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y  a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella sazón haré brotar para David un Germen justo” (Jr 33,14-15).

Esos días se están acercando, pero nosotros estamos tan obstinadamente replegados sobre nosotros mismos y nuestros asuntos que no nos damos cuenta de que ya están a las puertas. La misma vida que llevamos está muchas veces marcada por un estilo más bien sin compromisos o en general falto de vigor. Normalmente nos resignamos a una vida banal y sin futuro, sin esperanzas, sin sueños. La propuesta del tiempo de Adviento sacude esta forma resignada y rutinaria de vivir. De hecho, la Palabra de Dios nos pone en guardia para no dejarnos vencer por un estilo de vida egocéntrico, nos advierte para no sucumbir a los ritmos convulsos de nuestras jornadas. Son verdaderas también para nosotros las palabras del Evangelio de Lucas: “Cuidad de que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo” (Lc 21 ,35-36).

Estar en vela y orar. He aquí cómo vivir el tiempo desde hoy hasta Navidad. Sí, debemos estar despiertos. El sueño nace de la embriaguez de dar vueltas siempre alrededor de nosotros mismos y de estar bloqueados en la cerrazón de nuestra vida y de nuestros problemas. Aquí está la raíz de esa necedad y de esa pereza de la que nos habla el Evangelio. El Adviento nos invita a dilatar la mente y el corazón para abrirnos a nuevos horizontes. No se nos pide huir de nuestros días y mucho menos proyectarnos hacia metas ilusorias. Al contrario, este tiempo es oportuno para tener un sentido realista de nosotros mismos y de la vida en este mundo, para ponernos preguntas concretas sobre cómo y por quién gastamos nuestra vida. No se trata simplemente de realizar un esfuerzo de carácter psicológico o de crear algún estado de arrepentimiento superficial.

El tiempo de Dios, que irrumpe en nuestra vida, pide a cada uno un compromiso serio de vigilancia: “Cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación” (Lc 27, 28) dice Jesús. Es tiempo, por tanto, de levantarse y de orar. Nos levantamos cuando esperamos algo, o mejor, cuando esperamos a alguien. En este caso esperamos a Jesús. No debemos permanecer bloqueados en nuestro egocentrismo, en nuestros problemas, en nuestras alegrías o en nuestros dolores. La palabra de Dios nos exhorta a dirigir nuestros pensamientos y nuestro corazón hacia Quien está por llegar; Por esto también nos pide orar. La oración está estrechamente ligada a la vigilancia. Quien no espera no sabe qué significa orar,  no sabe qué significa dirigirse al Señor con todo el corazón. Las palabras de la oración se asoman a nuestros labios cuando levantamos la cabeza de nosotros mismos y de nuestro horizonte y nos dirigimos a lo alto hacia el Señor: “A ti, Señor, levanto mi alma”, nos ha hecho cantar la liturgia. En este tiempo de Adviento todos deberíamos unir nuestras voces y clamar juntos al Señor para que venga pronto en  medio de nosotros: “Ven, Señor Jesús”.

Que estos días de Adviento sean, por tanto, días de frecuentar el Evangelio, días de lectura y de reflexión, días de escucha y de oración, días de reflexión sobre la Palabra de Dios, tanto solos como juntos. Que no pase un solo día sin que la palabra de Dios descienda a nuestro corazón. Si la acogemos, nuestro corazón no se asemejará más a una gruta oscura sino que podrá, por el contrario, convertirse en el pesebre donde el Señor Jesús renace. Por esto, acojamos la bendición del apóstol: “Que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos” (1 Ts 3, 12). Es el modo apropiado para dar nuestros primeros pasos en este tiempo de Adviento.

jueves, 18 de noviembre de 2010

LA INFINITUD DE DIOS

Dios es infinito pero disminuye de alguna manera desconocida su infinitud para estar cerca de nosotros. Hay muchas citas bíblicas que nos llevan a considerar a Dios como infinito. “Él es Infinito, el cual no alcanzamos(1). Las pisadas divinas no son conocidas” (2). “Su entendimiento es infinito(3) y su grandeza es inescrutable”(4). Es tal la luz cegadora de la presencia del Padre que para sus modestas criaturas parece que “habita en la espesa oscuridad”(5). No sólo son sus pensamientos y planes inescrutables, sino que “hace cosas grandes y maravillas sin número”(6). “Dios es grande, y nosotros no le comprendemos, ni se puede seguir la huella de sus años”(7). “¿Es verdad que Dios morará sobre la tierra?(8) He aquí que el cielo y el cielo de los cielos no le pueden contener”(9). “¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!”(10)

“No hay sino un solo Dios, el Padre infinito(11), que es además un fiel Creador”(12). “El Creador divino(13) es asimismo el Concertador Universal(14), la fuente y destino de las almas(15). Es el Alma Suprema, la Mente Primordial(16) y el Espíritu Ilimitado de toda la creación”(17). “El gran Rector no comete errores (18). Él resplandece en majestad y gloria”(19). “El Dios Creador está del todo libre de temor(20) y enemistad. Él es inmortal, eterno (21), autoexistente (22), divino (23) y munificente” (24). ¡Cuán puro y bello, cuán profundo e impenetrable es el Predecesor celestial de todas las cosas!. “El Infinito es más excelente por el hecho de darse a los hombres (25). Él es el principio y el fin (26), el Padre de todo propósito bueno y perfecto”(27) . “Con Dios todas las cosas son posibles (28). El Creador eterno es la causa de las causas” (29).
A pesar de las infinitas y asombrosas manifestaciones del ser personal eterno y universal del Padre, él es incondicionalmente consciente tanto de su infinitud como de su eternidad; del mismo modo, conoce plenamente su perfección y su poder. Él es el único ser del universo, aparte de sus divinos iguales en rango, capaz de tener una apreciación de sí mismo de forma perfecta, adecuada y completa.
El gran Dios se conoce y entiende a sí mismo; es infinitamente consciente de todos sus atributos primordiales de perfección. Dios no es un accidente cósmico. El Padre Universal ve el fin desde el principio (30). Nada es nuevo para Él, y ningún acontecimiento cósmico le causa extrañeza; él habita el círculo de la eternidad (31). Sus días no tienen principio ni fin. Para Dios no hay pasado, presente o futuro; todo tiempo es presente en cualquier momento dado (32). Él es el grande y el único YO SOY (33).
El Padre Universal es, absolutamente y sin condición alguna, infinito en todos sus atributos; y este hecho, en sí mismo y por sí mismo, le impide ineludiblemente cualquier comunicación personal y directa con seres materiales y finitos, así como con otras modestas inteligencias creadas. Y todo esto necesita de las medidas que se han tomado para entablar contacto y comunicación con sus múltiples criaturas, primero, mediante Jesús, Hijo de Dios e Hijo del Hombre que, aunque perfecto en divinidad, participó de la carne y hueso de la humanidad, y se hizo uno de nosotros y con nosotros. Dios también se acerca a nosotros mediante el espíritu interior, don verdadero del mismo gran Dios, enviados para morar en nosotros, sin anuncio ni explicación.
De esta manera y de muchas otras, de forma desconocida para nosotros y que escapan completamente a la comprensión finita, el Padre del Paraíso amorosamente y por voluntad propia disminuye su rango y además modifica, diluye y atenúa su infinitud para poder acercarse a las mentes finitas de sus criaturas, de sus hijos. Así pues, el Padre Infinito, al distribuir su ser personal en una sucesión cada vez menos absoluta, es capaz de gozar de un estrecho contacto con nosotros, sus criaturas.
Todo esto lo ha hecho y lo hace en la actualidad, y continuará haciéndolo por siempre, sin restar en lo más mínimo el hecho y la realidad de su infinitud, de su eternidad y de su primacía. Y todas estas cosas son absolutamente verdad, a pesar de ser difíciles de comprender, de estar rodeadas de misterio o de la imposibilidad de que criaturas como nosotros podamos llegar a entenderlo.
Al ser el Padre Primero infinito en sus planes y eterno en sus propósitos, es intrínsecamente imposible que los seres finitos puedan alguna vez captar o comprender estos planes divinos en su plenitud. Sólo de vez en cuando, aquí y allá, puede el hombre mortal vislumbrar los propósitos del Padre según se van revelando al desarrollarse, en sus niveles consecutivos de progreso en el universo, el plan de ascensión de las criaturas. Aunque el hombre no pueda abarcar con su entendimiento lo que significa la infinitud, el Padre infinito, con toda certeza, sí comprende plenamente y abarca amorosamente toda la finitud de todos sus hijos en todo el universo.
El Padre comparte la divinidad y la eternidad con un gran número de seres espirituales, pero nos preguntamos si la infinitud y la consiguiente primacía universal es plenamente compartida por quienes no sean sus colaboradores de igual rango de la Trinidad del Paraíso. La infinitud del ser personal ha de incluir, forzosamente, la finitud existencial del ser personal; de aquí la verdad —la verdad literal— de la enseñanza que declara que “en él vivimos y nos movemos y somos”(34). Esa fracción de la Deidad pura del Padre Universal que mora en el hombre mortal es parte de la infinitud de la Primera Gran Fuente y Centro, el Padre de los Padres.
 1) Job 37,23.
(2) Sal 77,19.
(3) Job  12,13; Sal 147,5.
(4)  Sal 145,3.
 (5) Ex  20, 21; Dt 4:11; 1 R 8,12; 2 Cr 6,1.
 (6) Job 5,9; 9,10.
 (7) Job 36,26
 (8) 1 R 8,27
 (9) Dt 10,14; 1 R  8,27; 2 Cr 2,6; 6,18; Neh 9,6; Sal 148,4.
 (10) Ro 11,33
 (11) Mal 2,10; 1 Co 8,6; Ef 4,6.
  (12) 1 P 4,19
  (13) Gn  1,1-27; 2, 4-23; 5,1-2; Ex 31,17; 20,11; 2 R 19,15; 2 Cr 2,12;  Ne  9,6; Sal 124, 8; 115,15; 121,2; 134,3; 146,6; Si 1, 1-4; 33,10; Is  40,26,28; 45,12,18; 37,16; 42,5; Jer 51,15; 32,17; 10,11-12; Am 4,13; Mal 2,10; Ba  3,32-36; Mc 13,19; Jn 1, 1-3; Hch 4,24; 14,15; He 1,2; Ef 3,9; Col 1,16; 1  P  4,19; Ap 4,11; 10, 6; 14,7.
(14) Job 34; 13; Pr 16,33. 
(15)  Is 44,6; Ap 1,8,11, 17; 21,6; 22,13.
 (16) Is 40,28; 1 Co 2,16; Fil 2,5. 
 (17) Sal 104,30. 
 (18) 2  S  22,31 
 (19) 1  Cr 29, 11; Sal 45,3; Is 42:8; 35,2; Is  2, 19-21. 
 (20) Job  41,33. 
 (21) Ro 1,20; 1 Ti 1, 16-17. 
 (22) Ap 1, 8. 
 (23) 2 Peter 1,3-4. 
 (24) Sal 65, 11; 68,10; Jer  31,12,14. 
 (25) Sal 84,11; 1 Co 2,12; Ef 1,3.
 (26) Is  41,04; 44,06; 48,12; Ap 1,8,11,17; 21,06; 22,13; 02, 08.
 (27) Stg 1, 17  
 (18) Jer 32, 17; Mt 19,26; Mr 10,27;14,36; Lc 1,37; 18,27.
 (29) Gn 1, 1 y ss.
(30) Is 46, 9,10.
(31) Is 57,15; Esd 8,20.
 (32) Is 41,4; 44, 6; 48, 12; Ap 1, 8,11,17; 2, 8; 21,06; 22,13. 
 (33) Ex 3, 14. 
 (34) Hch 17,28

lunes, 8 de noviembre de 2010

DECIMOCUARTO PASO: TENER FE

   Tenemos fe en que el plan de Dios dispuesto para nosotros es el mejor que hemos podido jamás imaginar, y que nuestra mayor alegría está en hacer su voluntad. Nos sentimos libres espiritualmente para admitir que nuestro Padre está detrás de todos los actos que acometemos con fe. 
La fe es la expresión de una ley universal que se basa en nuestra dependencia incondicional al  Soberano del universo y en su capacidad para realizar su voluntad en la tierra y en nuestras vidas sin límites ni obstáculos. Pero, ¿cómo podemos conocer la voluntad de Dios si tenemos que enfrentarnos día a día con tantas decisiones que tomar? ¿Cómo podemos estar seguros de hacer su voluntad o de sentir su guía divina en nuestras almas?
En este mundo existen pocas cosas de las que podamos estar bien seguros. Cuando encontramos una bifurcación en la carretera y no tenemos más remedio que elegir sin tardar uno de los dos caminos, debemos simplemente actuar, confiando en la guía de nuestro Padre. Si hemos pedido a Dios que nos dé sabiduría en una situación en particular, una vez que llega el momento de la decisión, no podemos quedar paralizados por miedo a errar.
Cuando hacemos la voluntad de Dios de la mejor manera que sabemos, tenemos derecho a actuar con decisión y fe, incluso si hay nubes en el horizonte que nos hagan sentir confusos. La duda y la indecisión pueden tener un efecto negativo en nuestra fe y puede hacer que una decisión, que de otra manera hubiese sido acertada, fracase. Cuando nos llegue el momento de decidir, podríamos decir,  “Padre, creo que este es el camino que tú deseas que yo tome, y a no ser que me digas lo contrario, voy a seguir adelante en esa dirección”.
Se construyen grandes barcos de pesca para buscar la pesca en alta mar, no para que se queden anclados en el puerto. Dios, de igual manera, nos coloca en la tierra para que participemos en las actividades diarias de la vida, y sufre al vernos amarrados al puerto por miedo a lo que el mar de la vida nos pueda deparar, cuando es para eso para lo que estamos aquí. Él desea que zarpemos en la confianza de que nos guiará por unas rutas que Él  ha trazado con su infinita sabiduría.
            Debemos tener confianza y tomar con fe las decisiones que tenemos que tomar, de otra manera, ¿dónde estaría la fe? Y no debemos preocuparnos porque, aunque nos equivoquemos, Dios corregirá cualquier error convirtiéndolo en un bien para nosotros. Cuando caminamos conforme a la verdad, a la bondad y al amor sublime, y nos conducimos de acuerdo con la guía de Dios como mejor sabemos, Él corregirá la senda que tomemos, por muy tortuosa que esta sea. El padre conoce nuestras limitaciones, nos acepta tal como somos y adapta sus planes de perfección para que se ajusten a las circunstancias de sus hijos aquí en la tierra, permitiéndonos así ser compañeros suyos en la realización de nuestro destino eterno.
Los actos de fe están siempre en armonía con la verdad, la belleza, la bondad y el amor, y cuando nos sintamos confundidos en cuanto a la guía del Padre, esos valores siempre nos indicarán cuál es su voluntad, porque es inconcebible que Dios nos lleve hacia algo que no sea ni verdadero ni bello ni bondadoso. Muchos de los problemas cotidianos carecen de una dimensión espiritual y, con frecuencia, debemos basar nuestra elección en el sentido común unido al consejo sensato de algún buen amigo o amiga. Pero, incluso en esos momentos, no debemos nunca desatender un cierto sentido de la guía de Dios, porque, como cualquier padre, a Él le preocupan hasta las pequeñas cosas de nuestra vida diaria y quiere que vivamos una vida feliz y fructífera, y, en especial, que nuestras almas avancen. 
La fe hace que el poder de Dios actúe en nuestras tareas diarias dándole un propósito divino. La fe no es simplemente la convicción de que Dios existe, sino de que Él actúa con su poder para ayudarnos a ganar las batallas de la vida. La fe desencadena la energía con la que podemos romper cualquier barrera, ganar a cualquier enemigo, vencer cualquier adicción, conquistar cualquier discapacidad e incluso cualquier tipo de miedo. La fe crea vínculos entre nuestros corazones y el Soberano del universo y nos desvela objetivos, propósitos y metas que nos otorgan la prerrogativa de recorrer el último trecho, después de que todas las cosas de la tierra fallan estrepitosamente. 
El Padre de las luces camina al lado de nuestra cabalgadura de sueños, abriendo veredas al puro de corazón. Dios concede la paz interior a aquéllos cuya fe está anclada en la roca de su soberanía, a aquellos que entienden que Él hace bien de todas las cosas. Ya sea nuestra vida larga o corta, la fe sostiene los grandes logros humanos e impulsa nuestras almas a la vida eterna, donde todavía mayores logros aguardan a los hijos e hijas de Dios. La fe es el proceso por el que llegamos a conocer al Hacedor. La fe resuelve los misterios, abre las puertas de las prisiones, explora cavernas profundas y salva a las almas atrapadas en la desesperanza o el desconsuelo. La fe enseña de las cosas del espíritu al que se inicia en éste; su red nos trae todas las cosas buenas cuando la echamos con valentía. La fe quita la ceguera del materialismo, pero nunca nos lo muestra todo, porque el Creador infinito, en quien depositamos nuestra fe, reside en un misterio insondable.
Por medio de nuestra fe, el Padre aquieta nuestros pensamientos dispersos, conforta nuestras almas e ilumina el camino del recto vivir hacia el reino del espíritu donde Dios ha preparado nuestro hogar eterno. La fe consuela al alma atribulada del hombre moderno y serena su mente en medio de los conflictos y tensiones de nuestra existencia. La fe abre nuestras almas a Dios, cuyo amor nos envuelve, desvelando aquello que es lo más valioso de la existencia humana,
Dios reúne las migajas de la fe y las multiplica llenando cestas y cestas. Él nos toma de su mano de pequeños cuando nos abate la confusión y nos devuelve ya adultos, como santos. Dios cuida del jardín de nuestra fe con sus mejores herramientas, con ojos vigilantes y dedos amorosos. Él hace girar el mundo para que la luz del sol nutra las hojas de este jardín de fe, y empuja las nubes para regarlo. Él busca en las raíces pocos profundas, vulnerables y jóvenes de nuestra fe y aparta las asfixiantes malas yerbas, y tala las ramas que crecen sin rumbo para que podamos, a su debido tiempo, ser árboles maduros.
Más allá nos aguarda ese viaje que nunca creíamos poder realizar. Pero el objeto de la fe nos mueve a lugares cada vez más elevados, lugares que todavía visualizamos con dificultad. El peregrino caminante ve a lo lejos, entre la alta cadena de montañas, todavía envuelta en la niebla, la colina que busca, pero no le importa el reto, sus fuertes pies siguen caminando. La fuente de la fe es sólo Dios, que es también el destino, el hogar al que viajamos y a quien veremos, con incluso mayor claridad, como nuestro Padre.

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Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que lo seguían: --De cierto os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Mt 8,10
Él les dijo: --¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. Mt 8,26
Él le dijo: --Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad. Mc 5,34
Por medio de él recibimos la gracia y el apostolado para conducir a todas las naciones a la obediencia de la fe por amor de su nombre. Ro 1,5
Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez en la fe; no la sabiduría de este mundo ni de los poderosos de este mundo, que perecen. 1 Co 2,6
Acerquémonos, pues, con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia y lavados los cuerpos con agua pura. Heb 10,22
Mas el justo vivirá por fe; pero si retrocede, no agradará a mi alma. Heb 10,38
Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta e imitad su fe. Heb 13,7
Pero pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. Stg 1,6
porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. 1 Jn 5,4